…mi corazón, mi corazón
es un músculo sano pero necesita acción,
dame paz y dame guerra, y un dulce colocón
y yo te entregaré lo mejor.
es un músculo sano pero necesita acción,
dame paz y dame guerra, y un dulce colocón
y yo te entregaré lo mejor.
No puedo evitar hablar del tema
del día, aunque no era ese el objeto de este post. Los viejos tuits del todavía
concejal Zapata sobre los judíos y las niñas asesinadas en Alcasser, no tienen
disculpa posible. Comparto hasta la última coma el comentario de El Mundo que
les adjunto AQUÍ. Es más, es que me creo sus explicaciones y estoy seguro de que no es un nazi ni
un asesino en potencia. En consecuencia, es muy tonto. Y yo no quiero a un
sujeto muy tonto al frente de la cultura madrileña. Ahora leo que le han cesado
como responsable de Cultura, pero no como concejal. Pues muy mal, señora
Carmena, a menos que se trate de un proceso en dos etapas, una patada en el culo
en diferido, como la de Bárcenas. Yo no la he votado para que mantenga a
semejante elemento como concejal de su equipo.
Diré más: si esto no es un
proceso en dos etapas, huele muy mal. Huele a que este señor es de Ganemos y el que le sustituiría en el
puesto, por ser el siguiente en la lista electoral, tal vez no lo sea. Es
decir, huele a mamoneo, a equilibrio de poder entre facciones. Huele a las
peleas internas de los partidos. Huele a la miseria que ha destrozado a Izquierda
Unida. Huele a la vieja política que esperábamos que usted desterrara. En
cualquier caso, usted sabrá. De momento, agradezco públicamente y por escrito
al equipo de Esperanza Aguirre, o a quien haya destapado el asunto, por asumir
el vomitivo trabajo de escarbar en la mierda de este individuo. Y un último
comentario: qué miedo, joder. Si en el gallinero de la candidatura de Ahora
Madrid hay tipos como este, hemos corrido un riesgo de tamayazo acojonante. Nos hemos librado por una uña, que diría
Cervantes. A lo mejor ha vuelto a intervenir nuestro querido San Benitiño de
Lérez.
Dicho esto, paso a hablar de temas
más interesantes. Quienes siguen puntualmente este blog, ya habrán constatado
que aquí no se da puntada sin hilo. Y yo llevo dos posts sucesivos hablando como
al descuido de fibrilación auricular. Por algo será. Otra cosa es que hay días
en que parece que los planetas se ponen en fila y suman sus influencias
negativas. Entonces, todo empieza a salir fatal, se conjuran las fuerzas del
mal, se abren los cielos para desatar diluvios de rayos y granizadas y de
pronto uno se encuentra luchando a brazo partido para minimizar daños y
restituir una mínima normalidad. Algunos ven aquí la mano de Lucifer. Otros
somos más laicos y escépticos, pero igual lo padecemos cuando llega. A mí me
sucedió algo así el pasado jueves día 11 de los corrientes. Un auténtico Día de
la Bestia.
Si recuerdan mi calendario de
festejos, ese día debía dar dos conferencias de temas diferentes, una a las 9,
en francés, a 50 banqueros del Credit Agricole, y otra en inglés a las 13, a 16
promotores de una asociación alemana. Lo de los franchutes ya venía dando malas señales, no pintaba bien; era como un parto de nalgas. Les cuento. Más o
menos dos meses antes, vinieron dos franceses a preparar la visita. Nos
reunimos en su hotel, con un intermediario de la empresa que les organizaba el viaje, y el colega que les había dado mi nombre. Este quería presentármelos y
los otros saber qué pinta tenía yo y si estaba a la altura. La entrevista se
desarrolló íntegramente en francés y, como les conté, me ofrecieron dar la
conferencia en español y disponer de un traductor, a lo que me negué. Entonces
me insistieron y me volvieron a insistir, pero dije que no, que mi francés era muy
bueno y prefería hablar en esa lengua. Así lo acordamos y nos dimos la mano
para ratificarlo. Lo conté en el blog, para que vieran qué chulo soy, y no le
di mayor importancia, aunque, la verdad es que tanta insistencia era un poco
rara, e incluso ofensiva para mí: es como si no les pareciera suficientemente
bueno mi acento.
