Bueno, ya me voy unos días de vacaciones al fresquito norte. Sólo hasta el lunes por la noche, en que regresaré aquí al corazón del caloret. Les prevengo que no me voy a llevar el ordenador (faltaría más). Sí me llevaré el Ipad y, según como transcurran los tiempos, a lo mejor algún día me animo a cargar algún nuevo post. Lo que no puedo hacer con el Ipad es avisar de dicha carga a través del grupo habitual de mailing, ni anunciarlo en Facebook. Lo más probable es que me tome también un descanso de blog, que nos viene bien a todos. De momento les dejo esto que tenía escrito desde hace unos días, para bajar un poco el nivel, que estos últimos tiempos han sido bastante intensos. Supongo que a ustedes, como a mí, también los martirizan con llamadas telefónicas a las horas más intempestivas para venderles cosas que no necesitan.
En fin, cada uno tiene sus manías. A mí, particularmente, nunca me ha molestado la publicidad por correo postal. Generalmente ni presto atención a su contenido. Yo vacío el buzón, selecciono lo que son cartas de mi interés y el resto va directamente sin mirar a la bolsa de reciclaje de papel. Tampoco me molesta especialmente lo que me llega por el correo electrónico. Cada vez que consulto el buzón, selecciono los mensajes publicitarios y aprieto la tecla supr, para borrarlos todos de una vez. En la tele, cuando empiezan los anuncios, a veces uso el mando para cambiar de canal, o desconecto automáticamente mi cerebro para no escuchar los mensajes (lo tengo muy entrenado). O sea que yo tengo mis barreras para defenderme de las nuevas y agresivas formas del marketing publicitario. Y es algo que no me genera estrés alguno.
En fin, cada uno tiene sus manías. A mí, particularmente, nunca me ha molestado la publicidad por correo postal. Generalmente ni presto atención a su contenido. Yo vacío el buzón, selecciono lo que son cartas de mi interés y el resto va directamente sin mirar a la bolsa de reciclaje de papel. Tampoco me molesta especialmente lo que me llega por el correo electrónico. Cada vez que consulto el buzón, selecciono los mensajes publicitarios y aprieto la tecla supr, para borrarlos todos de una vez. En la tele, cuando empiezan los anuncios, a veces uso el mando para cambiar de canal, o desconecto automáticamente mi cerebro para no escuchar los mensajes (lo tengo muy entrenado). O sea que yo tengo mis barreras para defenderme de las nuevas y agresivas formas del marketing publicitario. Y es algo que no me genera estrés alguno.
Es que, realmente, yo no quiero
comprar nada que me vengan a ofrecer. Yo funciono de otra manera. Si necesito
algún producto, voy y lo compro. Si tengo tiempo, hago primero un muestreo en
Internet, para ver cuál es la mejor oferta. Pero lo que no quiero es que venga
nadie a ofrecerme algo que yo no esté buscando. Cuando me aborda alguien por la
calle para venderme algo le digo que tengo prisa y, si se pone pesado, me pongo muy serio y le digo que mi mamá me tiene prohibido hablar con
desconocidos. Suelen quedarse bastante cortados. Lo suficiente como para que
dejen de perseguirte. A veces te llevas algún insulto mascullado entre dientes,
pero poco más. Es decir, que yo me he fabricado una coraza mental y práctica que
me protege de todo eso. ¿De todo? No. La coraza tiene una brecha importante: las llamadas
telefónicas.
Ya saben de qué les hablo,
queridos lectores. Básicamente hay dos casos tipo. UNO: usted trabaja todo el
día, apenas tiene un rato para comerse un sándwich con los compañeros sin dejar
de hablar del trabajo y continúa por la tarde porque tiene que entregar en
plazo ese trabajo en el que se juega el futuro de su empresa o de su estudio de arquitectura. Luego tiene que
tragarse un atasco monumental de vuelta mientras cae la noche y, precisamente, acaba de
perder diez minutos extra hasta que el tipo que había parado un momento en la
puerta de su garaje, ha tenido a bien quitar el coche de en medio. Entonces
sube a casa, se afloja la corbata, se prepara un Martini bianco con unas gotas de ginebra y se tumba en su sofá favorito. Es
en ese momento cuando suena el teléfono. Vistazo rápido al reloj: las 20.30.
