martes, 9 de junio de 2015

389. Faunario de nadadores

Desde el final del verano pasado hasta hace dos semanas, he estado nadando una vez por semana, a la vez que dedicaba tres días a correr. Pero con la llegada del caloret asfixiantet, y a la vista del complicado calendario de festejos que se me avecina, pues he dejado de correr y he pasado a nadar dos veces por semana, 30 largos a braza. Utilizo para este ejercicio las instalaciones del Polideportivo Luis Aragonés, a 10 minutos en coche de mi oficina. Suelo ir de 4 a 5 de la tarde, momento en que hay muy poca gente y las calles para natación libre están bastante vacías. A esas horas, pulula por la piscina principal y los vestuarios una fauna muy particular, de la clase de los anfibios, a los que he podido observar repetidamente, porque todos siguen rutinas que repiten como ritos. En general son gente mayor, con sus manías, sus extravagancias y sus chifladuras esperpénticas. Eximios especímenes de una fauna pintoresca. Un tesoro para un observador del ser humano, como yo. He aquí una relación del faunario de los nadadores.

1.- Los sapos bañistas. Para ponerles en situación, les contaré que la piscina principal cubierta del polideportivo tiene ocho calles, cinco de las cuales están ocupadas por clases, con sus profesores y alumnos. En las otras tres hay unos letreros que indican: Nado libre, con un subtítulo debajo: lento, medio o rápido. Las tres calles libres, ocasionalmente se reducen a dos, cuando el volumen de clases lo requiere. Es decir, que estorba bastante que la calle del nado lento sea ocupada por dos abuelos que no nadan, sino que se bañan. Quiero decir que se sitúan en un extremo de la calle (en el que se hace pie), y se tiran allí la mayor parte del tiempo en posición vertical, agarraditos a la albardilla de piedra, charlando de sus cosas. Estos dos elementos, de la especie del sapo partero ibérico, tal vez sean pareja, o amigos, o primos, o cuñados. Los que nadamos en esa calle, hacemos lo posible por salpicarlos o molestarlos de distintas maneras, al final de nuestros largos, pero no se dan por aludidos.

Se trata de dos tipos bastante mayores, rechonchos y con un inconfundible aspecto de batracios. Llevan gorro de baño porque es obligatorio, pero no usan gafas. Para qué, si no nadan. A veces, uno de los dos se aventura a hacer medio largo, sin meter la cabeza en el agua, con lo que el estorbo a los usuarios de la calle se duplica. Cuando lo hacen a espalda, su movimiento recuerda a los espasmos de una rana boca arriba que fuera incapaz de darse la vuelta. Lo que no entiendo es por qué no van a bañarse a otro lado, donde no molesten, ni nadie les moleste a ellos. O, si lo que quieren es charlar, por qué no se van a un café. Me los he encontrado ya muchas veces y nadie sabe por qué vienen a este polideportivo. El otro día, aprovechando que el más activo estaba practicando sus penosos espasmos, terminé mi largo, me situé al lado del otro y le cedí el turno: ¿Sale usted, caballero? Me contestó con una sonrisa franca y jovial: No, gracias, yo por esta vez descanso. Ante tal respuesta, seguí con mi programa. 

2.- El cangrejo taciturno. Este señor, encuadrable en la clase de los crustáceos acuáticos, no falla un solo día y se pasa allí la tarde entera, porque todas las cosas que hace (nadar, vestirse, desvestirse, etc.) las hace de forma lenta, prolija, minuciosa y poco práctica. Es un coñazo. Por ejemplo, el tipo llega al vestuario con tres o cuatro bolsas de plástico llenas de cosas. Las deja en una esquina y se va, no se sabe adónde. Luego vuelve y empieza a sacar cosas de las bolsas refunfuñando. Sus juramentos a veces no se entienden, excepto unas eses medio silbadas en medio de su cabreo. Un día me tocó a su lado y pude entender lo que gruñe entre dientes: ¡Pero qué me ha pueSSSto eSSSta! Debe de tener una señora que le prepara las cosas y siempre lo hace mal, porque el tipo acaba desechando enojado alguna prenda y eligiendo otras con evidente disgusto. Luego, en la pisci, hace una complicada parafernalia para bajar por una de las escalerillas y va pasando por debajo de las cintas separadoras hasta llegar a la calle que primero ha seleccionado, generalmente aquella en la que estoy yo nadando. Inmediatamente me voy a otra, pero me persigue, tiene una especie de fijación conmigo.

