Esto del wishful
thinking es una expresión que ahora se usa mucho entre los cursis que
quieren presumir de bilingües y me imagino que muchos ni siquiera saben lo qué
significa. Con esa denominación se designa una forma de pensar que confunde los
deseos con la realidad. Uno piensa que va a hacer una cosa soñada, sin darse
cuenta de que es imposible e irreal. Es una expresión que se usa con un sentido
peyorativo, cuando empiezas a fabular y a imaginar todo lo que vas a hacer en
esa especie de ensueño bienintencionado. Entonces viene el típico aguafiestas
que te baja los humos y te devuelve al suelo firme diciéndote: tío, eso es un wishful thinking. Una expresión
castellana equivalente podría ser creerse el cuento de la lechera o, con
perdón, hacerse una paja mental. Pero yo soy un dandy, fino y elegante (y,
como saben, un yanqui de mierda), así que digo wishful
thinking, espero que no les importe.
Por ejemplo, si yo ahora empiezo a hacer cuentas sobre
el triunfo de la izquierda en las próximas elecciones locales de Madrid,
cualquiera podría decirme que estoy incurriendo en un wishful thinking. Pero lo
que pasa es que a veces los sueños se hacen realidad y que, aunque su
posibilidad de materializarse sea mínima, la facultad de soñar es lo que te
mantiene vivo e ilusionado. Por ejemplo, cuando el Real Madrid perdía 0-3 ante
el Chelsea en una de las increíbles eliminatorias de la pasada Champions, cualquiera
que soñara en ese momento con remontar estaría incurriendo en un clarísimo wishful thinking. Y sin embargo el
equipo remontó y además adquirió una confianza irreductible en que ganar la
Champions era posible y al final la consiguió. Algo parecido ha sucedido con la
selección española de baloncesto, por la que nadie daba un duro al principio
del reciente Campeonato de Europa y al final lo ganó.
Antes del 23 de julio pasado, si yo les cuento que mi
plan era saludar a Samantha Fish, charlar con ella un rato, hacernos una foto
juntos y despedirnos con un abrazo, ustedes hubieran pensado que estaba
empezando a chochear. Hubiera sido un claro ejemplo de wishful thinking. Sin embargo sucedió y solamente mi amiga África fue capaz
de intuir que sucedería. Adivinar lo que va a pasar, es algo sólo al alcance de ciertas mentes. Para bien o para mal. Por ejemplo, yo no
esperaba que mi primer bolo de la temporada se suspendiera y, puesto que hoy
toca contar algo de mi peripecia cotidiana, les voy a ampliar datos sobre esta
cita frustrada, que me parece que pueden ser de interés general, como
indicativo de por dónde anda este mundo loco y desigual en el que nos ha tocado
vivir (y Dios me libre de quejarme, que yo estoy cojonudo, de momento, viviendo en el mundo occidental y sin ninguna guerra a las puertas).
Bien, mi amigo Werner había organizado una visita para
una amplia delegación de la ciudad holandesa de Almere. He buscado información
sobre esta ciudad, de la que no sabía nada, y me encuentro con que se trata de
una ciudad nueva, fundada en 1975 sobre un terreno ganado al mar mediante
diques. Se ha construido con un diseño moderno sobre una traza orgánica y es un
verdadero muestrario de edificios firmados por grandes figuras de la
arquitectura, como Koolhas, Chipperfield o Renzo Piano. El resultado es una mezcla de utopía urbanística y concurso de arquitectura. Vean abajo dos construcciones
de las más llamativas: el lujoso hotel Leonardo y el edificio de apartamentos llamado La Ola.
La visita estaba promovida por la Cámara de Comercio
local, a la que le debe de salir el dinero por las orejas o, por decirlo con
más propiedad, por los respiraderos del aire acondicionado. Porque la
iniciativa desplazaba a Madrid nada menos que a 34 personas, de diferentes
empresas e instituciones administrativas de la ciudad. Werner había acordado
con ellos un apretado programa de varios días que culminaba con una comida en
el restaurante que hay en la última planta del rascacielos más al norte de las Cuatro Torres del Real Madrid, el construido según el proyecto de Pei & Cobb,
arquitectos neoyorkinos, el primero de ellos de origen coreano y, por cierto,
ambos fallecidos recientemente. El restaurante debe de ser caro y la idea de
Werner era llegar allí con el grupo tras la visita al nuevo barrio de Valdebebas y subir a
la planta 33, en donde les esperaría yo con el ordenador, el proyector y una
pantalla portátil que nos íbamos a comprar, para darles la charla en el propio hall del
restaurante, antes de pasar a la sala, que habíamos cerrado al público para albergar en exclusiva nuestra comida de
36 personas.
