Bueno, llevo casi un mes sin
hablar de mi brazo, en parte por no emular la tontuna de Francisco Umbral (yo he venido aquí a hablar de mi brazo) y también porque, hasta el próximo viernes día
15 en que me hagan una nueva radiografía, no puedo contar más que mis propias
sensaciones y éstas ya se han revelado erróneas tantas veces, que no me atrevo a
aventurar un pronóstico. Mis sensaciones, en general, no son malas. Incluso
llegaron a ser óptimas hace unos días, cuando me desaparecieron casi del todo
las molestias que me habían brotado en el momento en que me fue extraído el
tornillo que sujetaba al general De Gaulle a mi hombro.
Pero en la noche del miércoles,
regresé de mi taller de inglés caminando, como de costumbre, y recibí en mis
calvas los primeros goterones de una tormenta inminente. Nada más subir, me
afané en arriar los toldos de mi terraza para protegerlos del chaparrón y, ante
la resistencia que oponía uno de ellos, que no conseguía ni mover con la fuerza
de mi brazo derecho, me ayudé un instante del izquierdo. Conseguí subir el
toldo pero inmediatamente noté el latigazo en la zona de fractura. Fatalidades
de la vida. Desde ese momento tengo esa zona ligeramente resentida otra vez. Me
dijo mi recuperadora que no me preocupase, que no tenía por qué ser nada
importante, que ella veía bien el proceso en su conjunto y que, en cualquier
caso, hasta la radiografía del día 15 no sabremos a qué atenernos.
Casi cinco meses después de mi
fractura, esto se va pareciendo cada vez más al advenimiento del brazo
incorrupto de San Emilio, paciente impaciente y mártir de la traumatología
colchonera. Pero volvamos al momento presente. El día 15, sólo puede haber dos
respuestas. UNO: el hueso se ha soldado y me dan el alta. DOS: el hueso no se
ha soldado y me citan de nuevo para el 15 de agosto. Si se da este segundo
caso, he decidido no pedir el alta voluntaria. Lo estuve dudando, porque llega
el verano y en parte me apetece darme un baño en el mar y salir un poco del
ambiente asfáltico y recalentado de Madrid. Pero finalmente he optado por no
pedir en ningún caso el alta voluntaria. Si hemos de ser colchoneros, seámoslo hasta el final y vayamos partido a partido. Lo primero, que me den el hueso por pegado y curado. Para lo demás ya habrá tiempo.
De todas formas, si tuviera la
suerte de que me dieran el alta, lo que haría es cogerme inmediatamente las
vacaciones. Así que, hasta septiembre, no voy a incorporarme al trabajo de
manera efectiva. Y aquí viene el problema. Porque lo cierto es que yo he vivido
como un cura todos estos meses de baja. Y la dinámica de mi vida cuando me jubile, va a ser esta misma y encima sin molestias en el brazo, haciendo deporte,
conduciendo mi coche y viajando libremente por el universo mundo. En estos momentos,
mi situación laboral (condicionada a que consiga el alta médica) es la de reenganchado
o, como se decía en la mili, chusquero.
Y, en el Ayuntamiento de Madrid, los chusqueros tenemos el privilegio de poder
coger puerta cuando queramos, con el único requisito de avisar con tres meses
de antelación.
Mi alta médica tiene dos fechas
posibles: el 15 de julio o el 15 de agosto. Más allá no creo que se retrase, porque,
aunque tengo la zona de fractura un poco resentida tras mi imprudencia del otro
día, mi sensación general sigue siendo positiva (ya sólo tomo un calmante al
día, un Espidifén 600 con el desayuno). En cuanto tenga el alta, he de pedir
que se me haga enseguida el reconocimiento médico general que tengo pendiente,
para que me confirmen mi condición de chusquero cum laude. Ese reconocimiento, he de completarlo con una serie de
pruebas que me voy haciendo periódicamente en la sanidad privada, como colonoscopias y otras putadas.
Me tocaba todo esto antes del verano, pero he debido retrasarlo por culpa del brexit de mi brazo izquierdo. En el caso
(cruzaré los dedos) de que todo esté en orden, me encontraré con la ITV pasada
y la alternativa de seguir o no trabajando. En esa tesitura, se me presentan
varias fechas-zanahoria, por citar la conocida metáfora del palo y la zanahoria. Se las
detallo.