El caso es que es bastante molesto compartir calle con este sujeto, porque sólo nada a espalda y mueve los brazos con gesto ampuloso y abierto, como los malos oradores cuando tratan de subrayar su discurso, de modo que ocupa casi todo el ancho de la calle. Como si de un director de orquesta lamentable se tratara, convierte la calle en un lugar exclusivo en el que has de cruzarte con él y es difícil evitar que te roce. Les juro que tiene un tacto bastante desagradable. Cuando no me queda más remedio, acabamos los dos en el canal de lentos. En esas ocasiones, hace lo indecible para que yo no lo adelante, a pesar de que es lentísimo. Su truco es no completar los largos. Cuando está a tres metros del extremo, se da trabajosamente la vuelta como un torpe animal prehistórico y empieza el siguiente falso largo. Es como los que hacen trampas en el solitario. Su práctica al salir de la piscina no la he podido ver entera. Hace sucesivos viajes a las taquillas y cada vez trae una de sus interminables bolsas. Yo ya estoy marchándome cuando él aun no ha terminado de llevar todas sus cosas al banco. Alguna vez me han entrado ganas de esconderle alguna de las bolsas, pero no me he atrevido. Imagino que gritaría irritado: ¿Pero quién ha SSSido el gracioSSSo?

3.- Los tortolitos. Aunque hay vestuarios separados por sexos, las taquillas son comunes. Están en el centro y de uno de sus extremos salen sendos pasillos estrechos hacia ambos vestuarios. No parece un lugar adecuado para ligar. Y, sin embargo, hay una pareja que lleva varios meses desarrollando la estrategia de la seducción en ese incómodo lugar. Supongo que es su lugar de encuentros secretos. Secretos a voces, porque al varón le pilla como yéndose a su vestuario en el arranque del pasillo, con la percha de la ropa sostenida en alto con una mano y la bolsa de deportes en la otra. La chica le sigue hasta ese lugar sin dejar de hablar, y han de apartarse cada vez que alguien entra o sale por ese pasillo. Allí pelan largamente la pava. A lo mejor no se lo creen pero me ha sucedido encontrármelos al entrar a la piscina, hacer mis 30 largos con el agravante de tener que esquivar al cangrejo taciturno y evitar a los sapos bañistas del extremo. Bueno, pues, al volver, allí seguía la parejita dale que te pego. El amor es lo que tiene. Uno pierde hasta la noción del tiempo.  

4.- El efebo griego. Es este un tipo de unos cuarenta, al que sólo he visto en las duchas y en el vestuario. Es como un David de Florencia un poco mayor: pelo rizado claro cual borreguito de Norit, ojos grises y cuerpo atlético. El tipo vuelve de nadar, saca las cosas de la taquilla, las lleva a un banco del vestuario y entonces se quita ostentosamente el bañador, de cara a todos los presentes. Como en trance, camina hacia la ducha, se sitúa bajo el chorro y entonces inicia una larga serie de estiramientos de brazos y torso, con los ojos cerrados y gesto de éxtasis, siempre de cara al exterior, para que se le vean bien sus partes nobles. La verdad es que por allí anda la gente duchándose con aire ensimismado, pensando en sus problemas cotidianos, y nadie le presta mucha atención, pero resulta ciertamente llamativo. Supongo que debe de ser una variedad de exhibicionista.

