No, no. No me estoy refiriendo a
señores como Artur Mas o Mourinho, que a fuerza de ser chulos, bordes,
antipáticos y maleducados terminan por ser denostados por todo el mundo y pasarán a la historia como tipos nefastos. Hay detalles que delatan a una persona.
Ya hablé de los pucheros de Gallardón al salir de Moncloa cuando Zapatero no quiso
darle más crédito por manirroto. En el mismo post, recordamos el gesto suficiente
del propio Zapatero, mientras proclamaba la solemne memez de que bajar los
impuestos era de izquierdas. Dos gestos que definen a dos personalidades.
Mourinho también se definió el día que le metió un dedo en el ojo (en este caso, de la
cara) al pobre Tito Vilanova, a traición desde atrás, con premeditación y alevosía.
Artur se mostró tal cual es, el
día en que asistió a la pitada monumental al himno español, sacando a pasear la
sonrisa de perro pulgoso con que suele dibujarlo Peridis. A mí me molestó más
esa sonrisa que la propia pitada que ya esperaba y que define también a los que
la perpetran. Hace poco, encontré la grabación completa de la primera Copa del
Rey que ganó el Deportivo, al Valencia (yo estaba en el público). Me puse a verla y la cosa arrancaba con una pitada al himno, no unánime, pero
bastante nutrida. La gente va a estos lugares a ver fútbol y lo de los himnos
es un engorro que lo mejor es que acabe cuanto antes. En el caso de esta última pitada, además, los secesionistas
compraron silbatos de árbitro (con el dinero que ya sabemos de dónde sale) y los repartieron
entre el público.
Pero yo quiero referirme hoy a
otro tipo de personajes: los villanos oficiales creados por esta nueva cultura de las redes sociales,
donde alguien capta una escena y la transmite instantáneamente por Twitter. En
unos segundos la está viendo medio mundo. Estos medios son muy peligrosos y, en
manos de imprudentes, acaban por ser una auténtica arma de destrucción masiva para el prestigio de tipos que nunca pensaron en las consecuencias de sus actos. Como a
uno lo tachen de impresentable y lo empiecen a brear a twits ofensivos, pueden
acaban arruinándole la vida. Me viene todo esto a la mente por el caso de la
periodista húngara que se lió a patadas y zancadillas con los refugiados sirios
que corrían huyendo de la policía de fronteras que no les quería dejar entrar
en el país magiar. Luego me referiré a este curioso caso, pero antes vamos a
recordar algunos anteriores.
En el Post #28
hablaba yo de un alto cargo del PP que, en una situación de cierto
estrés por la proximidad de la entrega del trabajo que estaba ultimando el
equipo a sus órdenes, respondió a una chica que le hizo saber su reticencia a
saltarse las normas (cuyo cumplimiento estricto implicaba no terminar el trabajo en el plazo que tenían), con la siguiente y desafortunada frase: Por
Dios, hija, las leyes, como las mujeres, están para violarlas. La chica,
atónita, salió a fumar afuera y comentó el asunto con alguien, que a su vez,
etc. En unos minutos, toda España sabía lo que había dicho este sujeto. El tipo
hubo de dimitir de su puesto y se hundió para siempre en el descrédito y el
olvido. Yo, de hecho, ni siquiera me acuerdo de cómo se llamaba.
Otro caso. Una forofa del club de
segunda división Llagostera se puso a insultar al jugador negro del equipo
rival Koné y, en el paroxismo de su exhibición de mala educación, ignorancia y
racismo, se puso a hacer el baile del gorila, con tan mala suerte que alguien
captó la foto de su desvarío que, unos minutos más tarde, estaba en los
periódicos de toda España. Encima estaba rodeada de niños. Sucedió en mayo de 2014. Aquí la foto.
Respecto a este caso, siempre me
he preguntado quién fue el que hizo esa foto, que parece tomada desde el
césped. ¿Tal vez un periodista que saltó un momento al campo? ¿O quizá algún
vecino que le tenía manía y quería hundirle la vida? Porque las consecuencias sociales para esta señora fueron terribles. El club Llagostera tardó sólo un día en
expulsarla como socia y le prohibió entrar al campo para siempre. Hasta aquí
normal (más o menos). Pero es que esta pobre mujer se quedó también sin
trabajo. Resulta que era taquillera del Barça y que los rectores de este club
la identificaron por la foto y la despidieron fulminantemente. Le hicieron un
ERE individual exclusivo.
Otro caso, ya comentado en este
blog. El del dentista de Minneapolis que mató al león Cecil de Zimbabwe. A este
hombre nadie le fotografió en ese trance (la foto de la izquierda es de otra de
sus fechorías de cazador compulsivo). Lo que pasa es que el corrupto gobierno
del octogenario Robert Mugabe encontró en el incidente un asunto con el que
distraer a su pueblo de las condiciones de miseria y retraso a las que su
tiranía está llevando al país. Y montó un escándalo considerable al respecto
movilizando a todo su ejército para que identificaran al autor de la tropelía.
Se sabía quiénes eran los cómplices locales que le habían ayudado y supongo que
los torturaron a fondo para que cantaran. Primero intentaron despistar
diciendo que había sido un español, pero al final dieron el nombre del tipo.
Unas horas más tarde, su clínica estaba como ven abajo.
Abrásate en el infierno, dice el
cartel más grande. Nada menos. Todos los ecologistas del estado acudieron allí
a cagarse en su padre, le llenaron la fachada de carteles y montaron guardia
para que no entrara ningún cliente. Se manifestaron delante de la clínica día y
noche hasta que se cansaron. El tipo tuvo que cerrar el negocio y esconderse
casi bajo tierra. Meses después, reapareció con dos narices a reabrir la
clínica y abajo ven lo delgado que estaba, después de esos meses escondido pasando un verdadero calvario. Parece que hubiera envejecido varios años.
