Fresh breeze
messes up my hair
Seagulls
crying in the air
I can’t find
anyone known
All along the
crowded streets
I keep
walking all alone
Hanging ‘round in LC
Dice
Bruce Springsteen que uno no puede saber quién es o adónde va, si no sabe de
dónde viene. Y yo vengo de LC, no me digan AC, por favor, porque, cuando yo
caminaba por las calles atestadas de gente, mientras la fresca brisa revolvía
mis cabellos de adolescente y las gaviotas chillaban en el cielo, aquella
ciudad era LC y así la sigo yo sintiendo. Hacía años que no tenía un rato para
callejear a mi bola por la ciudad en la que viví mis primeros diecisiete años,
donde me hice un hombre y de la que huí para estudiar fuera. Mientras vivieron
mis padres la visité con cierta regularidad, pero desde que falleció mi madre
en 1996, prácticamente sólo he vuelto con motivo de acontecimientos familiares,
alegres o tristes, conmemoraciones y saraos en los que mi tiempo era acaparado
por el entorno familiar y nunca encontraba un rato para caminar solo por las
calles de mi adolescencia.
Esta
vez dispuse de una tarde entera. No es mucho, pero es que debía dedicar mi
tiempo a confraternizar con la familia, con mis hermanos, cuñados y sobrinos.
El sábado nos reunimos 26 a comer en Muros, donde nos pusimos como se imaginan.
Tras una siesta bajo los pinos, bajé a la playa y me bañé en las aguas gélidas
del Atlántico, a la temperatura perfecta para mí. He de decirles que, desde que
tuve mi accidente hace ya cinco meses, he engordado en torno a tres kilos, por
la falta de ejercicio. Todo es grasa, supongo, y viene muy bien para meterse en
el agua de Muros. Lo cierto es que entré hasta donde hacía pie, no me pareció
prudente nadar en estos momentos de consolidación insuficiente de la señora
Ashton, y por allí estuve bastante rato. Salí ya porque me daba vergüenza
seguir en el agua y porque tenía las yemas de los dedos arrugadas. Y ni
siquiera utilicé una toalla para secarme. Ni me duché esa noche: el salitre me
sienta bien, nunca me ha picado el cuerpo después de bañarme en el mar.
Ya
saben que me organicé debidamente este viaje al norte de la Comunidad de Madrid,
de donde no puedo salir. Me fui con mi hijo Kike de conductor, porque también
tengo prohibido coger mi coche. He de aclararles que, el día antes de salir,
descubrí que mi hijo ya le había hecho al coche más de 3.800 kms, por lo que
era conveniente pasarle, antes de viajar, la revisión de los 3.000, que además
es gratuita. El problema era que mi hijo estaba ocupado todo el día. Pero
finalmente nos fuimos con la revisión pasada. No fui yo quien llevó el coche al
taller, sino un holograma con mi aspecto, a modo de doble o heterónimo. Como
pueden imaginar, me saludaron efusivamente y me dieron cariñosos recuerdos para
mí mismo. El día fijado, mi hijo condujo los 590 kms que separan Madrid de la
localidad de O Carballo, donde mi hermano Pepe vive en verano. Allí
establecimos el cuartel general y desde allí hicimos la excursión citada a
Muros para encontrarnos con el resto de la familia, otra a las Fragas del Eume
y una más a la ciudad.
El
jueves por la mañana, mi hijo me acompañó al Estadio de Riazor donde tenía yo
que hacer diferentes gestiones. En primer lugar, renovar mi carnet de socio
amigo, que es anual. Además, hacerme con el carnet que me acredita como
accionista del club. Y, en tercer lugar, comprarme tres camisetas, para mí y
mis dos hijos, de la tercera equipación de este año del Depor, que es preciosa.
Aquí la imagen que da fe de mis gestiones. La camiseta para Lucas, que está
en Alemania, se la puso uno de mis sobrinos, de buena planta, como ven, además
de gran deportivista y buena persona.
