Crece la preocupación por el
órdago sostenido del llamado Ejército Islámico (EI), contra el universo occidental,
este mundo que nos ha costado tantos siglos de esfuerzo construir, en el que
hay muchas injusticias y desigualdades, pero en el que los derechos humanos se
van poco a poco abriendo paso, la pena de muerte se va viendo relegada a
lugares cada vez más minoritarios y la mujer ha logrado unos niveles de
igualdad nunca antes conocidos y al menos nadie le obliga a taparse entera como
un fantasma fúnebre. Algunos plantean este desafío como una lucha entre religiones o civilizaciones,
pero es falso. Yo creo que se trata de unos bárbaros que amenazan
nuestro mundo desde fuera, que quieren regresar a la Edad Media para dominarnos
y hacernos pasar por el aro. Implantar la lapidación y la degollina como expresiones
normativas y ponerle un burka global a nuestra sociedad. La Edad Media contra el mundo digital del Siglo XXI.
Pretensión tan absurda y contra
natura, era previsible que no lograra un nivel de seguimiento mundial muy
numeroso pero, sorprendentemente, ahora resulta que hay cientos de europeos que
viajan camuflados a Turquía para luego cruzar la frontera y sumarse a los
yihadistas. En la mayoría de los casos se trata de hijos de inmigrantes, sobre
los que ya se ha hablado aquí con motivo del atentado de Charlie Hebdo.
Personas jóvenes de origen árabe que han nacido en occidente, de padres más o
menos integrados en un mundo en el que nadie les impide practicar sus ritos y
sus costumbres de origen. El problema es que estos árabes de segunda generación
se ven discriminados por su color, su nombre o su acento, con la excepción de la
élite de los más listos, a los que se facilita el acceso a la universidad. El
resto ven muchas puertas cerradas, mientras que los blancos, en muchos casos, encuentran
su vida resuelta por familia, sin que tengan necesidad de ser unos lumbreras.
Esta situación lleva a muchos de
estos hijos del gueto a situaciones relacionadas con la delincuencia, la droga, la
marginación y la degradación personal. En ese caladero pescan los fanáticos,
ayudados por ciertos predicadores de las mezquitas que animan a la guerra
santa. Muchos de estos desclasados ven aquí una oportunidad de reivindicarse,
de pasar de ser unos don nadie en sus barrios suburbiales a convertirse en
héroes que degüellan a sus oponentes sin que les tiemble el pulso. A estos se
unen toda clase de infelices y paranoicos, como el joven australiano de rostro
angelical que hace poco se inmoló en algún mercado iraquí, según la noticia que
pueden consultar AQUÍ.
Y mujeres como las tres adolescentes de origen sirio que huyeron hace poco
juntas de sus acomodados hogares británicos.
Cuesta creer que un movimiento
tan cruel pueda arrastrar a las masas y yo quiero imaginar que en su nivel de
crueldad y barbarie tienen su propio talón de Aquiles, pero eso no quita para
que en los próximos días tengamos que asistir a nuevas barbaridades de esta
gente, debidamente filmadas y difundidas en la red, previo montaje cuidadoso
que incluye música, cámara lenta y fundidos a negro. El mundo del siglo XXI
debería estar unido para defenderse de estos nuevos bárbaros, pero lo cierto es
que seguimos a nuestras cosas. Seguimos con nuestras peleillas con Putin y con
personajetes como Maduro. Seguimos interesados por los efectos de los pedos de
Draghi y los desafíos de Tsipras, por no hablar de nuestros problemas locales,
como la amenaza de triunfo de la Marquesa del Cha-cha-chá. Discutimos sobre galgos y podencos mientras ellos avanzan y cortan cabezas.
Nuestro mundo está en peligro,
pero ya nos hemos acostumbrado a convivir con ese riesgo, ante el que, a nivel
individual, poco podemos hacer, salvo tocar madera y confiar en que no se nos lleve
por delante alguna bomba o tiroteo. Total, ahora tenemos que vivir también
pendientes de los terremotos. Hace año y pico hubo uno en Madrid que fue como un golpe
seco, del que ya les conté que me pilló literalmente sentado en la taza, sin
sospechar que eso me ponía en contacto íntimo con las fuerzas telúricas. El del
otro día me sorprendió sentado poniéndome unos calcetines de deportes para
salir a correr. Mi sensación fue como si alguien que me tuviera cogido por el
cuello me diera tres sacudidas enérgicas sucesivas. Como estaba solo, comprendí
que se trataba de un terremoto. Luego hablé con compañeros y amigos que no sintieron nada y
alguien me explicó que no era lo mismo estar sobre la falla, que más alejado.