Número desconocido. Descuelga. ¿Don Emilio? Buenas tardes don Emilio, le habla
Ana Patricia Gómez, de Orange, el objeto de esta llamada es poner en su
conocimiento la magnífica oferta de un televisor gratis si usted opta por
elegir nuestra oferta de ADSL y fijo, porque usted don Emilio ¿con qué compañía
tiene el ADSL?
Vayamos al caso DOS. Usted es un
afortunado que dispone de horario continuo, por lo cual se levanta a las 6 de
la mañana para evitar el atasco que se forma un poco más tarde y luego trabaja
como un esclavo toda la mañana, con una única pausa para un asqueroso café de
la máquina del pasillo. En ese tiempo ha de apresurarse para resolver cuarenta
problemas de todo orden, desde quejas de sus empleados, solución a fallos detectados, disminución de
rendimiento de ciertas unidades, reuniones maratonianas en las que no se
resuelve nada y otras tesituras más o menos igual de deprimentes. En este caso,
vamos a suponer que tiene usted una esposa que amorosamente le ha dejado una
comida preparada, que sólo tiene que calentar en el microondas. Se la toma con
una cerveza y dispone usted de su único rato de relax en todo el día (por la tarde habrá de ir de
compras, o a recoger a los niños del colegio, o a otra insufrible reunión de comunidad). Se tumba usted en el sofá, conecta el televisor, se pone un programa de animalitos de La 2 y justo
cuando el locutor le está explicando con su voz somnífera el sistema de
apareamiento del sapo corredor común, suena el teléfono. Descuelga usted medio amodorrado, de forma
automática, sólo para escuchar el relato del caso UNO (esta vez es Érika
Andrea Mendoza, de Jazztel).
Lo siento, pero es algo que me
exaspera. Me saca de quicio. He tenido momentos en los que me he puesto como un
energúmeno. Les he jurado a voces que jamás voy a contratar nada con Jazztel ni
con Vodafone (los dos que más murga me han dado). Me he llegado a cagar en su
padre (sólo en el caso de comunicantes masculinos). Les he rogado que borren mi
número de la lista telefónica de donde lo han obtenido. Les he explicado pacientemente
que me parece la suya una práctica invasiva de la privacidad, que hay personas
a las que no nos gusta que nos llamen a casa, que no hay derecho a que le jodan a uno su privacidad y su descanso. Les he amenazado con denunciarles
a la Guardia Civil, que tiene una unidad especializada en recoger quejas sobre
este coñazo. Nada. No sirve para nada. Cada vez llaman más y a horas más
inoportunas, incluso en fin de semana.
He reaccionado de esas formas más o menos destempladas, cuando me han pillado muy cansado o de mal humor. En otras
ocasiones, me han encontrado más juguetón y con ganas de divertirme. Don
Emilio, le vamos a hacer unas cuantas preguntitas que no le van a hacer perder
mucho tiempo ¿le parece bien? Como no, señorita, siempre que usted me permita hacerle
otras primero. Claro que sí, don Emilio, ¿qué es lo que quiere saber? Pues, por
ejemplo: ¿usted tiene las tetas grandes y firmes? ¡Oh!¿pero cómo se atreve? Es usted un borde y un maleducado.
No, no, es que si las tiene pequeñas y caídas ya no tenemos más que hablar.
¡Por supuesto que no tenemos nada más que hablar, es usted un impresentable y un machista ajqueroso! En fin, cuando uno consigue cabrearles hasta tal punto que sean ellos los que corten la llamada, resulta bastante gratificante.
Pero ni así consigues evitar que
vuelvan a llamarte. De la misma compañía del tipo en quien te acabas de cagar
en su padre, al día siguiente te llama otro diferente, con el mismo tono
untuoso y la misma oferta. Ante eso, yo he ideado un método, que no tengo
inconveniente en confiarles, por si les es de utilidad. Desde hace un tiempo,
cuando la pantallita de mi móvil me indica un número desconocido, no contesto y lo dejo sonar hasta que para.