La primera es el 19 de febrero de
2017, mi cumpleaños 66 (esta vez espero no caerme). Hombre, ya que me voy a
reincorporar en septiembre, en dos días llega la Navidad y al poco el mes de
febrero. Por el solo hecho de seguir trabajando en esa fecha, mi pensión se vería incrementada en
un 2%. Teniendo en cuenta que llevo desde 1992 cotizando por los niveles
funcionariales más altos (el 28 y el 30), es probable (no lo sé cierto) que
tenga garantizada la impropiamente llamada pensión máxima, que está en torno a
los 2.000 euros mensuales netos. Llegar a los 66 años trabajando, me supondría 40 euros extra,
una miseria, pero que no viene mal y que es a cobrar todos los meses que me
queden de vida. Eso nos lleva a la segunda de éstas que hemos llamado fechas-zanahoria.
Porque, si sigo en activo en febrero de 2017,
ya puedo estirar la cosa un poco más y pasar el verano, que incluye un mes de
vacaciones pagadas y tres meses de salir una hora antes (otra de las prebendas que hemos
recuperado este año, entre las que perdimos en los recortes perpetrados por orden de
Rajoy). Eso me permitiría alcanzar la fecha del 1 de octubre. ¿Y qué
sucede ese día? Pues que cumplo nada menos que 35 años de servicio al
Ayuntamiento. Una hazaña que comporta un premio en metálico importante (ya he
cobrado premios similares a los 25 y a los 30, este último con un retraso de
tres años, por el que llevé a juicio al Ayuntamiento, como recordarán mis
seguidores más antiguos. Perdí el juicio, pero luego todos cobramos los premios pendientes).
Además, el hecho de redondear 35
años cotizados no tiene ahora ninguna trascendencia, pero es algo así como
una fecha mágica. Por ejemplo, si yo hubiera completado esos 35 años de trabajo antes de cumplir los 65, mis incrementos por
cada año extra de trabajo serían del 4% y no del 2. En el horizonte en el que
nos movemos, en el que el sistema de pensiones está a punto de irse
definitivamente al carajo, no sería de extrañar que los
que no tengan 35 años cotizados puedan sufrir mayores o más tempranos descuentos. Es sólo una hipótesis, pero pudiera darse. Y
ya llegados a octubre, por qué no seguir hasta la tercera fecha-zanahoria, el
cumpleaños 67, y atesorar otros 40 euros mensuales para la hucha. Más allá del
19 de febrero de 2018, no creo que siga mucho tiempo en activo.
Todo este montaje mental, similar al del cuento de la lechera, está condicionado, como
ya he dicho, al factor de una buena salud (vuelvo a cruzar los dedos), pero
también a otra circunstancia, que les explico a continuación. Durante mis meses
de baja han sucedido algunas cosas. En el momento de mi accidente, yo dependía de una Subdirectora
y un Director General. A ambos los han cesado. Ahora cuelgo (con perdón)
directamente de una Directora General, con la que también tengo buena relación
y que me ha hecho saber que sigue contando conmigo como comunicador y vendedor
de ilusiones a vecinos y extranjeros. Otro factor positivo es que
hemos recuperado el horario de 35 horas semanales, eliminando esa media hora
extra inútil que debíamos completar cada día y que nos impedía hacer una vida
normal, salvo madrugón. Y, además, entre el próximo día 1 de diciembre y el 1
de junio de 2017 dispondré de plaza de garaje en la oficina.
Todos estos son factores a tener
en cuenta, pero cabe la posibilidad de que me reincorpore a mi trabajo normal y
cotidiano y no lo soporte. Que empiece a echar de menos la vida muelle de la que he disfrutado en estos últimos meses, a pesar de mis limitaciones físicas y geográficas. En ese
caso, las fechas-zanahoria se irían a la mierda y me largaría pronto con viento
fresco. Y también cabe, por supuesto, la posibilidad contraria: que mi nuevo trabajo sea tan
apasionante que me dé por seguir hasta los 70. Pero creo que, entre ambas eventualidades
extremas, hay muchas otras intermedias bastante más probables, que me llevan
indefectiblemente a jubilarme en torno a la fecha que les he dicho: 19 de febrero
de 2018. Otra cosa que les puedo asegurar: en cuanto me reincorpore a un ritmo
normal de trabajo, se acabó esto de escribir un post cada dos días. Así que
procuren no enviciarse demasiado, que todo lo bueno se acaba.
