domingo, 29 de enero de 2017

605. Sobre el talento y el genio

He visto esta mañana el emocionante partido final del Open de Australia de tenis, entre Nadal y Federer, una maravillosa vuelta al pasado reciente en el que ambos dominaban el mundo del tenis, años en que ni siquiera soñábamos en que Donald Trump se escaparía del mundo virtual de Los Simpsons, con su cara anaranjada y su pelo amarillo, para convertirse en el presidente USA. Por decir algo breve sobre Trump, pues la está liando parda, pero no nos olvidemos de que eso que está haciendo es exactamente lo que prometió que haría en su campaña electoral (al revés de lo que acostumbran a hacer los políticos al uso), y con semejante ideario y programa, le votaron más de 60 millones de personas. Conviene tener esto en cuenta.

Pero estábamos con Federer y Nadal. Para mí son dos ejemplos claros de genio y talento, respectivamente. Federer es un genio del tenis y Nadal un talento del tenis. En general, estos dos conceptos suelen usarse indistintamente, porque no hay una línea clara que delimite la diferencia entre ambos. Pero yo creo que son conceptos distintos y, desde luego, en inglés se suelen diferenciar, como veremos. El genio es una cualidad innata, que se tiene de nacimiento y que te suelen descubrir de pequeñito. El genio te permite dar una respuesta brillante (en el campo en el que eres genial) con aparente menos esfuerzo, aunque finalmente también requiere un trabajo de mantenimiento y de perfeccionamiento, porque, si no desarrollas y aplicas la cualidad, acabas siendo un genio desperdiciado. El genio podría asimilarse a lo que llamamos también inspiración.

El talento, en cambio, no es una cualidad innata, sino el resultado de un gran esfuerzo, de una combinación de cabezonería, aprendizaje continuo, trabajo repetido, entrenamiento, concentración y tenacidad, hasta lograr la excelencia en una disciplina concreta. El talento es algo que se desarrolla y se trabaja. El genio no. Aunque el genio también haya que cuidarlo y mantenerlo para que no se oxide. En inglés, las palabras talent y genius tienen esos significados bien diferenciados. Talent es traducible por lo que aquí llamamos oficio, mientras que genius podría ser asimilable a facilidad. En el caso de los dos tenistas citados, la diferencia es clara. Federer le da a la bola aparentemente sin esfuerzo, con la misma facilidad con la que cantaba Frank Sinatra, o con la que B.B. King desarrollaba sus punteos a la guitarra. No sé si vieron el partido entero, como yo, pero Federer acabó los intensos cinco sets, casi sin sudar. De hecho, no se cambió de camiseta para la ceremonia de entrega de premios (pueden comprobarlo).

¿Qué decir de Rafa Nadal? Pues que es el resultado de un trabajo, de un esfuerzo continuado que le ha llevado a un nivel de excelencia suficiente como para ganarle a un genio como Federer muchas veces. Su juego es el resultado de extenuantes sesiones de entrenamiento, de un carácter competitivo inigualable, de un esfuerzo casi doloroso en cada golpe que da, reforzado por sus gritos agónicos, mientras Federer parece bailar por la pista, como si estuviera cazando mariposas. Esta mañana, en cuanto el partido acabó, lo primero que hizo Rafa fue quitarse la camiseta completamente empapada y sustituirla por una sudadera seca para la ceremonia final. Fue un partido hermoso entre dos treintañeros que revivieron sus viejas batallas. La forma de jugar que tiene Federer hace que para él sea menos importante el factor físico, por lo que le afecta menos el envejecimiento.

En la pintura, parece claro el componente genial de personajes como Dalí, o Picasso. ¿Tal vez Goya era más genial y Velázquez más talentoso? No me atrevo a decirlo, no soy un experto en pintura y mis opiniones son las de un aficionado. Picasso es claramente un genio, para mí, ya saben que expuso sus cuadros por primera vez en La Coruña, cuando contaba sólo 13 años. Pero toda su vida fue un trabajador incansable. Respecto a esto del genio y el talento, dejó para la historia una frase definitiva: “yo creo en la inspiración artística, por supuesto, pero, para cuando llega, prefiero que me pille trabajando”. Como ven, la frontera entre ambos conceptos es difusa. Artistas tan grandes como Goya o Picasso, podemos pensar que sumaban el genio al talento, porque se pasaron la vida trabajando. Beethoven, Bob Dylan o Jimmy Hendrix podrían ser personajes claramente geniales, mientras que Bach o Bowie podrían personificar el talento. Dicho esto con cautela. En los tiempos gloriosos del Súper Depor, pudimos disfrutar también del genio de Dajlminha y el talento de Mauro Silva.

Para ilustrar la diferencia entre genio y talento en el mundo anglosajón, viene al pelo una anécdota que ya les conté a cuenta del arquitecto escocés de principios del siglo XX Charles Rennie McKintosh, al que dediqué un post con motivo de mi visita a la ciudad de Glasgow. Este gran arquitecto, firmaba todos sus proyectos a medias con su mujer, Margaret McDonald, que era una gran diseñadora de interiores. Juntos definían todos los elementos de las casas que ideaban, desde los muebles, las cortinas, las chimeneas, los radiadores o las persianas. En una entrevista con la prensa, el periodista le preguntó a McKintosh hasta donde llegaba la autoría de ambos, o de qué parte de los proyectos se encargaba cada uno. He aquí su modesta respuesta: “ella es la parte genial del equipo. Ella tiene el genio. Yo me limito a aportar mi talento”.

Por último, la gran violinista alemana Anne-Sophie Mutter, que comenzó como niña prodigio con muy pocos años, se convirtió muy pronto en la protegida del gran Herbert von Karajan, y hoy es tal vez la mejor violinista del mundo. Hace poco pude ver un reportaje en español de la cadena Deutsche Welle, en la que se recogía esta frase de su maestro: “cuando la conocí y la escuché tocar por primera vez, supe que estaba ante un gran talento. Pero luego comprendí que, además estaba ante una persona genial”. He tratado de recuperar ese interesante documental, que duraba una hora, pero parece que la cadena citada mantiene sus reportajes un tiempo en la red y luego los retira, así que no lo puedo subir al blog. A cambio, les dejo una pequeña muestra del desempeño de esta gran artista del violín. Para verlo han de pinchar AQUÍ. Sean felices.

martes, 24 de enero de 2017

604. La maldición de Tecumseh y la nueva resistencia americana

Vaya, el Boss está ahora mismo de gira por Australia y no podía dejar de comentar lo que está sucediendo en su país. He de pedirles disculpas porque, en mi optimismo inveterado, del que a mis años ya no voy a abjurar, he tratado de dulcificar el palo que supone la victoria de Trump para todos los que creemos en un mundo en permanente progreso, caminando hacia objetivos de igualdad y bienestar generalizado. Yo creí que este señor moderaría su discurso en cuanto hubiera ganado la presidencia. Yo creí que todo su rollo iba de farol y que muy pronto su propio partido le metería en vereda. Yo creí que en su cabeza quedaría un gramo de sentido común, ese que le ha hecho prosperar en el negocio inmobiliario. Pero, en cada intervención suya, en cada nombramiento, en cada nuevo insulto, este señor se empeña en desmentir esa tendencia mía a pensar que nuestro mundo globalizado e interconectado estaba libre de peligros. Resuena en mis oídos la máxima que solía repetir un profesor muy cursi que tuve yo en la escuela: el Creique y el Penseque son hijos de Doña Ignorancia y Don Perdereltiempo.

Pues ese soy yo: el perfecto hijo de Doña Ignorancia y Don Perdereltiempo. El señor Trump no sólo es un peligro para nuestro mundo. Es que, sobre todo, es un síntoma. Ahora que teníamos un mundo interconectado que había convertido en ridículas las fronteras, surgen movimientos de opinión que pretenden restaurarlas. Esos cantos de sirena son los que han seducido a la mitad de los norteamericanos, pero también a la mitad de los británicos y a la mitad de los colombianos. Y les seguirán los franceses, los holandeses, los catalanes y no sé cuantos más. Vamos de cabeza hacia un mundo cada vez más fragmentado políticamente y dominado por compañías multinacionales cada vez mayores. ¿Qué podemos hacer? Pues prepararnos para resistir y pelear mientras podamos. Ese es el sentido del último discurso del Boss, que me dispongo a traducirles. Tranquilos. Es un speach muy cortito, sintético y declamado a la carrera, como le gusta hablar a él. Es increíble lo preciso que puede llegar a ser este señor.

Como les digo, Bruce Springsteen está ahora mismo de gira por Australia, continente que no visitaba desde hace tres años. El primer concierto de la gira tuvo lugar en Perth, el pasado 22 de enero. El Boss salió a escena y abrió con su extraordinaria New York City Serenade, una larga balada que ya les he traído al blog hace un tiempo. Tras este preludio intimista, el concierto entraba en harina con Lonesome Day, pero, antes de su tradicional grito ¡One, Two Three! Bruce se largó una parrafada, cuyo vídeo pueden ver aquí. Y abajo la traducción.


Bueno, la E-Street está muy contenta de estar aquí en Australia. Pero estamos muy, muy lejos de nuestras casas, y nuestra mente y nuestros corazones están con los cientos de miles de mujeres y hombres que en cada ciudad norteamericana ¡y también en Melbourne! se han manifestado hoy contra el odio y la división, y en apoyo de la tolerancia, la inclusión, los derechos reproductivos, los derechos civiles, la justicia racial, los derechos LGTB, el medio ambiente, la igualdad de género, la asistencia sanitaria y los derechos de los inmigrantes. Estamos con vosotros. Nosotros somos la nueva resistencia americana.

No se puede decir más claro. Y sin nombrar a Trump. Ahora se ha sabido que el Boss dio un concierto privado en la Casa Blanca el pasado 12 de enero. Fue un concierto acústico, para 250 personas, en la sala East Room, al que asistió el presidente Obama y todo su staff. Bruce actuó únicamente acompañado por su esposa Patty y al final, Obama subió al escenario, se fundió en un abrazo con ambos y habló brevemente para despedirse de su gente. Yo creo que vamos a echar mucho de menos a Obama, en primer lugar en las formas, y muy pronto en las cuestiones de fondo. Pero después de ver la cantidad de apoyos que suscitó la campaña de Bernie Sanders el año pasado y escuchar los parlamentos del Boss en sus conciertos, yo confío en que esa nueva resistencia americana se haga oír. Y hasta podríamos tener la esperanza de que el señor Trump no termine su mandato. Bueno, no sería la primera vez que esto sucede.

