Semana vertiginosa para mí ésta
que ya casi se termina. Se la voy a contar, para que vean cuál es mi deriva en
estos últimos tiempos. El resto de mis días son algo menos intensos, pero no
mucho. Correr para no pensar. Una forma como
cualquier otra de abstraerme de las malas noticias y augurios que nos rodean.
La chica contagiada de ébola me da una pena de la hostia. Creo que se va a
morir y digo esto con todas sus letras, precisamente porque soy consciente de ser un pronosticador
nefasto, a ver si me equivoco como de costumbre y sobrevive. Cómo me gustaría verla
otra vez llena de energía y no con esa voz mustia que se oye en las grabaciones
tomadas en su cautiverio. Su desgracia es el resultado de un cúmulo de chapuzas
y fatalidades porque, por mal que se hayan hecho las cosas, sin la incidencia
de una mala suerte bíblica, la chica no se habría infectado con ese bicho repulsivo.
Tiene una cosa a su favor: es de Lugo y los de Lugo son gente recia, capaz de
aguantar lo que sea. Si logra pasar el trance, me llevaré una alegría enorme,
pero lo cierto es que su reto es difícil. Desde este blog, todo mi apoyo:
ánimo rapaciña.
Como les digo, esta semana he
desarrollado una actividad frenética, que les resumo. El lunes acudí a mi trabajo normalmente. Por la tarde no pude
salir a correr a la hora acostumbrada, porque tenía que cortarme el pelo y Jurgen
me había dado la única hora libre que le quedaba, las 7 de la tarde. Salí luego
por el Retiro a hacer 6,5 kms, mi nivel actual, de acuerdo con el plan de ir
incrementando el entrenamiento de forma muy gradual. Hice casi todo el
recorrido de noche y ya cené tarde, me acosté tarde y dormí regular debido al
desfase acumulado.
El martes, empecé el día con un
té de ginseng rojo coreano, porque me esperaba una jornada larga y
sobrecargada. Me vestí luego con una chaqueta de verano y una corbata sobria,
al contrario de lo que suelo hacer últimamente. El motivo de ponerme corbata
era el mismo por el que me había cortado el pelo el día anterior: a media
mañana debía desplazarme a los Juzgados de la Plaza de Castilla, para
intervenir como testigo en un juicio por un incidente de tráfico que presencié
en torno al mes de marzo o abril, y del que no les he dado noticia por estar el
asunto sub judice. En estas citas hay
que cuidar la apariencia y el atuendo, para resultar creíble. El incidente de que les hablo acabó con un motorista por los suelos cerca de mí. El coche que aparentaba
haberlo tirado, siguió despacio hasta la esquina siguiente, donde debía doblar.
El conductor se detuvo un instante, miró hacia el lugar del suceso y se marchó.
Los presentes auxiliamos al motorista, le dimos la matrícula del coche que habíamos anotado y yo le dejé mi número de móvil.
Un día fui llamado a declarar a
una comisaría y me enteré de que había un pleito abierto. Me convocaron al juicio (por burro-fax), pero la fecha coincidía con
mi viaje a Rumanía. Aporté copia de la tarjeta de embarque y lo aplazaron. Un
segundo burro-fax me citaba este
martes. Declaré lo que vi y la cosa quedó vista para sentencia. A la salida, los
dos implicados vinieron a saludarme y me explicaron sus versiones. El del coche
dice que él no tiró al motorista, que sintió que pasaba algo a su lado y por
eso se paró pero, al ver que el tipo estaba ya levantado, decidió irse. El otro
le reclama un dinero por daños físicos y en la moto. No sé qué decidirá el
señor Juez ni lo voy a saber nunca. Creo que los daños en el lateral del coche serán clave
(el conductor dice que los tenía de antes). Lo cierto es que nunca había
participado en un juicio de este tipo, y te intimidan un poco cuando te
recuerdan que el falso testimonio es un delito punible y todo eso.
