Iba a titular este post Homeless, pero al final lo dejo en
español, para que no me regañen. Como les he contado, subí a los cines Ideal,
para ver Amy (tranquilos, ya no voy a hablar más de esta chica). Ya en
la parte final de la calle Atocha (tras cruzar Relatores), empecé a ver una
densidad inusitada de personajes marginales y bastante hechos polvo,
entremezclados con otros de aire más convencional, pero igualmente abatidos,
muchos de ellos sentados en los escalones de los portales y todos ellos
inmóviles, como esperando. Crucé por entre esa gente y accedí a la plazuela
frente al cine: estaba igualmente abarrotada de personas de aire no muy
animado. Observé que la mayoría sostenían en la mano un pequeño cupón
amarillento con un número. En la plaza, haciendo esquina con los cines hay un
comedor solidario, donde sirven un desayuno por las mañanas. Allí acude la
gente en apuros o en riesgo de exclusión social, los expulsados de esta
sociedad bipolar en la que vivimos. Pero nunca los había visto por la tarde.
Se trata del llamado Comedor Ave
María, una institución puesta en marcha hace más de 4 siglos por los frailes de
la Real Congregación
de Esclavos del Dulce Nombre de María, fundada en 1611. En el comedor caben
unas 60 personas y por la mañana dan seis turnos de desayuno, por lo que
atienden cada día a 360 indigentes. Los que acuden, reciben un sándwich y medio
litro de leche con galletas o magdalenas. Esa tarde noche, entre la gente que
aguardaba con el número en la mano, se podían diferenciar varios subgrupos. Los
mendigos de toda la vida, con sus barbas entrecanas y su piel ennegrecida de
muchos años al aire libre. Los drogadictos y alcohólicos irrecuperables, con
sus brazos esqueléticos, puro hueso y nervio. Los inmigrantes de diferentes
etnias en distintos niveles de degradación. Pero entre ellos había también personas
correctamente vestidas y aseadas. Abuelas con el aspecto corriente de las
madres de cualquiera de ustedes (o la mía, si viviera). Caballeros con traje
barato. Jóvenes con aire de oficinistas o pasantes. Estos son los nuevos
pobres. Los pobres generados por la crisis de 2007 y las políticas de
austeridad de Merkel y Rajoy.
He quedado en la puerta del cine
y llego el primero, así que tengo la oportunidad de estar un rato entre estas
gentes baqueteadas por la vida, que luchan por mantener la dignidad. Entre los
drogadictos amagan trifulcas, brotan gritos, empujones, enganchadas de la
camisa. Pero la sangre no llega al río. Elijo a un negro alto y de buen ver,
recostado en el muro del cine. Me sitúo a su lado y le pregunto qué es todo
este jaleo y por qué llevan todos el número. Me habla con acento cubano
cerrado. Desde hace un tiempo, además de dar desayunos, han empezado a repartir
bolsas para la cena. A partir de las 6 puedes llamar y te dan el número. Y a
las 7 empieza el reparto. Me dice que aún estoy a tiempo de llamar al timbre y pedir un
número. Gracias, pero yo vengo al cine, era sólo por curiosidad, yo de momento
me puedo valer por mí mismo, no sé dentro de un tiempo. Me mira con atención y añade: señor, eso mismo decía yo
hasta hace poco. Me alegro por usted, pero no se descuide, amigo, esto le
agarra al más chévere.
A las 7 se abre la puerta y los
indigentes se arremolinan mostrando sus números. Poco después empiezan a salir
los primeros, abriéndose camino entre el tumulto. Llevan cada uno una bolsa de
plástico blanco en la que se transparenta el envoltorio de un bocadillo, una
lata de refresco y alguna cosa más. Una señora mayor con chaqueta de punto sobre su
rebeca a pesar del calor espantoso, se ha quedado sin número. Otra veterana
reparte con ella su bolsa. Hay colegueo y buen rollo entre los expulsados del
paraíso. Aunque la titularidad de la institución corresponde a los frailes
citados, el servicio se presta por voluntarios laicos de la Orden Trinitaria.