De hecho ha habido ocho presidentes yanquis que han muerto durante su mandato, y en USA se suele comentar al respecto la maldición que pronunció el caudillo shawnee Tecumseh. Los shawnee eran un pueblo indio que luchaba con uñas y dientes contra la colonización de sus tierras. En 1811 los shawnee fueron derrotados en la batalla de Tippecanoe, por las tropas yanquis que mandaba William H. Harrison. Y parece que Tecumseh, antes de morir, le lanzó a su enemigo una maldición consistente en que, un año que terminara en cero, llegaría a ser un gran hombre de estado, pero el cero se interpondría en su camino y un rayo lo derribaría, y también a sus sucesores que tuvieran algo que ver con el número cero. Naturalmente, es difícil de saber si entre los que le rodeaban alguien entendía el idioma shawnee, sin contar con que es posible que un pueblo tan primitivo es dudoso que conociera el significado del cero en la numeración. Pero las leyendas tienen estas cosas. Y vean lo que sucedió con los ocho presidentes de los Estados Unidos que fallecieron en el cargo.

El primero fue precisamente William H. Harrison, elegido como noveno presidente de la Unión en 1840, cuando ya se habría olvidado seguramente de la maldición. El 4 de marzo de 1841 lanzó un largo discurso de toma de posesión de su cargo, al aire libre y sin ponerse el abrigo, a pesar de que debía de hacer un frío tremendo. Total, que se agarró una neumonía de la que murió sólo un mes después (recuerden que en esos años no existía la penicilina). El siguiente de la lista, Zachary Taylor, presidente número 12 de la nación, fue elegido en 1848 y murió de gastroenteritis aguda en 1850. El tercero fue el gran Abraham Lincoln, el campeón de la igualdad entre los ciudadanos americanos. Lincoln, fue elegido en 1860 y asesinado en 1865, después de ser reelegido. Un actor en paro le disparó varios tiros en el palco de un teatro de Washington.

La lista continúa con James Garfield, elegido en 1880 y asesinado a tiros un año después, por un abogado que terminaría ejecutado en la horca. William McKinley, el presidente número 25 fue elegido por primera vez en 1896 y reelegido en 1900. En este caso fue un anarquista de origen polaco el que logró pegarle dos tiros fatales en 1901. El sexto, Warren G. Harding fue elegido en 1920 y murió en el tercer año de mandato a causa de una hemorragia cerebral. El siguiente, Franklin Delano Roosevelt, es el único presidente que ha sido elegido cuatro veces mediante una excepción constitucional a causa de la guerra mundial. Sus triunfos: 1932, 1936, 1940 y 1944. En 1945, sufrió también un accidente cerebrovascular y tuvo que ser sustituido por el funesto Harry Truman, el tipo que mandó lanzar dos bombas atómicas sobre ciudades habitadas de Japón.

Y el octavo de la lista, el añorado John Fitzgerald Kennedy, elegido en 1960 y asesinado en 1962. ¿Podemos esperar que Trump sufra un atentado? No es este blog un lugar en donde desearle mal a nadie. Ni siquiera a Trump. Y no se me ocurre ninguna relación con años terminados en cero. Salvo el hecho de que tiene 70 años. Un poco cogido por los pelos. La única otra posibilidad que registra la historia es un procedimiento de impeachment, de acuerdo con lo previsto en la Constitución Americana. Pero la historia es clara y meridiana al respecto. Sólo se ha iniciado ese procedimiento en dos ocasiones: Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998, por el asunto Lewinsky. Ambos eran del Partido Demócrata Y el resultado de ambos procesos fue idéntico: el Congreso aprobó el impeachment y el Senado lo vetó, por lo que los dos siguieron de presidentes. En 1974, el Congreso estaba ya preparando el proceso de impeachment contra Nixon, cuando este presentó la dimisión.

Antecedentes no faltan y ganas de quitar de en medio a Trump, tampoco. En el Partido Demócrata confían en ganar las legislativas de 2018, en las que se renueva la mitad de las Cámaras. Si eso sucediera, sería un escenario ideal para un impeachment. Pero falta mucho para ello y yo de momento me voy a Birmania. Que ustedes lo pasen bien.

domingo, 22 de enero de 2017

603. Destino Myanmar

Bien, va siendo hora de anunciar el objeto de mi próxima aventura, que llevo amagando con desvelar desde hace varios posts. Así que allá va. El próximo día 2 de febrero saldré hacia Yangon (a.k.a. Rangún), capital de Myanmar (a.k.a. Birmania). ¡Ah! que no saben lo que es a.k.a. Eso es porque no van a un taller de conversación inglesa cada miércoles, como yo, ni suelen leer artículos o textos en inglés, donde esa abreviatura se utiliza con profusión. En realidad es una cursilería decir a.k.a. en castellano, pero de algo hay que reírse de vez en cuando. El significado de las tres letras de marras es also known as, también conocido por. Es decir, que en castellano puede sustituirse por alias (si va detrás de un nombre de pila), o por otras expresiones como es decir, o sea, digamos y en koruño del más genuino: osá neno, a ver si m’entiendes lo que quiero’cir.

Pues eso: que me voy a Birmania. Este es el momento en que todos ustedes exclaman ¡¡¡QUÉ NOS DICES!!! Y yo les respondo: lo que oyen. Salimos a la una de Barajas y no alcanzo a imaginar a qué hora llegamos, entre las dos escalas que hemos de hacer en Frankfurt y Pekín y la diferencia horaria con ese misterioso país asiático. Y el regreso, el día 24 del mismo mes. Una inmersión en la realidad birmana con todas las de la ley. Lo cierto es que llevo preparando ese viaje bastante tiempo, pero no lo he contado en este foro por mi prevención habitual: me consta que trae mala suerte anunciar los proyectos cuando aún no están cerrados, porque luego, si la cosa falla, uno hace el ridi más espantoso. Ahora parece que, salvo desgracia sobrevenida, saldremos el día previsto y volaremos en dirección levante en busca de lo desconocido. Les cuento la génesis del viaje.

Todo empezó en mi pasado viaje a Japón. Era este un viaje organizado por la sociedad cultural AULARTE, en el que nos juntamos unas quince personas que no nos conocíamos, aunque luego hemos seguido montando saraos en común, incluyendo una jornada sobre el agua y su influencia en la fundación de Madrid, en la que fui yo la estrella del show. Callejeando un día por una de las ciudades japonesas del interior, me llamó la atención una tiendecita en la que un señor muy educado vendía unos pañuelos para la cabeza, que fabricaba él mismo con unas telas muy bonitas y que tenían también una pequeña pieza de plástico cosida en su interior, tirando de la cual se convertían en visera. El hombre era tan simpático como todos los japoneses y nos contó que era un tipo de pañuelo que sólo vendía él, y que la señora que posaba con sus modelos en todas las fotos que tenía por la tienda, era su esposa. Me gustaron tanto, que me compré uno.

Por la noche, en la cena, conté esta historia y descubrí que no era el único que había comprado un pañuelo del señor amable. Había otro compañero, al que llamaré M.A., porque aún no le he dicho que hablaré de él en el blog, que tenía un segundo pañuelo. Con este M.A., que es de Ciudad Real, ya había pegado la hebra en los primeros días, encontrando una actitud vital y un sentido del humor muy parecido al mío. La verdad es que M.A. es un tipo cojonudo. Así que le dije que, puesto que teníamos pañuelos hermanos, debíamos ponérnoslos un día para ver qué decían los demás compañeros y, por supuesto, hacernos una foto. Llegó el día elegido y nos miramos en un espejo antes de bajar. M.A dudaba y estaba un poco abochornado. Joder, Emilio –me decía–, si nos parecemos a los de Tomelloso, cuando vienen al tajo a Ciudad Real y se ponen el pañuelo de cuatro nudos. Al final le convencí, bajamos y dimos el golpe, aunque ya quedamos bautizados como los de Tomelloso. Abajo tienen la foto que nos hicimos.



Desde que se jubiló, M.A. está apuntado a varios grupos viajeros que se mueven por el mundo. En sus propias palabras, tiene las maletas listas junta a la puerta, por si hay que salir pitando. Y su familia ya lo ha dejado por imposible, porque saben que esa es su pasión y se la respetan. Así que le dije que me avisara del próximo viaje que se planteara, que yo me iba con él. Así salió lo de Birmania. Un primer problema. A mí me sobraban días de vacaciones de 2016, ya saben que me pasé más de seis meses de baja médica. En el Ayuntamiento las vacaciones y moscosos han de cogerse antes del 31 de enero del año siguiente, y mi viaje era en febrero. Me puse en contacto con Recursos Humanos (a.k.a. Asuntos Internos) y les planteé el asunto. Me dijeron que todos los años había peticiones para alargar más el período hábil para coger las vacaciones; que unas se aceptaban y otras no, en función de las motivaciones aducidas. Que, en mi caso, la motivación les parecía razonable, como para aceptarlo de modo excepcional.

Dicho y hecho. Lo comenté con mis jefes y lo pusimos en marcha. Si me llegan a decir que no, hubiera sucedido que no habría tenido tiempo de disfrutar de mis vacaciones reglamentarias y, si hubiera insistido en irme un mes fuera en febrero, me habría encontrado con buena parte de mis días de 2017 ya gastados para entonces. Sólo cuando estuve seguro de este tema, me apunté al viaje. Luego supe que formamos el grupo 8 personas, todas de Ciudad Real menos yo. Hemos tenido ya una reunión de grupo, para lo que tuve que tomar un AVE a su ciudad. Me parecieron buena gente, viajeros apasionados y expertos, que ya han organizado muchas otras aventuras de este tipo sin agencias ni intermediarios. El siguiente paso fue conseguir el visado, para lo que hay que entrar en la Web del estado birmano, rellenar un formulario con foto incluida y enviarlo. Te previenen de que, como te equivoques, ya no puedes mandar otro (reminiscencias de la reciente dictadura), pero te contestan en cinco días. Esa respuesta ya contiene el archivo en pdf del visado, que has de imprimir para mostrarlo al llegar al país.

A continuación me puse en contacto con la llamada Unidad del Viajero, del hospital Carlos III, especializada en medicina tropical, para escuchar sus recomendaciones e instrucciones. Me citaron el 4 de enero. Ese día ya me dieron un pinchacito, con el recordatorio de la vacuna contra el tétanos y la difteria. Me dieron también una vacuna contra el tifus, consistente en tres cápsulas que ya me he tomado. Y eso es todo. Al parecer, la incidencia de malaria en la zona por la que nos vamos a mover es muy baja. No obstante, algunos viajeros insisten en tomar el Malorone, para quitarse neuras y miedos. No es mi caso. Después de haber viajado seis veces a Sri Lanka, a comienzos de siglo (parece que ahora la situación sanitaria ha mejorado mucho), sé defenderme de los mosquitos. No hay más que ser sistemático y darte el Relec Extreme por la mañana y al anochecer, momentos en que sale el mosquito. Y, además, tener suerte, por supuesto.