Después del trabajo, acudí al Polideportivo Luis Aragonés y me hice 20 largos de piscina (500 metros), para bien de mi espalda. Llegué a casa,
me enfundé mi terno de verano y me fui a la recepción que, con motivo del Día
de la Patria Coreana, organizaba la embajada de Corea del Sur en el Hotel
Intercontinental, un lugar fuera del tiempo en pleno Paseo de la Castellana, donde
uno no se extrañaría de toparse con Errol Flynn, por decir un nombre significativo. Me encantan este tipo de saraos que organizan los extranjeros, con
ese punto intemporal y decadente, donde gentes de todos los países se reúnen, felices de encontrarse de nuevo. Yo sólo conocía a mi amiga coreana M.,
intérprete habitual de los grupos de coreanos que me toca pasear por la ciudad.
M. está casada con un español, es muy simpática y era quien me había invitado.
El ambiente no era muy distinto del de los festejos de la Delegación de Flandes
o la Oficina de Hong-Kong para Europa, que suelen invitarme cada año. Hablé un rato
con el propio embajador y no dejé de decirle que soy un forofo del té de
ginseng rojo de su tierra y que tengo un hijo estudiando en Seul.
El miércoles, tras mi jornada
normal de trabajo, salí a primera hora de la tarde a hacer mis 6,5 kms por el Retiro, me
duché y me volví a poner traje y corbata para acudir a la Escuela de
Organización Industrial, en la Ciudad Universitaria, donde estaba invitado a asistir a la
presentación del Informe Ciudades Españolas 2033. Este informe es un encargo de
la empresa de consultoría Price
Waterhouse, que ha dirigido mi amigo José Miguel Fernández Güell, Subdirector
de Investigación de la Escuela de Arquitectura. El informe lo presentó el
ex-ministro socialista Jordi Sevilla, después hubo una mesa redonda muy
interesante, y estoy pendiente de leérmelo con detenimiento para cerrar un próximo
post (A dónde vamos) simétrico del reciente
De dónde venimos.
El jueves, previo nuevo té de ginseng, acudí al trabajo para una jornada más corta de la habitual. A media mañana debía salir para atender a un grupo de 27 urbanistas de una empresa de
Ámsterdam, que se han montado un viaje de trabajo a Madrid. El organizador del
viaje es el suizo Werner, amigo mío de saraos similares anteriores. Contactó
conmigo hace tiempo y, entre los dos, intentamos convencer a los de Relaciones
Internacionales de que nos dejaran un salón en Cibeles para mi conferencia,
como ya hemos hecho con anteriores grupos traídos por Werner. No hubo manera. Desde
que la señá Alcaldesa ha dicho que no repite, hay una falta de liderazgo e instrucciones
desde las alturas, que hace que cualquier personajillo sin visión de futuro,
cualquier burócrata casposo, adopte las decisiones que le peten, sin que nadie
le dé un capón. Alguien ha decidido ahora que el Ayuntamiento sólo reciba a delegaciones
de otras administraciones públicas. Ni privados, ni universidades.
Ante la negativa, Werner me
preguntó si me importaba dar mi charla en el bar de un amigo suyo. Sin
problemas –le dije–, siempre que me deis la cerveza primero. El tema implicaba
que yo debía aportar también mi ordenador y mi proyector, además de mi
intervención estelar. Así que el jueves, me largué del curro a las 11.45,
recogí a las 12.15 los aparatos en mi
casa y caminé hasta el bar Viña P, en la Plaza de Santa Ana, lugar elegido para
el evento. En el comedor del sótano, entre los camareros y yo descolgamos un
gran cuadro de la pared y montamos el tinglado audiovisual. Llegaron los
holandeses, les conté en inglés la historia del urbanismo de Madrid durante una
hora, hicieron preguntas, aplaudieron y me regalaron varios libros y una
botella de Beerenburger de la marca
Boosma, un aguardiente potentísimo que se fabrica por procedimientos tradicionales
en una famosa destilería de la ciudad de Leeuwarden, en el norte de Holanda, donde
trabajó un tiempo como periodista mi amiga R. Recogimos los trastos (dejé en el
bar ordenador, proyector y regalos) y comimos en la mesa, ya despejada.