En cualquier caso, uno hace sus planes y previsiones y luego acaba por suceder lo que tenga que suceder. Quién me iba a decir a mí cuando regresé tan ufano de Londres, que me iba a tropezar con un viajero rezagado del Metro, y que la fatalidad me iba a llevar a sufrir un golpe lateral en el centro de mi húmero, como un hachazo. Creo haberles dicho que me he caído corriendo muchas veces sin romperme nada de relevancia, y que, ese día, aparte el brexit de húmero, no me hice ni un rasguño. Fue, como dice el viejo Dylan, a simple twist of fate, un simple giro del destino, que me mantiene aquí, en el dique seco, más de cuatro meses después. Espero que hayan pasado ustedes un buen fin de semana, tanto los que estén ya de vacaciones, como los que sigan sufriendo el bochorno capitalino. Sean positivos. Ya llevamos 20 días de verano y, desde el 20 de junio, la duración de las noches está creciendo. Esto no hay quien lo pare.
Para endulzarles este tiempo de calorina, les dejo de regalo un clásico del jazz. En las navidades de 1963, el trompetista Lee Morgan y el saxo Joe Henderson, dos verdaderos gigantes, unieron sus talentos para grabar esta maravilla llamada precisamente The Sidewinder (el golpe lateral). Hay también piano, bajo y batería, los tres muy buenos y con papeles destacados, pero para qué les voy a poner los nombres si se les van a olvidar en cinco minutos. Si alguien tiene curiosidad, puede mirarlo en el Google. Que lo disfruten.
En cualquier caso, uno hace sus planes y previsiones y luego acaba por suceder lo que tenga que suceder. Quién me iba a decir a mí cuando regresé tan ufano de Londres, que me iba a tropezar con un viajero rezagado del Metro, y que la fatalidad me iba a llevar a sufrir un golpe lateral en el centro de mi húmero, como un hachazo. Creo haberles dicho que me he caído corriendo muchas veces sin romperme nada de relevancia, y que, ese día, aparte el brexit de húmero, no me hice ni un rasguño. Fue, como dice el viejo Dylan, a simple twist of fate, un simple giro del destino, que me mantiene aquí, en el dique seco, más de cuatro meses después. Espero que hayan pasado ustedes un buen fin de semana, tanto los que estén ya de vacaciones, como los que sigan sufriendo el bochorno capitalino. Sean positivos. Ya llevamos 20 días de verano y, desde el 20 de junio, la duración de las noches está creciendo. Esto no hay quien lo pare.
Para endulzarles este tiempo de calorina, les dejo de regalo un clásico del jazz. En las navidades de 1963, el trompetista Lee Morgan y el saxo Joe Henderson, dos verdaderos gigantes, unieron sus talentos para grabar esta maravilla llamada precisamente The Sidewinder (el golpe lateral). Hay también piano, bajo y batería, los tres muy buenos y con papeles destacados, pero para qué les voy a poner los nombres si se les van a olvidar en cinco minutos. Si alguien tiene curiosidad, puede mirarlo en el Google. Que lo disfruten.
Es viernes por la tarde y no tenemos ninguna noticia de su brazo y de su consulta. Así por chinchar un poco, he consultado el diccionario inglés español y da un segundo significado para "sidewinder": serpiente de cascabel. Escuchando la música, tal vez Lee Morgan estaba pensando en este segundo significado.
ResponderEliminarYa he colgado un post contando las novedades del brazo. Respecto a lo segundo, yo no estaba en la cabeza de Lee Morgan ni he encontrado en Internet ninguna indicación en un sentido o en otro. Por lo que yo sé, la forma más común de designar a la serpiente de cascabel es rattlesnake. Sidewinder es un término boxístico, es el golpe lateral que se da al cuerpo, castigando el hígado y las costillas, porque, si es a la cabeza, entonces es un crochet, como el que le dieron a traición a Rajoy en una calle de Pontevedra. Si con un golpe como ese, casi ni se trastabilló, pues como para que nadie espere que le hagan cosquillas los Sánchez, Rivera, Iglesias.
Eliminar