Una semana después de mi post #292,
la auxiliar de enfermería Teresiña está venciendo al ébola, una noticia
extraordinaria. Ustedes no lo saben, pero en este blog hemos puesto también nuestro
granito de arena para su curación. Sí señor, aunque no se lo crean. Hace justo
una semana yo pronostiqué que se iba a morir, a ver si, como siempre, me
equivocaba en mis predicciones. El único que entendió el mensaje es mi amigo y
paisano Alfred, seguidor fiel de este blog, que se apresuró a hacer el
pronóstico contrario. Unimos así el augurio nefasto de un optimista crónico
como yo, con el vaticinio positivo y esperanzado de un pesimista irredento como
Alfred, en una especie de conjuro cruzado inverso a dos voces que, como
gallegos, sabemos que tiene un poder y una efectividad similares a los del té
de ginseng rojo coreano. El resultado está a la vista y es tiempo ya de gritar:
¡¡¡MEIGAS FORA, CARALLO!!!
El que se ha quedado en el camino
es el pobre perro Excalibur, asesinado por esos siniestros personajes, muy
españoles, a los que se refiere el epíteto otros
animales del título de este post. Con perdón de los animales. AQUÍ
tienen el análisis, siempre interesante de Pablo Herreros, antropólogo y
primatólogo que publica sus comentarios en El
inMundo. Les pido que lo lean antes de seguir. En el segundo párrafo se
cita la manía patria de cortar por lo sano, algo tan cierto como cabreante. Les pongo otro
ejemplo de esa compulsión tan española. En esta tierra, cada vez que se inicia
una obra de urbanización de una plaza o bulevar, lo primero que se hace es
vallar el espacio y poner un gran cartelón con la larga jerarquía de organismos
que promueven la cosa. Una vez hecho esto, ¿saben qué es lo segundo que se
hace? Sí, han acertado: ¡talar todos los árboles!
Muchas veces me ha tocado ver ese
arboricidio sistemático e irracional y hasta he llegado a recriminárselo al
responsable de la obra: ¡Pero, hombre, qué necesidad había de cargarse todos los árboles! Respuestas
variopintas: es que en los planos no se dice que haya que conservarlos. Es que
yo necesito visión, claridad, para trazar bien los bordillos. Es que luego
vamos a plantar el doble de ejemplares en los nuevos parterres. Es que esos
árboles no encajaban bien en la composición estética de la nueva zona ajardinada.
Pues lo del pobre perro Excalibur es lo mismo. De momento le damos chicharrón.
Luego ya veremos. Total es un perro. Le podemos comprar otro de la misma raza.
Yo creo que en lugares más civilizados que el nuestro, cuando se renueva una
plaza con jardines, se procura aprovechar los árboles que haya y se integran en
el diseño. Y, en cuanto a los perros, sólo tienen que ver cómo se ha actuado en Dallas con la mascota de una de
sus dos enfermeras contagiadas de ébola.
Quien haya tenido perro, sabe que
se trata de seres entrañables, cariñosos y fieles, que tienen su corazoncito.
Como dice Herreros, poseen un instinto gregario acusado, que les hace estar
siempre preocupados por el grupo, cuidando que nadie quede rezagado o desprotegido.
En una partida de caminantes, el perro se adelanta todo el rato para prevenir
peligros y alertar de su proximidad. Para ello utiliza su olfato, y se adelanta
para que no le distraigan los olores de los demás componentes del grupo. Reconocen
y aprecian a sus amos a los que tienen por una especie de parientes grandotes,
un poco raros, a los que hay que halagar y agasajar todo el rato para que no se
cabreen y la paguen con el de siempre. Lo que tienen distinto es el concepto
del tiempo. Ellos no piensan en futuro o pasado, viven el instante, aunque sí
identifican las rutinas, cuya repetición les tranquiliza. Si usted va con su perro a hacer a un recado y lo deja atado en la calle, se llevará un disgusto
morrocotudo, porque cree que lo han abandonado para siempre. Por eso se lleva
una alegría desmesurada cuando usted sale de la tienda y lo desata. Para él no
hay una sucesión previsible, él vive un abandono absoluto y luego una recuperación
milagrosa de la normalidad. Pero, si la situación se repite, entonces ya se
vuelve una rutina, y el animal se sienta tranquilamente a esperar en la acera,
porque sabe lo que vendrá después.
Esa preocupación por el grupo es
lo que les hace ser unos pastores inigualables. Jamás se les queda atrás una
sola oveja. Otro motivo íntimo que guía sus conductas es la obsesión de hacer
lo correcto. A veces les cuesta saber qué es lo que queremos de ellos pero, en cuanto
lo averiguan, les produce un gran placer hacer las cosas bien hechas y que se
les reconozca por ello. Igualmente saben lo que está mal y les da vergüenza que
les pillen haciéndolo. Una típica anécdota. Usted tiene un perro y, ya bien
entrada la noche, decide irse a dormir. Se acerca a su camita, en un rincón, lo
acaricia y le dice buenas noches. En cuanto usted se va y apaga la luz, el perro
aprovecha para subirse a su sofá más utilizado, mucho más cómodo y además, impregnado
de los olores del amo, algo que le gusta mucho. Pero, de pronto, usted regresa
de improviso, porque ha olvidado las gafas de leer. El perro, sorprendido en
una conducta que sabe incorrecta, en cuanto ve que la luz se enciende, se
apresura a volver a su camita, donde hace gestos ostensibles de disimulo. No llega
a silbar, porque los perros no saben.
