Desde el final del verano pasado
hasta hace dos semanas, he estado nadando una vez por semana, a la vez que
dedicaba tres días a correr. Pero con la llegada del caloret asfixiantet,
y a la vista del complicado calendario de festejos que se me avecina, pues he
dejado de correr y he pasado a nadar dos veces por semana, 30 largos a braza.
Utilizo para este ejercicio las instalaciones del Polideportivo Luis Aragonés,
a 10 minutos en coche de mi oficina. Suelo ir de 4 a 5 de la tarde, momento en
que hay muy poca gente y las calles para natación libre están bastante vacías.
A esas horas, pulula por la piscina principal y los vestuarios una fauna muy
particular, de la clase de los anfibios, a los que he podido observar
repetidamente, porque todos siguen rutinas que repiten como ritos. En general
son gente mayor, con sus manías, sus extravagancias y sus chifladuras
esperpénticas. Eximios especímenes de una fauna pintoresca. Un tesoro para un observador del ser humano, como yo. He aquí
una relación del faunario de los nadadores.
1.- Los sapos bañistas.
Para ponerles en situación, les contaré que la piscina principal cubierta del
polideportivo tiene ocho calles, cinco de las cuales están ocupadas por clases,
con sus profesores y alumnos. En las otras tres hay unos letreros que indican:
Nado libre, con un subtítulo debajo: lento, medio o rápido. Las tres calles
libres, ocasionalmente se reducen a dos, cuando el volumen de clases lo
requiere. Es decir, que estorba bastante que la calle del nado lento sea
ocupada por dos abuelos que no nadan, sino que se bañan. Quiero decir que se
sitúan en un extremo de la calle (en el que se hace pie), y se tiran allí la
mayor parte del tiempo en posición vertical, agarraditos a la albardilla de piedra, charlando de sus cosas. Estos dos
elementos, de la especie del sapo partero ibérico, tal vez sean pareja, o
amigos, o primos, o cuñados. Los que nadamos en esa calle, hacemos lo posible
por salpicarlos o molestarlos de distintas maneras, al final de nuestros
largos, pero no se dan por aludidos.
Se trata de dos tipos bastante
mayores, rechonchos y con un inconfundible aspecto de batracios. Llevan gorro
de baño porque es obligatorio, pero no usan gafas. Para qué, si no nadan. A
veces, uno de los dos se aventura a hacer medio largo, sin meter la cabeza en
el agua, con lo que el estorbo a los usuarios de la calle se duplica. Cuando lo
hacen a espalda, su movimiento recuerda a los espasmos de una rana boca arriba
que fuera incapaz de darse la vuelta. Lo que no entiendo es por qué no van a
bañarse a otro lado, donde no molesten, ni nadie les moleste a ellos. O, si lo
que quieren es charlar, por qué no se van a un café. Me los he encontrado ya
muchas veces y nadie sabe por qué vienen a este polideportivo. El otro día,
aprovechando que el más activo estaba practicando sus penosos espasmos, terminé
mi largo, me situé al lado del otro y le cedí el turno: ¿Sale usted, caballero?
Me contestó con una sonrisa franca y jovial: No, gracias, yo por esta vez descanso. Ante tal
respuesta, seguí con mi programa.
2.- El cangrejo taciturno.
Este señor, encuadrable en la clase de los crustáceos acuáticos, no falla un
solo día y se pasa allí la tarde entera, porque todas las cosas que hace
(nadar, vestirse, desvestirse, etc.) las hace de forma lenta, prolija,
minuciosa y poco práctica. Es un coñazo. Por ejemplo, el tipo llega al
vestuario con tres o cuatro bolsas de plástico llenas de cosas. Las deja en una
esquina y se va, no se sabe adónde. Luego vuelve y empieza a sacar cosas de las
bolsas refunfuñando. Sus juramentos a veces no se entienden, excepto unas eses
medio silbadas en medio de su cabreo. Un día me tocó a su lado y pude entender
lo que gruñe entre dientes: ¡Pero qué me ha pueSSSto eSSSta! Debe de tener
una señora que le prepara las cosas y siempre lo hace mal, porque el tipo acaba
desechando enojado alguna prenda y eligiendo otras con evidente disgusto.