Está claro que yo vivo encima de la puta falla.
Mientras preparamos las Fallas de
Valencia, todos estamos en riesgo alto de atentado yihadista y espero
que, en este caso, no me pille también encima de la falla. Cuando los atentados del 11-M,
mucha gente pensó que era ETA y otra mucha que era Bin Laden, en castigo por la
foto de Aznar en las Azores. Ya entonces yo defendí que ni lo uno ni lo otro,
que nos atacaban sólo por ser occidentales, como a los bailones de la discoteca
volada en Bali. Los fanáticos atacan donde pueden, preparan estas cosas con
tiempo y cuidado y nos eligieron porque en ese momento andábamos con la guardia
baja. Luego sacaron lo de que un día fuimos Al-Ándalus como una excusa complementaria. Ahora las investigaciones más serias han determinado que el atentado estaba preparado desde mucho antes de la foto de las Azores.
Cuando lo de Charlie Hebdo yo
mostré mi cabreo echando en cierta forma la culpa a unos dibujantes que
provocan al monstruo con un producción humorística que a mí me hace poca
gracia. Ahora creo que estaba equivocado y pido disculpas. Los yihadistas, aquí
también atacaron donde y cuando pudieron. Además, ahora tienen este nuevo sistema de mantener células durmientes o lobos
solitarios que pueden actuar por su cuenta cuando les parezca oportuno. Así han
funcionado en Copenhague, en el Maratón de Boston, en Gran Bretaña (el tipo que acuchilló a un soldado
por la calle) y tantos otros. ¿Será el próximo en España? Pues tocaremos
madera.
En cualquier caso, las
principales víctimas de estos descerebrados son los musulmanes moderados. Arriba
tienen una imagen de la entrada del EI en una ciudad del norte de Irak. Hace dos o tres años, una
facción de yihadistas tomó la parte norte de Mali, incluyendo la histórica
ciudad de Tombuctú e impusieron allí su régimen bárbaro durante unos meses hasta
que fueron desalojados por tropas gubernamentales con ayuda francesa (la cosa incluyó la destrucción de una serie de mausoleos de santos preislámicos que eran Patrimonio de la UNESCO). Sobre
este breve interregno trata la extraordinaria película Timbuktú (2014), que fue
candidata al Oscar a la mejor película extranjera, pero perdió con la polaca
Ida, también excepcional. Timbuktú es la quinta película de Abderrahmane
Sissako, director mauritano criado en Malí, formado en la escuela de cine de Moscú
a donde acudió con una beca y que actualmente vive en Francia.
La película cuenta cómo se ve
afectada la vida cotidiana de una pequeña aldea cerca de Tombuctú por la
llegada de los yihadistas, que imponen inmediatamente la sharia causando terror
y graves molestias a una población que hasta ese momento vivía tranquila con
sus costumbres milenarias lejos del mundanal ruido. El film, que no incluye
ninguna escena violenta, muestra el absurdo de esta nueva situación en la que
se prohíbe la música, el cine, el fútbol, el alcohol y el tabaco bajo amenaza
de graves penas. A las mujeres se las obliga a vestir de negro y llevar
calcetines. Y la cámara busca también la vida cotidiana de estos soldados del
miedo, muchos de ellos imberbes, que se dedican a discutir si Messi es mejor
que Zidane, a pesar de haber prohibido el fútbol. Les recomiendo que la vean si
pueden. No hay mejor retrato del absurdo de esta lacra del mundo moderno
contado además por un musulmán. Mientras tanto les dejo AQUÍ
una crónica de esta maravillosa película.
A la espera del próximo atentado, que pasen ustedes un buen domingo.
¿Dices que se refleja también la vida cotidiana de los yihadistas? No pensé que esos locos se dejaran filmar.
ResponderEliminarA lo mejor no me he explicado bien. La película no es un documental. Es una recreación con actores en su mayoría no profesionales. Ni siquiera pudieron rodar en Mali; tuvieron que ir a unas pequeñas aldeas de Mauritania, cuyos habitantes colaboran en el proyecto como secundarios y figurantes, arriesgando la vida si un día el fanatismo llega de verdad hasta allí. Y, desde luego, se rodó cuando Tombuctú había sido ya liberada.
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