Vaya, tengo un huequecito en mi nueva avalancha de
sinvivires, para intentar aproximarme al ritmo de publicación de posts que me
había impuesto y que ya me he pasado por la entrepierna ante la presión de la
situación, si bien intento continuar con la alternancia ternaria de temas que
me propuse en agosto. Estamos ya a finales de septiembre, ha caído el frío
sobre nuestras cabezas y las cosas son ahora diferentes. En el próximo post les haré una relación detallada de mis peripecias de estos días. La vorágine
empezó justo el día en que reanudé mis clases de guitarra con el maestro Henry,
de quien he averiguado que le encanta que le haya bautizado como Henry Guitar,
en homenaje a la arrebatada película de Nicholas Ray.
Llevábamos sin clases desde finales de junio y lo
cierto es que yo ni siquiera había vuelto a coger el Metro desde entonces. Lo
tomé el miércoles 22, para llegarme a Palomeras y encontré una novedad. Ahora
mucha gente empieza a ir ya sin mascarilla y nadie se enfada por ello ni les
dice nada. La gente es consciente de que esto de seguir con las mascarillas en
el transporte público es una gilipollez, que no se impone ya en ningún país
europeo y que está al caer que se suprima. Llegué puntual a mi clase y, después
de los abrazos de rigor, me puse serio y le solté a Henry lo que tenía pensado
para ese reencuentro. Porque mi percepción sobre el aprendizaje del blues es que
el primer año aprendí mucho, pero el segundo me he atascado un poco y ya no
siento que avance.
A mí me hablaron de este profesor después de mi
jubilación en febrero de 2021 y creo que empecé en marzo. En junio, antes del
parón estacional de las clases por el verano, yo ya había colgado en el blog
unos cuantos vídeos de mis canciones que sorprendieron bastante a mis lectores.
Reanudé el aprendizaje a finales de septiembre y cumplí un segundo curso, ahora
ya completo que se acabó en junio pasado y en el que ya empezaba a manejarme un
poquito con la guitarra eléctrica. Desde entonces me he estancado. Les diré,
como dato que guardé la guitarra eléctrica en su funda cuando hice las cajas
con mis cosas antes de mudarme a casa de África y ya no la he vuelto a sacar de
su envoltorio. Le reconocí a Henry que la culpa es sólo mía, que no practico lo
suficiente fuera de las horas de clase, pero que quería revertir la situación
con más empeño por mi parte, pero bajo la guía suya, que al fin y al cabo es el
profesor.
Durante el descanso estival, fuimos juntos al festival
de Cazorla, lo pasamos muy bien y ya somos amigos para siempre. Pero una cosa
es la amistad y otra la relación profesional o lectiva entre ambos, que no se
debe ver interferida por la primera. Todo eso le dije con suavidad pero con
firmeza. Me escuchó atentamente y me dijo que tenía toda la razón, pero que lo
que me está pasando es algo típico de cualquier proceso de aprendizaje, ya sea
de un instrumento, un deporte o un idioma. Según me explicó, cuando alguien
empieza a aprender algo para lo que tiene una base, o una cultura amplia o una
cierta predisposición natural, al principio hay una fase en la que con poco
esfuerzo se hacen progresos notables. Pero a menudo esa fase se ve seguida de
otra en la que los términos se invierten, es decir, que se requiere hacer un
esfuerzo grande para avanzar poquito, pero es una fase necesaria. Lo que pasa
es que mucha gente se aburre en ese punto o se desanima y lo deja.