La historia de este dentista me
recuerda a la del pollero de mi barrio, que tuvo que cerrar el negocio después
de meses de sufrir agresiones, rotura de cristales de su tienda y pintadas cruzadas sobre
su escaparate con tinta roja, firmadas por un fantasmal Frente de Liberación
Animal y renovadas cada vez que las limpiaba. Asesino, era lo más suave que le
decían. Ahora tengo yo que ir a comprar el pollo al Carrefour Exprés, que está mucho
más lejos.
La ira colectiva es algo manipulable.
Muy fácil de prender y muy difícil de contener. Lo saben bien en los países
musulmanes, donde un simple rumor sobre la existencia de unas caricaturas de
Mahoma, o de que alguien se ha limpiado el culo con hojas arrancadas de un Corán,
hace que la gente salga encolerizada a la calle y se produzcan graves
disturbios, frecuentemente con muertos. La ira colectiva es algo que contagia incluso a los que no conocen el motivo que la provoca. Hace muchos años, en un
festival de jazz de San Sebastián, asistía yo a un concierto en el que actuaban
sucesivos músicos. Uno de ellos, nada más salir empezó a tocar una guitarra de
aires facilones y todo el público se puso a abuchearle. Decían que eso no era
jazz. De pronto descubrí a una chica de mi grupo subida en una silla vociferando
grandes insultos al pobre guitarrista. No la tenía yo por muy experta en
estilos musicales, así que le pregunté por qué gritaba de aquella manera.
Respuesta: ¡Ah! No sé. Como todo el mundo le chilla…
Es hora ya de que vean el vídeo
de la reportera húngara Petra Laszlo, dando patadas en la espinilla a niños, y
poniendo la zancadilla a un sirio que corría escapando de la policía con su
hijo en brazos. Otro periodista fue el que grabó estas escenas y las difundió
por el mundo. Resultado: esta señora fue despedida también de forma fulminante
de la cadena para la que trabajaba.
La reflexión que quiero hacer
sobre estos hechos parte de una afirmación incontestable. Todos estos señores y
señoras (bueno, excepto el viejo pollero de mi barrio) desarrollaron conductas
indefendibles. Tuvieron la mala suerte de que esas conductas se grabaran en los
nuevos medios de difusión y se convirtieran en virales, pero eso no quita que
sean indefendibles. Ahora bien, la reacción de la sociedad ¿no es un poco
excesiva? ¿Hacía falta que a la señora del baile del gorila la echaran de su
puesto en las taquillas del Barça? Si vuelven a la foto, verán en la esquina
superior izquierda a un respetable abuelo que también está señalando al jugador
Koné, y quizá se esté cagando en su padre o llamándole negro de mierda. Sin
embargo, a este señor no lo ha repudiado la sociedad. Hay mucha hipocresía en todo esto
y no puedo dejar de señalarlo. Si alguien le preguntara al señor que increpa (y
probablemente insulta) al jugador Koné, qué le parece la actitud de su vecina
de grada, seguro que la pondrá verde y dirá que está muy bien expulsada de su
equipo y del trabajo. Como los atletas y los ciclistas cuando se les pregunta
por un compañero al que han pillado en un control anti-doping. Todos a una dicen que es
un cabrón y que perjudica a los que, como ellos, practican limpiamente deporte. Pero todos están hasta las cejas de productos que les ayudan a mejorar
sus marcas.
En el colmo de ese fariseismo
generalizado, resulta que el padre de familia al que le pone la zancadilla
Petra Laszlo, ha alcanzado el estrellato. Alguien ha averiguado que se ganaba
la vida como entrenador de fútbol en Damasco. Y ahí ha salido el Getafe Club de
Fútbol a ofrecerle un trabajo. Me extrañaba a mí que un club tan casposo como
ese adoptara una decisión tan certera en el postureo solidario. Ahora ya
sabemos quién está detrás. Nada menos que el Ser Superior. El SS, que ya sabemos que es un águila. Olvidaba que el Getafe es una sucursal de su club, hasta el punto que su presidente es también socio de este. El viernes
estuve con los urbanistas suizos en el restaurante del Santiago Bernabeu. Allí, en un lateral había una pantalla de televisión que nos obsequiaba con una
grabación en sin fin de la cadena Real Madrid TV. Y allí pudimos ver todo el
rato la imagen con la que cierro este post. Tengan cuidado, no vayan a meter la
pata y cagarla ustedes también. Hay mucho personaje por ahí a la caza de escenas potencialmente virales. Luego los efectos son irremediables. Por mi parte, voy a ver si alguien me pone la zancadilla y me convierte en un héroe. Buenas
noches, amigos.
Acuérdese también del tipo que lanzaba una patada de kárate directa al tobillo de una chica que esperaba tranquilamente el autobús en Barcelona. Fue uno de sus amigos el que grabó la escena y la subió a las redes.
ResponderEliminarBueno, en este caso se trataba de un comportamiento delictivo. Mi texto no se refiere a este tipo de conductas. El hecho lamentable que tu recuerdas es como el de los que se graban a 200 kms/hora en el coche, o conduciendo sin manos. Estos son tan burros que no se dan cuenta de que, subiendo los vídeos a la red, cavan su propia tumba. Lo que si tienen en común es el rechazo social de por vida. El autor de esa patada alevosa, supongo que se tendrá que cambiar de nombre y de ciudad. Este tipo de rechazo, antes sólo se le dispensaba a ciertos delincuentes. A mí lo que me sorprende es que se use con alguien que mata a un león en una cacería, hace la danza del gorila o pone una zancadilla a un tipo que huye de la policía. Eso es lo que me resulta nuevo y por eso escribo sobre ello.
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