Vamos a visitar Yangón, Bagán, Mandalay y el lago Inle. Habíamos contratado y pagado tres vuelos interiores para movernos entre estas localizaciones, pero luego hemos sabido que dos de ellos se han suspendido, por falta de pasajeros. Ya nos han devuelto el dinero y parece que los viajes los sustituiremos por un trayecto de casi un día por carretera, en algún tipo de  microbús con conductor, y otro en un viejo tren, también de unas ocho horas, que incluye el paso sobre el puente de Gokteik, una experiencia no apta para personas con vértigo (abajo les pongo un vídeo, para que vayan abriendo boca). Se trata de un puente de 97 metros de alto, construido por los ingleses en 1901 y por el que el tren ha de bajar la velocidad a 20 kms/hora, por seguridad. El viaje incluye varios trayectos senderistas, alguna ruta en bici, posibilidad de algún descenso en canoas y hasta una subida en globo aerostático sobre los templos de Bagán.

A la vuelta, haremos una escala más larga en Pekín, en donde hemos reservado un hotel para dos noches. El único problema es que en Myanmar la temperatura está entre los 24 y los 30 grados, y en Pekín a cinco bajo cero. Pero es una excelente ocasión de conocer una ciudad que al menos yo no he visitado nunca. A unos días de la salida, mantenemos abierto un grupo de Whatsapp que, como es natural, hemos bautizado como Objetivo Birmania. Una de las cosas que me faltan de comprar es un ordenador pequeño, para ir cargando en el blog mis impresiones sobre el sureste misterioso. El que tengo pesa mucho, aunque he cargado con él en mis viajes a Marsella y Piter, últimamente, y también en mis anteriores periplos europeos en tren. Esta vez, hemos de aligerar equipaje. Ya les voy contando. De momento les dejo con dos vídeos: el paso por el viaducto de Goteik y el baile de los globos sobre Bagán. Que los disfruten.



jueves, 19 de enero de 2017

602. Se rían, coño

Hoy nos vamos a reír un poco, que llevamos una temporada demasiado serios y puede sucedernos que entre por aquí gente que se crea que esto es lo que no es. Mi amigo Mariano, seguidor irreductible del blog, termina su último comentario choteándose de la tontería podemita de dirigir sus speachs a todos y a todas, a los trabajadores y las trabajadoras, etc. La verdad es que no son sólo los de Podemos. También el PSOE y todos los demás partidos, excepto el PP. Incluso se le escapa a alguno del PP, aunque enseguida se da bofetadas en el morro por el fallo. Yo estuve a punto de iniciar una campaña en Change.org para pedir que los políticos dejaran de usar la llamada duplicación de género, perversión gramatical inútil e innecesaria, puesto que, como dice la RAE, en español el masculino opera como inclusivo de ambos géneros. La duplicación que usan los políticos está reñida con el principio de economía en el lenguaje, es irritante y hartiza, y no puede mover sino a guasa.

Cualquiera con dos dedos de frente sabe que no es el lenguaje lo que discrimina. En todo caso es el reflejo de una situación de desigualdad (la que denunció Madonna en su discurso), que no se mitiga por el solo hecho de disimularla con muletillas obligadas. ¿Por qué, entonces, se ha impuesto esta moda absurda? La respuesta es sencilla. Esta tontuna colectiva comparte aparentemente el fundamento de la llamada posverdad: a fuerza de repetirla, algunos ingenuos e ingenuas se creen que con ello ayudan a avanzar hacia la igualdad real de la mujer. Otros (la cínica mayoría) simplemente quieren parecer modernos y subirse en la onda de lo que mola. Voy a empezar por ponerles el vídeo del fragmento del programa de fin de año de la 1 de TVE, en el que José Mota se cachondea del tema. Supongo que ya lo ha visto todo el mundo, pero me gusta traerlo aquí, por si alguien no lo conoce o quiere repasarlo. Después de que toda España viera esto, es difícil entender que la tontuna continúe.   


El siguiente vídeo, en cambio, no lo ha podido ver nadie, porque me lo acabo de grabar a mí mismo en la cocina de mi casa. Tras el éxito de mi primer vídeo-selfie en el que escenificaba las distintas formas de santiguarse, debo recurrir otra vez a este artificio técnico para explicarles lo que les quiero contar. Resulta que, el otro día, me tocó asistir a la presentación en Cibeles de los llamados Foros Locales, una forma nueva de participación ciudadana en la que seguramente me tocará colaborar (está por ver). Presentaron el invento dos concejales, Nacho Murgui y Pablo Soto, ambos potentes, brillantes y con discursos muy elaborados. Lo malo es que a este tipo de actos invitan a todo tipo de personajes caducos, izquierdistas amortizados, dinosaurios de las antiguas asociaciones de vecinos, frikis renacidos, abuelos nostálgicos y precursores del 15-M. Fíjense si la cosa era estrambótica, casposa y abigarrada, que incluso me habían invitado a mí. El caso es que todos los intervinientes de la mesa (conté hasta siete u ocho), iniciaron sus intervenciones saludando afectuosamente a todos y a todas.

Otra cosa que no puede faltar en este tipo de actos es el traductor de los discursos al lenguaje de los mudos y sordos. Me jugaría mi brazo sano a que en todo el salón de actos no había un solo sordomudo, pero la cosa tenía una ventaja: cuando abrieron el turno de palabra al público y empezó el personal a soltar sus discursos más espesos (el acto duró más de tres horas), me entretuve observando las expresivas performances de los traductores al lenguaje de signos, algo mucho más divertido. La coincidencia del lenguaje de sordos con la tontuna de todos y todas, excitó mi curiosidad de comprobar cómo hacen estos traductores para expresar, en lenguaje de signos, la tan manida duplicación de género. El resultado de mi observación, lo pueden ver en el vídeo de abajo. Así es como el intérprete traducía la frase: Damos la bienvenida a todos y todas


Por si alguien tiene curiosidad por saber qué es lo que me ha pasado en la nariz y por qué la tengo cual ecce homo, pues se lo cuento. Resulta que el otro día fui a entrar a un local con una gran cristalera, que tenía un letrero en lo alto que decía Se traspasa. Y no se traspasaba. Bueno, la verdad es que el golpe me lo di al tratar de entrar en un bar de Vallecas regentado por chinos, para ver el último partido del Dépor. Iba a otro bar, pero observé desde la calle que tenían un televisor king size, en donde se veía el partido de puta madre. Me quedé tan embelesado que se me olvidó que entre mi nariz y el bar había un sólido cristal blindado. Nunca había estado en ese bar y, desde luego, tuve una entrada gloriosa. Empecé a sangrar como un cerdo y los pobres chinos se quedaron de piedra. El padre de familia se hizo cargo de la situación, me sacó una silla para que me sentara y trajo un botiquín con alcohol y algodón, con el que procedió a curarme. Salió toda la familia y se distribuyeron en arco para ver mejor la operación, incluidas un par de señoras con mandil, guantes y espumaderas en ristre, seguramente sorprendidas en plena preparación del chop-suey de gambas. Al final, el hombre me aplicó una ancha tirita, como las que se ponían los atletas para respirar mejor, y pudimos ver el partido juntos, con sendas cervezas.

Lo malo de estas cosas es que al otro día llegas al trabajo con la nariz como un pimiento morrón y tienes que dar explicaciones uno a uno a todos y todas. De ahí que tuviera que rescatar el viejo chiste del de Lepe y el letrero de Se traspasa. Teniendo en cuenta que, cuando me rompí el brazo, le conté a todo el mundo que, como estoy cada día más guapo, me había atacado un oso que me confundió con Leonardo di Caprio, en esta ocasión nadie se sorprendió mucho por mi explicación. Volviendo al Dépor, hace mucho que no hablo de su andadura de este año, porque estoy tranquilo. El equipo juega muy bien, está cerca de los puestos de descenso pero, si sigue jugando así de bien, no tardará en subir a la zona media de la clasificación. En el mercado de invierno, el equipo se ha reforzado con la incorporación de dos negros, que se llaman respectivamente Ola John y Gaël Kakuta. Y ya circula por La Coruña el chiste previsible. Están dos negros cagando en el vestuario del Depor y entre ellos se desarrolla el siguiente diálogo:

 –Ola, ke ase?
 –¡Kakuta!

El chascarrillo, probablemente ideado en los colegios de Primaria, es en realidad una versión adaptada de una anécdota cierta, la del locutor que transmitía un partido de fútbol de la selección brasileña en la que, por entonces jugaba un futbolista que respondía al curioso nombre de Elano. También era miembro de esa selección, el gran Kaká, balón de oro y ex jugador del Madrid, que apuraba sus últimos partidos como internacional y estaba de suplente. Se lo creerán o no, pero, cuando Kaká, después de hacer sus ejercicios de calentamiento en la banda, se despojó del chándal, el locutor anunció impertérrito: –Va a salir Kaká por Elano. Fue algo tan sonado que hasta le hicieron una canción, que pueden encontrar en Youtube.

Este Elano, fue un jugador de gran proyección, fino interior izquierdo con buen disparo a puerta y miembro de una generación de futbolistas que dieron el salto al fútbol europeo. Sin embargo, fue el único de dicha generación que no llegó a jugar en España ni en Italia. Más de una vez se habló de que estaba en la lista de fichajes inminentes de algunos equipos, como el Atlético de Madrid, pero luego la cosa no cuajó. Su carrera se desarrolló en Ucrania, Inglaterra y Turquía, antes de volver a su tierra, donde se retiró. Yo creo que su nombre fue un handicap insalvable para que le contrataran en España. Hay ciertos nombres que son inviables en según qué países y las marcas comerciales lo saben. Hace tiempo que se comentaron en este blog algunos casos peculiares. Por ejemplo, el de la marca Mitsubishi, con su modelo Pajero. El pajero es un pequeño animal muy querido en Japón por su energía y bravura, y por eso llamaron así a su nuevo y potente todoterreno. Pero, en los países de habla hispana, el nombre hubo de cambiarse a Mitsubishi Montero, por motivos obvios. También el jabon de baño Rexona se llama así en todo el mundo, excepto en los países de habla portuguesa, en donde se llama Rexina. Así evitan la rima chusca Rexona para la cona.  

