Como no tengo bastantes
actividades extraescolares en esta vida vertiginosa que me estoy montando y que,
emulando a Cospedal, podríamos llamar prejubilación simulada en diferido, pues
me he apuntado a un club de lectura. Se llama Billar de Letras y lo dirige mi
amigo cubano Ronaldo Menéndez, escritor y maestro de escritores. La cosa
consiste en reunirse una vez al mes para comentar un libro, propuesto con
tiempo por el propio Ronaldo, para confrontar las distintas opiniones, montar
un debate y, en suma, disponer de una excusa para tomar unas cervezas con gente
culta y apasionada de la lectura, y aprovechar para intercambiar información sobre libros de
interés, autores novedosos o técnicas de escritura, algo que nunca viene mal.
La cita es fija los últimos
martes de cada mes, de modo que la primera de estas reuniones debía celebrarse
el próximo día 28. Pero, por compromisos de algunos de los miembros, la hemos
pospuesto al martes siguiente, 4 de noviembre, lo que me ha obligado a retrasar
unos días mi proyectado viaje al norte de Europa, del que ya les iré dando noticia.
El retraso no me viene mal; así tengo más tiempo para terminar la novela que se
nos ha propuesto, con cuya lectura estoy disfrutando como un enano. Se
llama El Pentateuco de Isaac, su
autor es Angel Wagenstein, y está editada en España en 2008 por Libros del
Asteroide.
Angel Wagenstein es búlgaro, de familia sefardí, y tiene en estos momentos 92 años. Su vida fue muy azarosa, pasó su infancia en Francia por el exilio forzado de sus padres, regresó a Bulgaria, los nazis lo internaron en un campo de concentración, consiguió fugarse, se incorporó a los partisanos antifascistas, fue capturado y condenado a muerte y le salvó la entrada del Ejército Rojo en su país. Luego estudió cine en Moscú y se convirtió en un reputado guionista y director, que llegó a cosechar varios premios internacionales, entre ellos uno en Cannes. Actualmente vive en Sofía.
Angel Wagenstein es búlgaro, de familia sefardí, y tiene en estos momentos 92 años. Su vida fue muy azarosa, pasó su infancia en Francia por el exilio forzado de sus padres, regresó a Bulgaria, los nazis lo internaron en un campo de concentración, consiguió fugarse, se incorporó a los partisanos antifascistas, fue capturado y condenado a muerte y le salvó la entrada del Ejército Rojo en su país. Luego estudió cine en Moscú y se convirtió en un reputado guionista y director, que llegó a cosechar varios premios internacionales, entre ellos uno en Cannes. Actualmente vive en Sofía.
A la edad a la que otros se
jubilan y se dedican a papar moscas, Angel decidió convertirse en escritor. El Pentateuco de Isaac es su primera novela y la terminó en 1998, con 76 años. Angel se vale de un personaje
pasivo, el Isaac del título, al que traen y llevan todo el tiempo contra su
voluntad, testigo perplejo de un tiempo convulso que abarca desde la Primera Guerra Mundial hasta
nuestros días. La vida de este pobre hombre arranca en el pueblo perdido de
Kolodetz en el centro de una región histórica que se llama Galitzia,
actualmente repartida entre Polonia y Ucrania. Antes de la
Gran Guerra , en el pueblo convivían sin
problemas polacos, ucranianos y judíos, como sucede en tantas regiones mestizas
del mundo. Los grandes vaivenes de la primera mitad del siglo XX estropearán pronto esta concordia.
Isaac nace como súbdito del
Imperio Austrohúngaro, luego será ciudadano polaco en el período de
entreguerras, y más tarde se convertirá en obrero soviético a partir del pacto Molotov-Ribbentrop
por el que Rusia y la
Alemania nazi se reparten Polonia. Cuando Hitler incumple ese
pacto e invade la zona que se habían quedado los rusos, Isaac, como judío, pasa
a ser un no-ciudadano, recluido en un campo de concentración y sin derechos de ningún tipo. Aun no he llegado a esta parte, pero imagino que luego vendrá el
largo periodo hasta el final del imperio soviético. Por alguna razón que todavía no conozco, el
tipo acaba como ciudadano de Austria, y es allí donde emprende su relato retrospectivo.