Cumplidas
estas gestiones, comimos con mi hermano y mi cuñada en un restaurante, donde
nos obsequiamos con unas xoubas
extraordinarias, entre otros manjares norteños. Después de comer se planteó el
dilema. Mis hermanos se volvían a O Carballo con su coche, y mi hijo había
quedado con sus amigos del lugar y no pensaba volver hasta el día siguiente.
¿Quién habría de llevar mi coche, en ese momento aparcado bajo la Plaza de
Pontevedra? Pero yo tenía la solución: podía recurrir otra vez al heterónimo
para que me echara una mano. Así que al fin conseguí lo que quería: quedarme
solo en la ciudad. Y empecé mi recorrido bajando por la plaza de Lugo, donde yo
vivía, en dirección a Los Cantones. ¡Cuántos recuerdos asociados! El problema
es que muchas de las referencias que yo guardo en mi memoria, han desaparecido.
La ciudad en la que yo viví ya no existe.
Bajando
por la calle Compostela, ha desaparecido la librería Dans, donde mi padre
compraba cada día La Voz de Galicia y el ABC. Ni la taberna que estaba al lado,
que creo que no tenía nombre, o es que se me ha olvidado. Allí solía yo tomarme
la última taza de Ribeiro a granel, camino de casa. Subsiste el edificio del La
Unión y El Fénix, con su estatua de coronación habitual, pero en sus bajos hace
tiempo que ha desaparecido el Cantón Bar, el café más parisino de la ciudad,
donde yo me hacía el adulto pidiendo con voz grave un cortado, fingiendo una
experiencia de la que carecía. También ha desaparecido el Galicia, con sus
tumbonas de mimbre, donde preparaban unos cócteles inolvidables. No existe
tampoco la vieja librería Molist con su cristal amarillento para proteger los
libros del sol poniente. Y el Obelisco, que destacaba sobre los edificios bajos
del entorno, sobrevive ahora agobiado por altos rascacielos de vidrio y metal.
Recorrí
los Cantones, regresé por las calles de la Franja, los Olmos y la Estrella y
volví hacia el Este por San Andrés. Eché en falta la farmacia Sanitary, cuya
dueña era amiga de mi madre, y el cine Savoy, en el que se entraba por debajo
de la pantalla. Y la tienda de cafés El Trópico, en donde el dependiente, que
se llamaba Clemente hacía los paquetes a velocidad de vértigo, atados con un
hilo que cortaba finalmente con gestos enérgicos. Y los restaurantes de la
Cocina Económica. Y la tienda llamada El Barato Mercantil, donde yo me compré
mis primeros tejanos, para horror de mi padre, que los llamaba pantalones de
mahón y los consideraba muy inadecuados para un joven de mi posición. Y los
supermercados de Casa Claudio, que fueron luego absorbidos por la cadena Gadis,
excepto uno que subsiste en San Andrés con su nombre original, dedicado a la
venta de delicatesen.
Quedan
sin embargo muchas preexistencias que permanecen en buena forma. Como el
edificio del Banco Pastor, el inmueble más neoyorkino que he visto fuera de la
propia ciudad de NY. Y algunos bares históricos, como O Tarabelo, bastante
adecentado, o El Priorato, donde las chicas aceptaban ir, porque se vendía un
vino catalán medio dulzón, que se servía en porrones de cristal, y ponían cacahuetes
de tapa. Permanece también la pastelería La Gran Antilla, con su terraza frente
al Teatro Rosalía de Castro, donde la alta burguesía local se tomaba sus tés
con algún pastelito de elaboración propia. Y el Bazar de Pepe, en donde me
compraban los juguetes, ahora convertido en tienda de posters. Y la farmacia
Villar, en la calle Real, con su trasera la Droguería Villar, que da a la calle
de los Olmos. Subsiste también la Joyería Lino, seguramente regentada por los
herederos de su fundador, que era conocido de mi padre. Los tiempos modernos
acabaron sin embargo con la vecina Joyería Malde, con su preciosa portada.