Ya me había olvidado del asunto
cuando, una semana antes del evento, recibo un e-mail. Los organizadores me
comunican que, según lo acordado, yo hablaría en español, con traducción
simultánea y podría responder en francés a las preguntas que me hicieran. Hay
que ver qué morro. Agarré el teléfono y le eché una bronca al intermediario que
me había dejado su tarjeta. ¡Qu’est-ce
qui se passe, Monsieur, vous savez bien que cela n’est pas ce qu’on avais
convenu! Me calmó, me pidió veinte mil disculpas y me dijo que lo hacían
para que yo estuviera más cómodo: yo hablaría en español y ellos aportarían un
equipo de traducción simultánea, para lo que existía una cabina en la sala del
hotel que usaríamos. Entonces lo entendí todo. La
traducción simultánea es un sistema súper caro. Los traductores simultáneos son
la élite de los intérpretes y cobran un pastal. Además, siempre van dos, para
poder turnarse y descansar. Más los auriculares, los transmisores, y el resto
del aparataje. Los intermediarios les habían ofrecido ese sistema a los
banqueros, dentro del paquete de la organización y se lo cobrarían a precio de
oro. Y los otros encantados de pagar, total el dinero no es suyo, sino de los
ahorradores rurales franceses. Así va el mundo. Acepté las nuevas condiciones
(no tenía alternativa) y pensé que yo no era quien de fastidiarle el trabajo a
una organización que da de comer a sus empleados y a unos intérpretes que viven
de eso.
Pero todo fue mal desde aquí. En
otro correo, me pidieron una copia de la presentación. Les dije voy, un momento que la están peinando.
Entonces pusieron a una secretaria a llamarme por teléfono veinte veces al día
para ver si ya la tenía. Llamé otra vez al pollo intermediario y le dije que la
tenía en inglés y quería traducir los rótulos al francés. Me dijo que daba
igual, que era para que los traductores se fueran familiarizando. Se la mandé
con una frase irónica: puesto que tenían un magnífico servicio de traducción, tal vez me harían el favor de traducir mis rótulos a su excelente francés.
Respuesta a los dos días: nuestros intérpretes han recibido su presentación y
no han dicho nada, de lo que se deduce que les parece bien. Mismo sistema:
hacerse los locos, hablar del tiempo, ya llegó el verano, etc.
La tarde antes, estuve paseando
por Madrid Río a unos coreanos, a los que había dado en
Cibeles mi conferencia habitual. Por cierto que todos los demás saraos que les
anuncié salieron de maravilla, incluso alguno sobrevenido que tuve que afrontar
después. Pero lo de los franchutes venía de nalgas. Tras dejar a los coreanos, descansé
un rato en casa, terminé de traducir al francés mi presentación, cené, vi un
poco la tele y me acosté. Entonces, el corazón se me desbocó y empezó a ir a su
bola. Debo aclararles que padezco arritmias y taquicardias leves hace como cuarenta años. Que
una vez me fui a mirar y me dijeron que no era nada. Sólo el cachondeo que se
montaba un corazón grande de deportista de fondo que ha dejado de entrenar a
tope, como pidiendo más tralla. En los últimos tiempos me pasa esto a veces,
siempre al tumbarme. Suelo levantarme, caminar un rato y enseguida la cosa revierte.
Esta vez no, y es una sensación
bastante desagradable, sobre todo por las connotaciones. Quiero decir que, si
te pasa eso mismo en un pie, no te alarmas tanto. En algún momento, pareció que
la cosa remitía y me quedé frito. Entonces cayó un rayo en
mi casa o en la de al lado. Salí despavorido al pasillo y me encontré a mi hijo
Kike igualmente asustado. En ese momento se desató el diluvio universal. Mi
corazón seguía completamente descontrolado. Y todo siguió así hasta la
madrugada: sin dormir, con el pulso al pil-pil y diluviando. No presumo de
valiente, pero no es exacto decir que estaba asustado. Estaba muy preocupado y
con un cabreo enorme: era el peor momento para que me pasara esto, veía en
riesgo mi viaje a Alemania y, además, era un salto de calidad en mi patología:
la segunda arritmia más larga que he sufrido en mi vida me duró cinco minutos.