Inmediatamente les llamo. Suele salir una musiquita y una grabación: ha llamado
usted a Jazztel, si quiere contratar una nueva línea marque uno, si quiere... Corto y clicko en el icono añadir al contacto. Y añado el número de marras a un contacto que tengo creado, al que
he llamado No Contestar. La siguiente
vez que me llaman desde ese mismo número, la pantallita me advierte: No Contestar. Ya
tengo unos diez o doce números en ese contacto.
De todas formas, el procedimiento
no es infalible. Por ejemplo, en estos momentos, yo estoy esperando que me llamen
dos o tres personas a las que me consta que les han dado mi número por
temas profesionales. Entonces, si me llaman de un móvil, no tengo más remedio que descolgar y otra
vez la misma murga: bla-bla-bla, bla-bla-bla, una retahíla de bobadas hasta la pregunta
clave (primera ocasión en que te permiten hablar): ¿con quién tiene usted
contratado el ADSL? ¿Y a usted qué coño le importa? No es que, verá, si
contrata con nosotros le ofrecemos dos meses de llamadas gratis al extranjero.
Esto me sucedió ayer por la tarde y me puse a buscar en Internet a ver
si encontraba algo más eficaz. Entonces di con la Lista Robinson.
Si usted, querido lector, quiere
evitar el acoso publicitario telefónico, ese que le impide dar la tan ansiada
cabezada cuando el locutor de la voz aterciopelada le está explicando cómo se despereza
el león antes de acariciar a la leona con gestos felinos y amorosos, le recomiendo que se
apunte, como yo hice, a la Lista Robinson. Se hace por Internet, rellenando un formulario sencillo, como si sacara unas entradas para el cine y es totalmente gratuito. Enseguida le mandan un correo electrónico a la dirección
que usted les indique y allí puede elegir de qué medios quiere que le
quiten la publicidad. Yo he indicado sólo el teléfono, porque, como he dicho arriba,
los demás canales no me molestan. Esta lista la gestiona un organismo
semioficial, la Asociación Española de la Economía Digital, y se ajusta
escrupulosamente a la Ley de Protección de Datos. Como me apunté ayer, aun no les puedo asegurar si es efectiva o no, pero he encontrado en
Internet bastantes testimonios favorables.
A punto de cerrar este texto, me
he acordado de mi padre, médico renombrado nacido a principios del Siglo XX, que
falleció en 1990, así que no le tocó conocer esta nueva era digital
descabellada. Bueno, pues mi padre, en sus últimos años, harto de la publicidad de productos médicos
que cada día abarrotaba nuestro buzón, se apuntó en una lista para que no le volvieran a mandar ni un solo folleto publicitario más. Era una lista que gestionaba el Colegio de Médicos de La Coruña, una especie de antecedente profesional de esa Lista
Robinson a la que yo me he apuntado ahora, más de 25 años después. Cosas de las leyes de Mendel…
Que pasen un buen puente. Seguiremos a la vuelta
Que pasen un buen puente. Seguiremos a la vuelta
Coincido plenamente con su texto y ya me he apuntado a la Lista Robinson. Bueno, excepto lo de las tetas, que me lo tomo como una especie de chiste de dudoso gusto, aunque entiendo que hay veces que apetece cortar con una bordez a esta gente tan insistente y coñazo.
ResponderEliminarYa me han acusado algunas de machista por mentarle al padre a los comunicantes masculinos y las tetas a las femeninas. Qué le voy a hacer, yo tuve la educación que tuve, separada por sexos, y no me saldría cagarme en la madre de una telefonista ni hablarle de sus pezones a un telefonisto, o telefolisto de estos. También yo podría criticarle su uso de la palabra coñazo (es una broma, yo la uso todo el rato y no me siento machista por eso).
EliminarUn abrazo y, sobre todo, protéjase del calor.