Continué,
en fin, mi paseo por la calle Panaderas hasta la calle de la Torre, que recorrí
hasta el final, para vislumbrar la hermosa silueta del faro más antiguo del
mundo, a contraluz con el sol acercándose al mar. Y regresé por Orillamar, para
ver la fachada del Cementerio de San Amaro, un auténtico cementerio marino como
el que cantó Paul Valery (Ce toit
tranquille ou marchent des colombes/entre les pins palpite, entre les tombes),
con su inquietante leyenda sobre la puerta principal: El término del cuerpo es
el que veis/el del alma será según obréis. Seguí adelante para pillar a
traición la Ciudad Vieja, cuya Plazuela de las Bárbaras es uno de los rincones
mejor conservados en mi memoria, pero encontré el viejo barrio invadido por los
tenderetes y el guirigay de una feria medieval, así que opté por bajar de nuevo
a la Plaza de María Pita y regresar tranquilamente al parking de la Plaza de Pontevedra,
ya convertido en holograma, para poder regresar con mi familia.
Una
sinfonía de sensaciones y nostalgias para cargar las pilas y afrontar el resto
del verano y el final de la recuperación de mi húmero. Algunas (el mar, el
verde, el aire dulce y húmedo) las tenía más recientes. Pero mi soledad de
caminante urbano por las calles de mi adolescencia, hacía mucho tiempo que no
la paladeaba. Tiene razón el Boss. De vez en cuando hay que darse una vuelta
por las raíces para ayudarnos a saber adónde coño vamos.
Un evocador viaje al pasado. Decía Cernuda que la infancia es la verdadera patria del hombre.
Desde luego. En la ciudad de La Coruña, yo, más que una patria, encuentro una especie de refugio, donde estar a salvo en un mundo cada vez más hostil. Tengo la sensación de que, si vienen mal dadas, puedo huir y refugiarme allí hasta que pase la tormenta.
EliminarExcelente paseo el que ha dado usted por LC querido amigo. Yo tuve el placer de hacer algo parecido hace un mes, en que visité la city con motivo del fallecimiento de mi madre, aunque más cortito. Hay dos lugares que me extraña que se le hayan olvidado: La tasca A Cunquiña, en la Plaza de los Huevos, hoy denominada "del Humor", a donde acuden todos los "taceros" supervivientes con sus amoratadas y venosas narizotas a tomar las últimas tazas de ribeiro a granel. Otro lugar es "La nueva Patata"; aunque ya no existe, fue fulminado y ahora hay un solar vallado, donde usted y yo nos deleitabamos con la famosa "tapa de bisté". En fin, en todo caso, maravillosa la descripción del recorrido que ha efectuado por nuestra amada ciudad natal. Le adjunto (por mensajería) una foto donde demuestra que el Deportivo también "é meu". Una de las cosas que hice fue ir a las oficinas para ver si ya me habían dado de alta con las acciones heredadas de mi padre y tras afirmarme el hecho me dijeron para mi tranquilidad que seguía siendo accionista.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Coronel Groucho.
Amigo, ya he comprobado que O Depor también "e teu". Te diré que estuve buscando La Nueva Patata y no lo encontré, igual que la Cocina Económica, que parece que sigue funcionando. Cómo olvidar al dueño, con su calva, su bigote oscuro y su mandilón, diciendo entre dientes: "una de bisté y dos de p'tatas". Era tan discreto que se comía la primera A de la palabra. Lo de A Cunquiña no lo recuerdo, tal vez fui alguna vez, pero no lo busqué esta vez. Consulto Internet y me dice que ya se ha cerrado también. En cuanto a tu latinajo final, me dejas patidifuso. No tengo diccionario en el Google para traducirlo, pero vengo a entender el sentido general de la frase. Un abrazo, meu, y a ver si el Dépor responde este año a las expectativas.
