AAAAAYYYY QUÉ
DISGUSTO MÁS GRANDE QUE TENGO. AAAYYY QUÉ PENITA Y QUÉ DOLOR, QUE ME SE HAN IDO
LOS RUSOOOOS. AAAAAAYYYYYY VIRGENCITA DE LA CANDELARIAAAA. AAAAYYYYY NIÑO JESÚS
DE PRAGAAAA. AAAYYY AAAAYYYY AAAAYYYY QUE YA NO ME ENTRA NINGÚN RUSOOOO AL BLOG.
NI UNO NI UNO NI UNO. ¿Y QUÉ VOY A HACER YO SIN RUSOOOOS? AAAAAYYYYY SAN
ANTONIO BENDITO, SAN LORENZO Y SAN CAYETANOOOOO. Y AHORA QUIÉN M’ATACA A MÍÍÍÍÍÍ…
Bueno, pues ya lo saben.
Siguiendo el sabio consejo de un colega, blogger experto, me relajé y pasé de
los rusos que se dedicaban a hackear mi blog con saña, a base de captar y
redireccionar mis posts de tres en tres. El truco era soltarles cuerda para que
ellos solos se ahorcasen y parece que ha dado resultado. Al principio siguieron
entrando cada día, siempre en número de 21 o múltiplo exacto. Siete veces por
post. Pero, poco a poco, la cosa ha empezado a bajar y ahora llevo más de una
semana sin ninguna visita desde Rusia. Mi colega me explicó que los internautas
de esa tierra hacen eso de manera sistemática y sin una finalidad definida. Por
eso no me extraña que se hayan inmiscuido en la campaña electoral
estadounidense, aunque las quejas de Obama recuerdan un poco a los equipos de
fútbol que culpan al árbitro de sus derrotas. Volviendo a mi blog, ya no me
entran más rusos, cierto, pero no creo que esta calma chicha sea definitiva y
les cuento una anécdota al respecto.
Hace uno o dos años. Mi hermano
mayor y mi cuñada se van a una excursión a los llamados Países Bálticos con un
grupo de jubilados veteranos. La idea es volar a Tallin, la capital de Estonia
y, desde allí, ir bajando en autobús hasta finalizar en Vilnius, capital
lituana, donde se tomará el vuelo de vuelta. El conductor del bus es un estonio
muy amable que habla español con fluidez y que les acompaña durante todos los
trayectos, del primer aeropuerto al último. En Lituania han de pararse en un
puesto de control de la policía y mi cuñada observa que el chófer baja la
ventanilla y habla relajadamente con el guardia del puesto en una lengua no
identificada. Intrigada, le pregunta ya en marcha en qué idioma se han
entendido. Respuesta: –Señora, por favor, los pueblos de esta región nos
entendemos en la lengua común de todos nosotros: el ruso. Sorprendida, mi
cuñada pregunta de nuevo: –¿Pero los rusos no se habían ido de aquí hace veinte
años? Respuesta enfática –Milady, los rusos nunca se van del todo de un lugar
que ha sido suyo.
Terrorífico ¿verdad? Eso explica
el miedo y la paranoia que se extiende últimamente, no sólo por los Países
Bálticos, sino por Ucrania, Polonia, Rumanía, Bulgaria, Hungría o la República
Checa. Los eslovacos no están muy preocupados, en su día ejercieron el derecho
a decidir y ahora son una arcadia inmaculada, un enclave rural en el centro de
la civilizada Europa. ¿Quién podría atacar su paraíso? Tampoco hay una
inquietud muy extendida en Finlandia, aunque los más preocupones ya se han
construido bunkers bajo sus chalets, con sauna incorporada, por supuesto.
Finlandia conmemora este año su primer centenario como país independiente,
puesto que hasta 1917 estuvieron bajo el dominio ruso. Lo de los bunkers no es
un chiste, ya saben que estuve en septiembre en un congreso de Urbanismo
Subterráneo y tengo información puntual de todo lo que va surgiendo en este
tema (en Londres acaban de dar la licencia para un hotel enteramente
subterráneo, en el centro de la City, con fotos de paisajes en las ventanas.
Será un gran éxito: para los turistas que sólo van a su hotel a dormir, la
localización céntrica es un valor imbatible).
Eso explica también que los
rusos, todos sin excepción, adoren en este momento a Putin, el hombre que les
vende el sueño de volver a ser una gran potencia en el concierto de las
naciones. Putin, ex agente del KGB (desarrolló gran parte de su trabajo en
Dresde, en la antigua RDA), es un gobernante que no tiene grandes dudas. Adapta
las normas a su conveniencia: si la Constitución que heredó de Yeltsin sólo le
permitía ocupar su puesto cuatro años, se busca a un pringado como hombre de
paja, y vuelve después. Ahora ya no se habla de fecha de caducidad, ha debido
de cambiar la norma para seguir indefinidamente. Por lo demás, es un tipo
autoritario, machista, homófobo declarado y que no bromea para nada. Que nadie
se equivoque con él, porque lo cruje. No es de extrañar que haga buenas migas
con personajes similares, como Erdogan, Duterte el filipino y otros. Y, por
supuesto, con Trump.
Yo sí me creo que los rusos han hackeado
las páginas Web electorales en USA, porque lo hacen con todo, aunque dudo del
efecto que esto haya podido tener en los resultados. Quién haya votado a Trump,
no lo ha hecho porque se lo digan los rusos. Estamos ya a pocos días de la toma
de posesión del nuevo presidente, y muy pronto veremos hasta dónde llega su
peligrosidad. Con motivo de este acontecimiento, he investigado en Internet,
buscando datos sobre la figura de Ronald Reagan, cuya llegada a la presidencia
provocó dudas similares, y he encontrado algunas cosas sorprendentes, pero esto
se queda para un post específico. A muchos de los votantes de Trump,
generalmente conservadores y tradicionales, les tiene ahora un poco mosca tanto
mamoneo y tantas afinidades con Putin, al que el nuevo presidente le da un
jabón un poco exagerado. Esto sucede, por ejemplo, entre los medios
hispanohablantes de Miami, nido de gusanos anticastristas. Los hispanos de
Florida tienen unos diarios en lengua española muy buenos, como El Nuevo
Herald, que hace poco expresaba su inquietud en ESTE
recomendable análisis.
En medios más progresistas, como
la ciudad de Nueva York, esa inquietud impregna la vida de muchos de sus
residentes, especialmente los que proceden de la inmigración. El País tiene hace menos de un año a una
corresponsal en la Gran Manzana, que se llama Valeria Luiselli. Es una mexicana
que ha conseguido un puesto como profesora en alguna universidad y se ha
trasladado allí con su marido y una hija. Sus análisis políticos no siempre me
convencen, pero me gusta mucho su pluma cuando cuenta sus sentimientos o informa
de las pequeñas cosas cotidianas de la vida en Manhattan. Creo que es mejor
escritora que periodista. En noviembre, se fue una semana de vacaciones a su
tierra y, al volver, ya tras la victoria de Trump, escribió una crónica que es
una pequeña joya. Allí expresaba de forma muy sutil cuál es el ambiente de la ciudad
en este momento. Por si no la leyeron, pueden consultarla AQUÍ.
Por lo demás, esta mañana me he
reincorporado al trabajo, ya saben que sólo para tres semanas y media. ¿Qué
vendrá después? Sorpresa, sorpresa…
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