Escribo desde Leipzig donde estoy
instalado desde ayer, pero hoy quiero contar lo que hice el sábado en Berlín.
Como sólo tenía un día efectivo, y dispondré luego de otro día y medio a la
vuelta, dediqué una parte de mi jornada a visitar el antiguo pueblo de Spandau,
absorbido por el gran Berlín en su crecimiento. No lo conocía y tenía
curiosidad por ver un lugar tan lleno de historia, sobre el que había leído que
conserva el pequeño núcleo medieval original. Desde ya les digo que no es algo
para caerse de culo de la impresión. Si ustedes no lo conocen, mi opinión es
que no merece mucho la pena llegar hasta allí, al menos en comparación con
otras cosas que hacer en Berlín, mucho más interesantes.
Pero vayamos por partes. Me
levanté, me duché y bajé a desayunar al comedor del hotel. Mi habitación era
sin desayuno. Así que fui a recepción y pagué 6,90€ a cambio de un pequeño
ticket, que luego nadie me pidió. Consecuencia obvia: al día siguiente,
domingo, desayuné by the face. Cualquiera
de ustedes, latinos como yo, hubiera hecho lo mismo. A continuación caminé
hasta la cercana Hauptbahnhof para sacar mi billete de tren para Leipzig. Había
una oferta especial: 38€, ida y vuelta, con la única condición de que no se
puede cambiar. Lo compré y también uno de Metro para Spandau, ida y vuelta. En
Berlín, como en todas las ciudades grandes de Alemania hay dos sistemas: el
U-bahn, que es un Metro y el S-bahn, que es una especie de suburbano o
ferrocarril de cercanías, y va en superficie.
A Spandau se puede llegar con los
dos, pero el S-bahn es más directo desde la Estación Central. Por cierto,
viéndolo escrito, uno podría pensar que Hauptbahnhof se pronunciaría algo así
como Jau-Ban-Jof. Pues no, dicen Aubanó, con una o final tenue, casi una u,
para la que hay que poner una boca muy redonda y ayudarse elevando las cejas. Lo que no se sabe es para qué tanta
consonante, para terminar diciendo Aubanó. El tren de la línea S-5 circula
elevado bordeando el Tiergarten hacia el oeste y luego cruza el elegante barrio
del Kurfürstendamm, donde vivía la gente acomodada del Berlín occidental, una
especie de barrio de Salamanca, cuyo nombre han simplificado los berlineses
jóvenes, convirtiéndolo en el Kudamm. Todavía hoy conserva un cierto caché, en relación con las zonas populares y
bulliciosas del antiguo Berlin Este, y el Kreuzberg, especie de Malasaña,
situado al sur.
Spandau, al extremo oeste de la
aglomeración berlinesa, tiene un pequeño centro urbano peatonal, bonito y
agradable, vertebrado sobre dos calles más o menos paralelas: la Carl-Schurzstrasse
y la Breitestrasse. Al bajar del Metro, llovía bastante. A lo largo de la
mañana se alternaron ratos de lluvia con otros de sol muy agradables. Pasando
ante el Ayuntamiento se inicia la Carl-Schurzstrasse, toda ella ocupada por un
mercadillo donde los campesinos vienen a vender los productos de su huerta. Hay
fresas y espárragos espectaculares. Abajo unas fotos. El letrero de la calle,
con caracteres góticos como los de La Voz de Galicia. Al fin y al cabo, los
celtas compartimos origen con los teutones. Un abuelo vendía sus kartoffeln pesándolas con una báscula tradicional.
Y, ante la iglesia evangélica St-Nikolaikirche, naturalmente situada en la
Reformationplatz, el tipo de la estatua que ven es nada menos que el gran
Joachim, el Kurfuster de Brandenburgo, antiguo land al que pertenecía Spandau.
Lo de kurfuster, debe de ser algo así
como el baranda, o el nota que cortaba el bacalao.
Para llegar al Kolk, que es el lugar del asentamiento medieval más antiguo, hay que cruzar una carretera. Apenas quedan un par de casas originales y realmente no merece la pena visitarlo. Lo que sí es muy interesante es la Ciudadela, una fortaleza del siglo XVI, construida sobre una isla fluvial del río Havel, del que es tributario el Spree, que atraviesa el centro de Berlin. Esta ciudadela pasa por ser la fortaleza militar renacentista mejor conservada de Alemania. A mí es que me gustan mucho los castillos. El secreto de que esté intacta es el que les cuento. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los rusos llegaron a Berlín por el Este, pero rodearon la ciudad hasta el Oeste, como en una pinza. El castillo de Spandau, era un punto clave de la defensa de la capital alemana y los rusos podrían haberlo destruido con bombas. En vez de eso, lo rodearon y aislaron y pidieron hablar con el jefe de la guarnición. Imaginen la conversación. Lo tenéis todo perdido y no tiene ningún sentido que nos peguemos aquí, destrocemos esta fortaleza y seguramente perdamos ambas partes muchas vidas. El sentido común se impuso.