Mi amiga P., que era telefonista en mis primeros años de funcionario (cuando todavía había centralitas), vivía en La Elipa y había de cruzar cada día un descampado para llegar al Metro. A pesar de que era muy madrugadora, todos los días la asaltaba un exhibicionista de los de gabardina, al que encima conocía del barrio (se llamaba Federico y era guarnicionero). Mi amiga era muy buena gente y le daba mucha pena aquel vecino que pasaba frío y vergüenza por ese vicio maldito. Cuando se le venía encima, ella le cortaba: Joder, Federico, no me enseñes más la polla, que ya te la he visto. Y el tipo se echaba a llorar. No tengo noticias al respecto, pero creo que esta especie del exhibicionista callejero esta en franco peligro de extinción. 

5.- El del Fairy. Bueno, a este sólo lo he visto dos veces. Es un tipo que usa un gel de ducha que es como explosivo, o tal vez utiliza demasiada cantidad. El caso es que a los dos minutos de entrar en la ducha, está completamente cubierto de espuma, como Doris Day en los tiempos de la censura yanqui. Luego se pone bajo el chorro y organiza un sistema de montañas nevadas de chantilly, que tardan horas en irse por el desagüe. Este es un tipo pequeñarro con pinta de gnomo, bigote minúsculo y aire general malévolo. No me extrañaría que lo haga adrede, para fastidiar y a ver si alguien se resbala. Hay gente muy rara por el mundo.

6.- El tritón jaspeado. A este también he podido observarlo un par de veces. Es una especie de culturista lleno de tatuajes, que llega al borde de la piscina con su bolsa y se viste allí, con parsimonia, con la gravedad de los toreros cuando se ponen el traje de luces. Su atuendo, que resultaría adecuado para cruzar el Canal de la Mancha, se compone de un traje de neopreno completo en el que se embute con dificultad, un gorro también negro, tapones para los oídos y unas aletas ergonómicas de última generación. Y unas gafas que más bien parecen de las llamadas de ventisca. Utiliza el canal de nado rápido y, cuando se tira, la escena tiene algo de heroico o legendario, como si un dios griego salido del mar regresara a sus aposentos submarinos. Todos los presentes interrumpen sus ejercicios para mirarle, nadie quiere perderse el espectáculo.

Son sólo algunos de los personajes que acostumbran a compartir conmigo las instalaciones del Polideportivo Luis Aragonés, las tardes de martes y jueves, de 4 a 5. En los vestuarios, los hombres nos mostramos como somos, desprovistos de ropajes físicos e ideológicos. Eso no impide que el personal siga siendo exactamente como es fuera de este pequeño microcosmos lleno de vapor de agua caliente. El universo del vestuario es una versión a escala reducida del mundo exterior. Los amigos que van juntos siguen comentando sus cosas, los chicos del colegio, que van en grupo, hablan muy alto, ponen verdes a los profesores, comentan las noticias del fútbol y sueltan algún que otro eructo, para hacerse los malotes. Supongo que el vestuario femenino será, a su vez, un reflejo de la otra mitad del mundo exterior, donde las mujeres comentan sus cosas como si estuvieran vestidas. Como ven, el deporte no es mi único aliciente para frecuentar estos lugares. Para un naturalista como yo, la oportunidad de observar de cerca a la fauna de los nadadores, es algo que no tiene precio. 

2 comentarios:

  1. Un apunte costumbrista preciso. Yo voy a una piscina pública en Aravaca y es muy similar. Hay tipos charlando en el extremo de alguna calle, horteras, exhibicionistas y pesados. Los humanos se ajustan a diez o doce estereotipos.

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    1. Dice mi amigo X que se leyó este post y terminó oliendo a cloro... Supongo que lo que dices es cierto, que la piscina del Polideportivo luis Aragonés es todas las piscinas. Gracias por tu comentario.

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