Y esto eran ocho horas.
Me levanté y decidí tomarme un té
de ginseng rojo coreano. Estaba agotado y tenía que reponer energías. Valoré la
posibilidad de que este té euforizante agravara mi arritmia, pero la vida es
riesgo. No me la agravó. Tampoco la eliminó. La cosa había que mirársela, así
que le mandé un SMS a mi médica habitual, para que me llamase cuando se
levantara. Luego me duché, me puse mi traje gris de verano y salí andando en dirección
al hotel Vincci Soho, un lugar tan hortera como su nombre, en el corazón del
Barrio de las Letras. A medio camino se desató otro diluvio y tuve que correr
para no calarme. La carrera tampoco regularizó mi ritmo cardíaco. Mientras
preparaba mi presentación, me llamó mi amiga y médico. Quedamos en que me
pasaría por su clínica después de la conferencia. Mi arritmia no cedía, pero
uno se obsesiona menos cuando hace otras cosas (caminar, correr, preparar una
presentación o empezar a hablar). Aquí agradecí el poder dar la charla en
español.
Hablé casi una hora. Aplausos.
Algunas preguntas. Mi colega, el que me había conseguido el bolo, me dijo que me
sentara con él para ver la segunda charla, que quedaba un poco mal no quedarse
al café de después. Me senté a su lado y ¡aleluya!, mi ritmo cardíaco se había
normalizado. No sé en qué momento de mi charla sucedió. La segunda oradora era
una máquina. Una chica del SAREB que lo sabía todo. Era muy técnica y debía de
ser una alta ejecutiva de ese engendro, antes llamado El Banco Malo. Al final,
nuevos aplausos y más preguntas. Mientras los presentes empezaban a desfilar al bar, me
acerqué a la oradora para felicitarla. Los franchutes se la llevaron a un
aparte y le dieron el habitual regalo, una bolsita de cartón con un libro o un
pequeño recuerdo. Entonces, me acerqué y les pregunté en francés si había otro
regalo para mí. Respuesta: no. Me quedé blanco, pero reaccioné con educación. Sin
darles la mano, dije: disfruten ustedes de su café. Y me di media vuelta, en dirección a la salida. Al pasar le dije a mi colega que estaba enfermo y que me iba a que me miraran el
corazón.
Llevo más de 20 años dando
conferencias y nunca me había pasado nada semejante. Muchas veces he atendido a
delegaciones humildes de países pobres, que no traen nada para nadie. Pero nada como esto. Todavía me cabreo al acordarme. Putos banqueros de mierda. No creo que
sean muy diferentes de Rato y Blesa, lo que pasa es que todavía no los han
pillado. Y encima franchutes, primos de los que tiran nuestros camiones de
fruta y cierran la frontera italiana para que no les entren más negros. Se
merecen un presidente como Sarkozy. Vale, ya está, ya no refunfuño más. Bajé andando
hasta Atocha a coger mi coche, y tuve que correr otra vez, porque empezaba la
madre de todas las tormentas. Lo de la noche había sido un simple ensayo. De
camino a la clínica, mi coche fue literalmente lapidado por una manta de
granizos como canicas. En la M-30, había balsas que superaban el eje de las
ruedas. No se veía nada. Eran las fuerzas del Averno desencadenadas. Mi colega me llamó al móvil, preocupado e intrigado por mi marcha de estampida. Le conté lo que
había pasado y le dije que no contase más conmigo para atender a banqueros, a
menos que me paguen. Ya va siendo hora de mejorar el caché.
