Arriba tienen a la simpar Ella
Fitzgerald interpretando la conocida canción de George Gershwin, dedicada al
verano. Esta señora sudaba a mares y usaba grandes fulares para aliviarse de la
incomodidad. Dudo que hubiera sobrevivido al verano madrileño de este año. Yo
no recuerdo una ola de calor extremo como la de estos días, y llevo en Madrid
desde 1968. Jamás he sufrido un bochorno tan intenso y prolongado. Es un calor
asqueroso, pegajoso, repugnante. Es que no se puede salir a la calle. Es que el
otro día hicieron en la Puerta del Sol una fondue directamente sobre la
tapa de una alcantarilla. Es que no sé cómo los pajaritos no caen del cielo,
directamente fritos al plato de los esforzados parroquianos, que sufren el
sofoco con entereza y paciencia. ¿Será culpa de Rita Barberá por haberse inventado eso
del caloret? Por el barrio andamos todos preocupados. Luis, del restaurante La
Pitarra, dice que no cree haber vivido una ola de calor tan larga como esta.
Corrobora tal apreciación mi nunca bien ponderado Álvarez, casi 50 años de
camarero en El Brillante.
A Álvarez y sus compañeros les
han puesto un uniforme nuevo de verano completamente negro y están que trinan.
Con el apresto de los tejidos recién estrenados, se cuecen en su salsa. En El
Brillante celebran todos los martes el día de San Calamar. Ese día, el bocata-calamares
con una caña vale en la barra 4,90€. El martes pasado quedé allí con Lisardo, aunque
ni él ni yo tomamos casi nunca calamares, por la cosa del colesterol. Quería,
como todos los años, desearle un buen verano. Ya me ha perdonado por no abrir
una cuenta de Twitter para propiciar que cada entrada de mi blog la
vieran instantáneamente miles de seguidores. Sin Twitter, por aquí
entran en torno a 40 visitas por post, de media. Si descontamos los
amigos y unos cuantos enganchados a mi prosa, una auténtica miseria. Pero yo no
quiero más. El problema es que Lisardo, desde que se ha jubilado como ordenanza
del Ayuntamiento de Madrid, tiene un excedente de energía mental, al que ha de
dar salida. Y siempre ha sido un genio de la economía creativa y la gestión
cultural.
Su última ocurrencia: –Don
Emilio, hágame caso, usted lo que tiene que hacer es buscarse una editorial que
le publique una antología de sus mejores posts. Ya tengo hasta el título: Las
mejores reflexiones de mi carrera, o bien: Tres años reflexionando a la
carrera. –Pero, Lisardo –le digo–, que
mis mejores posts están llenos de fotos y vídeos musicales. ¿Cómo se come eso? –Pues
muy fácil: un libro-disco y ya está. Ya me veo en la Feria del Libro
aguantándole el atril para las firmas. Usted, cuando necesite un soguilla
que le lleve el maletín, ya sabe que ninguno como yo. Me cuenta luego que
estuvo a punto de presentarse en mi conferencia a los del Credit Agricole, a
partirle la cara a los traductores, para que pudiera hablar en francés como yo
quería. Y que estuvo muy preocupado por mi corazón pero se reprimió de
llamarme, porque confiaba en el refrán ese de la mala hierba que nunca muere.
Lisardo está en plena forma, se le ve gordito, saludable y bronceado. No
parece afectarle el bochorno.
Otro de los personajes que suele
aparecer por El Brillante es El Moro. Es un marroquí de edad, al que recuerdo
por el barrio desde siempre. Entra por un extremo del bar y sale por el otro,
tras recorrer las barras con su paso renqueante, ofreciendo distintas mercancías
(lo último, unos llaveros con linterna mini incorporada, que muestra ensartados en
un anillo plateado). Yo le digo que no quiero nada de lo que vende, pero que lo
convido a un té o lo que quiera. Como buen musulmán, no bebe alcohol. Un día me
contó que se llama Ahmed y lleva 37 años en Madrid, así que llegó recién
estrenada la democracia. Álvarez sabe cómo chincharle para que largue. El
martes, mientras fregaba unos vasos, así como al descuido, le soltó:
–Escúchame, tú, Moro. Me han dicho a mí que la piedra esa de granito del Valle
de los Caídos se ha empezado a mover. Que Franco va a salir de la tumba. Que va
a volver al poder, a darles pa’l pelo a todos.
Ahmed se enciende: –¡Ah! ¿Ese?
¡Un cabrón! Tenía la Guardia Mora. Todos de mi pueblo. Y les disía: tú
tienes que morir aquí para protegerme, que luego vas a resucitar en tu tierra.
