Sí, señor. Esto es un punto y
aparte, porque ya no tengo tiempo de escribir en el blog al ritmo que he
llevado hasta hoy. Mira que me hacía ilusión esto de escribir 12 posts al mes
durante 12 meses. Hubiera sido un hito digno de entrar en el Libro Guiness de
los Records: el blog dodecapóstico al
cuadrado. Pero es que ya no puedo más. Hace no sé cuánto tiempo, el amigo
Alfred dedujo de mis comentarios que yo cultivaba mi blog en horas de trabajo,
algo que le rebatí encarnizadamente, porque algunos compañeros del curre me
habían advertido muy seriamente: a ver qué vas a decir en tu blog, que los funcionarios ya
estamos suficientemente desprestigiados como para que ahora vengas tú a
tocarnos aun más los cojones.
El amigo Alfred estaba en lo
cierto. Yo escribía mis textos en el trabajo y ya no me importa reconocerlo. Al comienzo de este infausto período, que he dado en llamar El Trienio Negro, me vi defenestrado, después de siete años de
desempeñar sucesivos cargos directivos. Nadie me dio una explicación y sigo
convencido de que no lo había hecho tan mal. Pero, de pronto, me vi humillado y
aherrojado a unas tinieblas laborales, en las que no tenía prácticamente nada
que hacer, y sin embargo estaba obligado a acudir cada día a pasar siete horas y media encerrado en una oficina, en
la que una carcelera nazi vigilaba que cumpliera el horario al segundo. Todo
eso se vio agravado con el destierro a que nos condenaron colectivamente, tras
el desahucio de nuestra sede histórica. El blog fue mi remedio para no volverme
loco. El blog y el recurso de seguir con una parte de mis actividades de
relaciones internacionales y venta de la denostada Marca Madrid all over the world. Esto segundo vino
rodado. Algunas personas a las que había recibido en mis años de gloria querían
expresamente que los atendiera otra vez yo; no querían ver a ningún otro.
En esa progresiva adaptación a
unas circunstancias difíciles y nuevas para mí, fui rompiendo algunas barreras: participar en congresos en el extranjero utilizando mis días de vacaciones, pagarme yo los billetes de
tren y avión. Descubrí que el placer del que disfrutaba, por ejemplo,
alojándome en un Colegio Mayor cercano a Washington Square y levantándome cada
mañana para salir caminando con mi traje de verano y mi maletín de ejecutivo, hasta
la sede donde se celebraban las sucesivas sesiones del Greater and Greener
Congress 2012, organizado por la City Parks Alliance, me compensaba
sobradamente del hecho de que eso sucediera en mis vacaciones y además me
hubiera pagado yo la mitad del billete a New York. Debo de ser un poco raro,
porque algunos de mis compañeros a los que he contado mis aventuras, rápidamente me han contestado proclamando
solemnemente: –Ah, no, no, no; yo, si no me lo pagan todo, no voy a un viaje de
trabajo. Queridos lectores: no les sorprenderá saber que esos compañeros, eran
precisamente los mismos que me advirtieron de que a ver si iba a hablar
demasiado en mi blog (van atando cabos, ¿verdad?).
Por lo demás, los responsables de
mi defenestración fueron, obviamente personajillos de esos que aterrizaron en
el Ayuntamiento al conjuro del señor Gallardón. Pero hay algo que todavía me
duele: contaron con la cooperación necesaria de compañeros míos, a los que
tenía por amigos y que aún siguen por allí, incluso han prosperado bastante. A
este respecto, yo podría sentirme magnánimo y decir que pelillos a la mar y todo
eso. Pero creo que este tipo de actitudes nos vienen inducidas por la educación que hemos recibido, una educación
de corte cristiano, que nos enseña que el pobre Job sufría, una tras otra, humillaciones mucho mayores y nunca se quejaba. Al hilo de esta línea
ideológica y moral, entre nosotros se dan por hechos algunos lugares comunes,
que yo no comparto (lo siento, ya saben que soy un poco raro). Les pongo unos
ejemplos.
