Ya ven que no cargo mucho
material en el blog. Es por falta de tiempo; he estado ocupado estos días, sin
margen ni energía para ponerme a
escribir nuevos posts. No obstante, llevo conmigo una libretita color naranja,
con un bolígrafo a juego, de mi sindicato CITAM, que me permite ir anotando
algunas cosas para que no se me olviden. Continuemos, pues. Poco hay que contar
del martes día 23. Estuvo diluviando todo el día, seguía el frío y mi catarro
bien agarrado a la garganta. Anunciaban subida de temperaturas para el jueves,
pero el miércoles debía ir a Erfurt para la primera conferencia. Traigo mi
traje oscuro de las grandes ocasiones, pero necesitaba algo para ponerme
encima. Le dije a mi hijo Kike que me trajera de Madrid un abrigo, cuando viniera
el jueves. Y negocié con Lucas que el miércoles me prestara el suyo, el que hube de
comprarle en Navidad para sustituir al que le robaron en Lille, la noche en que
yo lo visitaba.
El martes, tras desayunar, subí a
mi cuarto a trabajarme las imágenes de la presentación, que tenía que elaborar
a partir del material enviado por África. A mediodía salí a la calle,
aprovechando una tregua de la lluvia. Me acerqué a la Hauptbahnhof a comprar el
billete de tren para Erfurt y caminé al centro. En un puestecito callejero me
compré una thüringer rostbratwurst,
una salchicha de Turingia de tamaño natural, pero tuve que comérmela en unos
soportales, porque apretaba otra vez el aguacero. Luego entré en el bar que hay
debajo del Altes Rathaus (el
Ayuntamiento viejo), para tomarme ein
kleine biere, es decir, una cerveza pequeña. Aquí, si no especificas que la
quieres kleine, te la ponen de medio
litro. Por la tarde, estuve practicando mi presentación en inglés y afinando
los últimos detalles de las imágenes.
Lucas vino cuando terminó en la
Universidad. Trajo su abrigo, me lo probé sobre el traje y me quedaba bien. Con
eso no pasaría frío. Salimos luego, en dirección a una zona nueva que quería
enseñarme: el barrio que se estructura en torno a la Karl-Liebknechtstrasse, la
calle dedicada al político comunista de principio del siglo XX, compañero de
Rosa Luxemburgo, que fue asesinado con ella en 1919. Es éste un lugar lleno de
restaurantes y bares chic, por donde la gente pululaba con paraguas
aprovechando que la lluvia se había convertido en llovizna. Cenamos en una
crêperie y regresamos caminando al centro. Dormí aceptablemente y el miércoles
me dispuse a viajar a Erfurt bien pertrechado con el abrigo de Lucas.
A unos 100 kilómetros de Leipzig,
una hora de tren, Erfurt, capital de la Turingia, tiene varias
particularidades interesantes que justifican visitarla. Hay vestigios de la
existencia de esta ciudad desde el siglo VIII y cuenta con una de las
universidades más antiguas de Alemania, fundada en 1392. A comienzos del siglo
XVI el prestigio de esta Universidad era tanto que el padre de Martín Lutero,
un acomodado comerciante, le envió allí a estudiar Derecho, dado que el chaval
acreditaba tener “luces”. Lutero entra en la Universidad en 1501, pero ha de
obtener un par de grados previos al ingreso en la Facultad de Derecho: el
Bachillerato, que aprueba en 1502, y el Magister,
en el que se gradúa en 1505. Aquí interviene ya la leyenda: sorprendido por una
tremenda tormenta, en la que le caen rayos a diestro y siniestro, promete
ordenarse fraile. Yo me creo completamente esta leyenda: el otro día, cuando me
cayó el rayo que sobresaltó mi corazón, no me metí a fraile porque no se me
ocurrió.
El caso es que Martín Lutero,
pasa de seguir estudiando y se ordena sacerdote, para enorme disgusto de su
padre y sorpresa de sus amigos, que lo tenían por un colega desenfadado y alegre.
Lutero entra en los agustinos de Erfurt como novicio en 1505 y, dos años más
tarde es ordenado sacerdote y empieza a estudiar teología. En 1514, abandona definitivamente Erfurt para irse a trabajar de profesor de teología a la Universidad de
Wittenberg. El monasterio agustino de Erfurt es uno de los monumentos a
visitar, aunque yo no lo hice. Al parecer te enseñan incluso la celda en que
vivió Lutero. Pero hay otras cosas que ver en esta ciudad, para mi gusto más
laico. Pasear por el entramado de callejuelas medievales es una delicia. El
casco, excepto algunas calles principales, es íntegramente peatonal, con el
empedrado típico de las ciudades centroeuropeas, cientos de ciclistas y unos
tranvías enormes, que van bastante llenos.
Erfurt cuenta ahora con 200.000
habitantes, que viven de la Universidad, la agricultura, la artesanía y el
turismo. Esta ciudad no fue muy castigada por los bombardeos aliados y también
sobrevivió a los planes soviéticos de construcción de autopistas. Cuando cayó
el muro, había uno de estos planes que amenazaba con cargarse parte del centro
medieval. Los habitantes de Erfurt acogieron con entusiasmo la unificación de
Alemania pero, veinte años más tarde, han constatado que sigue habiendo dos
Alemanias, que el nivel de vida del Este no alcanza nunca al del Oeste y que
siguen dependiendo de ayudas federales. Ese descontento ha llevado al estado de
Turingia a votar muy repartido en las últimas elecciones del land. Lo que ha propiciado un tripartito: socialdemócratas, verdes y comunistas.