También se ha hablado aquí del FROB, el fondo de reestructuración bancaria creado en tiempos de Zapatero, a cuyo acrónimo se le añadió una O (aunque era obvio que la reestructuración sería ordenada), para evitar que su nombre sonara a pedorreta. Eran los últimos tiempos de Zapatero y se pueden imaginar la cantidad de chistes que hubiera ideado la chusma informatizada y cavernaria si a este señor se le ocurre salir a la palestra a presentar el FRB. Mucha gente se cambia de nombre cuando descubre que todo el mundo hace chistes al respecto, aunque hay otros que vencen la presión del entorno y acaban por hacer bandera de su peculiar nombre. No hace mucho fue noticia un gallego al que su padre bautizó como Torgas Pirracas, denominación que, con el tiempo, se ha convertido en un orgullo para él, como pueden comprobar AQUÍ.

En resumidas cuentas: que sí, que el mundo está muy mal, que viene Trump y los islamistas y nos acechan desgracias varias sin cuento. Pero hemos de defendernos de todo ello sin perder el sentido del humor. Es mejor atajar los problemas con humor, que no con la ira y el mosqueo. Seguro que han visto el vídeo lamentable de los padres de dos futbolistas juveniles canarios que se lían a puñetazos en la grada en pleno partido. Así no se soluciona nada. Es mejor reírse de todo (empezando por reírse de uno mismo), que intentar arreglar las cosa liándose a trompadas. Y, ya que hablamos de trompadas, vean cómo se las gasta este elefante adornado para un desfile en Kerala (India). Para verlo han de pinchar AQUÍLes prevengo que en el vídeo salen a veces unos molestos letreros sobrepuestos, que impiden ver la imagen. Han de buscar con el cursor una pequeña equis camuflada en la esquina superior derecha de cada uno de ellos, y dar clics para eliminarlos. 

Se conoce que al elefante, criatura, le molestaban los vehículos mal aparcados que no dejaban sitio para el desfile que se preparaba. Se cuenta que la señora Carmena estaba pensando si contrataba a este dilecto animal para que nos ayude a terminar con la doble fila y otras conductas impropias, frecuentes entre los conductores madrileños. Pero, al final, se nos han adelantado los de Desguaces Latorre, que le han ofrecido un contrato de autónomo por tres meses. Sean felices.


martes, 17 de enero de 2017

601. Sobre el tiempo y las revoluciones

Bien, una de las cosas que más me molestan últimamente es que nos pretendan vender esta última revolución tecnológica, ligada al ordenador, los teléfonos móviles, la interconexión planetaria, la circulación de la información en tiempo real y la posibilidad de hacer negocios con Australia en lo que se tarda en hacer un click, como algo comparable, o incluso superior, a la gran revolución industrial de finales del XIX y principios del XX. ¡Por favor! ¿A quién le cabe en la cabeza comparar lo que supuso la electricidad, el ferrocarril, el teléfono, la radio, la televisión, el automóvil, la aviación comercial, la lavadora y la nevera (por hacer una enumeración somera), con la mierda de estar todo el día enganchado a una pantalla para ver si ha pasado algo nuevo? ¿Son de alguna utilidad el 90% de los datos que circulan por la red?

Les pongo un par de ejemplos de la tontuna imperante, presenciados por mí en los últimos tiempos. Una pareja cena en un restaurante en la mesa de al lado y hablan de la última exposición de Renoir en el Thyssen. Ambos tienen sus móviles sobre la mesa y atienden todo el rato a la entrada de Tweets, Whatsapps o lo que sea. A pesar de la intermitencia forzada, hablan de algunas obras del pintor. La chica recuerda con arrobo Después del almuerzo, cuadro del que afirma que ya le maravilló cuando lo vio en el Metropolitan de New York. El tipo consulta su móvil, así como al descuido, y rebate el dato: el cuadro no está en el Metropolitan; está en el Städel de Frankfurt. Y digo yo: ¿aporta algo a la conversación el hecho de disponer de toda la enciclopedia a un click, para comprobar un dato tan irrelevante?

Otro caso. Dos señoras mayores con pinta de poco cultas conversan sentadas en el Metro sobre la ola de frío. Una de ellas enfatiza: –Mi marido ha salido esta mañana a las ocho y doce y ha vuelto diciendo que hacía dos grados. Les hago la misma pregunta. Esa exactitud de los datos ¿sirve para algo? ¿Supone algún avance para la Humanidad? Hace unos años, esta señora habría dicho: –Mi marido salió por la mañana y regresó aterido. De acuerdo, tenemos datos más precisos. Supongamos que eso es bueno. Pero ¿es algo comparable con la construcción de una red de Metro? ¿Con lo que supuso el ferrocarril frente a la diligencia? ¿Con la generalización del automóvil a precio asequible? ¿Con la lavadora?

Los inventos, antiguos o actuales, afectan a la conducta de las personas. Por ejemplo, el automóvil es un elemento decisivo para cualquier urbanita que se precie. Y la forma de conducir de alguien revela muchas más cosas sobre su personalidad, que muchos tests psicoanalíticos. Saben que me precio de observar las conductas humanas y sacar conclusiones, manía que no dejo de practicar por estar al volante. Antes, te sucedía que, circulando en manada por una calle de varios carriles, de pronto te veías detrás de un conductor extra-lento. Tratabas de adelantarlo por un lado o por otro, maldiciendo en hebreo, y de forma automática pensabas: este, o es una mujer, o es un abuelo. Y lo malo es que, al adelantarlo, una ojeada te confirmaba casi siempre el pronóstico. Ya sé que es una observación machista, yo me limito a consignar una comprobación empírica de repetición y espero que resulte menos ofensiva por provenir de alguien que forma parte del otro colectivo señalado, el de los abuelos.

Bien, pues, en los últimos tiempos, el colectivo de los extra-lentos se ha enriquecido con dos nuevas tipologías, por cierto, ambas exclusivamente masculinas. UNO, el tipo que va consultando su móvil, porque ha recibido una señal entrante y no puede esperar a pararse para retweetear o rebotar el whatsapp. DOS, el gordo que se va comiendo una palmera de chocolate y se le ha caído un trozo o las migas sobre la barriga por lo que ha de bajar la velocidad para solucionar el percance. Para que yo consigne una observación como conducta tipo, he de haberla observado al menos dos veces. De momento, no he visto a ninguna mujer atendiendo al móvil (salvo escuchando algo con el aparato en la oreja), ni comiendo cosas al volante. Todo se andará, porque algunas tienen tendencia a imitar las conductas masculinas. 

Esos dos nuevos tipos de conductores extra-lentos son hijos de nuestro tiempo (el gordo tal vez es un tipo que sólo ejercita una musculatura: la de los pulgares en el teclado del móvil). Porque ya se ha proclamado en este foro que el móvil es, a día de hoy, el auténtico opio del pueblo. La sobreinformación que padecemos, incide también en la forma en que ejercitamos otros músculos: los mentales. Por ejemplo: yo antes me sabía de memoria unos diez o quince números de teléfono, de familiares y amigos. Ahora ya no sé ninguno. Casi ni siquiera el mío. Les juro que, a veces, me lo piden y tengo que comprobarlo en el aparato, porque no estoy seguro. Por supuesto, ya no sé hacer una raíz cuadrada y pronto me olvidaré de dividir.

Pero es que además de todo esto, el aparatito de los cojones está logrando que la gente no sea capaz de disfrutar de un paisaje, sin ponerse como locos a hacer fotos para colgar en el Facebook. O de asistir a un concierto de rock, sin captar compulsivamente imágenes y pequeños vídeos para mandar enseguida a todo el mundo. O de ver un debate en la tele sin controlar de reojo cuantos me gusta cosecha cada uno de los participantes. Al final esta idiotez colectiva nos impide disfrutar del tiempo. Nos impide perder el tiempo. Estamos perdiendo el supremo placer de tocarnos las pelotas a dos manos. De no hacer nada, el mejor caldo de cultivo para la reflexión o la filosofía. Ahora estamos todo el día ocupados en pequeñas tareas estériles e improductivas. El chiste de hoy de Forges abunda en lo mismo.


Mi amigo Ronaldo Menéndez ha colgado en su perfil de Facebook una reflexión deliciosa sobre Proust y el tiempo perdido, que viene como anillo al dedo y que les transcribo abajo. Una pequeña joya literaria. Por cierto, de nuevo les insisto encarecidamente: lean su novela La Casa y la Isla. No les decepcionará.

Quisiera comenzar diciendo que Marcel Proust sigue tan vivo como siempre en manos de sus lectores. Pero eso es mentira. ¿Quién está dispuesto a perder su tiempo leyendo las más de 3000 páginas de En busca del tiempo perdido? Recuerdo que cuando empecé Por el camino de Swan, a mis 22 años de tiempo perdido, una amiga que hacía su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, me dijo: ¿Por qué te torturas?

Y es que leer a Proust hoy, como ayer, es una profunda y dilatada experiencia de ocio. Sólo que hoy nadie está para el ocio, lamentablemente. Y lo lamento no llevado por pruritos eruditos (que hasta rima), sino porque me parece una evidente pérdida de índole existencial que en nuestro tiempo germine esta incapacidad de leer a Marcel Proust. ¿Por qué? Muy sencillo: la obra de Proust se titula coincidentemente En busca del tiempo perdido, y tanto su escritura como el acto de leerla, implican una apacible exploración de un tiempo que no es el de los relojes. Hacer escala silenciosa de muchas horas en la nada de la ausencia de trama. Como su propio autor dice, es “volver a vivir”, a través de los recuerdos. Recuperar nuestra vida y salvarla por el camino de la memoria sensorial y lo infraordinario, en términos de Perec.

Es sintomático entonces que en los tiempos que corren no haya tiempo para leer a Proust. Pues vivimos en un tiempo práctico, donde el acto inefable de mirar hacia el techo, o quedarse suspendido contemplando el humo de un cigarrillo haciendo volutas metafísicas por toda la habitación, ha sido degradado a la condición de pérdida de tiempo. Definitivamente, hoy Newton no hubiera tenido tiempo para tumbarse a observar, por casualidad, esa manzana.

El tiempo subjetivo y emocional que nos enseña Proust a lo largo de sus siete novelas, cada vez sucumbe más al tiempo implacable de los relojes donde nuestros movimientos siempre tienen un fin preciso. Cuando estuve en la tumba de Proust hace unos años, agarré con mucha imaginación un ramo de flores del muerto del costado, y se lo coloqué al maestro del tiempo recobrado. Luego estuve una hora mirando el camino por donde no pasaba nadie.

