Algunos seguidores me advierten
por mail de que me he cagado en la
prensa de forma absoluta y universal (#111), en un post de título impactante que ha leído mucha gente y, sin embargo,
luego he rectificado con la boca pequeña, en la mitad más escondida de una
respuesta a un comentario de un seguidor anónimo. Que debo darle a mis
disculpas una visibilidad similar a la de mi descalificación global. Vamos a
ello.
La actitud de El País me sigue
pareciendo impresentable. Ya sé que cada día hay muchas noticias, que hay que
seleccionar y que esa selección se hace por procedimientos digitales
automatizados. Pero creo que el décimo aniversario de la muerte de Julio
Anguita Parrado se merecía al menos unos renglones. Quiero creer que esa
omisión se debe a que la calidad del diario es cada vez menor, porque a su
cabeza no hay nadie con dos dedos de frente cuidando de estas cosas. Pero
cualquiera podría pensar que no han dicho nada de Anguita Parrado, porque era
redactor de El Mundo y que se joda. Precisamente por eso deberían haber sido
más cuidadosos y publicar una mínima referencia. Para que nadie pensara que,
además de mantas, son unos sectarios.
La actuación de El Mundo es, en
cambio, impecable. El día 7, aniversario de Anguita Parrado, ceden un espacio a
su compañero y amigo Carlos Fresneda. El día 8, aniversario de Couso, ceden un
espacio a su compañero y amigo Jon Sistiaga. Lo que pasa es que yo leí la
edición del día 7, la comparé con El País de ese día, e imaginé una simetría en
la bajeza y en la villanía, que me hizo publicar mi exabrupto. Esa simetría
solo existió en mi cabeza y, por tanto, mis disculpas a El Mundo, cuya línea
editorial no comparto, aunque reconozco que, en algunos sectores, supera de
largo a El País, por ejemplo en lo referido a la información local de Madrid.
Es una rectificación necesaria,
aunque nadie puede dudar de mi admiración por el periodismo de verdad, después
de mi encendida loa a Manuel Chaves Nogales (#112). El martes acudí a la
presentación del libro que recopila las crónicas de este señor sobre la toma de
posesión de Ifni por la República, y me enteré de algunas cosas. Parece que el
dominio sobre Ifni se le adjudicó a España en el Tratado de Wad Ras (1860), que
hubo de firmar el sultán derrotado por los españoles en la (pomposamente) llamada
Guerra de África. España se quedó en propiedad (además de Ceuta, Melilla y una
serie de peñones), un pequeño enclave costero, de 80 kilómetros de largo
por 25 de profundidad, un poco al norte del Sahara Occidental (que no está
incluido en el tratado y no será oficialmente español hasta unos años más tarde).
El motivo de incluir ese enclave
minúsculo y deshabitado de la costa atlántica, era la tradición de que, por esa
zona, hubo en tiempos de Isabel la Católica una base pesquera española, llamada
Santa Cruz de la Mar Pequeña. No hay constancia de ello, mucha gente sostiene
que se trata de una simple leyenda. Y está claro que, si existió, estaba en
otro punto de la costa. Porque en Ifni no había nada. Ni ruinas. La cosa tenía
también un motivo estratégico: el establecimiento de una base de apoyo militar
a las islas Canarias, entonces amenazadas por una difusa reivindicación
marroquí. Pero la toma de posesión se fue retrasando y, cuando España se
apropió del amplio territorio del Sáhara Occidental, Ifni perdió su valor
estratégico.
A comienzos de 1934, el Estado
Español decide acometer el cumplimiento del viejo deber de hacerse cargo de
Ifni. Estamos en pleno Bienio Negro y el gobierno Lerroux-Gil Robles pretende
distraer la atención de una población acosada por una crisis económica severa y
un clima de polarización política y recrudecimiento de la violencia sectaria
que desembocará en la Revolución de Octubre en Asturias y, dos años más tarde, en
la Guerra Civil. El 4 de abril llega frente a las costas de Ifni el cañonero
Canalejas. De él desembarcan en un bote el coronel Capaz, un teniente y el
señalero del buque, acompañados de algunos periodistas. Les reciben los
indígenas, que ya les esperaban y que invitan a todos a comer cordero en una jaima
en un monte cercano. Y así es como tan sólo tres militares toman posesión de un
territorio desértico, en el que no hay ni una mísera choza.
Sin conocer esta historia, hablaba
yo el otro día de que Chaves Nogales había ido empotrado en una tropa de
ocupación. En realidad, fue sólo un testigo de un acontecimiento ciertamente pintoresco
y con un punto surrealista. Una vez tomada posesión, España se lanzó a
construir allí viviendas. El lugar llegó a contar con 50.000 habitantes, con
iglesias, escuelas y hospitales. La historia posterior es más conocida. En 1957
Marruecos intenta reconquistarlo con una fuerza muy numerosa. Pero el apoyo
naval desde el océano decanta la guerra del lado español. A partir de ahí, Ifni
es declarado provincia de ultramar, regida por un Gobernador y con derecho a
elegir procuradores para las Cortes franquistas. Acude a mi memoria la imagen
en blanco y negro de aquellos tipos enjutos en sandalias, con sus chilabas al
viento, entrando en el palacio de la Carrera de San Jerónimo entre las camisas
blancas de los falangistas. En 1969, la presión de la ONU obligo a devolver
Ifni a Marruecos. Desde entonces es una ciudad empobrecida y deteriorada, que
ha perdido totalmente la lengua y las tradiciones españolas.