Desde hace un año, el presidente
del land pertenece al partido llamado inequívocamente La Izquierda (Die Linke).
Este partido se formó como una especie de Podemos,
a partir de los minoritarios comunistas del Oeste, disidentes moderados del
Este y radicales de diversos grupos pequeños. Es el primer estado de la
República Federal con gobierno de Die Linke, y parece que la valoración del
presidente ha subido desde que tomó posesión, dato elocuente y bastante
infrecuente. Muchas de estas informaciones me las ha facilitado mi amigo
Michael Sholz-Hansel, que es el que me ha metido en este delicioso lio de venir
a Alemania. Michael es un eminente historiador del arte, tenido como experto
mundial en El Greco y otros pintores españoles. De hecho es el autor del libro
sobre El Greco que editó la prestigiosa editorial Taschen con motivo del IV
centenario de su muerte.
Michael está ahora haciendo la
sustitución de otro catedrático en Karlsruhe, en el otro extremo de Alemania,
cerca de Stutgart y Friburgo. Eso le obliga a ir a Karlsruhe los domingos por
la tarde y volver los miércoles por la noche. Por ese motivo, no estará en mi
charla de Leipzig, porque le va mejor venir a la de Erfurt. De modo que yo
saqué un billete de tren sólo de ida, con la idea de volverme con él a Leipzig en
coche. Abajo les pondré unas imágenes de la ciudad. Mi contacto en Erfurt era una arquitecta llamada Doris Gstach (no me pregunten cómo se pronuncia). Había quedado con ella a la puerta de un edificio universitario, para llegar al cual
me había enviado unas instrucciones precisas (para tontos, como me gustan a mí).
He llegado a Erfurt a media mañana y me
he dedicado a caminar por sus calles, en medio del ambiente bullicioso y alegre
de una ciudad medieval bien conservada, esperanzada en los nuevos tiempos, provinciana,
culta y divertida a la vez.
He visitado el Ayuntamiento, he
transitado por el Krämerbrücke, el puente con casas a ambos lados
ininterrumpidamente, más largo del mundo; he subido a la colina donde conviven
la Catedral y la iglesia de San Severo, un conjunto gótico único en el mundo
también y por último he visitado la enorme Ciudadela, desde la que se domina toda
la ciudad. Luego me he comido una pasta con mucho picante en una terraza de la
Fishmarktplatz, aprovechando que el cielo empezaba a abrirse en grandes claros.
Hasta aquí no me había sobrado el abrigo de mi hijo. Luego he ido a la plaza
Anger para coger el tranvía a la Universidad. En el campus había montada una
fiesta de recibimiento al verano, aprovechando la mejora del tiempo, con siete u ocho chiringuitos y un
estrado en donde se tocaba funk a
buen volumen. Me he hecho con un sombrero de paja de anuncio de Vita Cola y, de
esa guisa tocado, he esperado a Doris y a Michael. La Vita Cola es el refresco
que crearon los soviéticos, como alternativa a la coca cola. Ahora se ha
convertido en una divertida seña de identidad de la gente más hipster, como los muñequitos de los semáforos
con sombrero.
Llevé mi sombrero de paja
mientras Doris me presentaba a los veinte o veinticinco asistentes a mi
conferencia, pero luego me lo quité, como es lógico. Hablé más o menos hora y
cuarto, nadie se durmió ni nadie se fue a la fiesta de fuera. Por el contrario,
sostuvimos un largo debate hasta las dos
horas que disponíamos del aula. Doris me prometió viajar a Madrid el año que viene con sus alumnos. A las ocho nos incorporamos todos a la fiesta y
me pude obsequiar con una gran cerveza, con un bretzel relleno, de aperitivo. Michael se tomó un café, que estaba muy
cansado después de conducir todo el día y aún debíamos volver a Leipzig,
aproximadamente cien kilómetros. En resumen, éxito completo. Me sentí muy a
gusto entre esta gente, como siempre en los ambientes universitarios y entre el
público joven. Siento que les interesa mi discurso y además procuro hacérselo
divertido. Regresamos en el coche de Michael. En el atardecer se podía ver a lo
lejos la torre de Buchenwald, erigida por los soviéticos en homenaje a
los presos de ese campo de concentración nazi, en donde recluían a políticos de
los países que invadían. Allí estuvo por ejemplo Jorge Semprún, sobre quien
escribe hoy Vargas Llosa en El País un artículo estremecedor. Lo tienen AQUÍ.
Llegué a mi hotel a las once de la noche. Ahora las fotos. Continuará.
Aunque no se lo crean, las dos primeras fotos son del Ayuntamiento.
Ahora, unas casas tradicionales de la zona, cerca del Krämerbrücker.
Imágenes exterior e interior del Krämerbrücker.
La Catedral, a la izquierda, y San Severo.
Una esbelta puerta de la Catedral
Un detalle de San Severo, desde el lateral de la Catedral.
La entrada de la Ciudadela.
Un detalle pseudo-art-deco, de los magníficos edificios comerciales de la calle Anger.
Y, por último, el senior lecturer, en una terraza de la Fischmarktplatz, dispuesto a tomarse medio litro de cerveza para soltar la lengua en la conferencia.