Luego, en la pisci, hace una complicada parafernalia para bajar por una de las
escalerillas y va pasando por debajo de las cintas separadoras hasta llegar a
la calle que primero ha seleccionado, generalmente aquella en la que estoy yo
nadando. Inmediatamente me voy a otra, pero me persigue, tiene una especie de
fijación conmigo.
El caso es que es bastante
molesto compartir calle con este sujeto, porque sólo nada a espalda y mueve los
brazos con gesto ampuloso y abierto, como los malos oradores cuando tratan de
subrayar su discurso, de modo que ocupa casi todo el ancho de la calle. Como si de un
director de orquesta lamentable se tratara, convierte la calle en un lugar
exclusivo en el que has de cruzarte con él y es difícil evitar que te roce. Les juro que tiene un tacto
bastante desagradable. Cuando no me queda más remedio, acabamos los dos en el
canal de lentos. En esas ocasiones, hace lo indecible para que yo no lo
adelante, a pesar de que es lentísimo. Su truco es no completar los largos.
Cuando está a tres metros del extremo, se da trabajosamente la vuelta como un torpe animal
prehistórico y empieza el siguiente falso largo. Es como los que hacen
trampas en el solitario. Su práctica al salir de la piscina no la he podido ver
entera. Hace sucesivos viajes a las
taquillas y cada vez trae una de sus interminables bolsas. Yo ya estoy
marchándome cuando él aun no ha terminado de llevar todas sus cosas al banco.
Alguna vez me han entrado ganas de esconderle alguna de las bolsas, pero no me
he atrevido. Imagino que gritaría irritado: ¿Pero quién ha SSSido el
gracioSSSo?
3.- Los tortolitos. Aunque
hay vestuarios separados por sexos, las taquillas son comunes. Están en el
centro y de uno de sus extremos salen sendos pasillos estrechos hacia ambos vestuarios. No
parece un lugar adecuado para ligar. Y, sin embargo, hay una pareja que lleva
varios meses desarrollando la estrategia de la seducción en ese incómodo lugar.
Supongo que es su lugar de encuentros secretos. Secretos a voces, porque al
varón le pilla como yéndose a su vestuario en el arranque del pasillo, con la
percha de la ropa sostenida en alto con una mano y la bolsa de deportes en la otra. La
chica le sigue hasta ese lugar sin dejar de hablar, y han de apartarse cada vez
que alguien entra o sale por ese pasillo. Allí pelan largamente la pava. A lo
mejor no se lo creen pero me ha sucedido encontrármelos al entrar a la piscina,
hacer mis 30 largos con el agravante de tener que esquivar al cangrejo
taciturno y evitar a los sapos bañistas del extremo. Bueno, pues, al volver,
allí seguía la parejita dale que te pego. El amor es lo que tiene. Uno pierde hasta la noción del tiempo.
4.- El efebo griego. Es
este un tipo de unos cuarenta, al que sólo he visto en las duchas y en el vestuario. Es como un David de Florencia un poco mayor: pelo rizado claro cual borreguito de Norit, ojos grises y
cuerpo atlético. El tipo vuelve de nadar, saca las cosas de la taquilla, las
lleva a un banco del vestuario y entonces se quita ostentosamente el bañador,
de cara a todos los presentes. Como en trance, camina hacia la ducha, se sitúa bajo el chorro y entonces inicia una larga serie de estiramientos de brazos y torso, con
los ojos cerrados y gesto de éxtasis, siempre de cara al exterior, para que se
le vean bien sus partes nobles. La verdad es que por allí anda la gente
duchándose con aire ensimismado, pensando en sus problemas cotidianos, y nadie
le presta mucha atención, pero resulta ciertamente llamativo. Supongo que debe
de ser una variedad de exhibicionista.
