Vuelvo de correr por el Retiro y
constato que aun me duele la rodilla derecha. Los viejos es lo que tenemos: no
sólo nos hacemos más daño con los golpes, sino que además nos cuesta el doble
recuperarnos. Intento seguir siempre adelante, mientras continúo la apasionante
lectura de El Impostor, de Javier Cercas, mantengo mi programa de
carreras y natación y hago también por sobrevivir a la sobredosis de eventos de toda clase a
los que me apunto de forma compulsiva, sin aplicar criterio selectivo alguno,
porque en todos encuentro algo de interés, alterno con gente nueva, me reencuentro con amigos a los que doy la paliza de forma inmisericorde, escucho discursos a
veces interesantes, aprovecho para observar al personal y mantenerme al día de
lo que se cuece por ahí, hago nuevos contactos y, en último caso, a veces me
soluciono el aperitivo o la cena.
Dice Cercas que Enric Marco somos
todos, conclusión con la que estoy plenamente de acuerdo: yo también soy Enric
Marco, lo único es que voy un poco retrasado. Ese señor se inventó una vida
imaginaria para huir de su realidad gris, tediosa y carente de toda brillantez,
pero lo hizo a los 50, igual que Don Quijote, mientras que yo me he inventado
esta especie de realidad paralela que es mi blog, pero lo he hecho pasados los
60, porque en realidad, hasta que llegó la tía Ana con la rebaja, yo no tenía
constancia de que mi vida fuera gris, aburrida y mediocre. Es más, yo me lo
estaba pasando de cojones en el trabajo, y también fuera, pero de pronto me
encontré desposeído de mis responsabilidades y tareas al servicio de la ciudad
y, a la vez, obligado a cumplir de manera obsesiva un horario absurdo y
desmesurado, desatino acentuado por un destierro laboral que me transportó a las oscuras tierras exteriores, más allá de
The Edge of the Town. Este blog fue
mi forma de no volverme loco y he de darles las gracias a ustedes, mis fieles
seguidores, por la parte que les toca en el invento.
Por cierto, otra de las
conclusiones demoledoras de Javier Cercas es la siguiente: El novelista es un
mentiroso que dice la verdad, porque la creación literaria es, finalmente, una
forma de verdad. Pues sobra todo comentario: el personaje protagonista de este
Blog es también un mentiroso que dice verdades. Y, también aquí, hay una
disociación entre el Emilio real (con una vida íntima de la que no se cuenta
nada en este foro, al que le pasan putadas, se le mueren seres queridos y tiene
momentos de bajón como cualquiera) y su vanidoso alter ego, ese tipo siempre
optimista, inasequible al desaliento y capaz de salir airoso de las trampas y
obstáculos a que le somete el autor, que soy yo.
Esto de los alter egos no es un
concepto original. Entre los escritores es un recurso bastante frecuente. La
forma más ligera de conseguirlo es el seudónimo, un truco bastante corriente, a
menudo usado como forma de camuflar una identidad seria tras un texto de
género: ayer falleció en Barcelona el gran Francisco González Ledesma,
autor de más de mil novelillas del Oeste con el seudónimo Silver Kane. Cuando yo era estudiante,
en la Universidad fluía un tráfico de esta seudoliteratura, que se editaba en
tamaño media cuartilla (lo que permitía guardarlas en el bolsillo de atrás del
vaquero) y que usábamos para relajarnos, sobre todo en época de exámenes. En la
serie Clásicos del Far West, Silver Kane y Keith Luger (otro seudónimo)
eran sin duda los autores de mayor nivel de calidad, muy por delante del famoso
Marcial Lafuente Estefanía, que a mí me resultaba un poco moña y empalagoso.