Además del comedor, en el lugar funciona un ropero y un consultorio denominado
Servicio de Escucha y Atención Personal, donde se facilita asesoramiento
jurídico, psicológico y de todo tipo.
No es esta la única institución
que atiende a los marginados en Madrid. Los vagabundos que pululan por la ciudad
tienen varios puntos fijos en el tedioso devenir de sus días. En la Parroquia de Santa María
de la Cabeza ,
al comienzo de la Ronda
de Segovia, dan una sopa a las 12 de la mañana. Muy cerca tuvimos instalada una
caseta de información de Madrid Río y más de una vez me tocó ver como esas
pobres gentes, después de comerse la sopa, cruzaban al Parque de
Atenas, se desparramaban por el césped y se quedaban fritos por la modorra
inducida por su única comida caliente del día. Al otro lado del río, en el
comienzo de la Avenida
de Portugal, la Cruz Roja
gestionaba un albergue en donde podían pasar la noche. Al ser la Avenida de Portugal una
autopista de salida de la ciudad y estar el albergue al otro lado, en el borde de la casa de Campo, su
existencia no suponía un problema para nadie.
Cuando esta autopista, por efecto
del proyecto Madrid Río, se metió en subterráneo y permitió recuperar la
superficie para un bulevar, los indigentes se extendieron y empezaron a ser
molestos para los vecinos de este lado. Tengan en cuenta que este albergue era
sólo para pasar la noche. Por las mañanas les echaban. De allí salían los
rumanos que limpiaban parabrisas en los semáforos del centro y las abuelas y
falsos lisiados que mendigaban a la puerta de las iglesias. Pero los había también sin
ocupación de ningún tipo. Estos, por las
mañanas, se metían en los portales a dormir, a mear o a cagarse. Ya ven que
hablo en pasado. Hace tres o cuatro años, el Ayuntamiento cedió a la presión
vecinal y construyó un nuevo albergue para los vagabundos. Está on the edge of the town, al final del PAU de Carabanchel. Como ven, la conversión de una autopista en bulevar expulsó del lugar a un
colectivo que antes no molestaba. Este tipo de consecuencias de una obra de
mejora urbana, se suele designar en urbanismo con un palabro: gentrificación,
transposición directa del inglés gentrification.
Además de la Cruz Roja , Cáritas y las
diversas congregaciones religiosas que atienden a la gente sin hogar, hay unas
cuantas fundaciones estrictamente laicas que trabajan en el mismo sector. Por
ejemplo, la Fundación
RAIS y la Fundación Tomillo. Ambas tienen actualmente sus
sedes en edificios construidos sobre suelos cedidos por el Ayuntamiento en
derecho de superficie. Esa cesión de suelos a instituciones de este tipo se
efectuó cuando yo dirigía el Departamento de Patrimonio Municipal de Suelo, se
llamó Programa de Suelo Solidario y se culminó en el año 2007. Además de las
citadas, se beneficiaron del programa instituciones como APANEFA, que se ocupa
de personas aquejadas de daño cerebral sobrevenido, o la Fundación del Padre
Garralda, a quien tuve ocasión de conocer en persona, que atiende a
drogadictos, independientemente de que quieran entrar en programas de
desintoxicación o no. A los que rechazan la Rehab (nooo, nooo, no), simplemente les
facilitan un lugar en donde pueden estar sin que se les mire mal ni se arrugue
la nariz por lo mal que huelen. Y se les facilitan entretenimientos y terapias ocupacionales.
En la Web de la Fundación RAIS , se
pueden encontrar una serie de datos espeluznantes. En España se estiman en
40.000 las personas sin hogar. En un recuento que hizo el Ayuntamiento de
Madrid en diciembre pasado, se contabilizaron 1905 personas sin hogar. De ellas,
764 dormían al raso y el resto utilizaban la red de albergues. Son números
modestos, pero que reflejan sólo el grado más extremo de la exclusión social.