EliminarUn punzante ataque de nostalgia. Si fueras un gallego auténtico, sería saudade, pero 48 años en Madrid frente a los 17 coruñeses, te han hecho cosmopolita, aunque no desarraigado.
ResponderEliminarMás bien diría descastado. Pero uno nunca olvida el lugar de su adolescencia. Tampoco es posible cambiar de equipo de fútbol. Ya he contado que yo acompañaba a mi padre, que era médico del club, y me sentaba detrás del banquillo local, donde habitaba el famoso masajista Cucarella. Esas cosas quedan para siempre.
EliminarPrecioso paseo por la nostalgia, comparto tus impresiones especialmente eso de que aquella ciudad de nuestra infancia y adolescencia ya no existe, es otra y bien distinta. Una salvedad: la Cocina Económica sí existe y con mucha actividad. No hace mucho la ví en hora punta y había más afluencia que a la romería de Sta. Margarita.Si la han cerrado lo sentiría pero será muy recientemente,tiene muchos años y da comida a muchos homeless. En ella sospeché que pensabas en un viejo post en el que hacías referencia a estas gentes y deciás, además, que a sus puertas podría hoy encontrarse alguien que había descendido mucho, a causa del paro o alguna otra circunstancia y lo hacías con una palabra muy bonita, el más... creo de origen cubano, que no logro recordar en este momento. Un abrazo.
ResponderEliminarAlfred
Chévere es la palabra que no recordaba. Amigo Alfred.
ResponderEliminarAmigo Alfred, ya sabía que el primer texto era tuyo, pensé que te habías olvidado de firmarlo. Chévere es una palabra muy usada en Sudamérica, para indicar lo que mola, lo que está bien, y es súper. Creo que en un par de textos consecutivos sobre los homeless, conté que un cubano a mi lado me dijo que cuando vino a España, todo le fue chévere, hasta que llegó la crisis. La Cocina Económica sigue a tope, tal vez pasé por delante sin enterarme, o es que mi recuerdo de dónde estaba es erróneo. Leyendo tu primer comentario, pensé que te referías a "los palestinos" como me dijo Padura que llaman a los chabolistas míseros que se están instalando ahora en el extremo Este de La Habana. Un fuerte abrazo, amigo.
EliminarEn mi repaso apresurado se me ha olvidado otro establecimiento que eché en falta: el restaurante de la Viuda de Naveiro, con su salón en el primer piso, donde comí o cené tantas veces con mis padres y donde hacían la tortilla de patatas más rica que he probado jamás, al estilo gallego, con el huevo bastante suelto y de un amarillo intenso. También parece que cerró hace tiempo.
ResponderEliminarHe confirmado la actividad diaria y funcionamiento de la Cocina Económica que abre de 8 a 14 h. En este año celebran el 130 aniversario, pues lleva abierta desde el 1886, toda una institución en la ciudad y creo que no es la única de ese tipo que funciona. Se encuentra en la calle Cordelería y tiene salida a la actual del Socorro. Saludos Alfred.
ResponderEliminarSí, señor, está claro que pasé por delante de la entrada trasera de la Cocina Económica y no me enteré, porque estuve en la calle del Socorro, donde me llamó la atención la cantidad de yonquis y alcohólicos que pululan por allí. Hasta hace unos meses esta calle se llamaba de Juan Canalejo. El nuevo Ayuntamiento ha decidido eliminar del callejero la mención a este facha que fue, según creo, jefe local del Movimiento. Reitero mi abrazo.
EliminarBien, no sé si alguien sigue entrando en este texto. El caso es que, probando la aplicación de "Blogger" en mi móvil, lo eliminé sin querer. Menos mal que tenía todo archivado: texto, fotos y comentarios recibidos y contestados. Lo he podido reconstruir completo. El programa me permite ajustar la fecha de publicación del post, pero no las de los comentarios. Por eso salen todos con la fecha de hoy, aunque fueron formulados a finales de julio.
ResponderEliminarMis disculpas.