Todos juntos tomamos luego el Metro a
Plaza de España. Allí cerca tiene su negocio Bravo Bikes, un norteamericano que
alquila bicicletas para viajes de grupo. Con nuestras bicis, enfilamos un par
de calles en medio del tráfico, cruzamos Ferraz y entramos en el parque del
Templo de Debod. Desde allí bajamos por la ladera hasta las Ermitas de San
Antonio, para ver los frescos de Goya, y luego entramos en Madrid Río. Werner y
yo nos alternábamos como cicerones en las sucesivas paradas que hacíamos, bajo una
llovizna fina que nos refrescó la primera parte del viaje. Pero, al poco de
entrar en Madrid Río, se armó el diluvio universal. Pregunté si nos refugiábamos en algún lado y me
contestaron que ellos eran holandeses. Pues yo soy coruñés –repuse. Los de
Bravo Bikes nos habían puesto un kit que incluía un chubasquero desechable de
un solo uso, de esos de plástico fino, azules o rosas. Nos los enfundamos y seguimos. Les juro
que hacía tiempo que no experimentaba una sensación tan extraordinaria como la
que supone circular en bici a buena velocidad por un parque vacío, bajo una
manta de agua.
Me despedí de ellos a mitad del
parque. Tenía entrada para el teatro y debía pasar por casa para cambiarme,
porque estaba calado, a pesar del poncho de plástico. Bajo el gran diluvio, circulé en mi bici hasta el Matadero, donde un chaval
de Bravo Bikes esperaba con una camioneta para recoger las bicis. Ellos terminarían
allí con una cerveza en el bar del Centro Cultural. Tomé un bus hasta mi casa, porque la
línea 3 de Metro, que va de Legazpi al centro, estaba cerrada por inundaciones. Me cambié y tomé otro bus hasta el teatro Marquina, en la
calle Prim. Allí asistí a la representación de El largo viaje del día hacia la noche, tremendo dramón familiar de
Eugene O’Neil, con Vicky Peña y Mario Gas. Estaba bien, aunque era un poco
larga (acabó a las 11).
Pero el programa no me daba
tregua, y el viernes tuve que trajearme de nuevo para acudir a Cibeles a una
nueva cita con holandeses, esta vez una representación del Ayuntamiento de la
ciudad de Nimega. El perfil de los oyentes era mixto, les hice un resumen de la
historia de nuestra ciudad y el marco urbanístico en el momento actual de
crisis, y se quedaron encantados. Éstos me regalaron un libro de fotografías de
Holanda y un paquete de grandes galletas circulares holandesas, rellenas con
frambuesa, canela y otras delicatesen. Tanto los de Ámsterdam, como los de
Nimega, me dijeron que podía visitarles en el viaje que proyecto para el mes
que viene. Me despedí, caminé hasta el garaje de mi casa, cogí el coche y me fui al destierro para la segunda parte de mi jornada ordinaria. Allí repartí las galletas con mis compañeros de
cautiverio.
Por la tarde me hubiera tocado
correr otra vez, pero me lo salté a cambio de la cabalgada en bici del día
anterior y porque he de reconocer que estaba ya muy cansado. Al salir del curre,
tuve tiempo de llegar al restaurante La Pitarra, cerca de mi casa, antes de que mi amigo Luis lo
cerrara. Comí unas alubias blancas con morcilla para chuparse los dedos y subí
a echarme una merecida siesta. Luego, aun tuve que subir a la Plaza de Santa
Ana a recoger mis pertrechos y mis regalos, pero esto ya fue un paseo relajado, preludio del descanso del fin de semana.
En fin, que con todo esto apenas he tenido tiempo de pensar en la enfermera del
ébola, ni siquiera en esa mucho más grave infección que sufre nuestra clase
política, y cuyo último síntoma es el vómito masivo de las tarjetas black. Es increíble
lo contagioso y letal que puede llegar a ser este virus, que afecta a todos los partidos y sindicatos. A
este paso, los de Podemos van a poder
de verdad. En un próximo post me ocuparé de este asunto. Mientras tanto, repito:
animo y fuerza, Teresiña.