Se estima que el riesgo de exclusión social afecta a once millones de
españoles, cinco de ellos en situación grave, aunque cuenten con viviendas o
infraviviendas en las que pernoctar. Hay un índice de desigualdad que compara
los ingresos de las capas más extremas de ricos y pobres. En España los valores
de ese índice se han incrementado en estos últimos años, de forma que, en la Unión Europea , sólo
nos superan Bulgaria y Letonia. Rumania o Polonia están mejor que nosotros.
La exclusión social parte de
situaciones de vulnerabilidad (soledad, dificultades económicas, pérdida de seres
queridos, enfermedades, desahucios, drogas). Cuando esa vulnerabilidad se concreta,
aparecen sentimientos de culpa, vergüenza, desolación. Este mundo nuestro de
capitalismo salvaje genera auténticos apestados, a los que luego aparta e
ignora. Y finalmente, aparece la estigmatización. En España, más de la mitad de
las personas sin hogar han sufrido agresiones, robos, amenazas o insultos. El
30% sufre una enfermedad crónica (entendiendo como tal también el alcoholismo).
El 15% tiene alguna minusvalía. El 16% son enfermos mentales. Y, cada cinco
días, muere una persona sin hogar en la calle, como un perro. Datos de la Fundación RAIS , una
institución que facilita alojamiento provisional, tratamientos médicos y
programas de reinserción laboral.
Creo que el porcentaje de gente
sin hogar es lo suficientemente limitado en el mundo occidental como para que
pudiera dársele una solución al problema con inversiones pequeñas, al alcance
de cualquier gobierno sensible. Pero las administraciones de la derecha post-Thatcher no
dedican muchos esfuerzos a un tema del que culpan muchas veces a los propios
afectados (lo mismo que piensan que las mujeres se apuntan a la
prostitución por vicio o por ganar un dinero fácil). En un programa de
televisión siguieron a un vagabundo que, en cuanto reunía cuatro duros, se
acercaba al colmado a por un tetrabrick de vinazo barato. El locutor le afeó su conducta, a lo que el tipo respondió: ¡Señor!, si no pudiera aliviar mi
situación con un poco de vino, esto sería insoportable. Ante la
inoperancia de las administraciones, han surgido numerosas ONGs que subsanan esa
deficiencia a base de voluntarismo, en la medida de sus, muchas veces, escasos recursos. Ojalá que ninguno de nosotros tenga que recurrir un día a ellas.
Si hubiera ganado Esperanza Aguirre, habría limpiado las calles de chusma indigente, como prometió. También Gil y Gil los echaba de Marbella; se dice que les pagaba billetes de tren a Barcelona. Un crack. Otro de esta misma banda: Sarkozy. Se propuso limpiar París de indeseables y prohibió la mendicidad. Al mismo tiempo redujo las subvenciones para vivienda social. Supongo que estos son algunos de los políticos post-Thatcher a los que alude en su post (valga la redundancia).
ResponderEliminarSí, a ese tipo de políticos me refería. No hacen nada por solucionar el problema de fondo. Por el contrario, criminalizan a los marginados y se limitan a sacarlos de determinados espacios, para que se trasladen a otros donde se les vea menos.
EliminarNunca habías contado nada de ese programa de suelo solidario. Si llevas más de 30 años en el Ayuntamiento, habrás dirigido muchas iniciativas interesantes, antes de empezar a tocarte las pelotas a dos manos (eres tú el que lo ha dicho, yo me limito a transcribirlo).
ResponderEliminarA lo mejor escribo algo al respecto. En cualquier caso, tengo que aclarar que yo trabajé en ese programa de Suelo Solidario pero, ni fue mía la idea, ni la decisión de aprobar el presupuesto necesario para ponerlo en marcha. Yo dirigía Patrimonio de Suelo y mi departamento colaboró activamente en el trabajo menudo que conllevaba dicho Programa. Eso me hizo conocer a gente valiosa que desarrolla una tarea admirable desde una posición anónima.
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