En fin. Estarán de acuerdo en que, en estos tiempos, nadie se pone a leer En busca del tiempo perdido y es una pena. Yo, como ya soy una persona de otra época, he emprendido un empeño similar. Me estoy leyendo la Historia de la Revolución Rusa, tres tomos, escrita por León Trotsky. Resulta que, como se cuenta en El hombre que amaba a los perros, Trotsky fue desterrado a Kazajstán por Stalin. Allí, a veinte bajo cero, se encontró sin nada que hacer. No había móviles ni Ipads en ese tiempo. Así que, hiperactivo como era, decidió emplear su tiempo en reseñar la historia de la Revolución, cuyo desarrollo en detalle conservaba aún en su memoria. Y se puso a ello con su certera y ácida pluma. Cuando yo estaba acabando de leer el libro de Padura, le comenté esto a un compañero de viejas fatigas trostkistas, ahora en el Ayuntamiento como yo, quien exclamó: –¡Pero si yo tengo el libro traducido al español! Mañana te lo traigo.

Son tres tomos de lomos descoloridos, olor indescriptible y letra minúscula, de los que editaba clandestinamente El Ruedo Ibérico desde París. Los tuve un tiempo en la estantería del salón de mi casa, sin decidirme a empezar su lectura. Pero ahora mi colega amenaza con jubilarse, así que me he puesto manos a la obra. La prosa de Trotsky es apasionada, turbulenta, adictiva. Los tres tomos desmenuzan el año 1917 en San Petersburgo (a la que Trotsky llama Piter en ocasiones). El hecho de que las revueltas se desarrollen en los parajes que yo recorrí hace unos meses (la Nevski Prospekt, el Gostini Dvor, el teatro Mariinsky o la fortaleza de San Pedro y San Pablo, donde Trotsky estuvo preso), hacen mi lectura más emotiva.

Por otro lado, entiendo perfectamente la necesidad compulsiva de escribir, de un hombre al que, en pleno desarrollo de una actividad agotadora que le impedía casi dormir, Stalin le hace la putada de mandarlo a un terrible exilio en las tierras heladas de Kazajstán, en donde no tiene nada que hacer. Yo también sufrí un corte vital de ese tipo (salvando las distancias y la proporción), cuando fui obligado a interrumpir mi trabajo municipal incansable, y cambiarlo por largas horas diarias de cumplir un horario absurdo. El mío fue un exilio interior y, como Trotsky, yo también hube de ponerme a escribir para no volverme loco, revolución vital que está en el origen de la fundación de este blog que tanto les entretiene. Cuídense. Y aprovechen su tiempo. Pero no lo desperdicien frente a aparatejos de pantalla brillante. Mejor disfrútenlo mirando a las musarañas. O cazando gamusinos. O leyendo mi blog, una forma más de perder gozosamente el tiempo.

domingo, 15 de enero de 2017

600. Acerca de Trump y Reagan II

Me dicen amigos por detrás, que hay que ver qué benévolo soy con el señor Reagan, a quien todos atribuyen una especie de maldad primigenia, en el origen de todas nuestras desventuras económicas, a pachas con la señora de Thatcher. Supongo que tienen su parte de razón. Lo que pasa es que la culpabilidad de estos dos estadistas en la generalización de las políticas de desregulación económica que están en el origen de la crisis que brotó en 2008, es algo admitido de forma universal, y a mí ya saben que me gusta ir a la contra. Tengo un hándicap en esto: soy un ignorante en cuestiones de macroeconomía, a pesar de que me esfuerzo en aprender sobre el asunto, pero es algo lo suficientemente complejo como para que, en dos días, no puedas avanzar mucho. En los ochenta, recuerdo una entrevista con el gran Julio Cortázar, en la que confesaba su incapacidad para odiar a nadie y, tras una pequeña pausa de duda, añadía: –Bueno, excepto a Ronald Reagan.

En realidad, a mí lo que me molesta es que se le compare con Trump, porque yo creo que éste último es más perverso y peligroso, además de muy tonto (líbrame Dios de los tontos, que de los malos ya me defiendo yo). Tal vez por eso me ha salido una vena permisiva y compadre con la figura de Reagan, para exagerar aun más el contraste. Aunque sea un ignorante en temas de política económica, tengo claras algunas cuestiones generales. Una de ellas es que el gran capitalismo, cuando se desata, es imparable. A finales del XIX, con la gran revolución tecnológica, el capitalismo empezó a crecer de manera cancerígena, como una hidra que todo lo fagocita. Y ese crecimiento anormal estuvo en el origen del crash del 29. Para solucionar la crisis, el presidente Roosevelt estableció un marco normativo rígido que evitara los excesos anteriores. Ese marco estaba compuesto por una mezcla de medidas de corte derechista, con otras de tipo socialdemócrata. Y ese contexto es el que propició el gran avance del mundo en las décadas posteriores, en las que la Humanidad, superada la Guerra Mundial, progresó como nunca lo había hecho.

El capitalismo, regulado por unas normas estrictas que garanticen la igualdad de oportunidades para todas las empresas, puede ser una máquina perfecta. Pero las grandes empresas prefieren que esas normas se flexibilicen, lo que les permite mayores márgenes de beneficio y comerse con patatas a las pequeñas. En los 80 hubo un movimiento universal por la desregulación. Las grandes fortunas se quejaban de la cantidad de normas que regulaban sus operaciones, que se habían convertido en un incómodo corsé. Y Reagan y la señora de Thatcher se convirtieron en los arietes de ese movimiento. Pero estoy convencido de que, si hubiera habido otras personas al mando de sus respectivos países, hubieran hecho lo mismo. De hecho, en USA las primeras medidas en ese sentido fueron aprobadas por la administración Carter (en España, la reforma constitucional impuesta por los poderes económicos internacionales fue también aprobada en tiempos de Zapatero, antes de que llegara Rajoy).

Cuando el poder económico se empeña en conseguir una regulación más favorable, lo consigue, porque tiene los suficientes medios de coacción como para hacerlo y los políticos de los últimos años son todos unos mandiles o unos corruptos. A mí me tocó ver, salvando las distancias, cómo el planeamiento de la ciudad de Madrid incluía la puesta en mercado de todo el sureste del término municipal, ese que ahora está parado por la crisis. Eran los tiempos de la burbuja y al planificador que no incluyera ese crecimiento, le cortaban (administrativamente hablando) los cojones en dos días. El Plan de 1997 se empezó en 1992 con esa condición. Pero es que antes hubo un Avance que se aprobó en 1990, con el mismo crecimiento. El primero era propiciado por el CDS de Sahagún y el segundo por el PP, pero daba igual. Si llega a estar el PSOE al frente del Ayuntamiento, su planificación no hubiera sido muy diferente.

Por otro lado, es muy raro que dos personas de tan distinta extracción y preparación como Reagan y la señora de Thachter adoptaran medidas similares. En realidad, fue el gran capital multinacional el que consiguió el todo vale que quería, volviendo a la situación previa a 1929, con los riesgos consiguientes. Desde luego que no pensaban en que llegara una crisis tan profunda como la desatada en 2008, pero ese era un riesgo cierto que, sin las medidas de desregulación, se hubiera minimizado. Reagan llegó al poder en medio de una crisis económica caracterizada por la alta inflación (¿recuerdan los tipos de interés al 17%?) y el nivel de desempleo. Además, el gasto público crecía cada año de forma imparable. Reagan, según lo que le dictaron los asesores económicos, redujo el gasto público, bajó los impuestos (¿recuerdan a Zapatero proclamando: bajar los impuestos es de izquierdas?) y flexibilizó el mercado. Con todo esto logró reducir la inflación.

La crisis heredada continuó a lo largo de su primer año de mandato, los indicadores sólo empezaron a mejorar en el segundo (como sucedió con los recortes de Rajoy). No obstante, la popularidad del presidente no se había resentido demasiado, precisamente por el atentado  sufrido y su forma de encajarlo. Hay que decir que su forma de bajar los impuestos favoreció claramente a los más ricos. Pero lo cierto es que las grandes cifras económicas empezaron a remontar y la popularidad de Reagan se disparó. A ello contribuyó también su buena salud y la forma en que se recuperó de sus heridas en el atentado. Por su parte, a la señora de Thatcher (supongo que ya saben que su nombre de soltera era Margaret Roberts), se la suele asociar con medidas similares a las de Reagan, pero lo de la dama llamada de hierro fue mucho más heavy. Esta señora arrasó a los sindicatos, a los mineros, a los terroristas del IRA (huelguistas de hambre incluidos) y a los argentinos en las Malvinas. Esta mujer era una bestia parda.

Volviendo a Reagan, en los últimos años de su primer mandato, se embarcó en el proyecto de escudo de misiles que todo el mundo se tomó como un disparate, bautizándolo como La Guerra de las Galaxias. Todo el mundo, menos los rusos, que emprendieron un proyecto simétrico que llevó a la URSS a la quiebra económica y política, y el pueblo llano de los Estados Unidos, que votó la reelección de Reagan en 1985 de forma aplastante. Reagan ganó en 49 de los 50 estados, algo nunca visto en USA. Respecto al escudo antimisiles, ya se ha comentado en este blog la tesis que se defiende en la película El caso Farewell (2009), film que aprovecho para volverles a recomendar. Según la novela en que está basada esta película, el espionaje americano se hizo con la lista completa de espías rusos que operaban en su territorio. En vez de detenerlos, lo que se hizo fue suministrarles una información falsa, que magnificaba el volumen y alcance del escudo antimisiles. El anciano Brezhnev se tragó el anzuelo, infló el presupuesto de defensa hasta límites intolerables y precipitó la caída de la URSS.

Está generalmente admitido que ése fue precisamente el movimiento que provocó la caída del mundo soviético. Pero la mayoría de los analistas sostienen que a Reagan, hombre simple al fin y al cabo, la jugada le salió de casualidad. En cambio, la película que les digo mantiene que Reagan jugó de farol adrede, con su astucia proverbial. Como suelo decirles, que cada uno se crea lo que quiera. Lo único que pretendo con estos textos es rebatir la teoría de que Trump es similar a Reagan. Yo creo que son muy diferentes. A mí Trump me da mucho más miedo, aunque confío en que su partido le ate corto de alguna forma. Veremos por dónde tira la cosa.

jueves, 12 de enero de 2017

599. Acerca de Trump y Reagan I

Dentro de unos días, cuando Donald Trump tome posesión de la presidencia USA, se convertirá a sus 70 años en el presidente más viejo que accede “de nuevas” al cargo, en toda la historia de los Estados Unidos. A Ronald Reagan le faltaban unos meses para cumplir 70, cuando ganó sus primeras elecciones y, por supuesto, tenía 73 cuando venció por segunda vez. Mucha gente busca similitudes entre ambos personajes, a partir de la inquietud que genera en la población la elección de alguien con una trayectoria política corta y una aparente falta de preparación para el cargo. A mí me parece que se trata de dos personalidades muy diferentes y precisamente lo que más me preocupa de Trump es lo que le diferencia de Reagan: su pronto colérico y su carácter mosqueón, faltón y pendenciero. Es que no desaprovecha ocasión alguna para ofenderse por tontunas y contraatacar con respuestas destempladas, descalificando al supuesto ofensor. No es esa una buena cualidad para el presidente de la nación más poderosa.