En la literatura, muchas veces se
ha dado la voz del narrador a un can, desde El
Coloquio de los Perros, de Cervantes, hasta libros recientes como Tiempo de Perro, del camerunés Patrice
Nganag, del que les hablé en el post #144, Mundo
Perro, que pueden consultar AQUÍ.
Todos ellos usan al perro como un recurso literario, consistente en crear un
personaje neutro que observa todo desde primera fila sin intervenir en la
acción. Sobre lo que observan estos perros narradores omniscientes, se elaboran
luego unas reflexiones y deducciones que pueden resultar más o menos
divertidas, pero que son imposibles para la mentalidad de un perro. El único
que ha intentado acercarse a una especie de filosofía canina, es Paul Auster en
el libro Tombuctú, que ya les he
recomendado muchas veces. Por cierto, otro año más que no le dan el Premio
Nobel a este extraordinario escritor, ni a Murakami ni a Bob Dylan. Ya aburren.
Los perros notan cuando estás
triste y son especialmente sensibles y cuidadosos con esas situaciones. Se
cuenta también de perros que han alertado sobre cánceres de piel de sus amos,
lamiendo reiteradamente una zona de su anatomía con alguna mancha nueva. Y son
conocidas las anécdotas de perros que han avisado de incendios y no se han
marchado del lugar hasta que todo su grupo estaba a salvo. En el artículo de
Herreros tienen la historia del famoso perro Moro, del pueblo cordobés de
Fernán Núñez. Pero no es el único can famoso. En Edimburgo, el perro Bobby se
quedó 14 años junto a la tumba de su amo, de la que nadie lo pudo separar hasta
su propia muerte. Tiene incluso una estatua que es uno de los lugares de la
ciudad más visitados por los turistas. AQUÍ les
pongo su reseña. Y, recientemente, los periódicos han informado de la muerte de
Lukánikos, el perro que participaba en toda las algaradas de la plaza Syntagma
en Atenas. AQUÍ
tienen una necrológica, llena de fotos sorprendentes.
Menos conocida es la historia del
perro Paco, que se desarrolla en el Madrid bárbaro e inculto del XIX, del que
les he hablado en textos recientes. Se cuenta que un día de octubre de 1879, el
animal se coló por primera vez en el café Fornos, en la esquina de Alcalá con
Peligros, hoy ocupada por un Starbucks Coffee. Antes que los camareros se
dieran cuenta y lo echaran, el animalito se sentó junto al Marqués de Bogaraya,
movió el rabo y le miró con gesto expresivo. Como los perros no pueden hablar,
no le dijo deme argo, señorito, que tengo
un hambre de la hostia, que era lo que expresaban sus inteligentes ojos. El
Marqués, por hacer una humorada típica de la minoría de aristócratas
juerguistas que poblaban los cafés del centro, pidió al camarero una chuleta de
ternera y se la dio al chucho. Desde ese día, el perro Paco (bautizado así por
el marqués), tomó por costumbre entrar en todos los cafés y esperar
educadamente a que alguien le diera de comer. En Lhardy ha quedado constancia
de sus visitas al café.
No sólo eso, sino que empezó a ir también a las tertulias, e incluso al teatro, donde ocupaba un lugar desde el que veía la función y se estaba quieto todo el rato. Al final apoyaba con ladridos los aplausos. El perro solía acompañar luego hasta su portal al noctámbulo que más le hubiera agasajado ese día, pero nunca aceptó la invitación de subir a pasar la noche a sus domicilios. Una vez cumplida su función social, el animalito se encaminaba a las cocheras de Fuencarral, donde se guardaban los tranvías públicos y los animales que tiraban de ellos. Era allí donde dormía. La prensa se hizo pronto eco y el perro Paco se convirtió en un personaje popular, al que todos querían. Camareros y porteros le franqueaban el paso, la gente le daba golosinas y todo el mundo lo apreciaba. Su imagen apareció en envoltorios de chocolatinas y se le llegó a componer una polca canesca, con letra, cuyo anuncio ven aquí al lado.
No sólo eso, sino que empezó a ir también a las tertulias, e incluso al teatro, donde ocupaba un lugar desde el que veía la función y se estaba quieto todo el rato. Al final apoyaba con ladridos los aplausos. El perro solía acompañar luego hasta su portal al noctámbulo que más le hubiera agasajado ese día, pero nunca aceptó la invitación de subir a pasar la noche a sus domicilios. Una vez cumplida su función social, el animalito se encaminaba a las cocheras de Fuencarral, donde se guardaban los tranvías públicos y los animales que tiraban de ellos. Era allí donde dormía. La prensa se hizo pronto eco y el perro Paco se convirtió en un personaje popular, al que todos querían. Camareros y porteros le franqueaban el paso, la gente le daba golosinas y todo el mundo lo apreciaba. Su imagen apareció en envoltorios de chocolatinas y se le llegó a componer una polca canesca, con letra, cuyo anuncio ven aquí al lado.