Hay que decir también que Hitler había
localizado en este lugar inexpugnable su principal laboratorio de armas
químicas. Aquí se fabricaban los llamados gases nerviosos, como el sarín, que, por
fortuna, apenas se usaron, quedándose en un factor estrictamente disuasorio.
Parece mentira que estemos hablando de apenas 70 años atrás. Ahora, el castillo
se usa como escenario de conciertos de rock. Eché un ojo a la programación.
Dentro de unos días canta Tom Jones (75 años). A final de julio, Van Morrison.
Y, atención, el día 2 de julio, justo el día en que vuelvo a Berlín, actúan ZZ
Top. A lo mejor me animo a venir a verlos. ZZ Top es un grupo veterano de heavy
metal, que nunca han sido considerados punteros. La verdad es que son bastante
malos. Pero no deja de tener gracia la barba amish de sus dos componentes más
conocidos, creo que hermanos. El que vaya a ese concierto depende de varios
factores: que no sea muy caro, que queden entradas, que haga buen día y que no
esté muy cansado.
Volví al centro del pueblo y
encontré un puesto de curry wurst, el almuerzo que se ha convertido en
emblemático del nuevo Berlín. Es una salchicha (wurst), que te dan en una
especie de bandejita mínima de cartón duro. Delante de ti la cortan en secciones, le echan curry con un
salero, una salsa de tomate espesa con más especias y un tenedorcito de
plástico. Con todo ello, te vas a un banco y te la comes, con cuidado de no
echarte muchos churretes por la pechera. Aprovechando una tregua de la lluvia,
completé mi magro almuerzo (me había obsequiado con un desayuno de buffet en el
hotel) con una cerveza local de la marca Spandauer Kurfust. Por cierto, hace
días un amigo argentino me descubrió que el nombre de la cantante austriaca
barbuda Conchita Wurst es perfecto: combina la concha que nunca tendrá, con la
salchicha wurst que sí tiene. Boludo yo, que no me había dado cuenta.
Pero este lugar tiene que ver
también con otro hecho histórico reciente. Tras los juicios de Nuremberg, siete
nazis condenados fueron enviados a la prisión militar de Spandau. Era ésta una
construcción de ladrillo del siglo XIX, con capacidad para 500 presos. Entre
los siete había algunos conocidos, como Albert Speer, el arquitecto de Hitler,
que cumplió 20 años allí. Otros estaban condenados a 10 y 20 años. Y había tres
cadenas perpetuas, una de ellas la de Rudof Hess. Este señor, acababa de
protagonizar uno de los hechos más oscuros de la guerra recién terminada, cuya
explicación sigue sin conocerse. Veterano de la Gran Guerra, organizador
exitoso de los Juegos Olímpicos de 1936 (el estadio olímpico donde Jesse Owens
ganó a todos sus competidores blancos para disgusto de Hitler, está al lado de Spandau y se usa
todavía, por ejemplo, para finales de Champions), se había convertido en el
número dos del régimen nazi.
Ocupaba ese puesto cuando
decidió volar solo a Inglaterra, y dejarse caer en paracaídas. Se supone que
llevaba un plan de paz, a partir de un cese inmediato de las acciones de
guerra. Digo se supone, porque nunca
le dejaron explicarse. Los ingleses lo metieron al trullo y lo aislaron. Hitler dijo que no
volaba en su nombre, que se había vuelto loco. De ahí al final de la guerra,
Nuremberg y la cárcel. En 1966, salieron de Spandau, libres, Speer y el otro
condenado a 20 años. Los demás con perpetua habían sido
liberados por motivos humanitarios, antes de morir de cáncer. Sólo quedaba
Rudolf Hess. Le tocaría pasar allí otros 20 años, como único inquilino de una
cárcel para 500 presos. Pidió el indulto un montón de veces, solicitud a la que
accedían americanos y franceses. Siempre se opusieron los rusos (normal) y los
británicos (sospechoso y significativo). En aquellos años, un preso no podía
escribir sus memorias desde dentro; Speer hubo de esperar a quedar libre para
hacerlo. Parece claro que los ingleses no querían que este señor largara.