Isaac inicia su historia contando
que vive en un pequeño piso de Viena, en donde, ya mayor, disfruta de placeres
extraordinarios para él, como el de prepararse un café con leche y tomárselo a buena
temperatura, mientras mira por la ventana el trasiego de la ciudad. Luego dice
que toda su vida ha sido una sucesión de desgracias terribles y que, frente a un cúmulo de desventuras semejante, sólo caben tres posturas. UNO, el victimismo, el autocompadecerse y
decir todo el rato qué desgraciado soy. Muy malo. DOS, el afán de venganza, el
pensar que el día que llegue tu hora se las vas a devolver todas, pasando de víctima
a cruel verdugo. Muy malo también. TRES, tomárselo con filosofía. Esta es la actitud que Isaac recomienda y para ella es fundamental el sentido del humor. El libro
narra las hilarantes peripecias de este antihéroe, a la vez que proporciona
mucha información sobre los sucesivos escenarios sociopolíticos que atraviesa.
Con motivo de este libro he
sentido curiosidad por esa olvidada Galitzia, que no descarto visitar algún día,
y he averiguado algunas cosas. Parece que en tiempos romanos esta zona fue
colonizada por tribus celtas, de ahí la conexión secular con nuestra Galicia de
nombre tan parecido (aunque no he oído que tengan gaitas). Su historia medieval
es muy agitada, con continuas invasiones, reconquistas, batallas y destrucción
generalizada. Durante el siglo XIII y primera mitad del XIV fue incluso un
reino independiente, posteriormente invadido otra vez por vecinos más
poderosos. En 1772 queda integrada en el Imperio Austrohúngaro, lo que le
garantiza una cierta estabilidad hasta la derrota de 1918.
En esa situación transcurre la
infancia de Isaac. En el pueblo hay una iglesia católica de los polacos, una
ortodoxa de los ucranianos y una sinagoga judía. La gente entra libremente en
las tres. Al niño Isaac la que más le gusta es la ortodoxa, porque está
totalmente decorada con pinturas murales (no olvidemos que esta región está al
lado del norte de Rumanía, donde este verano visité tres de estas iglesias
ortodoxas de madera). Pero el cura ortodoxo es un poco fundamentalista y, cada
vez que descubre niños judíos en su iglesia, los echa a escobazos gritando:
¡¡Fuera, que vosotros vendisteis al Cristo!! Y el niño Isaac no entiende cómo puede
haber vendido al Cristo de esa iglesia, cuando ni siquiera recuerda haberlo
comprado.
Como hemos visto, Galitzia pasa luego
a dominio polaco, hasta que nazis y soviéticos la invaden, dividen y machacan
sucesivamente. Tras la Segunda Guerra
Mundial, apenas quedan judíos y la región se reparte entre Polonia y la URSS , forzando una limpieza étnica
doble, de forma que polacos y ucranianos se radiquen en sus lados respectivos
de la nueva frontera. En el mapa de arriba pueden ver la división actual. La Galitzia
oriental queda integrada en la República
Socialista Soviética de Ucrania, donde permanecerá hasta su
independencia de Rusia, en los tiempos más recientes. Ahora mismo, esa región
forma parte de la mitad de Ucrania
que no quiere saber nada de los rusos y pretende integrarse en la Unión Europea. Su capital es la
hermosa ciudad de Lviv, de la que les muestro unas imágenes muy sugestivas. Su casco histórico medieval es Patrimonio de la UNESCO.
Arriba la Estación de ferrocarril, con el nombre de la ciudad en ucraniano. Abajo el Teatro de la Ópera.
Aquí la catedral ortodoxa, en medio del caserío medieval
Y aquí una hermosa foto de la estatua del poeta Taras Shevchenko. La niña que la observa, da la escala de este monumento al padre de la cultura ucraniana, en el centro de Lviv.