Dos días antes, los holandeses comunican que el viaje
se suspende porque les han anulado el vuelo y, en principio, la visita se aplaza para la
próxima primavera. Esto es algo muy raro, pero Werner me ha comentado que el aeropuerto de Amsterdam, Shiphol, está con grandes problemas, falta de personal, huelgas, deterioro de las instalaciones. No sé si esto es cierto o no. Como estoy en copia, asisto al intercambio de mails con el
restaurante. Los holandeses comunican que se ha cancelado el viaje. La dirección del restaurante responde que lo lamentan, pero que,
según la letra pequeña del contrato firmado, la comida sólo se podía anular
hasta 96 horas antes de la hora prevista y estamos a 48 más o menos. En
consecuencia, se recuerda a los holandeses la obligación de pagar íntegramente
la cuenta acordada, unos 2.600€, de los cuales al parecer ya se habían pagado
1.000 como adelanto o señal, por lo que faltan “sólo” 1.600 más. Y terminaba
el texto añadiendo que, si en primavera son tan amables de volver a contar con
este restaurante, se les ofrecería un descuento del 10%. Atentamente, etc.
Comprendo que las cosas son así, que estaba estipulado
en la letra pequeña y que a esas alturas el lugar ya no podía conseguir nuevos
clientes, con lo que perderían un día de ganancias. Pero, entre ustedes y yo, si
yo fuera el responsable del grupo de holandeses, les hubiera mandado a la
mierda y para la primavera me hubiera buscado cualquier otro restaurante antes que
este. Así de burro soy cuando entiendo que no me han tratado correctamente. Se admiten opiniones sobre esto, queridos lectores. El caso es que, para mi sorpresa, los tulipanes contestaron
a vuelta de correo, dándoles las gracias por su amabilidad y pidiéndoles por
favor que les reserven ya el 19 de mayo. Lo dicho, que les rebosa el dinero por
las troneras de la Cámara de Comercio. Hay que tener mucho poderío para tirar a la basura 2.600€, aunque los holandeses tienen una vena calvinista que quizá explique su actitud. A mí se me ocurrió decirle a Werner que les propusiera a los del restaurante que nos dieran 36 bolsas con la comida encargada para ir a repartirla a las llamadas colas del hambre de Carabanchel o de Villaverde. Pero no lo hice, para no meterle en problemas al bueno de Werner.
El otro día les revelé que mi sensación ante la
suspensión fue de alivio. Es que, desde mi último bolo a finales de junio (en
el Ateneo, ¿recuerdan?) ha pasado mucho tiempo y muchas cosas que han requerido mucha atención por mi parte y me sentía un poco
desentrenado. Y el tema era de prestigio, las delegaciones que trae Werner son
siempre potentes, pero 34 pollos de empresas holandesas con lo orgullosos que
son los dutchs, era un reto de bastante compromiso. Pero, pasado el alivio, me
empecé a sentir un poco bajo de moral. Primero mi caída en el Retiro (todavía me
duele el hombro y sigo tomando Ibuprofeno). Luego la suspensión de mi primer bolo de
la temporada. Más el mal arranque del Deportivo (pensar en que suba este año se
está convirtiendo en un auténtico wishful thinking). Varios temas en negativo, como para pensar que estaba entrando en una
racha descendente.
El domingo me enteré de que mi hermano Pepe se ha
pillado el Covid. Está bien y va evolucionando normalmente, pero tiene casi 80
años y estas cosas te tocan. Y, para colmo, está en el aire el concierto de
Samantha Fish en el Bataclan. En su página Web ha desaparecido del programa
junto con toda la parte alemana de su gira. Bien es cierto que el mes de
noviembre aparece vacío completamente y esto es algo inusual en el continuo
sinvivir de nuestra diva; tal vez están reconfigurando el programa de su
gira. Hablé con mi amigo Dani, que no cree que se cancele el concierto.