Nada de esto era Reagan, una persona en cierto modo ponderada y reflexiva, que se tomaba su tiempo para responder, que se dejaba aconsejar y que era bastante astuto, a pesar de no haber pisado en su vida una universidad. En lo que sí son similares es en su carácter de outsiders, de candidatos que se impusieron en las primarias a otros aspirantes mejor vistos en su propio partido. Por eso, en ambos casos, el Partido Republicano les colocó al lado a un vicepresidente encargado de controlar sus eventuales excesos. Pero aquí se acaban las coincidencias. El vicepresidente de Reagan fue Bush padre, de larga trayectoria en el partido y representante del ala moderada (dentro de lo que cabe), mientras que el vicepresidente de Trump representa al entorno del Tea Party, el sector más duro de los republicanos. En este blog ha habido antes opiniones encontradas sobre Reagan y no vendrá mal repasar su figura, en busca de claves que nos sirvan para descifrar lo que nos viene con Trump.

Ronald Reagan era de Bel Air (California) y, como tantos jóvenes de su tiempo, rechazó acudir a la universidad y se fue a Hollywood, al olor de la farándula. Allí empezó a ganarse la vida como locutor deportivo, y luego como actor de cine. Nunca fue un buen actor, pero se las apañó en papeles secundarios y se ganó el respeto de sus compañeros, lo que le llevó a la presidencia del sindicato de actores. Inicios que nos hablan de un sujeto que no es tonto, que se expresa bien en público y que se toma en serio los sucesivos papeles que le otorga la vida. Yo no me imagino a Reagan imitando en público la forma de moverse de un discapacitado, como ha hecho Trump, triste payaso. Como presidente del sindicato, Reagan se desempeñó con brillantez, lo que le valió para que le ofrecieran un puesto de alto ejecutivo en la General Electric. Por cierto, algo poco conocido: en esos años era militante de número del Partido Demócrata. Cierto que fue siempre un hombre conservador, religioso, familiar, buen esposo y padre de familia, pero no se cambió al partido Republicano hasta los 51 años. Y muy pronto se convirtió nada menos que en el Gobernador del Estado de California.

Hay que decir también que Reagan no consiguió ganar las presidenciales hasta su tercer intento, es decir, que se fajó en muchas contiendas, adquirió experiencia y se ganó el respeto de su partido. Yo dudo mucho que, de haber perdido, a Trump le hubieran permitido los republicanos presentarse de nuevo. El caso es que, en las elecciones de 1980, Reagan ganó holgadamente a Jimmy Carter, que no consiguió la reelección. En enero de 1981, hace ahora 36 años, los americanos estaban en una tesitura muy similar a la actual: con el Senado sometiendo a examen a los cargos nombrados por el nuevo presidente para los puestos de mayor relevancia. Y parece que algunos de los nombramientos de Reagan eran también bastante estrambóticos, empezando por el general Alexander Haig, héroe de Japón, Corea y Vietnam y ex jefe de la OTAN, al que ofreció nada menos que la secretaría de Estado, contra la opinión de su partido. Haig era un tipo bastante friki, que muy pronto empezó a desbarrar.

Apenas un mes después de tomar posesión la nueva administración, se produjo el intento de golpe de Estado en España, a cargo de Tejero y compañía. En plena noche, con los diputados retenidos en el Congreso, los tanques en Valencia y el rey tratando de remendar las cosas, el bueno de Haig salió a la palestra y declaró que se trataba de un asunto interno de nuestro país, que a los USA ni les iba ni les venía, gesto que disgustó al propio Reagan. Algo más tarde, volvió a meter la pata, diciendo que, si había que tirar una bomba atómica en Europa, pues se tiraba y nada. Venía eso a cuenta de la tensión en Polonia, entre el presidente Jaruzelsky y los sindicatos de Walesa. Se especulaba con que Rusia enviaría allí sus tanques. Pero Brezhnev se marcó un discurso conciliador en Praga y Haig volvió a quedarse en fuera de juego.

Llega así el momento decisivo. Reagan no llevaba ni 70 días como presidente. Tras un acto en el Hilton de Washington, salió al exterior y enfiló hacia la puerta abierta de su coche oficial. Allí recibió uno de los seis tiros disparados por un perturbado, que vació el cargador de su revólver dejando en el suelo dos heridos graves de la comitiva. A Reagan lo empujaron a su asiento y salieron cagando virutas. Parecía que el presidente no estaba herido, pero un poco después, empezó a escupir sangre con espuma: tenía una bala alojada en un pulmón. Reagan se portó como un cowboy. Lo llevaron al hospital más cercano y bajó por su propio pie del coche para entrar en urgencias. Antes de llegar a la puerta se desmayó. Había perdido la mitad de su caudal sanguíneo y en el asiento del coche había un gran charco. Cuando llegó su esposa Nancy, Reagan se disculpó: lo siento, querida, olvidé agacharme cuando dispararon. Unos días después lo operaron para extraerle la bala. Estamos hablando de un hombre de 70 años.

En el vacío de poder generado, saltó la rivalidad entre la parte de su equipo controlada por el aparato del partido y los personajes “de fuera” nombrados por Reagan. Los primeros liderados por Bush y los segundos por Haig. Ambos gallitos no se soportaban. Haig volvió a meter la pata como de costumbre, por hablar demasiado. Con Reagan luchando por su vida y Bush de viaje en Texas, alguien planteó en el gabinete de crisis que quién estaba al mando del país y Haig se atribuyó ese honor. Ni siquiera se conocía la constitución de su país, que establece la línea de mando en el presidente, el vicepresidente, luego el speaker del Congreso y después en el senador de más edad. El secretario de Estado es el quinto en esa línea. La pugna entre estos grupos sólo podía tener un ganador: Bush, que había sido elegido por el pueblo, en el ticket con Reagan. Haig era alguien nombrado a dedo.

El presidente se recuperó poco a poco, como corresponde a una persona tan mayor con un tiro en el pulmón, pero, cuando se hizo de nuevo con el poder, los hilos eran ya manejados por el partido y por Bush. A Haig lo enviaron a Europa en su primer viaje oficial al extranjero, que empezó precisamente por España, en donde se tuvo que disculpar con Calvo Sotelo y habló también con el emergente Felipe. Rebuscando por las hemerotecas, he encontrado un largo editorial de El País al respecto, de abril de 1981, muy curioso de leer. Se lo recomiendo para que vean que no les miento y para completar datos. Han de pinchar AQUÍ. El bueno de Haig fue cesado a mediados de 1982. Llevaba poco más de un año en el cargo, cuando lo mandaron a casa.

Reagan salió de su convalecencia más maduro y calmado, decidido a gobernar y a hacerle caso a su partido. Lo que vino después, sus medidas económicas y su política exterior, se quedan para el post siguiente, donde se completará el retrato. Ahora, díganme. ¿Creen que a Trump le dejará su partido seguir insultando a todo el mundo, provocando a diestro y siniestro y montando un incendio tras otro? Lo veremos. En los comienzos de Reagan, su partido estaba también bastante preocupado y, a la primera ocasión que tuvo, se hizo con el control. Para ello tuvo que aparecer un loco con un revólver, algo sobre lo que no quedaron dudas. Pero qué casualidad que cuando el poder establecido necesita algo así para reconducir una situación, siempre aparece oportunamente el loco de turno. 
  
No piensen que estoy dando ideas. O sí. En un país en que se presume que hay más armas que habitantes, un tipo como Trump, que va insultando y faltando a todo el mundo, podría encontrar una respuesta inesperada. Tampoco faltan locos en esa desquiciada tierra. Lo que les puedo asegurar es que su respuesta no sería tan digna como la de Reagan. Me lo puedo imaginar chillando como un cerdo por un simple rasguño, colorado y fuera de sus casillas llamando fucking bastards a los de su escolta por haberse descuidado. A sus 70 años, Ronald Reagan estuvo a la altura de los cowboys que interpretaba de joven. En cuanto le trasfundieron la sangre que le faltaba, volvió a bromear con su preocupada esposa y con los médicos. Se cuenta que, cuando entró al quirófano para que le extrajeran la bala, preguntó a los del equipo médico: –Ustedes serán republicanos, supongo. El cirujano jefe, que era del partido demócrata le contestó: –Señor, hoy todos aquí somos republicanos. 

lunes, 9 de enero de 2017

598. Ensaladilla rusa

AAAAAYYYY QUÉ DISGUSTO MÁS GRANDE QUE TENGO. AAAYYY QUÉ PENITA Y QUÉ DOLOR, QUE ME SE HAN IDO LOS RUSOOOOS. AAAAAAYYYYYY VIRGENCITA DE LA CANDELARIAAAA. AAAAYYYYY NIÑO JESÚS DE PRAGAAAA. AAAYYY AAAAYYYY AAAAYYYY QUE YA NO ME ENTRA NINGÚN RUSOOOO AL BLOG. NI UNO NI UNO NI UNO. ¿Y QUÉ VOY A HACER YO SIN RUSOOOOS? AAAAAYYYYY SAN ANTONIO BENDITO, SAN LORENZO Y SAN CAYETANOOOOO.  Y AHORA QUIÉN M’ATACA A MÍÍÍÍÍÍ…

Bueno, pues ya lo saben. Siguiendo el sabio consejo de un colega, blogger experto, me relajé y pasé de los rusos que se dedicaban a hackear mi blog con saña, a base de captar y redireccionar mis posts de tres en tres. El truco era soltarles cuerda para que ellos solos se ahorcasen y parece que ha dado resultado. Al principio siguieron entrando cada día, siempre en número de 21 o múltiplo exacto. Siete veces por post. Pero, poco a poco, la cosa ha empezado a bajar y ahora llevo más de una semana sin ninguna visita desde Rusia. Mi colega me explicó que los internautas de esa tierra hacen eso de manera sistemática y sin una finalidad definida. Por eso no me extraña que se hayan inmiscuido en la campaña electoral estadounidense, aunque las quejas de Obama recuerdan un poco a los equipos de fútbol que culpan al árbitro de sus derrotas. Volviendo a mi blog, ya no me entran más rusos, cierto, pero no creo que esta calma chicha sea definitiva y les cuento una anécdota al respecto.

