Tengo claro que esta señora se
merece unas líneas de despedida, y nada mejor que una pavana, pieza musical que
sugiere quietud y evocación tranquila. Los que crean que voy a aprovechar esta
tribuna para poner verde a la señora Botella, recordar la forma en que mezcla
peras y manzanas, reírme de su entonación inglesa y cosas de ese jaez, ya
pueden dejar de leer y pasarse al Marca o El
inMundo. Ahí encontrarán todos los comentarios que quieran, a la altura de
su zafia y barata expectativa. Como he dicho cien veces, este no es un blog
político sino literario-periodístico. También saben que me gusta ir a la contra
de la opinión mayoritaria, esa que alguien decide que es la políticamente
correcta. Por otro lado, el adjetivo cesante induce una cierta complicidad,
viniendo de alguien como yo, que fui condenado a convertirme en una especie de
cesante en activo, hace algo más de tres años. Justo cuando llegó al poder esta
señora. Pero he dicho que sólo tengo una cosa que reprocharle, que desvelaré en
el curso de este texto, que al final me ha salido muy largo y habré de dividir
en dos posts.
El personaje de la alcaldesa
saliente justifica un acercamiento imparcial, lejos tanto de los ataques
indiscriminados, para los que la prensa dio la salida en un momento dado, como
de hagiografías que tampoco vienen al caso. Sin buscar muy atrás, el otro día
Juanjo Millás, a quien admiro como articulista de columnas cortas, no tanto
como novelista, se descolgó con un artículo que pueden leer AQUÍ.
No digo que no esté bien, en línea con la opinión mayoritaria. Simplemente creo
que es falso que los tres años de alcaldía de Botella nos hayan salido a los
madrileños por un ojo de la cara. Al contrario, esta señora ha puesto las
cuentas en orden, ha ahorrado mucho dinero a la ciudad y ha reducido la deuda
municipal de 7.200 a
5.400 millones de euros, que no es cosa sencilla. El que nos salió por un ojo
de la cara es Gallardón. Seamos justos.
Así que, parafraseando el estás mintiendo Marcelino y tú lo sabes,
diré: te estás equivocando, Juanjo, no sé si te das cuenta.
Veamos. Para empezar, estamos
hablando de una señora bien educada. Yo no me la imagino refiriéndose a un
compañero de partido como el hijoputa,
tachando la obra de un arquitecto a sus órdenes de esa puta mierda, o abrazándose a un corrupto a punto de ser detenido
por sus propios subordinados, al grito de qué
hostia, coño, qué hostia. Esta señora es más fina que todo eso. Me malicio
que, por no decir, ni siquiera dice tacos en la intimidad, ese territorio
difuso donde su marido se vuelve (aún más) políglota. Lo que pasa es que las
circunstancias de la vida la han llevado a ponerse frente a un toro que no era
nada fácil y a hacerlo con una serie de handicaps que ha intentado compensar
con una mezcla de voluntarismo, ingenuidad, inconsciencia y gramática parda que
le ha salido bastante mal. Si el reto era duro para cualquier político curtido,
no digamos para ella, con esos lastres que ha arrastrado casi desde el instante
cero. Estos handicaps son de dos tipos. Unos personales, o innatos, que veremos en esta
primera entrega, y otros circunstanciales. Veamos a qué lastres me refiero.
1.- Absoluta falta de
preparación. Ser político no es una tarea sencilla. Yo, por ejemplo, sería
incapaz. Un verdadero inútil. La señora Botella es una mujer de buena familia,
emparentada con una cierta intelectualidad franquista y beata. Lo suficiente
como para que la enviaran a la universidad, en donde conoció a su marido.
Imagino incluso que, de solteros, si les hubieran hecho un test de
inteligencia, tal vez ella habría sacado un cociente intelectual superior al de
su pretendiente. Lo que pasa es que en ese medio, la mujer que se casa ha de
dejar sus inquietudes intelectuales y dedicarse full time a hacer de señora-de.
Una señora-de como Dios manda ha de estar todo el día guapa, no perder
el cardado, educar correctamente a los hijos y tener la casa niquelada y la
comida en la mesa a su hora.
Y la inteligencia, como cualquier
otra cualidad, hay que entrenarla; si no, se atrofia. El caso es que, con ese
origen, de pronto a esta señora le proponen ir en una lista a la alcaldía de
Madrid. Tal fechoría sólo puede tener tres autores: ella, su marido y
Gallardón. No tengo ni idea de quién fue el lumbrera, pero imagino (todo lo que
estoy escribiendo aquí es imaginado, obviamente) que se trató de una ocurrencia
de Gallardón. Tiene el sello de frivolité
de este pernicioso caballero. No creo que ella tuviera grandes ambiciones en
este terreno. Se lo propusieron y se sintió halagada, como cualquiera en su lugar. En cuanto al señor Aznar, supongo
que su modelo familiar y social es el de una esposa en casa ocupándose de sus
labores. No creo que la inclusión de Botella en la lista de 2003 fuera una idea
suya. Mucho menos una condición impuesta, como han sugerido las habituales
lenguas viperinas.
Inició así su andadura de ocho
años como concejala, en la que podía haberse bregado y aprendido lo suficiente
para ser alcaldesa. ¿Por qué no fue así? Bueno, en un medio tan machista como
es el PP, a esta señora se la sobreprotegió, de forma que no tuviera que hacer casi
nada. Apenas ir a la peluquería y leer los discursos que le escribían. Era la
mujer del boss y había que tenerla
entre algodones. O en la inopia, si lo prefieren. La rodearon de un equipo
súper competente encabezado por Antonio de Guindos, una persona a la que
aprecio sinceramente. En esos años fui el encargado de poner a su disposición
las diferentes parcelas municipales que necesitaba para construir los
equipamientos que se proponían desde el Área de Servicios Sociales (nunca se
han construido tantos edificios dotacionales en Madrid como en esos cuatro
años). Y su trato fue siempre encantador, propio de una persona entrañable.