Veremos. Todo este giro negativo influía sin duda en el tono del blog, desde el
sesgo un tanto desabrido de mis opiniones políticas, hasta el tono nostálgico
del post anterior a este. Y las cifras de entradas en los últimos posts tampoco eran demasiado halagüeñas.
Pero todo esto ha dado un giro en este comienzo de
semana y confío en haber conjurado el mal fario. El lunes por la mañana, me
contactó mi amiga Inés U. joven seguidora del blog de quien hacía mucho que no
tenía noticias, por lo que había llegado a pensar que ya se había cansado de
seguirme, algo que sería bastante lógico, viendo que cada vez entra menos gente
a leerme y que escribo posts cada vez más largos que aburren a más de uno. Mi
amiga me llamaba para felicitarme por el feliz décimo cumpleaños del blog y,
con rotundidad, me aseguró que no se pierde uno solo de mis textos, que le
siguen resultando estimulantes. Me dio mucha alegría porque este foro necesita
de la gente joven con inquietudes, no basta con la banda de jubilados que me
sigue con más fidelidad.
El martes había quedado a comer cerca del edificio
APOT con mi compañera M. a la que no veía desde antes del verano. Pero por la
mañana me llegó una doble solicitud de amistad por Facebook y Linkedin. Era una
segunda Inés, a la que llamaré Inés R. En un Messenger me especificó que era profesora
de urbanismo en Francia, que necesitaba ayuda en un par de líneas de trabajo
que estaba preparando y que alguien le había hablado de mí como la persona de
perfil idóneo para lo que buscaba. Le dije que estaba ocupado y luego tenía una comida, pero que la llamaría
por la tarde al número francés que me dio. Me uní a ella en Facebook y la
página me informó que teníamos solamente un contacto en común: José María
Ezquiaga. Esto ya me sonaba un poco raro: suponiendo que este señor fuera quien
le hubiera hablado de mí, sería la primera vez en mi vida que eso sucede; Ezquiaga es un miembro de prestigio del establishment de la arquitectura
de Madrid y yo nunca he pertenecido a esa especie de gremio o sanedrín exclusivo en el
que no me sentiría a gusto.
Continué con mi programa, cogí el coche y me planté en
el APOT, pero antes hice mi visita obligada al bar de mis amigos, donde mi querida
Sonia me dio uno de sus abrazos sinceros que tanto me gustan. Después de una
caña con ella, me acerqué al edificio. Eran más de las dos y ya no se puede
entrar como visitante, pero el vigilante de turno (un tipo de más de 100 kilos
al que solíamos llamar King África) me reconoció y me pasó su propia tarjeta
por el lector para abrirme el torno. Arriba, nuevos abrazos, hay mucha gente
que me quiere mucho y se alegra de verme. Los de información de mi Dirección General tenían dos
ejemplares para mí del libro sobre el Bosque Metropolitano que acaban de
publicar y en el que figuro como colaborador. Subí a la última planta para
visitar a algunos amigos más y luego salí a comer con mi querida compañera M.
con la que pasé un rato tan divertido como de costumbre.
Volví por la M-40 con la sensación de que
ya estaba remontando otra vez la ola. En casa, consulté mi correo y me encontré
una convocatoria de excursión senderista para este próximo sábado. Es de un
solo día, por lo que tengo que coger el coche para estar a las 8.30 en la
entrada de la facultad de Ciencias Ambientales de Alcalá de Henares, de donde
saldrá el bus. Ya he dicho que sí, que me sumaré a la excursión. Pero aun
faltaba lo mejor. Porque Inés R. resultó ser una especie de alma gemela. Es
madrileña, hizo un Erasmus en Francia, pero terminó su carrera y se puso a
trabajar para una inmobiliaria de aquí. Y, en un momento dado, decidió que no
le gustaba nada lo que hacía, que ella no había estudiado una carrera tan
difícil para hacer ese trabajo de mierda. Así que contactó con sus amigos
franceses y se largó. Cortó con el mundillo urbanístico de aquí (she threw it all away). Durante su
Erasmus había conocido otra forma más humanista de concebir el urbanismo y
quería desarrollarla.