Hace uno o dos años. Mi hermano mayor y mi cuñada se van a una excursión a los llamados Países Bálticos con un grupo de jubilados veteranos. La idea es volar a Tallin, la capital de Estonia y, desde allí, ir bajando en autobús hasta finalizar en Vilnius, capital lituana, donde se tomará el vuelo de vuelta. El conductor del bus es un estonio muy amable que habla español con fluidez y que les acompaña durante todos los trayectos, del primer aeropuerto al último. En Lituania han de pararse en un puesto de control de la policía y mi cuñada observa que el chófer baja la ventanilla y habla relajadamente con el guardia del puesto en una lengua no identificada. Intrigada, le pregunta ya en marcha en qué idioma se han entendido. Respuesta: –Señora, por favor, los pueblos de esta región nos entendemos en la lengua común de todos nosotros: el ruso. Sorprendida, mi cuñada pregunta de nuevo: –¿Pero los rusos no se habían ido de aquí hace veinte años? Respuesta enfática –Milady, los rusos nunca se van del todo de un lugar que ha sido suyo.
Terrorífico ¿verdad? Eso explica el miedo y la paranoia que se extiende últimamente, no sólo por los Países Bálticos, sino por Ucrania, Polonia, Rumanía, Bulgaria, Hungría o la República Checa. Los eslovacos no están muy preocupados, en su día ejercieron el derecho a decidir y ahora son una arcadia inmaculada, un enclave rural en el centro de la civilizada Europa. ¿Quién podría atacar su paraíso? Tampoco hay una inquietud muy extendida en Finlandia, aunque los más preocupones ya se han construido bunkers bajo sus chalets, con sauna incorporada, por supuesto. Finlandia conmemora este año su primer centenario como país independiente, puesto que hasta 1917 estuvieron bajo el dominio ruso. Lo de los bunkers no es un chiste, ya saben que estuve en septiembre en un congreso de Urbanismo Subterráneo y tengo información puntual de todo lo que va surgiendo en este tema (en Londres acaban de dar la licencia para un hotel enteramente subterráneo, en el centro de la City, con fotos de paisajes en las ventanas. Será un gran éxito: para los turistas que sólo van a su hotel a dormir, la localización céntrica es un valor imbatible).

Eso explica también que los rusos, todos sin excepción, adoren en este momento a Putin, el hombre que les vende el sueño de volver a ser una gran potencia en el concierto de las naciones. Putin, ex agente del KGB (desarrolló gran parte de su trabajo en Dresde, en la antigua RDA), es un gobernante que no tiene grandes dudas. Adapta las normas a su conveniencia: si la Constitución que heredó de Yeltsin sólo le permitía ocupar su puesto cuatro años, se busca a un pringado como hombre de paja, y vuelve después. Ahora ya no se habla de fecha de caducidad, ha debido de cambiar la norma para seguir indefinidamente. Por lo demás, es un tipo autoritario, machista, homófobo declarado y que no bromea para nada. Que nadie se equivoque con él, porque lo cruje. No es de extrañar que haga buenas migas con personajes similares, como Erdogan, Duterte el filipino y otros. Y, por supuesto, con Trump.

Yo sí me creo que los rusos han hackeado las páginas Web electorales en USA, porque lo hacen con todo, aunque dudo del efecto que esto haya podido tener en los resultados. Quién haya votado a Trump, no lo ha hecho porque se lo digan los rusos. Estamos ya a pocos días de la toma de posesión del nuevo presidente, y muy pronto veremos hasta dónde llega su peligrosidad. Con motivo de este acontecimiento, he investigado en Internet, buscando datos sobre la figura de Ronald Reagan, cuya llegada a la presidencia provocó dudas similares, y he encontrado algunas cosas sorprendentes, pero esto se queda para un post específico. A muchos de los votantes de Trump, generalmente conservadores y tradicionales, les tiene ahora un poco mosca tanto mamoneo y tantas afinidades con Putin, al que el nuevo presidente le da un jabón un poco exagerado. Esto sucede, por ejemplo, entre los medios hispanohablantes de Miami, nido de gusanos anticastristas. Los hispanos de Florida tienen unos diarios en lengua española muy buenos, como El Nuevo Herald, que hace poco expresaba su inquietud en ESTE recomendable análisis.

En medios más progresistas, como la ciudad de Nueva York, esa inquietud impregna la vida de muchos de sus residentes, especialmente los que proceden de la inmigración. El País tiene hace menos de un año a una corresponsal en la Gran Manzana, que se llama Valeria Luiselli. Es una mexicana que ha conseguido un puesto como profesora en alguna universidad y se ha trasladado allí con su marido y una hija. Sus análisis políticos no siempre me convencen, pero me gusta mucho su pluma cuando cuenta sus sentimientos o informa de las pequeñas cosas cotidianas de la vida en Manhattan. Creo que es mejor escritora que periodista. En noviembre, se fue una semana de vacaciones a su tierra y, al volver, ya tras la victoria de Trump, escribió una crónica que es una pequeña joya. Allí expresaba de forma muy sutil cuál es el ambiente de la ciudad en este momento. Por si no la leyeron, pueden consultarla AQUÍ.

Por lo demás, esta mañana me he reincorporado al trabajo, ya saben que sólo para tres semanas y media. ¿Qué vendrá después? Sorpresa, sorpresa…

viernes, 6 de enero de 2017

597. Hace 50 años

Hace 50 años, era 1967 y yo vivía en La Coruña. Igual que ahora me dispongo a vivir mi último año completo de funcionario del Ayuntamiento de Madrid, hace 50 años me disponía a vivir mi último año completo al lado del Atlántico. Hace 50 años, mi referencia en la prensa escrita era La Voz de Galicia (mi padre compraba también el ABC, pero a mí no me gustaba). Como es natural, mi padre leía primero que nadie el periódico y (también como suele suceder) lo dejaba hecho una porquería. Para poderlo leer con comodidad, yo lo pillaba y lo recomponía debidamente, doblando de dentro a fuera cada hoja por el doblez establecido por la edición. Sólo entonces empezaba a hojearlo, tras de lo cual, lo dejaba como recién comprado. Es una costumbre que conservo y que hace mucha gracia, por ejemplo, a Luis, el jefe del restaurante La Pitarra que, cada vez que visito su local, me pasa El País tal como lo ha dejado el usuario anterior, y se ríe las tripas viendo cómo lo recoloco antes de empezar a leerlo. Cualquier psicoanalista sacaría jugosas conclusiones de ese comportamiento.

Hace 50 años, La Voz de Galicia incluía entre sus secciones fijas una que se llamaba precisamente así: Hace 50 años La Voz de Galicia. Yo me leía esa sección de punta a rabo, porque me encantaban las fotos y las noticias correspondientes a los primeros años del siglo XX en la ciudad. Por lo que he podido comprobar, el periódico ya no conserva esa sección, lo que es una lástima. En 1967, yo ya había sido infectado por el virus del rock and roll, una dolencia que llegaba a todas partes a pesar de la férrea censura y la cerrazón de aquellos tiempos. Yo escuchaba la radio, me enteraba de cuáles eran los discos más vendidos, hablaba con colegas del tema, seguía a los Beatles y a los Stones, me reunía con colegas para escuchar discos en las rockolas de los bares, acudía a guateques en casas particulares (aún recuerdo cuando un amigo nos enseñó a todos a bailar el twist), e incluso iba a algunos conciertos en la plaza de toros, antes de que la derribaran para hacer viviendas (recuerdo haber visto en directo a Massiel y a gente por el estilo).

Todo eso debía llevarlo con discreción, en una semiclandestinidad, en una familia gobernada por un padre forofo de la música clásica, con una extensa colección de discos de la Deutsche Gramophone, que escuchaba en un aparato de alta fidelidad que sólo él podía manejar, en el cual ponía los vinilos tras limpiarlos concienzudamente con una gamuza, antes de darle a la palanca de la marcha y colocar, con mimo supremo y precisión de cirujano, la aguja en el surco inicial. Mi padre escuchaba la música con arrobo, sentado en un cómodo sofá, y no podía entender por qué yo no me cortaba el pelo a su debido tiempo y me empeñaba en ponerme unos vaqueros ajustados de la peor calidad, que compraba con los ahorros de mi paga en El Barato Mercantil. Parece mentira que hayan pasado 50 años desde entonces. Sobre todo, porque uno escucha algunos de los temas del rock en 1967 y son de una calidad, de una modernidad y de una contundencia admirables.

Hoy les voy a traer algunos, para que vean que no exagero. Todos los que les voy a poner al principio, los escuché y los bailé en ese año mágico, lo crean o no. Es el año en que los Beatles publicaron su obra maestra Sargent Peppers Lonely Hearts Club Band. Los Stones no se quedaron atrás y alimentaron la polémica con Their Satanic Majesties Request. Pero no voy a hablarles de los dos grupos más conocidos y populares del momento. 1967 es el año de la explosión del soul, el momento en que los negros de Estados Unidos crean una música suya, pero no sólo para ellos. Y, como ariete del movimiento, los Bar-Kays con su Soul Finger. He encontrado un vídeo original, un tanto desvaído, pero suficiente para entender la modernidad de esta propuesta. Fíjense en las pintas de los tipos. Y en lo que supone que el estribillo lo corree el público. Es una bomba. El sonido está remasterizado.


¡Cuántas veces habré bailado yo el Soul Finger! Pero, enseguida, una mala noticia: resulta que los componentes de los Bar-Kays se habían matado en un accidente de avión, cuando estaban de gira como banda de acompañamiento de Otis Reding. ¿Y quién es Otis Reding? –preguntábamos. Nadie conocía a Otis Reding en La Coruña. Pero muy pronto nos llegó su obra maestra “Sentado en el muelle de la bahía”, una de las canciones más hermosas de todos los tiempos, que habla de la nostalgia del negro sentado en la bahía de San Francisco, viendo pasar los barcos mientras recuerda sus tierras resecas de Georgia. Uno de mi panda tenía lo que se llamaba un picú, forma españolizada de pik-up. Era un aparato de la marca Cosmo, que funcionaba a pilas. Con él nos subíamos a lo más alto del espigón del puerto y poníamos este disco una y otra vez, bajo el sonido de las gaviotas.  Mi nostalgia era inversa, y estaba deseando atravesar el telón de grelos y marcharme a la Meseta, pero daba igual. Esta música es universal, vale para cualquier ansia o sentimiento. Aquí se la dejo. 