¡Joder! es que de pronto encuentro muchos ejemplos de
ese proceso que, según Henry, está descrito y es de libro. Es obvio que yo
tengo una cierta facilidad natural para la música, que tengo una amplia cultura
rockera y un oído fantástico, sin llegar al oído perfecto del que les hablé
hace unos días. Yo empecé a tocar la guitarra en La Coruña a los 15 años, por empeño de mi
madre que decía que tenía que aprovechar mis cualidades. Y me busqué un
profesor que tenía su academia por la calle del Orzán y que se llamaba Molina,
creo recordar. Y progresé rápido, pero me atasqué. Yo quería tocar rock and
roll, pero Molina era un clásico y estaba empeñado en que aprendiera la farruca
y otras modalidades, que a mí me resultaban soporíferas. ¿Qué interés podía
tener yo en la farruca, la ranchera o el bolero ternario?
En Madrid seguí tocando un poco más, pero estaba
atascado y ya no progresaba. Alguien me dijo que debía aprender solfeo, ya lo
que me faltaba. Arrastrado por la vida, los estudios, las mujeres, la familia,
dejé la guitarra, de forma que mis hijos, que tienen ya 30 años, nunca me
habían oído tocar. Con ese bagaje, empecé con Henry y reproduje el error. Pero
es que es algo bastante típico. Y por ejemplo, algo parecido me pasó con el
running. Yo me inicié en el tema a los 35 años, delgado como un espárrago
(pesaba 59 kilos) y con una cabeza bien preparada para las grandes distancias.
Corrí cuatro maratones en registros en torno a las cuatro horas. Y, de pronto,
en el año 90, sin hacer ninguna preparación especial, corrí el de Madrid en 3
horas y 20 minutos. Pensé entonces que con un esfuerzo suplementario haría una
marca estratosférica y me dispuse a entrenar en serio para el año
siguiente.
Y el año siguiente, 1991, corrí el maratón de Madrid
en 3 horas y 17 minutos. Tuve entonces la sensación de que había llegado a mi
límite, durante unos años dejé de correr, cuando mis hijos eran pequeños y mi
vida familiar era bastante incompatible con ese nivel de entrenamiento y
dedicación. Pero ahora sé que no estaba en mi límite. Que simplemente había
pasado de hacer grandes avances con poco esfuerzo a la situación inversa:
grandes esfuerzos para avanzar poquito. Volví años después para correr algunos
maratones más, en registros en torno a tres horas y media y ya me pasé a las
carreras de 10 kilómetros. Volviendo a la guitarra, Henry se quedó con la copla
y empezamos a dar caña. El primer día lo dedicamos a repasar lo anteriormente
aprendido y comprobé con alivio que no se me ha olvidado. Pero este segundo
miércoles le hemos dado duro a las escalas pentatónicas y me ha introducido al
tema de las anacrusas, cuya existencia desconocía.
Ayer me pasé por el taller de mi amigo Juanmi el Guitarrero,
el lutier del barrio y le conté esto. Me dijo que era tal cual, que el
aprendizaje tiene fases en las que el avance es proporcional al esfuerzo y
otras en que son inversamente proporcionales. Según él, es algo tan antiguo
como la ventana de Overton, de la que les hablé el otro día y de la que he
averiguado que su auténtico inventor fue el señor Goebbels. Sin
embargo, todavía no he encontrado ningún texto que describa ese proceso con
claridad. Lo más preciso que he encontrado sobre el aprendizaje es la teoría de
las cuatro fases del psicólogo yanqui Abraham Maslow, fallecido en 1970. Según
este señor, cualquier aprendizaje pasa por cuatro fases: la de incompetencia inconsciente,
la de incompetencia consciente, la de competencia consciente y la definitiva de
competencia inconsciente.
En un instrumento musical está bien claro. Primero no
sabes nada pero ni siquiera eres consciente de ello. Luego ya comprendes que
sabes muy poco y vas avanzando. Llega un momento en que sabes mucho, pero has
de estar pendiente todo el rato de donde pones los dedos, etc porque te falta
seguridad. Y llegas a dominar un instrumento cuando ya puedes tocar de manera
automática sin mirar todo el rato al teclado. Para conducir un coche es lo
mismo. Primero no sabes ni encenderlo, luego vas aprendiendo trucos y rutinas Y
llegas a conducir muy bien, pero sin poder hacer otra cosa a la vez. Yo
recuerdo una vez que, con el carnet recién sacado me subí con cuatro amigos en
el R-5 que fue mi primer coche. Íbamos por Madrid en verano y se estaban todos
asando, pero no me decían nada porque iban acojonaditos. Hasta que una chica, a
punto de entrar en ebullición me dijo: ꟷ¿Puedes bajar un poco la
ventanilla? Mi respuesta: ꟷY entonces ¿con qué
conduzco?
