Hace 50 años, era 1967 y yo vivía
en La Coruña. Igual que ahora me dispongo a vivir mi último año completo de
funcionario del Ayuntamiento de Madrid, hace 50 años me disponía a vivir mi
último año completo al lado del Atlántico. Hace 50 años, mi referencia en la
prensa escrita era La Voz de Galicia (mi padre compraba también el ABC, pero a
mí no me gustaba). Como es natural, mi padre leía primero que nadie el
periódico y (también como suele suceder) lo dejaba hecho una porquería. Para
poderlo leer con comodidad, yo lo pillaba y lo recomponía debidamente, doblando
de dentro a fuera cada hoja por el doblez establecido por la edición. Sólo
entonces empezaba a hojearlo, tras de lo cual, lo dejaba como recién comprado.
Es una costumbre que conservo y que hace mucha gracia, por ejemplo, a Luis, el
jefe del restaurante La Pitarra que, cada vez que visito su local, me pasa El
País tal como lo ha dejado el usuario anterior, y se ríe las tripas viendo cómo
lo recoloco antes de empezar a leerlo. Cualquier psicoanalista sacaría jugosas
conclusiones de ese comportamiento.
Hace 50 años, La Voz de Galicia
incluía entre sus secciones fijas una que se llamaba precisamente así: Hace 50
años La Voz de Galicia. Yo me leía esa sección de punta a rabo, porque me encantaban
las fotos y las noticias correspondientes a los primeros años del siglo XX en
la ciudad. Por lo que he podido comprobar, el periódico ya no conserva esa
sección, lo que es una lástima. En 1967, yo ya había sido infectado por el
virus del rock and roll, una dolencia que llegaba a todas partes a pesar de la
férrea censura y la cerrazón de aquellos tiempos. Yo escuchaba la radio, me
enteraba de cuáles eran los discos más vendidos, hablaba con colegas del tema,
seguía a los Beatles y a los Stones, me reunía con colegas para escuchar discos
en las rockolas de los bares, acudía a guateques en casas particulares (aún
recuerdo cuando un amigo nos enseñó a todos a bailar el twist), e incluso iba a
algunos conciertos en la plaza de toros, antes de que la derribaran para hacer
viviendas (recuerdo haber visto en directo a Massiel y a gente por el estilo).
Todo eso debía llevarlo con
discreción, en una semiclandestinidad, en una familia gobernada por un padre
forofo de la música clásica, con una extensa colección de discos de la Deutsche Gramophone, que escuchaba en un
aparato de alta fidelidad que sólo él podía manejar, en el cual ponía los
vinilos tras limpiarlos concienzudamente con una gamuza, antes de darle a la
palanca de la marcha y colocar, con mimo supremo y precisión de cirujano, la
aguja en el surco inicial. Mi padre escuchaba la música con arrobo, sentado en
un cómodo sofá, y no podía entender por qué yo no me cortaba el pelo a su
debido tiempo y me empeñaba en ponerme unos vaqueros ajustados de la peor
calidad, que compraba con los ahorros de mi paga en El Barato Mercantil. Parece
mentira que hayan pasado 50 años desde entonces. Sobre todo, porque uno escucha
algunos de los temas del rock en 1967 y son de una calidad, de una modernidad y
de una contundencia admirables.
Hoy les voy a traer algunos, para
que vean que no exagero. Todos los que les voy a poner al principio, los
escuché y los bailé en ese año mágico, lo crean o no. Es el año en que los
Beatles publicaron su obra maestra Sargent Peppers Lonely Hearts Club Band. Los
Stones no se quedaron atrás y alimentaron la polémica con Their Satanic Majesties
Request. Pero no voy a hablarles de los dos grupos más conocidos y populares
del momento. 1967 es el año de la explosión del soul, el momento en que los
negros de Estados Unidos crean una música suya, pero no sólo para ellos. Y,
como ariete del movimiento, los Bar-Kays con su Soul Finger. He encontrado un
vídeo original, un tanto desvaído, pero suficiente para entender la modernidad
de esta propuesta. Fíjense en las pintas de los tipos. Y en lo que supone que
el estribillo lo corree el público. Es una bomba. El sonido está remasterizado.
¡Cuántas veces habré bailado yo el Soul Finger! Pero, enseguida, una mala noticia: resulta que los componentes de los Bar-Kays se habían matado en un accidente de avión, cuando estaban de gira como banda de acompañamiento de Otis Reding. ¿Y quién es Otis Reding? –preguntábamos. Nadie conocía a Otis Reding en La Coruña. Pero muy pronto nos llegó su obra maestra “Sentado en el muelle de la bahía”, una de las canciones más hermosas de todos los tiempos, que habla de la nostalgia del negro sentado en la bahía de San Francisco, viendo pasar los barcos mientras recuerda sus tierras resecas de Georgia. Uno de mi panda tenía lo que se llamaba un picú, forma españolizada de pik-up. Era un aparato de la marca Cosmo, que funcionaba a pilas. Con él nos subíamos a lo más alto del espigón del puerto y poníamos este disco una y otra vez, bajo el sonido de las gaviotas. Mi nostalgia era inversa, y estaba deseando atravesar el telón de grelos y marcharme a la Meseta, pero daba igual. Esta música es universal, vale para cualquier ansia o sentimiento. Aquí se la dejo.
