Asisto la otra tarde a un debate
sobre el futuro de Madrid, organizado por la Cadena Ser, dentro de un ciclo de
programas radiofónicos que se llama precisamente Madrid Futura, en el que ya ha
intervenido entre otros el presidente de la Comunidad Autónoma. Entre los
participantes se anunciaba al señor Ruiz-Gallardón, ex alcalde de la ciudad,
retirado no ha mucho a sus aposentos domiciliarios, retiro escenificado con surtido
de pucheros de despecho, mohín ofendido y airado rictus de “España no se merece un político de
mi categoría”, todo ello motivado por el fracaso de su denostada Ley del
Aborto. Como mis amigos saben que soy un defensor a ultranza del proyecto
Madrid Río, a menudo me preguntan: ¿Cómo es posible que un señor capaz de impulsar
un proyecto como ese, que hacía que todos lo situáramos en el ala más centrada
del PP, luego sea el mismo que promueve una ley tan retrógrada como la del
aborto? ¿No era este mismo el que oficiaba bodas de homosexuales?
Yo tengo una teoría. Creo que
este hombre es un político ambicioso, que quería llegar a lo más alto
(presidente de España, o de Europa, o del mundo mundial), y ha tenido la mala
suerte de encontrarse con un tapón en su carrera hacia lo más alto. El tapón se
llama Rajoy, un caballero del que, como buen gallego, es difícil saber si va
para un lado o va para el otro, indefinición capaz de desesperar al aspirante
de nervios más templados. Ante eso, la reacción de Ruiz-Gallardón ha sido como
la de esos conductores ansiosos, a los que en este blog hemos dado en llamar tontol’audis. Cuando un tontol’audi se
encuentra en su camino con un vehículo lento que entorpece su marcha acelerada,
lo que suele hacer es intentar adelantarlo por la izquierda, por todos los
medios; luego por la derecha. Si no puede por ningún lado, se pega al lento, lo
encima como un defensa al delantero centro, asoma por un lado, asoma por otro, si
pudiera volar, lo haría. Y en una de esas, a veces se estrella.
Pues eso es lo que ha hecho
Ruiz-Gallardón: primero intentar pasar a Rajoy por la izquierda (Madrid Río, extensión
del Metro de Madrid). Al ver que no podía, ha intentado adelantarlo por la derecha
(Ley del Aborto). Finalmente se ha estrellado. Aunque a este tipo de personajes
nunca hay que darlos por muertos y enterrados. Con esa idea, pensando que su
aparición en una tribuna pública sobre urbanismo era una forma de escenificar
su resurrección política, me presenté en el debate, que se celebraba en la sede
del Colegio de Arquitectos. No es que sea yo un forofo acérrimo del señor
Ruiz-Gallardón, a quien nunca he tenido oportunidad de saludar en persona. En
realidad me movía más bien una curiosidad malsana, la de comprobar si el tipo
olía a naftalina, después de tantos meses en el armario (político).
Pero mi gozo en un pozo. Ruiz-Gallardón
no se presentó. A pesar de estar confirmada su asistencia desde quince días
antes, la misma mañana del acto excusó su presencia, en base a un problema familiar grave. Eso es lo que explicó el decano del Colegio, uno de los participantes
en el acto, con gesto compungido acorde con la expectación frustrada del
público. Un público que no se creyó tal explicación y acogió el anuncio con
sonoros murmullos de incredulidad y desaprobación. Yo no tengo motivos para
dudar de la explicación del decano. Sólo digo que el público presente la entendió
como una excusa o, por decirlo en términos taurinos, como que el tipo había dado la espantá. Supongo que saben
que el mayor especialista en espantás taurinas que se recuerda fue Rafael el
Gallo, que acostumbraba a echar un ojo a los toros que debería de lidiar por la
tarde. Si alguno de ellos no le miraba bien, se negaba a salir al ruedo, lo que
le llevaba a pasar la noche en comisaría, en medio de un escándalo mayúsculo.
Lo hizo varias veces a lo largo de su carrera, pero lo seguían contratando
porque, cuando no le daba el barrunto, componía unas faenas extraordinarias.
Tal vez Ruiz-Gallardón echó un ojo al público que venía al acto y, a la vista del ganado presunto (con perdón), decidió
caerse del cartel.
A falta del primer espada,
hubimos de conformarnos con la presentación a cargo de la señá Alcaldesa y la
participación en la mesa de la concejala de urbanismo. De estas dos señoras no
puedo hablar hasta dentro de dos meses, aunque ya anticipo (como he dejado
constancia en algún post anterior) que a la Alcaldesa sólo tengo un tema que
recriminarle, asunto que aclararé en su momento, aunque tienen mi venia para
jugar a adivinarlo. Por lo demás, he de decir que su presentación me pareció
correcta, que habló relajada y confiada, que de vez en cuando miraba de reojo
sus papeles para comprobar algún dato numérico, pero el resto pareció
desarrollarlo de memoria. El contenido de su discurso supongo que se lo
escribieron, como es lógico, pero insisto en que lo dijo con soltura y convicción.