Mi amiga P., que era telefonista
en mis primeros años de funcionario (cuando todavía había centralitas), vivía
en La Elipa y había de cruzar cada día un descampado para llegar al Metro. A
pesar de que era muy madrugadora, todos los días la asaltaba un exhibicionista
de los de gabardina, al que encima conocía del barrio (se llamaba Federico y era
guarnicionero). Mi amiga era muy buena gente y le daba mucha pena aquel vecino
que pasaba frío y vergüenza por ese vicio maldito. Cuando se le venía encima, ella le cortaba: Joder,
Federico, no me enseñes más la polla, que ya te la he visto. Y el tipo se echaba a
llorar. No tengo noticias al respecto, pero creo que esta especie del
exhibicionista callejero esta en franco peligro de extinción.
5.- El del Fairy. Bueno, a
este sólo lo he visto dos veces. Es un tipo que usa un gel de ducha que es como
explosivo, o tal vez utiliza demasiada cantidad. El caso es que a los dos
minutos de entrar en la ducha, está completamente cubierto de espuma, como
Doris Day en los tiempos de la censura yanqui. Luego se pone bajo el chorro y
organiza un sistema de montañas nevadas de chantilly, que tardan horas
en irse por el desagüe. Este es un tipo pequeñarro con pinta de gnomo, bigote minúsculo y aire general malévolo. No
me extrañaría que lo haga adrede, para fastidiar y a ver si alguien se resbala.
Hay gente muy rara por el mundo.
6.- El tritón jaspeado. A
este también he podido observarlo un par de veces. Es una especie de culturista
lleno de tatuajes, que llega al borde de la piscina con su bolsa y se viste
allí, con parsimonia, con la gravedad de los toreros cuando se ponen el traje de luces. Su atuendo, que resultaría adecuado para cruzar el Canal de la Mancha, se compone de un traje de neopreno completo en el que se embute con
dificultad, un gorro también negro, tapones para los oídos y unas aletas ergonómicas de última
generación. Y unas gafas que más bien parecen de las llamadas de ventisca.
Utiliza el canal de nado rápido y, cuando se tira, la escena tiene algo de
heroico o legendario, como si un dios griego salido del mar regresara a sus
aposentos submarinos. Todos los presentes interrumpen sus ejercicios para
mirarle, nadie quiere perderse el espectáculo.
Son sólo algunos de los
personajes que acostumbran a compartir conmigo las instalaciones del
Polideportivo Luis Aragonés, las tardes de martes y jueves, de 4 a 5. En los
vestuarios, los hombres nos mostramos como somos, desprovistos de ropajes
físicos e ideológicos. Eso no impide que el personal siga siendo exactamente
como es fuera de este pequeño microcosmos lleno de vapor de agua caliente. El
universo del vestuario es una versión a escala reducida del mundo exterior. Los
amigos que van juntos siguen comentando sus cosas, los chicos del colegio, que
van en grupo, hablan muy alto, ponen verdes a los profesores, comentan las
noticias del fútbol y sueltan algún que otro eructo, para hacerse los malotes.
Supongo que el vestuario femenino será, a su vez, un reflejo de la otra mitad del mundo
exterior, donde las mujeres comentan sus cosas como si estuvieran vestidas. Como ven, el
deporte no es mi único aliciente para frecuentar estos lugares. Para un naturalista como yo, la oportunidad de observar de cerca a la fauna de los nadadores, es algo que no tiene precio.
Un apunte costumbrista preciso. Yo voy a una piscina pública en Aravaca y es muy similar. Hay tipos charlando en el extremo de alguna calle, horteras, exhibicionistas y pesados. Los humanos se ajustan a diez o doce estereotipos.
ResponderEliminarDice mi amigo X que se leyó este post y terminó oliendo a cloro... Supongo que lo que dices es cierto, que la piscina del Polideportivo luis Aragonés es todas las piscinas. Gracias por tu comentario.
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