Conocido es también el caso de
Boris Vian, que escribía novelas policíacas casi tan buenas como el resto de su
obra, con el seudónimo Vernon Sullivan. Pero, cuando el tema del
seudónimo se lleva más allá, de forma que esa identidad falsa se convierte en
una persona de carne y hueso, de la que se propagan datos ciertos (incluso
hasta fotos), entonces hay que hablar de heterónimos. El autor que llevó
el asunto hasta un límite inalcanzable para los demás fue el gran poeta
portugués Fernando Pessoa que, a lo largo de su carrera literaria, fue capaz de crear nada menos que 72
heterónimos. Machado, por ejemplo, tenía un heterónimo bien conocido, al que
cuidaba con mimo: Juan de Mairena, autor de varios libros, caracterizado como
profesor de retórica y gimnasia, al que don Antonio atribuía un origen
sevillano, y al que hizo morir en 1909 en Casariego de Tapia, municipio
imaginario conseguido bailando el toponímico de la bonita aldea asturiana de
Tapia de Casariego.
En un famoso pasaje,
Mairena/Machado reflexiona en clase sobre el estilo literario barroco, al que
critica por su retoricismo exagerado y su hueca palabrería, mientras él
prefiere la sencillez escueta y elegante de otros estilos de prosa. Se dirige
entonces a un alumno: –Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa».
El alumno escribe lo que se le dicta. –Vaya usted poniendo eso en lenguaje
poético. El alumno, después de meditar, escribe: «Lo que pasa en la calle». –No está mal –concluye Mairena.
Evidencia este pasaje, entre
otras cosas, que Machado utilizaba correctamente la palabra evento, no como
suele usarse hoy en día por influencia latinoamericana. Evento es una
palabra latina que viene de eventum, ex-ventum, es decir, algo que es venido
de fuera, del exterior. Si atendemos a su significado etimológico, evento es
algo que sucede inesperadamente y sorprende a los que lo observan. La RAE contiene
tres acepciones de la palabra. La primera, acaecimiento o cosa que sucede. La
segunda, eventualidad, hecho imprevisto o que puede suceder. Sólo la tercera
habla de acto importante y programado, de índole académica, artística o
deportiva, pero la caracteriza como propia de Cuba, El Salvador, Perú, Uruguay y Venezuela. Está un poco retrasado el diccionario, porque esta tercera
es la acepción más utilizada en este momento, también en España.
Los eventos no sólo son
programados y organizados, sino que ahora mismo son uno de los negocios
emergentes más lucrativos. Por ejemplo, el local que ocupa la planta baja de la manzana de mi casa ha sido alquilado
hace poco a una empresa que se llama Hub
Madrid y organiza eventos. Les confieso que no sé muy bien en qué consiste esto de los eventos
pero, por lo que he podido ver (o, más bien, oír), la cosa va de ponerse ciegos de
vino, cerveza y pinchitos, hablar muy alto para vencer el sonido ambiente,
megafonía de alta gama, música a volumen brutal, un locutor que dice chorradas y
grandes ovaciones celebrando dichas chorradas. Eso es lo que llega a mis
ventanas (por suerte, nunca después de las 12 de la noche). Tal vez no
lo entienda por viejo y sea ésta una característica más de los sexagenarios: nos
hacemos más daño al caernos, nos cuesta un huevo recuperarnos y no entendemos
esto de los eventos.
He bajado varias veces y he
intentado infíltrarme, pero entonces te piden la entrada. ¿Será ése el negocio? Sin embargo, por lo que he podido intuir, la mayoría de
los asistentes a estas cosas, vienen invitados. Creo que los que pagan aquí son
cuatro pringaos. Los otros entran de baracalaufe –nombre con que designaba
mi padre este tipo de fórmula. De niños, solíamos ir con él a algún concierto,
obra de teatro o partido de futbol y enseguida te señalaba la tribuna de
autoridades: –¿Ves toda aquella gente de allí? Todos esos han entrado de
baracalaufe.