En el acto de presentación del
libro de Chaves Nogales, alguien del público ironizó sobre la chapuza que supone
la toma de una colonia por sólo tres militares, y derivó en unos comentarios sobre que
España es un cachondeo, que cómo nos van a tomar en serio en Europa y todo eso.
El tradicional complejo de inferioridad que tanto me molesta. El discurso de la
autocompasión, el derrotismo y la melancolía. El director de la Casa Árabe,
Eduardo López Busquets, diplomático de larga trayectoria que presidía el acto, rebatió esta
apreciación con una intervención precisa, apoyada en un par de anécdotas muy
interesantes y divertidas, que les cuento.
La República Popular de Benin, en
el golfo de Guinea, se llama de esa forma desde 1975. Antes se denominaba
Dahomey, nombre que rememoraba el de un potente reino africano que se
enriqueció con el comercio de esclavos
en los siglos XVIII y XIX. Este reino es famoso por haber tenido un ejército de
feroces amazonas, preferentemente vírgenes y en su defecto con compromiso de
celibato, que resultaban imbatibles a la hora de capturar esclavos de otras
tribus con destino a Brasil y Norteamérica. Es también la zona de la que
proviene el vudú, que todavía se practica.
En el extremo sur del país, los
turistas pueden visitar aun el fuerte portugués de Ouidah, construido en 1721.
Los primeros comerciantes de esa nacionalidad habían llegado a las costas de Dahomey en
el siglo XV, pero después todo este territorio pasó a engrosar el África
Occidental Francesa. Dahomey alcanzó su independencia de Francia en 1960. Pero
los portugueses no cedieron el fuerte que conservaban en su poder. Un año
después, el recién creado ejército nacional de Dahomey decidió conquistar el
fuerte, para lograr la ansiada integridad territorial. Entraron por la fuerza y
encontraron que en el interior había exactamente tres ciudadanos portugueses, a
los que facturaron en un barco con destino a su tierra.
Por si alguien sigue pensando en
la chapuza como algo propio de los países ibéricos, o del sur latino de Europa,
aquí va la otra anécdota. La actual Namibia, ese lugar adonde tanto le gusta ir al
Rey, fue durante años una colonia alemana. Exactamente desde la Conferencia de
Berlín (1884), hasta el final de la Gran Guerra (1918), con el nombre de África
Sudoriental Alemana. El canciller von Bismarck consiguió en dicha conferencia
la propiedad de ese amplio territorio selvático, lleno de elefantes y leones.
Para formalizar la toma de
posesión, Bismarck envió al Coronel Goering, padre del futuro lugarteniente de Hitler.
Goering padre se presentó allí, acompañado solamente por un ayudante de campo.
Aquellos dos tipos rubicundos, de grandes bigotes enhiestos, tomaron posesión
de un territorio de más de 800.000 kilómetros cuadrados, casi el doble que España, en medio de la
indiferencia de los salvajes del lugar. Hasta hace pocos años las dos
principales avenidas de la capital, Windhoek, se llamaban respectivamente
Avenida del Kaiser Guillermo y Avenida de Goering. Los turistas se
escandalizaban pensando que el nombre de esta calle hacía referencia al
denostado hijo del coronel que plantó sus reales en aquellas lejanas tierras.
Moraleja: la colonización de África
fue un sainete trágico (y la descolonización aun peor), con independencia de
que los colonizadores fueran de una nación u otra.
¡Gibraltar español!
ResponderEliminarEse grito ya no es el mismo tras el uso que hace de él Husillos, el inefable albañil de El Milagro de P.Tinto, una de las mejores películas españolas
EliminarPues sí, chico, la "prensa canallesca", una excelente frase que acuñó nuestro simpar régimen franquista. Y, desde luego, la competencia, en estos tiempos de crisis, posiblemente haga aflorar comportamientos mezquinos, pero hace tres días podías leer esto en ese mismo periódico: "Mijáil Béketov, de 55 años, el periodista ruso víctima de su lucha por la ecología en la provincia de Moscú, fue enterrado hoy en Jimki, la ciudad cercana a la capital donde vivió y donde fue director del diario Jimkinskaiya Pravda hasta la salvaje paliza que lo convirtió en un inválido en noviembre de 2008. A resultas de los golpes, Béketov sufrió la amputación de una pierna y de tres dedos de una mano y se vio prácticamente privado del habla"... Es muy doloroso lo de Julio A. Parrado, pero prácticamente todos los medios han silenciado cualquier referencia a recuerdos que puedan molestar al ínclito conferenciante y alcalde-consorte de Madriz. ¡Qué a gusto estarían la mayoría de los políticos, los banqueros y demás delincuentes si todos los periodistas se quedaran, como Béketov, privados del habla!
ResponderEliminarDe acuerdo. Pero El País debía haber dicho algo de Anguita Parrado, igual que hizo con Couso.
EliminarUn poco ladrillo esta historieta de "nuestra colonización". Mucho más amena la del irreprochable Leopoldo de Bélgica en el Congo. No hay más que leer lo que cuenta nuestro aclamado Vargas Llosa en "El sueño del celta".
ResponderEliminarPara gustos no hay nada escrito. A mí lo que me parece un ladrillo es precisamente El Sueño del Celta
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