Pero ni uno volvió por allí. Lisardo sigue a lo suyo. Dice que, si el libro
triunfa, habría que empezar a pensar enseguida en el tomo dos. La conversación
transcurre en un bar medio vacío; con este calor la gente se retrae de salir de
casa. El Moro se ha retirado con su paso renqueante. No parece afectarle el
calor. Álvarez y sus compañeros se transmiten las comandas a voz en grito, como
se hace en los bares españoles. Me comentaba mi hijo Lucas hace unos días en
Leipzig que, en toda Europa, el servicio de bares y restaurantes es malísimo,
que en ninguna parte se sirve como en España. Y yo creo que eso va ligado
directamente al sistema de vociferar las comandas. Al respecto les voy a narrar
una anécdota que contaba mi padre. Pero antes, otra versión fastuosa del Summertime
de Gershwin: la que cantó Janis Joplin hace casi 50 años.
Mi padre estudió Medicina en
Madrid en los años veinte. La Facultad, como quizá sepan, estaba en el actual
Museo Reina Sofía. Mi padre vino a estudiar a Madrid desde su pueblo manchego con
una beca, de la que vivía modestamente. Se alojaba en pensiones baratas en el
entorno de Atocha, donde yo vivo ahora. Y comía
de costumbre en un restaurante económico de los de la época. Allí observaba
al personal como yo lo hago ahora y como lo han hecho siempre mis hermanos, que
esto es cosa de familia: con perspicacia, con humor, pero siempre con cariño.
Entre los contertulios habituales del comedor estaba don Próspero, un abuelo
que malvivía en algún cuartucho del barrio y que, contradiciendo su nombre, andaba apurado de
dinero, como tantos por entonces. Don Próspero pedía el menú del día, pero
gustaba de llevarse un panecillo a casa para reforzar su magra cena. El
problema era que también quería comer a mediodía con pan.
A la vista de que la calidad de
los postres no era muy acreditada, don Próspero había ideado una solución:
pedía cambiar el postre por un segundo pan, pero debía plantearlo de entrada,
porque en caso contrario le cobraban aparte el panecillo extra. Era un hombre
muy tímido, al que no le gustaba llamar la atención. Sin embargo no podía
evitar una escena que se repetía a diario, para solaz de los contertulios. Con
el comedor a rebosar, don Próspero llamaba a uno de los camareros y en voz baja
le proponía el trueque, rogando que, si se admitía, se hiciera con discreción. Pero
el camarero, avisado por sus compañeros, indefectiblemente proclamaba la
petición a voz en grito: DON PRÓSPERO PROPONE: EL INTERCAMBIO DEL POSTRE POR UN
SEGUNDO PANECILLO. Desde el fondo, el jefe remachaba: ACEPTADO. El aludido, colorado
como un tomate, encogía la cabeza en las solapas raídas de su viejo gabán.
Historias de tiempos pretéritos. Hemos
escuchado dos versiones del Summertime de Gershwin, pero la más popular
de las canciones dedicadas al verano es un tema de 1970, del efímero grupo Mungo Jerry. El cantante
Ray Dorset, con un grupo de amiguetes grabó ese año la canción In the summertime, cuyo vídeo les pongo
más abajo. Era este un grupo de músicos aficionados y autodidactas, que reivindicaba
la pereza y una cierta forma de guarrería, como concepto opuesto a la etiqueta
y las normas rígidas de conducta de la sociedad inglesa. La letra de la canción
es inequívoca: en verano, puedes tirarte a la bartola, es tiempo de salir, de
beber y de ligar lo que puedas. Si su padre es rico, invítala a cenar, si su
padre es pobre, déjate llevar por los sentimientos. Conduce a donde te lleve tu
moto, háztelo en un área de descanso. Canta y baila todo el día, tócate las
pelotas a dos manos, bebe lo que puedas, disfruta, que la vida es para vivirla.
Más abajo se justificaba: no somos una amenaza, no somos unos guarros, no somos
malos, queremos a todo el mundo pero hacemos lo que nos sale de los huevos. Escuchen
la canción y vean la pinta que tenían los tipos.
Igual que el mensaje de Amy
Winehouse muchos años más tarde (nooo, nooo, no), la letra de esta canción
caló en la juventud de mi tiempo y se convirtió en una especie de referencia de
conducta. El disco single llegó al número uno de ventas en todos los países y
aun hoy es uno de los discos más vendidos de la historia. Ya les he dicho que tengo
la suerte o la desgracia de tener una memoria a grumos. Tengo en mi cabeza una
escena de la televisión en blanco y negro de aquel año. Igual que la de Martín Lutero
King (todos los negros toman café) la recuerdo con total precisión, pero no he
podido encontrar la filmación. Así que tendrán que creérsela. En ese tiempo, la
reina Isabel de Inglaterra organizaba cada año la Gala del Disco, en el Royal
Albert Hall, en la que se daba oportunidad de actuar a las estrellas del rock
más rutilantes del momento, que luego saludaban a la reina y posaban para la
foto de rigor.