La ciudad fue fundada durante el
período del reino independiente, con el nombre de Leópolis, en honor al hijo
del rey. Los polacos la llamaron luego Lvov y los ucranianos Lviv, pero es la
misma ciudad. Como se ve en las imágenes, se trata de una ciudad que rebosa
historia y cultura, con una importante universidad y muchas conexiones con la
vecina Cracovia, otro centro universitario de altura. Las gentes de Lviv estarían
encantadas de integrarse en Europa y entrar en la red Erasmus. La ciudad, con 800.000 habitantes, es un nudo clave de comunicaciones entre Polonia y Ucrania y concentra además numerosas industrias de material electrónico, automóviles y productos químicos. Hasta que empezó la lamentable guerra civil que aflige al gigante ucraniano
desde comienzos de este año, Lviv registraba un auge turístico
extraordinario, ahora en ligero declive. Pero está claro que esta región está
vinculada a un destino trágico del que no acaba de librarse. Hace poco, el que
fuera ministro de Asuntos Exteriores de Polonia durante siete años, ha revelado en una entrevista que, en 2008, Putin
propuso en su presencia al presidente polaco un pacto para dividir Ucrania en dos mitades y
repartírsela entre ambos países, para evitar la guerra civil que ya empezaba a
intuirse. El presidente polaco, seguramente rememorando la indignidad del viejo pacto Molotov-Ribbentrop
por el que en su día se dividió Polonia, respondió a Putin con su silencio más
despectivo. AQUÍ
tienen una reseña de este asunto.
En 2012, antes de que estallara
el actual conflicto, la ciudad de Lviv fue una de las cuatro sedes ucranianas del
Campeonato Europeo de Futbol Ucrania-Polonia, el segundo ganado por España. En el
Arena Stadium de Lviv se jugaron los partidos del grupo de Alemania y Portugal.
Los habitantes de esta bonita ciudad confiaban en que este evento diera a conocer su potencial turístico e impulsara la prosperidad de la región. Pero todo esto se ha ido a la mierda con la nueva
situación de tensión. Con motivo del Campeonato, se remodeló y modernizó el estadio en el
que juega el equipo local, que se llama el Fútbol Club Karpaty Lviv. ¿Saben
ustedes quién era por entonces el futbolista estrella del Karpaty? ¿De verdad
no lo saben? Pues ahora mismo se lo desvelo. Se llama Lucas Pérez y en el
verano de 2012 maravillaba con sus goles, por segunda temporada consecutiva, a
los aficionados al fútbol de toda Ucrania. Lucas es de La Coruña , este verano recaló
en el Depor y, precisamente esta semana, se merece un post independiente. Ahora
mismito me pongo a escribirlo.
Visité Kiev hace tiempo, con motivo de un congreso médico. Me pareció una ciudad hermosa y deteriorada, con vestigios de un esplendor pasado y síntomas claros de decadencia. La población parecía abrumada por siglos de desventuras y pocas esperanzas de un futuro mejor. No sé si habrá mejorado en estos últimos años, antes de los conflictos que eclosionaron a final del año pasado. Tal vez la zona de Galitzia, más occidental y cercana a Polonia y otros estados europeos, tenga un poco de más de vitalidad, un poco menos de resignación.
ResponderEliminarYo no he visitado Ucrania, pero creo que esta zona occidental es muy similar a otros lugares de Centroeuropa que sí conozco. Restos de antiguos imperios, ciudades muy cuidadas y monumentales, conservación aceptable, empedrados, tranvías, cafés señoriales. Personal envejecido, escéptico y desconfiado, tras siglos de ver indignidades y tropelías. Los países que se han podido incorporar a la Unión Europea, viven entre la añoranza y la decepción de integrarse en un mundo en el que nada es gratis y la división de clases es brutal. Los de fuera están todavía peor, como Serbia y Bosnia. Es una zona con inviernos de mucho frío, que tampoco ayuda a un mayor optimismo. Rumanía, que las pasó canutas en los tiempos soviéticos, viene de más atrás y tiene más impulso. O, al menos, eso me pareció.
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