Como saben, una de mis ocupaciones recientes y más
celebradas es la de conferenciante, en especial en la tarea de explicar y
difundir algunos de los proyectos municipales desarrollados en los últimos
años. Uno de los que más veces he tenido que contar es, lógicamente, el Madrid
Río. Tengo una presentación en power
point, con imágenes que explican completamente la génesis, desarrollo y
resultado de este proyecto tan interesante. La presentación me la he hecho yo
mismo, la voy actualizando con fotos nuevas y, normalmente, la dejo correr e
improviso mi conferencia comentando esas imágenes.
En la parte central de dicha presentación hay una
serie de parejas de fotos aéreas, de antes y después del proyecto, tomadas
desde el mismo punto de vista, que suelen ser el tramo de mi intervención que
resulta más impactante para el público. Es realmente asombroso el cambio
operado en esa zona de la ciudad. Pues bien, en una de mis conferencias,
sabedor de que en ese momento venía lo mejor, se me ocurrió decir: “Bien, lo
que van a ver a continuación es la versión moderna del lema Antes y después de tomar el chocolate de
Matías López”.
Resultado: nadie se rió. El cien por cien del público
se quedó con cara de póker. Es algo que me pasa a menudo: hago un chiste en
público y no se ríe ni Dios. Lo que pasa es que, en este caso, no era porque la
cosa no tuviera gracia. Es que nadie más que yo había oído jamás una palabra
sobre ese señor. No le busquen más explicaciones, están leyendo el blog de un
tipo demasiado viejo, cuyas referencias están tan anticuadas que muchas veces van
más allá de los recuerdos de los más veteranos entre la gente que anda por el
mundo asistiendo a conferencias.
Me lo confirmó un amigo al terminar mi charla: “Oye,
cojonudo, tío, pero ¿qué era esa mierda del chocolate que has dicho?”. En fin,
he buscado en las wikipedias y he encontrado información abundante sobre este
caballero de finales del XIX, que fue realmente un adelantado a su tiempo. No
creo haber probado nunca el chocolate que fabricaba este señor, pero a menudo
escuché hablar de él a mis padres y a mi tía-abuela Lola que vivía con la
familia y mantenía vivo el recuerdo de unos tiempos ya por entonces superados
en la fase final del franquismo. Por si ustedes comparten la ignorancia de mi
público de ese día, aquí les hago un resumen de lo que he podido recopilar al
respecto. Sirva también como tributo a un tipo que, cien años antes de que
empezara a usarse el término, fue un verdadero emprendedor.
Matías López fue un empresario chocolatero nacido en
1825 nada menos que en Sarria, provincia de Lugo. Con 19 años emigró a Madrid y
entró de aprendiz en una chocolatería de la capital. Poco después fundó su
propia empresa y empezó a fabricar un chocolate excelente, del que llevaba
personalmente muestras a las tiendas de Ultramarinos y Coloniales de Madrid,
para que su calidad se conociera por el boca a boca. Su industria fue creciendo
y, en 1875, adquirió una antigua fábrica refinadora de azúcar de El Escorial,
en quiebra y medio abandonada, por la que pagó 75.000 pesetas por los terrenos
y 125.000 por el edificio y la maquinaria. Y allí construyó una fábrica digna
de las imágenes que aparecen en la película “Charlie y la fábrica de chocolate”,
que tal vez hayan visto.
Pero si por algo pasó a la historia la fábrica de chocolates de Matías López, fue por haber sido la primera empresa española que utilizó técnicas de marketing,
creando un cartel y envase publicitario que alcanzó una gran popularidad en
todo el país. Como se ha dicho, Matías López empezó vendiendo su excelente
chocolate personalmente por las tiendas y cafés de la capital. Pero su suerte cambió cuando conoció por la calle
al publicista Francisco Ortego y Vereda, que hasta ese entonces se dedicaba
entre otras cosas a dibujar caricaturas satíricas de Isabel II y algunos de sus
ministros, lo que le costaba pasar frecuentes temporadas en la cárcel. A pesar
de que tenía fama de republicano, Matías López, monárquico convencido, lo contrató por 8 pesetas, y le encargó
que dibujase unos cartones de anuncio del chocolate, que pasaron a la historia
como los primeros carteles publicitarios de España. Aquí algunas imágenes.
Conocido popularmente en todas las ciudades españolas,
el anuncio del chocolate de Matías López significó una auténtica revolución en
el mundo de la publicidad. López fue también pionero en la costumbre de añadir
su foto a los envases, con una advertencia de que el auténtico chocolate de
López era el que llevaba su foto. Como ven en esta otra imagen, pedía en esa
advertencia que por favor se fijaran en el nombre de Matías, porque había otros
fabricantes que también se llamaban López.
Matías López fue un hombre inteligente, cordial y
trabajador. Su empresa daba trabajo a 500 empleados, que disfrutaban de casas
dignas y espaciosas y a los que ofrecía formación gratuita para sus hijos en la
escuela de la fábrica. Estableció un sistema de planes de pensiones para sus
empleados y fue uno de los principales impulsores de la creación de la Cámara
de Comercio de Madrid. Sus cuantiosas aportaciones a la Hacienda de la época
motivaron que Alfonso XII le nombrara senador vitalicio. Al cumplirse 120 años
de su muerte, el periódico El Correo Gallego le dedicó el artículo que aquí les
adjunto y cuya lectura les recomiendo.
Muy interesante la historia de este emprendedor gallego de Sarria que me ha descubierto a Francisco Ortego y Vereda que tampoco conocía. Matias Lopez tiene calle en El Escorial. El público que acude a tus conferencia es un público inculto, probablemente muy joven. Eso del tipo demasiado viejo tiene coña, coño¡
ResponderEliminarGracias por el dato de la calle. No lo sabía. Por desgracia, no se trataba de público joven e inculto, y eso es lo terrible. Lo que cuento sucedió en el CONAMA, Congreso Nacional de Medio Ambiente, que cada año organiza el Ministerio del ramo. Mi audiencia estaba formada por gente universitaria en torno a los 40/50 y preocupada por el planeta y su supervivencia. En este país se ha perdido mucha memoria de estas cosas más cotidianas que son las que me interesan más a mí. La guerra supuso un trauma grande, los largos años del franquismo ayudaron a enterrar una parte de esa memoria y, luego, el hecho de alcanzar un nivel de vida insospechado ha hecho que muchos no quieran ni oír hablar de estas minucias que entienden trasnochadas. Por cierto, la época franquista tampoco se quiere recordar y, sin embargo, también estuvo llena de historias interesantes y personajes asombrosos.
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