domingo, 22 de enero de 2017

603. Destino Myanmar

Bien, va siendo hora de anunciar el objeto de mi próxima aventura, que llevo amagando con desvelar desde hace varios posts. Así que allá va. El próximo día 2 de febrero saldré hacia Yangon (a.k.a. Rangún), capital de Myanmar (a.k.a. Birmania). ¡Ah! que no saben lo que es a.k.a. Eso es porque no van a un taller de conversación inglesa cada miércoles, como yo, ni suelen leer artículos o textos en inglés, donde esa abreviatura se utiliza con profusión. En realidad es una cursilería decir a.k.a. en castellano, pero de algo hay que reírse de vez en cuando. El significado de las tres letras de marras es also known as, también conocido por. Es decir, que en castellano puede sustituirse por alias (si va detrás de un nombre de pila), o por otras expresiones como es decir, o sea, digamos y en koruño del más genuino: osá neno, a ver si m’entiendes lo que quiero’cir.

Pues eso: que me voy a Birmania. Este es el momento en que todos ustedes exclaman ¡¡¡QUÉ NOS DICES!!! Y yo les respondo: lo que oyen. Salimos a la una de Barajas y no alcanzo a imaginar a qué hora llegamos, entre las dos escalas que hemos de hacer en Frankfurt y Pekín y la diferencia horaria con ese misterioso país asiático. Y el regreso, el día 24 del mismo mes. Una inmersión en la realidad birmana con todas las de la ley. Lo cierto es que llevo preparando ese viaje bastante tiempo, pero no lo he contado en este foro por mi prevención habitual: me consta que trae mala suerte anunciar los proyectos cuando aún no están cerrados, porque luego, si la cosa falla, uno hace el ridi más espantoso. Ahora parece que, salvo desgracia sobrevenida, saldremos el día previsto y volaremos en dirección levante en busca de lo desconocido. Les cuento la génesis del viaje.

Todo empezó en mi pasado viaje a Japón. Era este un viaje organizado por la sociedad cultural AULARTE, en el que nos juntamos unas quince personas que no nos conocíamos, aunque luego hemos seguido montando saraos en común, incluyendo una jornada sobre el agua y su influencia en la fundación de Madrid, en la que fui yo la estrella del show. Callejeando un día por una de las ciudades japonesas del interior, me llamó la atención una tiendecita en la que un señor muy educado vendía unos pañuelos para la cabeza, que fabricaba él mismo con unas telas muy bonitas y que tenían también una pequeña pieza de plástico cosida en su interior, tirando de la cual se convertían en visera. El hombre era tan simpático como todos los japoneses y nos contó que era un tipo de pañuelo que sólo vendía él, y que la señora que posaba con sus modelos en todas las fotos que tenía por la tienda, era su esposa. Me gustaron tanto, que me compré uno.

Por la noche, en la cena, conté esta historia y descubrí que no era el único que había comprado un pañuelo del señor amable. Había otro compañero, al que llamaré M.A., porque aún no le he dicho que hablaré de él en el blog, que tenía un segundo pañuelo. Con este M.A., que es de Ciudad Real, ya había pegado la hebra en los primeros días, encontrando una actitud vital y un sentido del humor muy parecido al mío. La verdad es que M.A. es un tipo cojonudo. Así que le dije que, puesto que teníamos pañuelos hermanos, debíamos ponérnoslos un día para ver qué decían los demás compañeros y, por supuesto, hacernos una foto. Llegó el día elegido y nos miramos en un espejo antes de bajar. M.A dudaba y estaba un poco abochornado. Joder, Emilio –me decía–, si nos parecemos a los de Tomelloso, cuando vienen al tajo a Ciudad Real y se ponen el pañuelo de cuatro nudos. Al final le convencí, bajamos y dimos el golpe, aunque ya quedamos bautizados como los de Tomelloso. Abajo tienen la foto que nos hicimos.



Desde que se jubiló, M.A. está apuntado a varios grupos viajeros que se mueven por el mundo. En sus propias palabras, tiene las maletas listas junta a la puerta, por si hay que salir pitando. Y su familia ya lo ha dejado por imposible, porque saben que esa es su pasión y se la respetan. Así que le dije que me avisara del próximo viaje que se planteara, que yo me iba con él. Así salió lo de Birmania. Un primer problema. A mí me sobraban días de vacaciones de 2016, ya saben que me pasé más de seis meses de baja médica. En el Ayuntamiento las vacaciones y moscosos han de cogerse antes del 31 de enero del año siguiente, y mi viaje era en febrero. Me puse en contacto con Recursos Humanos (a.k.a. Asuntos Internos) y les planteé el asunto. Me dijeron que todos los años había peticiones para alargar más el período hábil para coger las vacaciones; que unas se aceptaban y otras no, en función de las motivaciones aducidas. Que, en mi caso, la motivación les parecía razonable, como para aceptarlo de modo excepcional.

