I got a right to be wrong. O sea, tengo derecho a equivocarme. Es
una hermosa canción de Joss Stone. La verdad es que no sé cómo he podido
llegar al post 361 sin haber hablado de Joss Stone. Joder, qué pedazo de voz,
qué pedazo de tía. Y sólo tiene 27 años, es un poco mayor que mis hijos y
podría ser casi mi nieta. Más abajo les hablo de ese portento de mujer. 27 son
también los años que tenía el copiloto Andreas Lubitz. Estaba escribiendo mi
último post, cuando me asaltó la sorprendente explicación del accidente del
avión alemán. Es difícil ser positivo después de una tragedia colectiva de la magnitud de la
ocurrida en los Alpes. Pero, aunque resulte monstruoso, yo estoy más tranquilo
después de saber la verdad. Porque esa verdad no pone en cuestión lo que yo ya
sabía. Que los aviones funcionan de puta madre. Que, con los modernos sistemas
de control de vuelo, es prácticamente imposible que un avión se estrelle. Por
eso circulan cada día miles de aviones sin riesgo.
La humanidad ha avanzado
muchísimo en los últimos cien años. Yo he visto ese avance en los 64 que me ha
tocado vivir hasta ahora. Yo tardaba en venir de La Coruña a Madrid dos días,
porque era imposible hacerlo en uno, con el seiscientos de mi padre. Y luego
nos íbamos a ver a mis primos de La Mancha y salíamos a cagar al corral,
cuidando que las gallinas no nos picaran en el culo. Y nos limpiábamos con una
hoja de col o con una piedra. Y hace cuatro días de eso. Y sigue siendo así en
la India profunda, allí donde reside Ruskin Bond, que tiene varios cubos de
plástico en su dormitorio para combatir las goteras. Pero ahora hay
maravillosos sistemas digitales que controlan el vuelo de los aviones, esos artefactos que
contradicen el sentido común elevándose en el aire como pájaros, a pesar de su
peso de varios cientos de toneladas. Sólo hay una cosa que el humano no
controla: los cerebros.
La actividad cerebral es pura
química. Las conexiones neuronales dependen de reacciones químicas y por eso se
han descubierto, así como por casualidad, medicamentos que operan sobre esas
conexiones y que no se sabe cómo funcionan (me lo ha dicho a mí un psiquiatra de
peso), pero que, de alguna manera, borran las conexiones anteriores, digamos que
las resetean y a veces inducen en el
enfermo psiquiátrico una especie de estado neutro que le impide sufrir y
desviarse aun más de la normalidad. Estoy hablando del litio y otros compuestos
químicos que actúan sobre este tipo de conexiones. Pero el tema es muy
delicado, porque el psicótico puede ser lo suficientemente listo como para
ocultar su psicosis y simular una normalidad que hace que nadie repare en él y
le dejen tranquilo. Es el caso de Andreas Lubitz.
El tipo era un psicópata de
libro, pero nadie lo advirtió y ninguno de los médicos que le trataron supo
anticipar hasta dónde podía llegar este joven bien parecido, que tenía toda la
energía de sus 27 años. Porque la frontera entre la psicosis y una simple
neurosis, como las que sufrimos todos, no es una línea limpia y bien trazada,
sino un contorno nebuloso. Misty
(nebuloso) es el título del hermoso tema de Errol Garner, muy conocido en la versión de la simpar Ella Fitzgerald, que
les pongo aquí abajo y que seguramente reconocerán. Y también era el tema que
daba título a la primera película que dirigió el gran Clint Eastwood en 1971, hace más de 40 años,
que se llamaba precisamente Play Misty
for me y contaba la historia de un locutor de radio en directo,
interpretado por el propio Eastwood, que todo el rato recibía llamadas de una
oyente que siempre le pedía que pusiera el Misty. La mujer era una
auténtica psicópata y la película un curioso thriller psicológico, que
anticipaba otras películas del estilo Atracción
Fatal y similares.