En primer lugar esa ñoñez de
poner la otra mejilla. No cuenten conmigo para eso. A mí, si alguien me da una
hostia, si puedo, se la devuelvo. Y, si no, se la guardo. Otro lugar común: la
venganza es un plato que se sirve frío. Falso. La venganza es un plato de
cuchara. Hace falta cocinarlo a fuego lento, marcando los tiempos sin prisas.
Pero luego se come calentito y les puedo jurar que está tan bueno como unas
lentejas recién guisadas. El último lugar común (otra ñoñez): yo perdono, pero no olvido.
Discúlpenme, pero a mí me pasa al revés: yo olvido (porque estoy mayor y
tampoco quiero estar todo el día pensando en los que me jodieron). Pero no les
perdono. Quiero decir, en los escasos momentos en que recuerdo el pasado y
rescato del olvido las humillaciones vividas. Así que, si alguno de mis lectores se
siente aludido (por algo será), que sepa que si no se la he devuelto es porque aun no he tenido
ocasión. Pero hará bien en no descuidarse.
Digo todo esto desde mi euforia
de resucitado para la causa, que sólo mi amigo X ha advertido, porque él
compartía conmigo la condición de walking
dead. La historia de mi resurrección pueden rastrearla en mis posts
sucesivos de este verano. Cuando la candidatura Ahora
Madrid se hizo con la Alcaldía, expresé mi alegría en un post en el que les
animaba a ustedes a bailar, a la par que les desvelaba mi lado hortera y mi
gusto por cierta música disco. Luego me fui a Alemania a hablar en tres
universidades (con el formato habitual: en mis días de vacaciones y corriendo a
cargo de todos los gastos). Al volver, mi situación seguía en stand-by. Me fui
a Polonia y regresé para pasar una segunda quincena de agosto en la que hasta
tuve tiempo de recuperar mi cifra de 12 posts mensuales en sólo quince días.
Esos días generaron en mí un desánimo que se mostró de manera
bastante evidente, en cuanto se me agotó el tema polaco.
Entonces tuve una especie de
revelación. De las profundidades de mi mente rescaté esa máxima sobre aprender a
bailar bajo la lluvia, que había descartado por provenir de una experta yanqui
en técnicas de autoestima y toda esa gaita. Y llegué a una conclusión. Las
cosas no iban a cambiar, pero a la vez ya habían cambiado (lo dice también una
letra de JJ Cale). Yo tenía que seguir mi camino, siempre adelante y sin perder el ánimo. Lo peor que me podía pasar
era seguir siendo invisible. Así lo he hecho y parece que ya hay
determinada gente que va descubriendo que existo. Eso hace que esté muy ocupado
por las mañanas. Y ya saben que las tardes las tengo también llenas de
entretenimientos diversos. Ahora mismo, entre otras actividades, he conectado con la red de la ONU Hábitat, y me han nombrado miembro del
Comité Nacional, en representación del Ayuntamiento. Y el día 12 me voy a
Hamburgo por dos días para entrevistarme con el Concejal de Urbanismo, el
presidente de la Asociación de Cooperativas de Vivienda Social de Alemania y
otras autoridades.
Emprendo estas aventuras con
conocimiento y autorización de mis jefes. Además, he recibido en estos días
(desde el 1 de septiembre) a varias delegaciones: 27 miembros de la Fédération Suisse
d’Urbanisme, 40 alcaldes de pequeñas ciudades de Centroamérica, 6 urbanistas
chinos encabezados por el presidente del Lincoln Institute de Pekín y 10 munícipes
de diferentes ciudades de Chile. Los que dirigen el Área de Urbanismo me han
llamado para que les enseñe mis presentaciones y me han dado indicaciones sobre
los nuevos mensajes que debo difundir, de acuerdo con su Programa de Gobierno. Y
me han pedido material para sus propias presentaciones. Esto de que revisen mi discurso oficial a las delegaciones extranjeras, me parece algo básico, que me tomo como una muestra de respeto hacia mi trabajo. Sin embargo, lo crean o no, es algo que no conseguí ni una sola vez, a lo largo de los 26 años de gobiernos de la derecha. Incluso, en una ocasión en que insistí repetidamente en ello, las secretarias del impresentable de turno, encargadas de transmitirle mi petición, me revelaron su reacción a voz en grito: lo que Emilio haga, bien hecho estará pero, por favor, que no me lo cuente. Resulta que este sujeto no tenía tiempo de atenderme, de tan ocupado como estaba realizando actividades diversas que pagaba con su tarjeta black y que toda España puede conocer ahora (yo traje el cuadro de todos los gastos de estos inmorales a mi blog). Para que luego digan eso del plato que se sirve frío.