¡Cuántas veces habré bailado yo el Soul Finger! Pero, enseguida, una mala noticia: resulta que los componentes de los Bar-Kays se habían matado en un accidente de avión, cuando estaban de gira como banda de acompañamiento de Otis Reding. ¿Y quién es Otis Reding? –preguntábamos. Nadie conocía a Otis Reding en La Coruña. Pero muy pronto nos llegó su obra maestra “Sentado en el muelle de la bahía”, una de las canciones más hermosas de todos los tiempos, que habla de la nostalgia del negro sentado en la bahía de San Francisco, viendo pasar los barcos mientras recuerda sus tierras resecas de Georgia. Uno de mi panda tenía lo que se llamaba un picú, forma españolizada de pik-up. Era un aparato de la marca Cosmo, que funcionaba a pilas. Con él nos subíamos a lo más alto del espigón del puerto y poníamos este disco una y otra vez, bajo el sonido de las gaviotas. Mi nostalgia era inversa, y estaba deseando atravesar el telón de grelos y marcharme a la Meseta, pero daba igual. Esta música es universal, vale para cualquier ansia o sentimiento. Aquí se la dejo.
El mundo del soul producía figuras por decenas
en ese tiempo: Arthur Conley, James Brown, Sam and Dave o el gran Wilson
Picket, con su Tierra de las Mil Danzas.
Y hablando de Wilson Picket, abajo les pongo una imagen de uno de sus conciertos. ¿Reconocen al joven guitarrista que aparece a la derecha de la imagen, con su pajarita y todo? Curioso ¿verdad?
Y, mientras tanto ¿qué hacían los
blancos? Pues 1967 el año del llamado Verano del Amor, la mítica reunión del
movimiento hippy en San Francisco. La primera noticia de que existía un
movimiento hippy la tuve yo un par de años antes y, cómo no, a través de La Voz
de Galicia. Esta vez, fue en una sección fija, de la última página, que se
llamaba Hechos y Figuras y que consistía en una foto con un comentario al pié.
Es decir, que se trataba de una referencia a una noticia rara o curiosa, como
el nacimiento de un ternero de dos cabezas, o similar. Esa vez se titulaba “el
entierro de los hippies”. La noticia daba cuenta de que los fundadores de ese
desconocido movimiento, desencantados de ver cómo se estaba desvirtuando,
habían decidido escenificar su entierro, como se veía en la foto, en la que
unos tipos muertos de risa simulaban una especie de entierro de la sardina, con
ataúd y todo. A pesar del desencanto de estos puristas, el movimiento era ya
imparable en 1967 y la llamada al gran verano del amor encontró su himno en
este tema de Scott McKenzie. ¡Qué tiempos maravillosos! Si vas a San Francisco,
asegúrate de llevar algunas flores en el pelo.
Y aquí tenemos un tema que fue clave. Porque no todo era tan bonito en el mundo como lo contaban los hippies. Por allí estaba la guerra de Vietnam en plena efervescencia y algunos grupos traducían la inquietud y la crítica contra la violencia, las armas y los ejércitos. Entre estos, un grupo efímero, pero del que saldrían grandes músicos lanzados al triunfo. Me estoy refiriendo a Buffalo Springfield. Su tema For wath it's worth es una maravilla. En la imagen de la portada del disco pueden reconocer facilmente a Stephen Stills y al gran Neil Young, que desde joven anduvo metido en todos los charcos, ambos con patillas fundacionales.
Y hablando de Wilson Picket, abajo les pongo una imagen de uno de sus conciertos. ¿Reconocen al joven guitarrista que aparece a la derecha de la imagen, con su pajarita y todo? Curioso ¿verdad?
Y aquí tenemos un tema que fue clave. Porque no todo era tan bonito en el mundo como lo contaban los hippies. Por allí estaba la guerra de Vietnam en plena efervescencia y algunos grupos traducían la inquietud y la crítica contra la violencia, las armas y los ejércitos. Entre estos, un grupo efímero, pero del que saldrían grandes músicos lanzados al triunfo. Me estoy refiriendo a Buffalo Springfield. Su tema For wath it's worth es una maravilla. En la imagen de la portada del disco pueden reconocer facilmente a Stephen Stills y al gran Neil Young, que desde joven anduvo metido en todos los charcos, ambos con patillas fundacionales.
En fin, ahora sí que les voy a pedir
que se quiten el sombrero y se pongan de pié para escuchar una maravilla. La
canción The Letter, de los Box Tops, es realmente un tema que se anticipa a su
tiempo. Es increíble que sea de 1967. Qué forma de empezar, yendo al grano, qué
voz rota, qué desarrollo, qué arreglos. Una de las grandes canciones de la
historia. Les dejo con ella. Sean buenos y no caigan en la nostalgia.
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