martes, 30 de mayo de 2017

637. Viaje a la Toscana II

Llegamos, como les conté, a Arezzo, primera ciudad de la Toscana que visitábamos, en la noche del domingo. Tomamos posesión de nuestras habitaciones en el hotel Vogue, un establecimiento antiguo pero remozado, próximo al centro y muy recomendable. Y, tras dejar las maletas arriba, salimos a cenar a un restaurante que teníamos reservado. Nada más sentarnos, alguien nos dio las noticias del día. Supongo que saben que, cuando uno sale al extranjero, lo primero que tiene que hacer nada más bajar del avión es desconectar los datos del móvil, para no llevarse un disgusto en la siguiente factura de telefonía. Eso se terminará el próximo día 15 de junio, cuando desaparezca de Europa ese invento fatídico que se llama roaming, pero se debería llamar estafing. El caso es que los componentes de mi grupo viajero adquirimos la sana costumbre de pasar estos largos días del final de la primavera totalmente desconectados de las noticias.

Pero al llegar la noche, nos enganchábamos al WiFi del hotel y nos enterábamos de lo que había pasado. Algunos con verdadera ansiedad. La noticia del día era: el Madrí ha ganado la Liga. En un medio abrumadoramente femenino, surgieron los típicos comentarios (a mí el fútbol es que ni fu ni fa, oyes) y yo oculté el motivo real de mi satisfacción (que perdiera el Barcelona), mientras centraba mi atención en el estudio de la carta de antipasti, pasta, primi piatti e contorni. Sólo entonces, la viciosa de la actualidad que había proclamado en voz alta la noticia del domingo, añadió en tono menor: también ha ganado Sánchez. Me creerán o no, pero ninguno de los presentes entendió lo que quería decir (estábamos en la luna toscana): –¿Sanchez? ¿Qué Sánchez? –Pedro. Ahí sí que todos pusimos una cara a la altura del notición. 

Yo ciertamente no me lo esperaba. Aunque lo interpreto como una confirmación de una teoría general que se ha enunciado en este blog, a partir de los resultados de las últimas consultas y votaciones: si a la gente le das la oportunidad de votar algo o expresar una opinión, aprovecha para saldar cuentas. Y los militantes del PSOE tenían una cuenta pendiente de mucho calibre con sus dirigentes, no tanto por el fondo (el no-es-no no llevaba a ningún lado) como por las formas. Una vez lavado el baldón, veremos por dónde tira el partido. Sánchez demostró un cierto sentido de Estado cuando pactó con Ciudadanos. Tal vez le quede algún resto de eso, ahora que se ve respaldado de forma clara. Por lo demás, ya en la misma cena en Arezzo, me entró por whatsapp la imagen que les pongo debajo. Una vez que les expliqué el otro día las tres generaciones de la pintura renacentista, yo creo que esta va un poco más allá, tal vez al universo del Tintoretto.

  
El lunes lo pasamos casi todo en Arezzo, una hermosa ciudad renacentista con vestigios medievales. Últimamente, Arezzo ha cobrado fama por ser el lugar en donde se rodó la primera mitad de la hermosa película La vida es bella (1997, Roberto Begnini). La plaza mayor de la ciudad, donde transcurren varias escenas del film, es un lugar ideal para sentarse en una terraza a tomar un spritz-aperol, bajo las arcadas del porche construido por Giorgio Vasari, que era natural del lugar. Como Piero della Francesca, del que se pueden ver unos frescos extraordinarios en la delicada Basílica de San Francisco, un edificio que recuerda a los de Pisa. Además hay que visitar la catedral y callejear por las intrincadas calles, todas peatonales ma non troppo: como nos dijo una nativa, para el italiano lo primero es el coche (la macchina), lo segundo la madre (la mamma y, si vive, la nonna), lo tercero los hijos (i figli) y luego, a mucha distancia, todo lo demás. Por cierto, otra celebridad local fue Guido de Arezzo, también conocido por Guido Mónaco (el monje Guido), un fraile benedictino nacido a finales del siglo X, que fue el inventor del tetragrama, precursor del pentagrama, el primero que logró pautar la música. Una placa recuerda su memoria en la casa donde nació.