Además de todo esto, Annette
Menting, la organizadora de la Jornada sobre Participación Ciudadana en la que
intervine en Leipzig, me pidió un texto en inglés con mi discurso, no inferior
a cinco folios, para incluirlo en una publicación que van a editar sobre dicha
jornada. Ya saben que acostumbro a improvisar sobre las imágenes de un power point, así que lo he tenido que escribir a partir de un folio en blanco (ya se lo he mandado). La directora del Máster de Ciudades Creativas en
el que di una clase de 4 horas en julio, me ha pedido también un texto, este en
español, pero no inferior a quince folios (estoy en ello). Si además quiero
seguir corriendo y nadando, asistir a mi Club de Lectura, continuar con el
Taller de Conversación Inglesa y ocuparme de hacerle la cena a mi hijo (lo que
incluye hacer la compra y recoger la cocina), pues entenderán que ya no tenga
tiempo material para continuar con esta graforragia
creativa que he mantenido durante los últimos nueve meses (un embarazo).
He de confesarles una cosa. El
lunes pasado, me salté mi carrera de 6,5 kilómetros por el Retiro. No salí a
correr para poder escribir mi post sobre el batistot catalán. He reflexionado
sobre ello y he decidido que eso no puede ser. Ya saben el viejo dicho
castellano: ese es más tonto que Abundio, que vendió el coche para poder
comprar gasolina. Yo no quiero que en el futuro ese refrán se sustituya por éste
otro: eres más tonto que Emilio, que tuvo que dejar de vivir para tener tiempo
de contar su vida. En fin, les diré que hoy he empezado a trabajar en algo que
no les voy a desvelar, pero que me ha llevado todo el día, excepto un ratito en el
que he bajado a comerme un bocata. He salido de mi oficina a las 17.30, algo
que no sucedía hace tiempo (no piensen que me estoy quejando: sería
incongruente que, después de tres años de lamentarme por la falta de trabajo,
ahora me quejase del exceso). He cogido mi Auris híbrido, me he ido a casa, he
descansado un rato y luego he salido a correr.
Tras ducharme y cenar (mi hijo
está viendo al Aleti en el Estadio Vicente Calderón), me he puesto a escribir
este post. Un último esfuerzo para cerrar mi embarazo dodecafónico. A partir de
mañana, mis posts serán esporádicos. Escribiré cuando pueda. No teman, no voy a
cerrar el blog. Y alegren esa cara, hombre. Ya sé que estoy escribiendo el
epitafio de un tiempo que ha tenido su encanto. Pero lo que viene no tiene por
qué ser peor. Eso sí, la disminución de la cantidad no va a aumentar la calidad
de mis textos: unas auténticas reflexiones a la carrera han de hacerse así, de
prisa y corriendo, sin esperar a cerrar un texto redondo. Entiendo que algunos
de ustedes estén un poco tristes, pero han de valorar que yo estoy contento y
que estos cambios son para bien. Así que, como dijo Lola Flores: si me queréis, irse. Irse a tomar por culo, quiero decir. Ya saben que, en la línea de los
argumentos aportados por el Barça en el escrito de recurso contra el castigo a
Piqué por insultar a un linier, la frase váyanse a tomar por culo ha de entenderse como una expresión típicamente catalana, de
intención más afectuosa que ofensiva.
Duerman bien.