Ese ginseng rojo surcoreano debe ser como el bote de espinacas de Popeye porque si no es así no hay quien aguante ese ritmo frenético que llevas. Lo digo por la envidia que me das. Voy a probar el ginseng a ver si alcanzo algo de fuerzas pues estoy un poco flojo últimamente. Teresiña es joven, saldrá adelante sin ginseng. Un abrazo, Alfred
ResponderEliminarAmigo Alfred, ten cuidado con el ginseng rojo. En primer lugar, lo hay del bueno, que es más caro, y del falso, que es directamente una estafa o un placebo. Por otro lado, el embajador se alegró mucho de que a mí me fuera bien, porque, según me dijo, hay gente a la que le va fatal. Los hay que se ponen demasiado nerviosos y ya no duermen. Y también hay gente a la que le hace el efecto contrario: los atorrija. Si estás en el primero de estos grupos (lo que sería coherente con las horas insomnes a las que sueles escribir tus comentarios), la cosa se solucionaría rebajando la dosis (por ejemplo, media bolsita cada vez). Y hazte con un buen bote de miel para endulzarlo: está bastante malo, aunque yo ya me he acostumbrado al sabor. Un abrazo y toquemos madera con Teresiña.
EliminarEn su momento, auguré que los curas que nos trajeron de África, la iban a palmar, pobrecillos, a Miguel Pajares lo trajeron a la fuerza, él quería morir en África. Y no sé por qué, pero creo que Teresa sí va a poder con el maldito virus. ¡Qué mujer tan valiente, sometida, encima, al desprecio y la prepotencia de un consejero repulsivo! Él sí que es un incompetente, por no hablar de la patética y corrupta ministra de sanidad...
ResponderEliminarBueno, todo es opinable. La mayoría de los contagiados que repatriaron a Norteamérica, se salvaron. Y a mí no me parece mal que se traiga a la gente a morir a su tierra (por supuesto, siempre que ese sea su deseo). Lo que pasa es que hay que hacerlo con seguridad, que este bicho es muy peligroso y muy cabrón. A Teresiña es para hacerle un monumento. La señá ministra y el consejero, llevan en la cara lo que son, respectivamente: una sonsa que no se entera ni de por qué le brotan porsches en el garaje como hongos, y un miserable, como le ha llamado el alcalde de Becerreá, de donde es originaria nuestra Teresiña. Yo tengo otro calificativo a añadir, pero lo diré en un post posterior que tengo en mente.
Eliminar¡Te mueves más que un dibujo animado, Emilio! Estás hecho una vedette de rechupete, supongo que en el teatro te dormiste, aunque solo fuera para cargar las pilas, porque el ginseng rojo de la mañana a esas horas estaría desactivado.
ResponderEliminarFALSO, FALSO, no di ni una cabezada; si te han dicho lo contrario, mienten. Los hubo que hasta roncaron y todo, pero yo no. Cuando se nota el ginseng es en esas horas finales del día. Si no te has tomado nada, te parece que el día no se va a acabar nunca. En cambio, con el ginseng, pues te cansas también, pero tienes la sensación de que puedes continuar cuanto haga falta.
EliminarUn abrazo, y no te creas lo que te cuenten.
Me preocupa tu jubilación.
ResponderEliminarBueno, pensándolo bien no es de preocupar. Tienes suficientes recursos, sin necesidad de la actividad que te proporciona el ayuntamiento - hablo de recursos personales, vitales - para que no te afecte.
Del despreciable consejero ya tenía referencias por mi hija, la que estudió medicina. Ya lo comentaremos cuando escribas sobre ello.
Según mis cuentas, hoy me quedan 613 días para llegar a la deseada línea. Así que aun es pronto para empezar a dar voces (en la mili, uno de los gritos más celebrados era: ¡¡Al abuelo le huele el culo a tejanos ya!!).
EliminarEl consejero lo mejor sería que no dimitiera y le siguieran poniendo micrófonos delante. Cada vez que abre la boca bajan las expectativas electorales de los impresentables que le amparan (si es que aun pueden bajar más).
Abrazos y besos.