Pretendo con este texto cerrar la
trilogía básica de mis aventuras como atleta, lo que no es óbice ni
cortapisa para que siga contando viejas anécdotas relacionadas con las
carreras, como por ejemplo mi experiencia en el Maratón de Nueva York, mi
participación en una carrera en Cuba, y otros asuntos con bastante enjundia
narrativa, que poco a poco irán saliendo.
Ya cerca de los sesenta,
descartados totalmente los maratones, yo seguía entrenando y corriendo carreras
de 10 kilómetros y, eventualmente, alguna media maratón. En algún momento
empecé a notar sensaciones raras en la rodilla izquierda, pero no le di mayor
importancia. No eran exactamente dolores, ni siquiera molestias, sino la
sensación de que aquello funcionaba de forma atípica; que tenía ruidos, como
los coches viejos. Seguí con mi entrenamiento cotidiano, hasta que una noche
quedé con Joe, mi maestro y gurú de las carreras de fondo, para tomar unas
copas.
Acabamos acodados en la barra de La
Botica de la Condesa, un bar mexicano, sito en la calle de la Palma cerca
de la Corredera Baja, que presume de ser la primera mezcalería auténtica abierta
en Europa. Allí le comenté de pasada que tenía sensaciones extrañas en la
rodilla, aunque seguía corriendo. Me pidió que extendiera la pierna sobre dos
banquetas de la barra y me hizo diversos tactos y maniobras con sus dedos de
traumatólogo que parecen ver a través de la piel. Su dictamen instantáneo:
“Tienes el menisco roto y un derrame sinovial de puta madre”.
¿Qué era lo que debía hacer? 1.-
Dejar de correr. 2.- Hacerme una resonancia magnética para confirmar el
diagnóstico (lo de las banquetas del bar no era un procedimiento médico serio).
3.- En caso afirmativo, una operación muy sencilla. Le pregunté si me operaría
él mismo, y dijo que no, que era una técnica súper fácil que cualquier
residente podía hacerme con garantías. Resuelta esta cuestión, seguimos
poniéndonos ciegos de mezcal, que era a lo que íbamos.
No hace falta que diga que la
resonancia confirmó punto por punto el diagnóstico de mi amigo. Me operó un
doctor joven, mediante artroscopia, más o menos en febrero de 2010. Me dijo que
había encontrado la rodilla globalmente bien. Que el deterioro del menisco no se
debía a mi actividad de corredor, sino que era una patología degenerativa
debida a la edad, que afectaba también a gente no deportista. Que, con el
tiempo, seguramente me pasaría lo mismo en la otra rodilla. Que me quedaría
como nuevo si cumplía puntualmente el postoperatorio que me explicó, y que les
describo a continuación.
Primera semana, de baja en casa
sin apoyar el pie, ayudándome de muletas hasta para ir al baño. Segunda semana,
de baja y con muletas, pero ya apoyando el pie con cuidado. Tercera semana, de
alta, con firme promesa de hacer sólo trabajo de despacho, sin ir a las obras.
Cuarta semana de vida normal, pero sin correr. A partir de la quinta semana, ya
podía empezar a entrenar. Como se imaginan, cumplí escrupulosamente el programa.
Al principio, tenía algunas molestias, y problemas para hacer bien el
estiramiento de cuádriceps, ese que se hace sujetándose el talón contra el culo
y agachándose un poco. Pero pronto empecé a recuperar flexibilidad y a
encontrarme bien, como un Robocop remendado corriendo por los parques a toda
velocidad.
Cuando me empezó a doler la
rodilla derecha, paré de correr, esperé a que mi trabajo me permitiera encajar otra
baja de quince días y pasé directamente a la resonancia magnética. El resultado
fue una sorpresa desagradable: el menisco estaba intacto, y la imagen mostraba
indicios inequívocos de condromalacia de grado 3. ¿Condro-qué? Condromalacia.
Es también una patología degenerativa, por la edad, pero no es operable. Afecta
al tendón rotuliano y tiene cuatro estadios. El grado 1 es cuando el tendón
empieza a perder espesor, como la tela de los codos de los jerseys. En el grado
2, se observan estrías y grietas. En el 3, el mío, directamente el tendón
aparece lleno de agujeros. Y en el 4, ya no hay ni tendón.
El problema de la condromalacia
es que no se puede operar. Hablé con Joe y me dijo que podía seguir corriendo.
Que el dolor me avisaría si me pasaba de entrenamiento. En caso de que me viera
muy apurado, podía recurrir a las inyecciones de plasma, esas que le ponen a
Nadal, que te recubren el tendón dañado con un revestimiento plástico.
Problemas: el tratamiento es carísimo y sus efectos duran dos o tres años.
Luego hay que repetirlo. Hasta ahora no he recurrido a ello y no creo que lo
haga. Voy entrenando, y ahora estoy haciendo unos ocho kilómetros tres veces
por semana sin mayores problemas. Para qué quiero más.
Como terapia complementaria,
ingiero cada mañana un frasquito de Artilane,
un preparado de parafarmacia que refuerza los tendones y retrasa el proceso
degenerativo. Este medicamento tiene una característica que fue lo que me
decidió a autorrecetármelo: es la pócima que toma Juan Carlos de Borbón y
Borbón para sus maltrechas articulaciones. El único problema es que tiene unos
efectos secundarios imprevisibles, sobre todo para la pelota. Ya saben, a unos
les da por cazar elefantes, otros se ponen a escribir blogs como locos…
Lo más latoso de todo esto es
que, cuando lo cuento en la oficina, mi compañero J. que es antideporte
aprovecha cualquiera de mis pausas para intercalar esta frase: “Pero todo eso
te pasa por correr, ¿no?” y entonces tengo que empezar otra vez desde el
principio, pero no consigo sino que cabecee negativamente y me repita su
pregunta a la mínima ocasión.
Bueno, ahora voy a hacerles una
confesión. Para poder escribir este post, he tenido que buscar las viejas
radiografías, para constatar cual de las dos rodillas es la que me operé.
Porque lo cierto es que las dos me duelen un huevo, especialmente por las
mañanas, cuando me levanto, hasta que cojo tono. Eso es independiente de que
corra más o menos, o nada. Pequeñas miserias que no me impiden continuar mis
actividades deportivas sin demasiados quebrantos. En realidad, la principal
molestia que sufro es no poder contarle mis penas a J. sin que me pregunte cada
poco: “Pero todo eso te pasa por correr, ¿no?”
Cuídense y no hagan locuras.
Bueno, Emilio, en las narraciones de un corredor uno esperaba encontrar un poco de épica y se encuentra con un melancólico Papa retirado, quejándose de su salud. ¡Hay que ser valiente para preguntarte cómo estás! Eres capaz de contarlo. No hagas locuras tú; contesta siempre: "Bien, gracias" (salvo al médico, claro).
ResponderEliminarSiguiendo tu consejo, proclamo: ¡ESTOY MUY BIEN, GRACIAS! Como soy gallego, añadiré: "por ahora". A punto de cumplir 62, no puedo quejarme. Estos días ando a la mitad de un proceso de ITV (Inspección Técnica de Vejestorios). Si consigo que me den la pegatina para ponérmela en la frente, ya lo comunicaré en este Blog. Y si no, pues habrá que adaptar la marcha a las curvas del camino. Besos y muchas gracias por preocuparte por mi salud.
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