Quizá ha cogido tablas con los años, o tal vez su anunciado retiro de la
política le ha quitado presión.
Al final de su intervención,
aplausos. Entonces, se marchó. Era lo previsto; ella sólo estaba invitada a
presentar el debate. Aunque también podría haberse quedado hasta el final. Pero hizo lo
que suelen hacer los primeros espadas, algo que no me parece especialmente mal. En cambio sí me
parece, cuando menos, antiestético que, al salir la señá Alcaldesa, no menos de
30 personas del público se levantaran y se fueran tras ella. Imagino que tres o
cuatro serían escoltas. Pero, ¿el resto? Pues juzguen ustedes mismos. Es una
escena que me ha tocado presenciar muchas veces en los últimos tiempos y que revela la desconexión
radical que existe entre los políticos y el pueblo al que dicen representar.
Esos treinta personajes que van exclusivamente para arropar a su jefa y luego
se largan porque el debate se la sopla, forman una cohorte de paniaguados,
pelotas, soguillas y carromeretes.
Cuando Ruiz-Gallardón desembarcó
en el Ayuntamiento en 2003, se trajo una amplia guardia de corps formada por personajes de ese jaez, provenientes de las estructuras de la Comunidad de
Madrid. Esta gente, que llegó meando colonia y tapándose la nariz por lo mal
que olíamos los funcionarios de la casa, no se marcharon detrás de su jefe cuando éste se fue a redactar leyes abortivas y crear tasas judiciales. Por el contrario, todos se quedaron y copan ahora
los mejores puestos de la estructura municipal. Y se quedaron sólo por un
motivo: porque ganan más dinero que en la Comunidad, a donde ninguno quiere
volver, o en el Ministerio, donde su líder les ofrecía acomodo. Son una casta postiza, impostada, que vinieron como moscas a la mierda,
o como buitres a la carroña. A esta casta carroñera también le quedan dos
meses. Porque, si gana Esperanza, los mandará a todos por donde vinieron. Y si
gobiernan otros, ídem de ídem. Uno de los placeres más refinados que
disfrutamos los funcionarios en estas fases de transición es contemplar la cara de funeral que se les empieza a poner a algunos por estas
fechas.
Del pelotón que salió en tropel
al terminar la intervención de la susodicha, tengo que señalar una excepción. El jefe local de Protocolo es un tío
estupendo. Se llama Arespacochaga, y creo que es hijo del alcalde tardofranquista
de la ciudad (si no, será sobrino, porque, con ese apellido…). Este señor es un
profesional y lleva en el puesto desde los tiempos de Álvarez del Manzano.
Cuando yo fui importante, tuve que negociar con él determinados asuntos y su
trato fue siempre exquisito. En aquellos tiempos solíamos llamarle Paco Chaga,
un mote que no le hacía demasiada gracia, pero que soportaba con educado estoicismo.
Bien, pues el otro día, allí estaba Paco Chaga, controlando todos los detalles
del acto, como siempre de pié en un lateral para vigilar a la vez el escenario
y el público mientras hablaba su jefa. Al final, Paco Chaga, salió con el pelotón pero, tras acompañar a la alcaldesa hasta el coche, regresó y ocupó de
nuevo su puesto de vigía, para pulsar las repercusiones del discurso.
Fue el único que volvió.
Me alegré de ver otra vez a este buen hombre después de tantos años. Paco Chaga es un elemento encantador, un representante
de los viejos funcionarios de la casa. En cambio, los de la casta carroñera
actúan como un lobby mafioso, se protegen unos a otros, intrigan en la sombra,
se guardan la información y siguen tapándose la nariz cuando se cruzan con
nosotros. Yo espero que se vayan pronto
con viento fresco. Mientras tanto,
griten conmigo: ¡¡¡¡¡LA
CASTA CARROÑERA / FUERA, FUERA, FUERA!!!!!
O sea, que, si se van, como los palmeros de doña Botella, mal. Y si se quedan, como los sicarios de Gallardón, también mal. Usted es que no se conforma con nada.
ResponderEliminarDando por supuesto que está de coña, pues gracias por su comentario, tío ganso.
EliminarSu grito final revela que conoce usted bien a Valle Inclán, o al menos Luces de Bohemia.
ResponderEliminarComo decimos en mi tierra: efetivamente. Es usted un auténtico cráneo privilegiado.
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