En 1970, Mungo Jerry eran los
reyes del cotarro, de modo que fueron invitados y, como es lógico, actuaron en
último lugar. Los tipos aparecieron, de acuerdo con su filosofía de la vida,
vestidos con unas camisetas viejas sin mangas y unos pantalones del trapero, probablemente
sin haberse aseado más que lo imprescindible. Cerraron su actuación con su
famosísimo In the summertime y el
teatro entero rompió en ovaciones. En un momento dado, Ray Dorset se vino
arriba, se acercó al palco de la reina y levantó los brazos al cielo para dar
palmas animando a todo el público a seguirle. En la tele en blanco y negro,
pudimos ver a este señor con su sonrisa de oreja a oreja, mostrando unos
sobacos adornados con sendas matas frondosas, concordantes con su pelo afro, a
pocos centímetros de la soberana, que daba palmitas educadas mientras miraba de
reojo a la cámara, con una sonrisa de conejo, tras la cual se podía adivinar lo
que estaba diciendo entre dientes: ¡qué tufo!, por favor, que alguien se lleve
a este energúmeno lejos de mis narices.
He buscado en Internet alguna
referencia sobre qué pasó con el bueno de Ray Dorset y su tropa. Con alegría he
comprobado que Dorset vive todavía. Con 68 años, tiene el sustento asegurado a
cuenta de los royalties de su canción más conocida. No sé a cuánto ascienden
estas cosas, pero podemos imaginar que, cada vez que ustedes escuchan su
canción en mi blog, el tipo se come una aceituna, por decir algo. Ray Dorset vive
en una casa de campo en Bournemouth (Inglaterra), con su tercera esposa y sus
seis hijos. De vez en cuando lo invitan a hacer algún bolo en las verbenas locales, donde ha de tocar su único éxito, pero no lo necesita para vivir. Abajo una
foto actual. Está mayor, se ha cortado las patillas y es posible que su higiene haya mejorado, pero la sonrisa
es la misma, la de un hombre convencido de que la vida es para vivirla. Imprégnense
ustedes también de esta filosofía y sean felices si pueden.
Menos mal que nos cuentas algo de Lisardo de quien no sabíamos nada desde hace tiempo, ya empezaba a preocuparme.Creo que tiene razón en las propuestas que te hace, yo añadiría también la publicación de unas crónicas viajeras como la que has hecho recientemente por Alemania. Una pena que no hayas continuado a Munich, total ya estabas subido al tren que hasta allí te llevaba.
ResponderEliminarPiensa bien tu decisión de la jubilación para dentro de un año, si lo haces será definitivo sin posible vuelta atrás, posponla al menos algún tiempo y podrás apearte en marcha cuando tú quieras y decidas. Quizás con este nuevo equipo sea un privilegio poder colaborar una temporadita más y con esos calorets podrías proponer la reposición de fuentes públicas que existían por Madrid y que han desaparecido sin saber porqué.
Feliz verano y un fuerte abrazo. Alfred.
Munich es una ciudad preciosa, pero esta vez no estaba en el programa. En cuanto a la posibilidad de publicar una antología de mis posts seleccionados, pues tampoco está entre mis planes, de momento. Más adelante, quién sabe. Respecto a la jubilación, ahora mismo tengo claro que quiero irme cuanto antes, pero las cosas pueden cambiar. De momento ha cambiado la cúpula del poder municipal, pero ese cambio no ha llegado a mi nivel. Sobre esto ya me extenderé más en el próximo post.
EliminarUn abrazo, amigo Alfred.
Bonito post otra vez. Lo digo porque en el penúltimo se te notaba bastante tristón. Estuve a punto de escribirte para darte ánimos, pero pensé que sería un bajón transitorio. Ahora te vuelvo a ver en plena forma: a partir de un detalle tan marginal como el calor asfixiante de estos días, dejas volar la mente, nos traes un par de vídeos o tres bastante oportunos, cuentas una historia de tu padre y otra serie de anécdotas hilarantes, culminadas en el recuerdo de la reina Isabel, de la que podemos imaginar fielmente su risa incómoda ante el tipo de los sobacos al viento. En cuanto al elemento este Dorset, no sé si te has dado cuenta de cómo se le han separado los piños del centro. Es normal en alguien que se ha tirado más de 40 años cantando eso de: ouh- ch, ch-ch, ouh-ch, ch-ch...
ResponderEliminarGracias por sus elogios, por mi parte me largaría otra vez a Alemania o a donde fuera. Lo que dice del espacio interdental de Dorset es muy gracioso, seguro que ha sido por eso. Saludos.
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