En 1987, Hess se suicidó
(oficialmente) colgándose de un cable eléctrico. Sus familiares no creyeron esa
versión: tenía 93 años, estaba casi ciego, artrítico y medio cojo y no tenía fuerzas para
hacer algo así, aparte que nunca había tenido tendencias suicidas. Pidieron una
investigación oficial y los gobiernos aliados la hicieron. Pero nunca se dio a
conocer. ¿Saben por qué? Su publicación fue terminantemente vetada por la
señora Thachter, auténtica hija de la Gran Bretaña, a la sazón primera ministra
del país. En cuanto los ejércitos aliados se retiraron (1994), Alemania demolió la cárcel. Hoy ocupa
su lugar un enorme centro comercial al lado de un parque. Me di una vuelta por
allí y no queda una sola referencia. Y, por cierto, el grupo de rock Spandau
Ballet, creado en los 80, tomaba su nombre haciendo una broma sobre la
situación surrealista de una enorme cárcel para un anciano medio muerto ya, como un espectro que organizara el ballet de un hombre solo. Asunto
que nos podría conectar con los tuits del señor Zapata, tema del que ya he
dicho que no quiero hablar.
Suficientes razones para una
visita a Spandau. Termino diciendo que volví al hotel, me eché una siestecita y
luego me dispuse a revisar mis presentaciones para mis próximas conferencias,
que llevaba en un pen-drive de 8 gigas, de color negro. Había un pequeño problema: el pen-drive no estaba. Lo busqué por
todos lados, infructuosamente. Había desaparecido. Volviendo atrás, creo que debí
de perderlo al pasar la seguridad en Barajas. Fue un momento de terror. Era lo
único que no podía perder en este viaje. Habrán de esperar al siguiente post
para saber cómo afronté esta calamidad sobrevenida. Continuará.
Amigo, damos por hecho que habrá solucionado lo de su presentación, si no, no hablaría tan relajadamente de tantas cosas interesantes. De todas formas, qué putada.
ResponderEliminarCambiando de tema, ya sabemos que no quiere hablar de Zapata, pero luego es usted mismo el que nos chincha. Igual que dice que no recomienda ir a Spandau pero le dedica un texto muy atractivo. Volviendo al caso Zapata, es evidente que a la familia de Rudolf Hess no le debió de gustar mucho que unos jovenzanos (la palabreja es suya) se subieran al carro del éxito con el nombre de Spandau Ballet. Pero esta es una tradición bastante amplia en los grupos de rock. Recuerde usted que cuando la sociedad español más tradicional se acababa de ver conmovida por las sucesivas muertes en el ruedo de Paquirri, Yiyo y no sé que otro, debutó en el panorama nacional un grupo que se llamaba Los Toreros Muertos. El caso es similar pero al cantante (Pablo Carbonell) no se le crucificó y se le dejó continuar de gracioso habitual de la tele, estilo Wyoming.
Un abrazo y buena suerte con las conferencias.
Gracias por sus buenos deseos, aquí me tiene en vísperas de mi primera actuación, con un tiempo de perros, que parece que mejora a partir del jueves.
EliminarLo de Spandau quizá no lo he explicado bien: desde el punto de vista turístico no tiene ningún interés. Pero para los que nos gusta la historia, recorrer sitios curiosos y comprobar si se siente por allí el fantasma de Rudolf Hess, puede tener un encanto. Además se llega en Metro en un periquete. Yo tenía curiosidad y, por otra parte, los principales puntos de interés de Berlín ya los conozco y tengo oportunidad de revisar los que más me gustaron, cuando regrese para coger el avión de vuelta.
En lo que dice de Zapata, tiene razón, esos nombres pueden ofender a los deudos de determinados señores. Es como si ahora se creara un grupo de rock que se llamase por ejemplo: Ortega Cano, y los que no usan freno de mano. Pues, supongo que a alguna gente no le haría ni pizca de gracia.
De todas formas, el mejor nombre de grupo de rock español será siempre: Tarzán y su Puta Madre Okupando un Piso en Alcobendas. Tocaron más de diez años. El cantante de ese grupo de nombre irrepetible es ahora el propietario e impulsor del club Gruta 77, uno de los mejores antros de rock en directo que sobreviven en nuestra querida ciudad, allá por Carabanchel Bajo.
Un abrazo, amigo.