Mi objetivo con la guitarra sería llegar a tocar con cierta
soltura como lo hace Samantha Fish, aunque lo veo prácticamente imposible.
Pero llegaré a donde pueda. En el yoga sin embargo voy avanzando poco a poco
pero de forma constante, no sé si llegaré a una fase diferente en algún
momento. Y en cuanto al inglés, pues ya me voy haciendo gradualmente con la
dificultad del nivel B2. Con todas estas
cosas me voy entreteniendo y me va quedando menos tiempo para cumplir con
ustedes. A lo mejor es que estoy entrando en una fase de incompetencia manifiesta. Y,
lo que es un caso claro de incompetencia flagrante es el juego del Deportivo de
la Coruña, ayer vi su partido aplazado encontré algunos brotes verdes, pero al
final sufrimos como en cada partido. Ganamos por los pelos.
Mi propósito de tocar una hora diaria lo estoy
incumpliendo de forma palmaria, pero ahora que he empezado las clases quizá las
cosas cambien. En los tiempos gloriosos del nacimiento del rock, algunos grupos
se formaban sin que sus miembros supieran nada de música, bastaba con una
imagen y una actitud, después iban aprendiendo poco a poco. No todos, porque
sabrán que el famosos Sid Vicious no llegó a aprender a tocar el bajo. En los
conciertos le desconectaban la guitarra y se dice que ni se enteraba, era un
caso proverbial de incompetencia inconsciente. Ahora estamos en una época en
que eso no puede pasar, los músicos se lo curran desde niños y son auténticos
virtuosos.
Y, ya que hemos hablado de Samantha, les diré que el concierto de París se mantiene, que está reconfigurando la gira pero el 11 de noviembre estará en el Bataclan, y yo tengo seis entradas para ese día. Nuestra diva acaba de anunciar que va a dar una serie de conciertos a medias con Jesse Dayton, el niño malo del country, un outsider como ella que ha tocado en grupos de punk y salta de un estilo a otro de manera heterodoxa, como lo hace nuestra diva. Después de esos conciertos publicarán un álbum conjunto en mayo, del que adelantarán dos canciones en formato single en este diciembre (ambas de versiones, según han aclarado). Cosas de la promoción en estos tiempos. Para acompañar este triple anuncio han publicado una foto en la que se les ve un poco incómodos, parece claro que esta parte de su trabajo no les gusta especialmente a ninguno de los dos.
Además de eso, es bastante mitómana, como yo, y le
encanta hacerse fotos con viejos músicos a los que admira. El otro día publicó
en su Facebook esta con el veterano bluesman Taj Mahal.
Por lo demás, en estos día ha tenido lugar el festival
Blues and Brews de Telluride (Colorado), del que Sam es la reina indiscutible
desde que hizo una actuación memorable en 2016. Este es el festival que se
celebra cada año (salvo 2021) en la estación de esquí de su mismo nombre. Al
acabar el festival, la organización ha sacado un vídeo con imágenes de lo que
es esta gran reunión de forofos del blues y la cerveza, donde se ven las
carreras cuando abren las puertas, para pillar un buen sitio de acampada y las
múltiples atracciones que hay para niños y mayores. Como no podía ser de otra
manera, han puesto de fondo la música de una de las canciones que Sam
interpretó en el festival, la bien conocida por ustedes en la que proclama las
ventajas de la soledad, para luego pillar a la pareja con más ganas. Vean el vídeo.
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