Llegué a la clínica, entré
directamente a la consulta de una cardióloga joven y rubia, casi tan guapa como Joss Stone. Me hizo
un electrocardiograma y una ecografía y comentó que todo estaba normal, que
tenía un corazón sano y muy grande. Para no ser grosero, me mordí la lengua y
no le dije: no lo sabes tú bien, reina. Desde entonces tengo una historia
médica y estoy en un protocolo. Ahora mismo tengo puesto un holter, que no va a
servir de nada, porque no he vuelto a tener problemas. Me explicaron que, por
los síntomas, parecía haber entrado en fibrilación auricular, pero que no me
preocupara. A un 90% no será nada grave. Las pruebas que me están haciendo son para descartar el otro
10%. El origen del asunto, salvo problema grave, puede ser puramente
cardíaco, lo que me llevará a añadir algunas pastillas a mi amplio surtido de
pastillero veterano. También puede tener origen no cardíaco, por ejemplo
digestivo. Hay que esperar, pero no me han prohibido irme a Alemania ni beber
cerveza (que eran mis dos miedos fundamentales).
Por lo demás, llegué a mi charla
de la una con un ligero retraso. Werner y los alemanes estaban muy preocupado
por mí, pero les di una conferencia estupenda y me hicieron muchas preguntas y
muy interesantes. Luego me invitaban a comer al restaurante del Santiago Bernabeu, pero decliné
la invitación, aunque me insistieron mucho: estaba agotado y no me veía con fuerzas para seguir
manteniendo una conversación en inglés. Esta conferencia era en mi oficina. Encendí
el ordenador, revisé el correo, recogí mis bártulos y me fui a casa. Bajé a
La Pitarra y me pedí una pasta al pesto y un filete enorme con patatas. Luego
subí, desconecté todos los teléfonos y me eché una siesta de pijama de varias
horas. Por la noche estaba relajado, pero aquí reapareció el efecto del té de ginseng
rojo coreano. Tenía la mente al cien de rendimiento. Así que me senté al
ordenador y escribí mi post sobre la luz al final del túnel que, dadas las circunstancias, me quedó redondo,
aunque esté mal que lo diga.
La noche del Día de la Bestia,
hablé con mi hijo Lucas por Skype. Por la mañana, un camión lo había tirado con
la bicicleta, pero no se había hecho nada. El camión estaba parado y él cruzó
correctamente por delante, pero el tipo no lo vio desde su altura y arrancó. Al
notar el golpe paró. Por una uña no había ocurrido una desgracia. Y así fue
como superamos el día del Averno, con valor, con pelea, sin perderle la cara al peligro y con fortuna. La noche
estaba tranquila y ya no llovía. Al otro día fui a nadar y me tiré en una calle libre al lado de la que ocupaba el Cangrejo Taciturno. Al primer
largo, se pasó a mi calle. Así que, me tuve que ir al otro lado de la piscina. Lo
de todos los días. La vida cotidiana que seguía su curso. Con lo de Zapata, me ha salido un texto
muy largo, pero esta vez no lo voy a partir. Les dejo con la
canción del principio. Cantan Los Rodríguez.
Sean felices.
Tiene que ser el tonto el que renuncie, porque el acta de concejal es personal, la alcaldesa no puede cesarlo, aunque sí puede retirarle cualquier cargo.
ResponderEliminarEsta es una cuestión técnica irrelevante, para mí. Yo he votado a Carmena para que ejerza su autoridad y eche a este tío o, según tu teoría, le haga la vida imposible para que renuncie él. Si no lo hace es porque no puede y eso me fastidia. Entre otras cosas, porque eso es política de la vieja y yo creía que estábamos entrerrando esa mierda. Me da mucha rabia que no sea así. Debe de ser que el poder corrompe.
EliminarTe ha quedado un post con mucho ritmo. Un ritmazo taquicárdico.
ResponderEliminarTuve un episodio cardíaco parecido y es un mal trago. Me hice pruebas y todo estaba bien, pero el susto no te lo quita nadie.
A seguir bien.
Gracias, hombre. Espero que todo vaya bien. De todas formas, a las edades que vamos teniendo, la cuestión es por qué flanco te van a entrar. Cousas de vellos. Un abrazo.
EliminarLa construcción esa: "pensé que yo no era quien de fastidiar el trabajo de otros" es puramente gallega. Ahí se ha notado tu origen.
ResponderEliminarCuídate, meu. Ya nos cuentas.
Pues no había caído. Gracias por el apunte. Abrazos y besos.
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