El  mundo del soul producía figuras por decenas en ese tiempo: Arthur Conley, James Brown, Sam and Dave o el gran Wilson Picket, con su Tierra de las Mil Danzas.


Y hablando de Wilson Picket, abajo les pongo una imagen de uno de sus conciertos. ¿Reconocen al joven guitarrista que aparece a la derecha de la imagen, con su pajarita y todo? Curioso ¿verdad?

Y, mientras tanto ¿qué hacían los blancos? Pues 1967 el año del llamado Verano del Amor, la mítica reunión del movimiento hippy en San Francisco. La primera noticia de que existía un movimiento hippy la tuve yo un par de años antes y, cómo no, a través de La Voz de Galicia. Esta vez, fue en una sección fija, de la última página, que se llamaba Hechos y Figuras y que consistía en una foto con un comentario al pié. Es decir, que se trataba de una referencia a una noticia rara o curiosa, como el nacimiento de un ternero de dos cabezas, o similar. Esa vez se titulaba “el entierro de los hippies”. La noticia daba cuenta de que los fundadores de ese desconocido movimiento, desencantados de ver cómo se estaba desvirtuando, habían decidido escenificar su entierro, como se veía en la foto, en la que unos tipos muertos de risa simulaban una especie de entierro de la sardina, con ataúd y todo. A pesar del desencanto de estos puristas, el movimiento era ya imparable en 1967 y la llamada al gran verano del amor encontró su himno en este tema de Scott McKenzie. ¡Qué tiempos maravillosos! Si vas a San Francisco, asegúrate de llevar algunas flores en el pelo.   



Y aquí tenemos un tema que fue clave. Porque no todo era tan bonito en el mundo como lo contaban los hippies. Por allí estaba la guerra de Vietnam en plena efervescencia y algunos grupos traducían la inquietud y la crítica contra la violencia, las armas y los ejércitos. Entre estos, un grupo efímero, pero del que saldrían grandes músicos lanzados al triunfo. Me estoy refiriendo a Buffalo Springfield. Su tema For wath it's worth es una maravilla. En la imagen de la portada del disco pueden reconocer facilmente a Stephen Stills y al gran Neil Young, que desde joven anduvo metido en todos los charcos, ambos con patillas fundacionales.


En fin, ahora sí que les voy a pedir que se quiten el sombrero y se pongan de pié para escuchar una maravilla. La canción The Letter, de los Box Tops, es realmente un tema que se anticipa a su tiempo. Es increíble que sea de 1967. Qué forma de empezar, yendo al grano, qué voz rota, qué desarrollo, qué arreglos. Una de las grandes canciones de la historia.  Les dejo con ella. Sean buenos y no caigan en la nostalgia.



miércoles, 4 de enero de 2017

596. Sobre muertos y libros

Si Sábato tituló su mejor novela Sobre héroes y tumbas, no veo por qué no habría yo de titular mi post como me dé la gana. Se trata de completar mi resumen del año que se fue, con lo habitual en estos casos: la lista de los que fallecieron a lo largo del año, los libros leídos, los hitos culturales más relevantes. Se han publicado ya tantas listas en los media que no voy a sacar una nueva. Sólo matizar algunas cosas. En el mundo del rock, tres gigantes: Bowie, Prince y Cohen. A Bowie le dediqué nada menos que tres textos y a Cohen medio, pero emotivo y sentido. Tal vez no le hice justicia a Prince, cuyo triste y prematuro final me pareció muy deprimente, en contraste con los de Bowie y Cohen, que murieron tranquilos y en plenitud creativa. Ya sé que no hay una relación matemática biunívoca entre ambas cosas, pero Bowie y Cohen eran dos personas muy cultas y formadas, mientras que Prince era un ignorante en muchos aspectos de la vida, que llegó a donde llegó por su componente genial (de esto del genio y el talento hablaremos otro día en profundidad).

En realidad, cuando se muere alguien a quien aprecio, suelo dedicarle un post, incluso varios. Por eso no me gusta eso de hacer el obituario de fin de año. Podría decir aquí que en la lista de finados se han olvidado de mi querido Fermín Bouza, pero sería exagerado; soy consciente de que se trataba de una figura sin una gran relevancia pública, en un mundo en el que, por el contrario, se encumbra a personajes como Belén Esteban, o Juan Gabriel, a quien todos los medios incluyen en la lista de los que pasaron a mejor vida. Pero es que, además, la tentación de hacer cada fin de año una lista de fallecidos ilustres, tiene el mismo peligro que la tontuna de un concejal bastante odioso, al que tuve por jefe muchos años, que les cuento a continuación.

Este imbécil, con ocasión de una ceremonia que no recuerdo, en la que hubo de reunirse con todos los jefes técnicos y jurídicos del urbanismo municipal, se puso estupendo y quiso hacer un alarde de memoria, agradeciéndonos a todos los presentes nuestro esfuerzo específico dentro de la pirámide jerárquica. Algo así: …y ya sé que puedo contar con los excelentes informes de Menganito, con las rápidas resoluciones de Zutanita, con que Emilio recibe perfectamente a cada delegación extranjera (por decir algo; en esos tiempos tenía a mi cargo otras responsabilidades). Al final levantó su copa de champán y brindamos. Todo muy bonito. Salvo un pequeño detalle. En su enumeración, se olvidó de una persona que estaba presente, una señora algo insegura, con problemas de autoestima, que se olía que pronto la iban a cesar y que, a partir de ese día, ya no levantó cabeza, consciente de que todos nos habíamos percatado del lapsus. Menos el idiota que lo tuvo.

Ahora les reto a que busquen en todas las listas de fallecidos publicadas en este fin de año. ¿Encuentran en alguna parte a Leon Russell? No, ¿verdad? De acuerdo, no era un rocker de la talla de los tres grandes arriba citados. Pero era un músico superlativo, excelente pianista, gran compositor, cantante limitado y persona que huía de los focos y las candilejas, pertrechado detrás de su melena infinita, que le resguardaba del mundo exterior, siempre visto como hostil por este tímido incurable. Leon era un okie, como J.J.Cale, es decir unos de los estupendos músicos de Oklahoma que emigraron en los 70 a California para ganarse la vida tocando en los garitos nocturnos, de donde fueron sacados y encumbrados por la industria del disco. En la era de las grandes reuniones de músicos de primera línea para conciertos solidarios, su piano no faltaba nunca. El gran Leon murió tres días después de Leonard Cohen y, tal vez, por eso su estrella se vio apagada por el cercano fulgor de la desaparición de un gigante. Como nadie se ha acordado de él, pues vamos a poner aquí una de sus composiciones más memorables.



Esta maravilla, titulada A song for you, se hizo muy popular en la (potente) voz del gran Ray Charles, lo que le supuso al bueno de Leon una buena cantidad de royalties. Él prefería que otros cantaran sus composiciones. Le gustaba mantenerse en segundo plano y apenas esbozaba una media sonrisa, cuando en los macroconciertos presentaban a los músicos, sonaba su nombre y la cámara lo enfocaba. Descansa en paz, querido Leon. Allá donde te encuentres, seguro que estás improvisando alguna jam session con J.J y algún otro amigo.

Dejemos en paz a los muertos y hablemos de libros. Entre mis lecturas del año que termina, algunas me gustaron tanto que les dediqué textos exclusivos o parte de otros. Entre ellas están El impostor, de Javier Cercas, o la excelente e inquietante Cirkus Columbia, del croata Ivica Djikic. Me atrevo a recomendarles su lectura, sin miedo a decepcionarles. Más prevención me dan Lulú de Mircea Cartarescu, excelente también, pero críptica y difícil, o Exodo de Dj Stalingrad, retrato auténtico de un mundo violento, más valiosa como testimonio que por su valor literario. Dos amigos míos han logrado publicar: ya les hablé de Calles alquiladas, de Eduardo Waisman, colección de microrrelatos bastante agradable de leer y con algunos muy buenos. El otro es La Casa y la Isla, de Ronaldo Menéndez, un libro muy vendido actualmente, que se merece párrafo aparte.

La Casa y la Isla creo que es uno de los libros más interesantes que he leído este año. Es, por un lado un testimonio de la Cuba castrista escrito desde dentro, en donde está todo: la locura de la revolución eterna y el hombre nuevo, el puritanismo y la homofobia, el amiguismo y los privilegios de la clase dirigente, la vagancia y la molicie inherentes a un sistema que no prima el sobreesfuerzo, el calor, el sudor y el sexo típicos de las tierras tropicales, el vudú y los marielitos, la guerra de Angola, la antesala del período especial, la música y la creatividad del pueblo cubano, la picaresca y el ingenio que se dan para sobrevivir en las peores condiciones y, desde luego, el humor impagable de las buenas gentes de esa tierra tan querida y tan cercana a nuestra cultura.

En ese fondo se mueven tres personajes, cuyo encierro en una casa simboliza la isla dentro de la isla. El libro se estructura (excepto un prólogo y un epílogo) en dos grandes bloques, a modo de flash-backs, que explican la trayectoria vital de dos de estos personajes (Anabela y Montalbán), hasta llegar a la casa en la que se reúnen con el tercero (Rebeca). En concreto, la parte de Anabela resulta extraordinaria, y el resto no desmerece. La historia se enrevesa por vericuetos llenos de sorpresas, hasta encajar en un puzle perfecto. Ronaldo Menéndez maneja el lenguaje con una maestría que te deja boquiabierto y que suministra el vehículo por el que fluyen emociones y sentimientos, en una novela escrita con el corazón. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de la lectura de un libro (me lo he devorado en una semana).

Y me queda hablar de Alí y Nino, la novela a la que dediqué el Post #569. Como tal vez recuerden, se trata de la mejor novela de la literatura de Azerbaijan. Me gustó tanto este libro que he regalado varios por Navidad y no he encontrado a nadie que no le guste. Es éste otro caso de historia maravillosa, en la que, como telón de fondo, se explica la situación geográfica y la historia de unas tierras que, hoy en día, mantienen intacta la problemática de conflicto de razas, religiones y culturas. En concreto, Azerbaijan, Georgia y Armenia. He comprobado que algunas agencias de viajes alternativas tienen en su oferta un periplo por los tres países y no descarto apuntarme en un futuro no muy lejano. En concreto, Azerbaijan es un país poblado por musulmanes de la tendencia chií, con una marcada tendencia sufí, como sabrán, lo más alejado del extremismo del IS. Es decir, es una cultura en la que prima el disfrute de la vida y los placeres, apoyada en la gran bolsa de petróleo sobre la que se asientan. Les dejo como despedida el video de la danza que improvisan los asistentes a una boda reciente. Sobran los comentarios.