El lunes después de comer, salimos para Siena y esto ya son palabras mayores. La había visitado hace unos treinta años y recordaba especialmente la fastuosa plaza central, la Piazza del Campo. Siena fue la ciudad medieval más importante entre 1250 y 1350 y conserva el esplendor de ese siglo de gloria que terminó con la llegada de la peste negra que diezmó a la población. Momento en que Florencia aprovechó para situarse en el primer lugar entre las ciudades-estado, que ya no abandonó hasta la unificación de Italia en el XIX. Aunque Siena siempre compitió por la primacía, pero en desventaja. Ahora mismo es una ciudad pequeña, que conserva el esplendor de una catedral y una plaza central grandiosas, vestigio de orgullos pasados.

La catedral es espectacular. Pero estuvo a punto de serlo aun más. Porque en la competencia con Florencia, los sieneses pensaron en agrandarla, haciendo que la nave mayor de la cruz latina de su planta pasara a convertirse en nave transversal de otra nueva, esta sí, desmesurada. Llegaron a construir un trozo de nave, que ahora alberga el Museo de la Ópera de Siena. Y también el enorme muro frontal de la nave proyectada. Ahí se les acabó el dinero. Ese muro se alza solo entre las callejas medievales y se puede subir a él para contemplar las mejores vistas de la ciudad. Los sieneses han bautizado como il facciatone a este muro, testimonio absurdo de una obra gallardónica inacabada. En la catedral es obligado visitar el interior, con un púlpito octogonal sobre leones, obra de Nicola Pisano, hijo de Giovanni que fue el autor de la maravillosa fachada que pueden ver aquí. Más abajo, detalle del facciatone.



La Piazza del Campo, presidida por el Palazzo Público, es el escenario de una carrera de caballos única en el mundo: Il Palio, que se celebra dos veces al año, a primeros de julio y a mediados de agosto. Pueden encontrar en Internet datos e imágenes de esta fiesta enloquecida, en la que compiten diez caballos, que han de ser montados a pelo y sin estribos. Cada caballo representa a una de las contradas de la ciudad, los distritos en que se divide. Las contradas son diecisiete, por lo que cada año compiten los siete que se quedaron fuera en la carrera anterior y otros tres a sorteo. Cuando se sabe quiénes serán las contradas competidoras, sus regidores (digamos, las Juntas de Distrito) contratan a los jinetes y los mantienen encerrados hasta la carrera para evitar amaños. Porque el reglamento medieval permite toda clase de sobornos, trampas, martingalas y estratagemas. En la salida sólo se puede empezar cuando hay nueve caballos alineados, por lo que el décimo puede salir desde atrás al galope. El que compite es el caballo, por lo que puede ganar entrando sin jinete.




El día de la carrera, la gente espera en los balcones, para los que han pagado sumas elevadas y con mucha anticipación. Y el pueblo se sitúa en el centro de la plaza y aguanta dos o tres horas al sol, como sardinas en lata. Luego, los jinetes han de dar tres vueltas vertiginosas y dudo mucho que los que están en el centro de la masa vean algo. La contrada ganadora no tiene premio económico alguno, sólo el honor de haber ganado la carrera, de lo que podrá presumir durante todo el año. Al caballo se le agasaja durante los meses posteriores, especialmente si ha llegado sin jinete. Incluso le reservan un lugar especial en la cena que se celebra dos meses después en honor de los vencedores.

Cenamos el lunes en una trattoría a espaldas del Palazzo Público, donde nos invitaron a degustar los tradicionales dulces toscanos: el panforte, especie de pan de higos con frutos secos, los ricciarelli de almendra y los cantucci, bizcochos secos con pistachos o almendras, muy duros, que han de remojarse en vinsanto un vino dulce local. Me traje una cajita de cantucci para invitar a los compañeros del trabajo, pero he de comprarme un moscatel para sustituir al vinsanto. Después de la cena fuimos a ver la catedral de noche, algo que merece la pena. La iluminación es tenue y no hay apenas gente, como mucho alguna pareja de enamorados. Luego, caminando por la calle principal hasta el NH Siena donde nos hospedamos esta vez. Un hotel funcional, muy práctico para una sola noche.

2 comentarios:

  1. El 2.06.17, Anónimo escribió:
    El Tintoretto es buenísimo. Y lo de las preferencias del italiano medio (la maquina, etc.) no son tan distintas de las del español medio, cejijunto, chuleta, traje gris y votante del PP.

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    1. Mi respuesta el 5.06.17:
      Ese especimen está en serio peligro de extinción. Las nuevas generaciones vienen rompiendo. Los chicos ya no quieren coche, prefieren patinar o ir en bici, y también usan el transporte público. Pero el coche perdurará. Sobre todo para desplazamientos periféricos y viajes a otras ciudades. Saludos.

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