Uno de los indicativos de que
estamos ante un psicópata de libro es la falta de empatía con los 150 pasajeros
del vuelo, por no hablar de su propia familia, ese padre que está sufriendo la
mayor pena que puede sufrir una persona, la de ver que tu niño querido, ese
chaval que se reía a carcajadas cuando le hacías cosquillas, se ha convertido en
el monstruo despiadado capaz de hacer lo que ha hecho Lubitz. Es que yo me creo
capaz de estrellarme adrede pilotando un avión, si estuviera muy deprimido y tan
solo en el mundo que nadie pudiera sufrir por ello, pero desde luego con la condición de
que no hubiera una sola persona más en el avión. Es que la compasión y la
piedad son algo innato del ser humano. Joder, tú vas andando por la calle y una
señora se tropieza y automáticamente vas a ayudarla a levantarse. Y, si se le
cae un pañuelo, lo recoges del suelo y corres a dárselo. Eso, antes de pensar ni nada; es algo innato. Es algo innato en alguien normal. No en un psicópata. Las
personas normales tenemos el derecho de equivocarnos, desde luego, pero solemos cuidar de que esa
equivocación no implique un perjuicio para nadie. Algo que se la sopla a un
verdadero psicópata.
He dicho que estoy más tranquilo
después de saber la explicación. Está muy claro. Esa explicación no pone en cuestión
los fundamentos básicos de mi optimismo inveterado. Sigo confiando en que los aviones
funcionan y es difícil que se estrellen. También sé que hay psicópatas en el
mundo (muchos), pero con eso ya contaba. Yo camino por las calles de Madrid
consciente de que un loco me puede tirar un televisor en la cabeza, o sacar un
cuchillo y rajarme de arriba abajo, sólo porque lo he mirado mal, o él ha
entendido que así ha sido. A pesar de los adelantos técnicos, las conexiones
químicas del cerebro siguen siendo una completa incógnita para los científicos.
Y, además, todo el mundo intenta sacar tajada de esa indefinición.
Vean si no el tema del accidente
de Fernando Alonso. Los que querían evitarle culpas al coche, se inventaron que
Alonso había vuelto de su inconsciencia hablando en italiano y, más tarde,
creyendo que era un niño de diez años (versiones contradictorias entre sí, pero
a nadie le importó una mierda). Ahora, el tipo ha hablado por primera vez y ha
dicho que recuerda todo perfectamente, que lo que pasó es que se le bloqueó la
dirección. Que intentó frenar pero no pudo evitar el golpe de costado,
precisamente el que no mitiga el casco de los corredores y por eso se quedó un
rato inconsciente. O sea, que el coche es una mierda. Pero las versiones que difundieron
los de la marca, para echar balones fuera, no eran ningún absurdo: el año pasado,
un chaval australiano que se dio un golpe con un coche, regresó del coma
hablando correctamente en chino, un idioma que había estudiado de niño. La
conexión cerebral en la que tenía su aprendizaje de chino se reactivó la
primera. AQUÍ
tienen la noticia, para que vean que no me lo he inventado. Y, además, ya ven
que los chinos le han dado un trabajo como guía turístico.
Bueno, pues ya les voy a dejar
con unos vídeos de Joss Stone. Esta chica tiene 27 años, es de Dover (Gran
Bretaña), lleva componiendo y grabando discos desde los 16 y creo que, desde Dusty Springfield, no había escuchado cantar soul a
una blanca con tanta intensidad. Y además está como un yogur griego con miel de
la Alcarria. Les pongo unos cuantos vídeos, para que vean que no exagero.
En fin, como no soy el Papa, yo también tengo derecho a equivocarme. I got the right to be wrong. Pónganselos en pantalla grande, que la chica merece la pena, háganme caso. El último de los vídeos muestra cómo se las gasta esta belleza en directo, siempre acompañada por su guitarrista, ese tipo extrañamente parecido al humorista Eugenio. Buenas
noches, amigos.