Con estas enseñanzas y
aprendizaje heurístico sobre los
eventos, pues este domingo pasado me ha tocado asistir al evento por excelencia: la
feria ARCO. Resulta que los de la Delegación de Hong Kong en Europa, han
decidido que su ciudad es una meca potencial de este sector de negocio y se han
lanzado a comprar arte como posesos. Y el domingo a mediodía montaron un
cóctel en la feria, para publicitar su aterrizaje en el mundillo. Después de
cuatro años de participar en su Fiesta del Año Nuevo chino, me tienen en el
mailing y de ahí el que me convocaran también a esto. Así que el sábado a las
13.30, allí estaba yo con mi terno de entretiempo, dispuesto a participar en el
sarao. Les ahorraré las dificultades que tuve para entrar: no me tenían en la
lista de la puerta de la Feria y después de muchas idas y venidas, hube de
poner en la balanza el bigote blanco, la cara de buena persona, etc. para que
me creyeran y me facilitaran un pase VIPS con mi nombre escrito a mano, lo que
me daba derecho a sumarme al baracalaufe.
Encontré el lugar del festejo, me
puse bien de vino verdejo de Rueda, practiqué un poco de inglés y francés con
desconocidos, me atiborré de pinchos de todas clases (esa noche ni cené) y,
bien cargadito, aproveché para darme una vuelta por los diferentes stands, para
ayudar además a bajar el nivel de alcohol en sangre, por si luego me paraban
los del antidoping. Hacía mucho que no venía a esta feria, porque no suelen
invitarme y no estoy dispuesto a pagar los 40 o 50 euros que vale la entrada. Encontré
el mundo del arte como de costumbre. Valores seguros como Manolo Valdés, Millares, Tapies, Antonio López.
O Juan Genovés, cuyos últimos cuadros son vistas cenitales de multitudes en las
que, si uno se acerca, advierte que las personillas están hechas de
tornillitos, trozos de plástico y pegotones de pintura (abajo una muestra).
Lo que sí era novedoso para mí
era que todo el mundo hacía fotos de las obras de arte con sus móviles. Así que
eso mismo hice yo. Donde fueres, haz lo que vieres. Abajo les pongo también otra imagen. El cuadro se llama El origen del mundo y está formado por bragas
rojas, de las que la gente se pone el día de Nochevieja, componiendo una
especie de mandala. Si lo llega a firmar un hombre hubieran dicho que era un
machista ajqueroso, pero la obra es de una mujer que se llama Pilar Albarracín.
Me acerqué a verlo y me pareció que las bragas estaban sin usar, tal vez
hubieran sido más auténticas con unos cuantos palominos.
En fin, que esto del arte no es lo mío. La feria Arco moviliza una cantidad de dinero
estratosférica, y por eso están los chinos por medio. Y lo sorprendente es que dura
apenas tres días. Al final creo que está bien el uso de la palabra evento. Evento
es también algo efímero, como las Fallas de Valencia. Y está bien que las
ciudades tengan instalaciones permanentes para albergar acontecimientos
efímeros, de quita y pon. Tal vez las sociedades también sean todas Enric
Marco.
Duerman bien. Y dejen de mirar las bragas, a ver si se les va a alterar el sueño.
¿De verdad se leían esas noveluchas en la Universidad de los setenta?
ResponderEliminarSí, igual que ahora se utilizan los juegos de ordenador. En tiempos de exámenes necesitabas algún pasatiempo con el que relajarte y, por entonces, no habían llegado los sudokus y los crucigramas se consideraban cosa de viejos. Yo tenía un amigo que administraba una reserva de "Clásicos", como se designaban coloquialmente, y siempre tenía alguno a mano, por supuesto usado, para prestártelo. Tenían además la virtud de que no hacía falta terminárselos: cuando te aburrías, lo hacías correr y se lo pasabas a otro.
EliminarPues, entre los clásicos, los más valorados eran los de Silver Kane, que estaban primorosamente escritos y contaban historias contundentes, que te enganchaban. No en vano, Ledesma, en su faceta seria, está considerado como el padre de la novela negra española, varias veces premiado y con un personaje arquetípico: el comisario Méndez.
Me gusta mucho lo del baracalaufe, mi padre lo usaba también con un sentido más amplio, que abarcaba toda clase de sinvergonzonerías. Él usaba indistintamente baracalaufe, mogiganga, trapisonda y otras palabrejas cada vez menos usadas, aunque los conceptos a que aludían siguen presentes.
ResponderEliminarDesde luego que sigue vigente la costumbre. Yo creo que en ARCO no había pagado ni el Tato.
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