Dicho y hecho. Lo comenté con mis jefes y lo pusimos en marcha. Si me llegan a decir que no, hubiera sucedido que no habría tenido tiempo de disfrutar de mis vacaciones reglamentarias y, si hubiera insistido en irme un mes fuera en febrero, me habría encontrado con buena parte de mis días de 2017 ya gastados para entonces. Sólo cuando estuve seguro de este tema, me apunté al viaje. Luego supe que formamos el grupo 8 personas, todas de Ciudad Real menos yo. Hemos tenido ya una reunión de grupo, para lo que tuve que tomar un AVE a su ciudad. Me parecieron buena gente, viajeros apasionados y expertos, que ya han organizado muchas otras aventuras de este tipo sin agencias ni intermediarios. El siguiente paso fue conseguir el visado, para lo que hay que entrar en la Web del estado birmano, rellenar un formulario con foto incluida y enviarlo. Te previenen de que, como te equivoques, ya no puedes mandar otro (reminiscencias de la reciente dictadura), pero te contestan en cinco días. Esa respuesta ya contiene el archivo en pdf del visado, que has de imprimir para mostrarlo al llegar al país.

A continuación me puse en contacto con la llamada Unidad del Viajero, del hospital Carlos III, especializada en medicina tropical, para escuchar sus recomendaciones e instrucciones. Me citaron el 4 de enero. Ese día ya me dieron un pinchacito, con el recordatorio de la vacuna contra el tétanos y la difteria. Me dieron también una vacuna contra el tifus, consistente en tres cápsulas que ya me he tomado. Y eso es todo. Al parecer, la incidencia de malaria en la zona por la que nos vamos a mover es muy baja. No obstante, algunos viajeros insisten en tomar el Malorone, para quitarse neuras y miedos. No es mi caso. Después de haber viajado seis veces a Sri Lanka, a comienzos de siglo (parece que ahora la situación sanitaria ha mejorado mucho), sé defenderme de los mosquitos. No hay más que ser sistemático y darte el Relec Extreme por la mañana y al anochecer, momentos en que sale el mosquito. Y, además, tener suerte, por supuesto.

Vamos a visitar Yangón, Bagán, Mandalay y el lago Inle. Habíamos contratado y pagado tres vuelos interiores para movernos entre estas localizaciones, pero luego hemos sabido que dos de ellos se han suspendido, por falta de pasajeros. Ya nos han devuelto el dinero y parece que los viajes los sustituiremos por un trayecto de casi un día por carretera, en algún tipo de  microbús con conductor, y otro en un viejo tren, también de unas ocho horas, que incluye el paso sobre el puente de Gokteik, una experiencia no apta para personas con vértigo (abajo les pongo un vídeo, para que vayan abriendo boca). Se trata de un puente de 97 metros de alto, construido por los ingleses en 1901 y por el que el tren ha de bajar la velocidad a 20 kms/hora, por seguridad. El viaje incluye varios trayectos senderistas, alguna ruta en bici, posibilidad de algún descenso en canoas y hasta una subida en globo aerostático sobre los templos de Bagán.

A la vuelta, haremos una escala más larga en Pekín, en donde hemos reservado un hotel para dos noches. El único problema es que en Myanmar la temperatura está entre los 24 y los 30 grados, y en Pekín a cinco bajo cero. Pero es una excelente ocasión de conocer una ciudad que al menos yo no he visitado nunca. A unos días de la salida, mantenemos abierto un grupo de Whatsapp que, como es natural, hemos bautizado como Objetivo Birmania. Una de las cosas que me faltan de comprar es un ordenador pequeño, para ir cargando en el blog mis impresiones sobre el sureste misterioso. El que tengo pesa mucho, aunque he cargado con él en mis viajes a Marsella y Piter, últimamente, y también en mis anteriores periplos europeos en tren. Esta vez, hemos de aligerar equipaje. Ya les voy contando. De momento les dejo con dos vídeos: el paso por el viaducto de Goteik y el baile de los globos sobre Bagán. Que los disfruten.



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