Es más, les reto a que busquen en
mis 387 posts un solo comentario negativo sobre Luis de Guindos. No lo van a
encontrar. Para mí ese caballero será siempre el hermano pequeño de Antonio.
Volviendo a Botella, en cuanto a su sencilla tarea de leer discursos, hay que reconocer que estuvo
bastante poco hábil, por su afán de intercalar morcillas, que casi siempre le
salían fallidas, véase peras y manzanas y otras. Y en los segundos cuatro años
se pasó a Medio Ambiente, donde no hizo una labor tan buena, entre otras
razones porque se llevó a su equipo, Guindos incluido, que en esta materia no
andaban muy duchos. Así que después de ocho años de actividad política, esta
señora no estaba para nada lista para afrontar un reto como el de la alcaldía,
aparte de que no todo el mundo vale para la política. Pero vamos con otros handicaps.
2.- Falta de simpatía. O si lo
prefieren de empatía con la gente. Sus intentos de ser simpática fracasaban
inevitablemente, porque la simpatía es una cualidad innata, que nos sale cuando
nos relajamos y actuamos con naturalidad. Su empeño en darle la gracia a los
discursos que le escribían, solía volverse contra ella. Y conste que creo que su
única pretensión, más que ser graciosa, era que la gente la quisiera.
3.- Mala suerte. Una mala suerte
inexorable, monumental, bíblica. Lo del Madrid Arena le podía haber pasado a
cualquiera. Pero no le pasó a cualquiera. Le pasó a ella. Los
jefes de Parques y Jardines del Ayuntamiento me han mostrado la serie
histórica de la estadística de árboles caídos en la ciudad, y puedo jurarles
que este año no se han caído más árboles que los anteriores. Sólo que este año
han caído encima de la cabeza de dos ciudadanos. Lo de la candidatura olímpica
y el relaxing cup of café con leche,
es una metedura de pata del asesor norteamericano que, a pesar de sacarles una
pasta, no fue consciente de que esa expresión (que es graciosa en medios
angloparlantes) aquí resulta ridícula. De todas formas, alguien debería de
haberla avisado de que su acento era horroroso y no pasaba nada por que leyera
su discurso en español. La mala suerte es algo que se percibía en su entorno
más cercano, de forma que, al final, todos a su alrededor andaban acojonados, todos actuaban
con cautela extrema y sentían un gran alivio cuando terminaba un nuevo día sin que les hubiera sucedido ninguna nueva desgracia. Triste sino el de esta
señora que sólo quería ganarse el aprecio de los madrileños.
¡Qué comprensivo eres con la señora botella! Se advierte ahí una atracción oculta que podría transformarse en el deseo de un revolcón si hubiese oportunidad.
ResponderEliminarHaces un juicio distante, imparcial y hasta elegante; pero hay seres que la vemos como una mala pécora, falsa, pagada de sí misma y hasta grotesca. Es tan despreciable que esa mala suerte está en su ADN; y ahora empiezo a sospechar que el Charles Chaplin metido a político -que es su marido-, quedó así de lelo desde que mojó su plumilla en semejante tintero.
Respecto a lo primero, te equivocas: a mí el que me pone es Gallardón.
EliminarEn cuanto a lo segundo, yo podría compartir tus calificativos, excepto el de mala pécora. Malas pecoras son Esperanza y Barberá. En lo último, tal vez tengas razón, pero yo creo que la relación le ha perjudicado más a ella. En cualquier caso, respeto tu comentario y te lo agradezco.
Por lo demás, yo juego a escribir un blog. Me interesa el personaje Botella y su mala suerte proverbial, que ha hecho que todo le salga fatal en una andadura en la que jamás debería haberse aventurado. Sobre esa idea he fantaseado un poco, aunque también me he informado. Varios compañeros funcionarios me han contado que su trato era amable y próximo con sus subordinados, en el otro extremo de Gallardón, que es un tirano y un negrero. A mí me parece que ella era consciente de que no daba la talla como alcaldesa de una ciudad tan compleja. Gallardón tampoco, pero es un tipo tan soberbio que se creía que sí la daba. En realidad, nadie la ha dado desde Tierno Galván.
Esperanzado me encuentro de que esa talla que, efectivamente, no ha dado ni podía dar la sra. Botella, la veamos ahora en la jueza doña Manuela Carmena. Muestras de ello ha comenzado ya a dar. Espero te encuentres en felices sueños a estas horas. Saludos afectuosos, como siempre. Alfred.
ResponderEliminarPues sí, estaba durmiendo a esas horas intempestivas en que lees mis paridas. Yo tengo grandes expectativas con la señora Carmena, pero, sobre todo, un inmenso alivio de que no haya ganado Esperanza. Esa señora es muy mala. Hubiera hundido a la ciudad. Aún hay que esperar al día 13 para celebrarlo, que yo no las tengo todas conmigo. Aunque creo que un segundo tamayazo en estos tiempos haría salir a la gente a la calle. Tendrían que sacar a los tanques para contenernos. Por fortuna, parece que el partido no la apoya.
EliminarUn abrazo, amigo, vienen tiempos interesantes.