Ahora mismo es profesora de planeamiento en dos
universidades, la de El Havre, donde vive y la de Grenoble, a donde va en tren
cada vez que tiene que dar clases allí. Y tiene dos negocios para los que
cuenta conmigo. El primero es que está organizando un viaje a Madrid con sus
alumnos de El Havre para mediados de octubre y quiere que les
cuente mi visión del tema urbanístico, que coincide totalmente con la suya. La
otra es que quiere organizar una especie de red de contactos desde Grenoble
para conectar a gente con una sensibilidad determinada sobre el hecho urbano, a
la que me propone unirme. Le dije que yo ya tenía una red incipiente de este
tipo con Alain Sinou, de París, Rainer Wehrhahn, de Kiehl, Simonetta Armondi de
Milán y Sonia de Gregorio de Madrid, por lo que de alguna manera podíamos unir
fuerzas.
Hablé con ella cerca de una hora y, por supuesto le dije que estaría encantado de ir a El Havre a dar una clase a sus alumnos cuando ella quisiera, que no conozco esa interesante ciudad normanda salvo por la película homónima de Aki Kaurismaki, que por cierto les recomiendo si es que no la conocen. Pero es que aún no les he contado lo mejor. Porque, en algún momento, le pregunté quién le había hablado de mí, quién le había dado mi contacto. Me contestó que había sido un compañero profesor de la Escuela de Grenoble. Se llama Raphaël Besson y a mí el nombre no me suena de nada. Le contó que en una ocasión me había escuchado hablar y le parecía que mi punto de vista sobre el urbanismo encajaba perfectamente con lo que ella estaba buscando para esa red y también para el viaje con sus alumnos, aunque, siendo ella madrileña, realmente no me necesitase para esto segundo.
En cuanto colgué con esta chica, me puse a buscar
información sobre el tal Raphaël Besson y encontré bastantes cosas, es una especie de joven eminencia que tiene incluso clases en vídeo bastante
interesantes en un francés cerrado. Pero lo más sorprendente es la imagen con
la que suele presentarse, que pueden ver aquí a la izquierda. Sorprendente, en
primer lugar, porque yo no recuerdo haberlo visto en mi vida. He
recibido a tantas delegaciones de todos los países que no puedo acordarme de
todas las caras. Pero está claro que este señor formó parte de un grupo al que
atendí, le gustó lo que yo contaba y se quedó con mi nombre. Pero lo segundo
sorprendente es que este hombre es un rocker. Y esto viene a confirmar lo que les
vengo diciendo: que todos los temas de los que yo les hablo, están conectados,
que todo es el mismo discurso. No me extrañaría que este señor conozca y admire
a Samantha Fish.
En mi conversación con Inés R. yo me presenté como un
humanista, por contraposición a los especialistas y le dije que el valor de lo
que yo voy contando por ahí es que sé un poquito de cada cosa (cualquier especialista
me da cien vueltas sobre su especialidad) y eso me permite relacionar unos temas con otros y explicar contextos, marcos en los que se inscribe el hecho
urbano. El urbanismo no puede ser algo aislado del resto de las materias. Así
lo concibo yo, pero mi línea es minoritaria en la escuela de Madrid, suponiendo
que exista alguna. En fechas próximas voy a participar en un Congreso
Hispanoamericano de Urbanismo, en el que me tocará pasear a los congresistas
por el Madrid Río durante cuatro horas. También asistiré con mucho gusto a la
conferencia principal, a cargo de Fernando Terán, una de mis referencias
profesionales, a quien no me quedan muchas ocasiones de oír, porque es muy
mayor.
Pero a mí me han invitado gracias a los buenos oficios de Ester Higueras, que en el fondo es una disidente de ese gremio que tanto me irrita y que nunca me invitaría a un sarao de este tipo. Sin embargo, el hecho de que un tal Besson de Grenoble, joven y prestigioso urbanista, me recuerde y le dé mi contacto a alguien que quiere hacer una red de docentes del urbanismo en una línea concreta, me reafirma en mis convicciones y refuerza mi idea de que los humanos nos movemos en planos paralelos desconectados entre sí y determinados por nuestra cultura y nuestra sensibilidad. Y que, con el tiempo, aprendemos a reconocer a nuestros iguales. Con Inés R. tuve la sensación de que nos conociéramos de toda la vida. Para mí esto supone un subidón importante. Si yo les hubiera revelado que tenía ese sueño hace sólo una semana, ¿qué hubieran pensado? Sí, esa es la respuesta correcta: que ese sueño no era más que un wishful thinking. Sean buenos.
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