La cosa acabó de manera trágica,
como no podía ser de otra manera en este país bárbaro y despiadado con los
animales, donde nunca sucederá una historia como la del perro Bobby de
Edimburgo. Como ya les he contado, uno de los principales entretenimientos de
los madrileños de ese tiempo eran las corridas de toros, que se celebraban en
la plaza situada en el actual Palacio de Deportes de Felipe II. Hasta allí se
desplazaba la gente a pie, y el perro Paco tomó la costumbre de ir también a
los toros, que le interesaban mucho. Como en los cafés, el can se mantenía
quieto en su localidad durante la lidia, aunque al parecer acostumbraba a bajar
al ruedo a ladrar al toro muerto hasta el arrastre, o al final, si se sacaba
algún torero a hombros.
Un infausto día de 1882, el perro
Paco asistía a una becerrada, cuando uno de los novilleros se atascó en la
suerte de matar. Al enésimo pinchazo en hueso, la multitud empezó a abuchearlo
unánimemente y se armó una bronca monumental. Como miembro destacado del grupo,
el perro Paco se sintió obligado a bajar al ruedo a ladrar con mucha convicción
a aquel chapucero al que los tendidos abroncaban. No está claro si le hizo
tropezar al torero, o si éste se puso nervioso y quiso apartarlo para que no le
molestara. Lo cierto es que usó para ello su estoque, con tan mala fortuna o aviesa
intención, que le propinó un estoconazo más certero que todos sus intentos
anteriores con el astado. El pobre perro fue llevado rápidamente a un sanatorio,
donde no se le pudo salvar y murió a los tres días. La fuerza pública hubo de
proteger al novillero al que la turba quería linchar allí mismo. Y nunca volvió
a vestirse de luces.
Una historia de esta tierra
salvaje, donde sería impensable que se construyera un cementerio de perros como
los hermosísimos que pueden visitarse en Londres o Lisboa, con tumbas llenas de
mensajes sentidos. No sé si algún día llegaremos a ser aquí tan considerados
con los perros. En los países anglosajones, el perro es capaz hasta de ayudar a fregar la vajilla, como el que
ven en la imagen de abajo. Sean buenos, cuiden a sus mascotas y que pasen un
buen fin de semana. ¡¡GUAU, GUAU, GUAU!!
Hoy me he venido muy arriba, estoy muy crecido con el magnífico análiis y reflexión que haces acerca de la favorable evolución de Teresiña de Becerreá. Tal y como lo explicas lo entiendo yo y no hay nada que tanto me satisfaga como ser entendido sin hablar demasiado, tambien sé que es muy pretencioso por mi parte y puede haber en ello una pizca de soberbia. Me encanta eso de "augurio cruzado inverso a dos voces" porque no creo en nada, pero en eso sí. Es como lo de las meigas, ya sabes. Afectuosamente, Alfred.
ResponderEliminarMe alegro, hombre. La verdad es que, si pretendía dar un mensaje optimista y a la vez soy consciente de que no acierto nunca con una predicción, pues, con Teresiña no tenía otra salida que afirmar muy convencido que estaba seguro de que se iba a morir. Lo hice adrede y no lo disimulé. Pero, cuando leí tu pronóstico contrario en el momento más álgido de su infección, intuí que entre ambos habíamos generado un meigallo poderoso capaz de vencer a cualquier virus. Incluso el del ébola. Lo que pasa es que no quise decirlo demasiado pronto, para no romper el conjuro antes de tiempo. Ahora que su cuerpo lucense ha generado anticuerpos como para merendarse a los millones de virus que la infectaban, podemos por fin cantar victoria.
EliminarSi un día me pongo malo, yo quiero que me cuide Teresiña. Un abrazo, amigo.
Y no te olvides de Orfeo, el perrito del singular protagonista de "Niebla", Augusto Pérez, una de las criaturas más desvalidas, que no patéticas, que ha dado la pluma de Unamuno. El soliloquio de Orfeo ante su difunto amo es una de las piezas literarias más emotivas de la literatura universal.
ResponderEliminarEl cine también ha ofrecido ejemplares memorables, desde Rintintín, hasta el asombrosamente inteligente perrito de "El artista", pasando, ¿cómo no? por el travieso "Asta" de Myrna Loy y William Powell. ¡Qué naturalidad la de los perros ante las cámaras! Decía Henri de Montherland "nos gustan los animales porque no mienten". Ese debe de ser el secreto, los perros son gente en la que se puede confiar.
Bueno, si entramos en el mundo del cine, la cantidad de perros actores es interminable, desde Lassie, hasta el bulldog francés (primo del ayudante de friegaplatos), que cantaba blues con mucho sentimiento en Men in Black II. Se dice que el perro es el mejor amigo del hombre y que hace más de 20.000 años que son nuestros más fieles escuderos.
EliminarY, ya puestos a contar paridas caninas, habría que recordar los perritos que se ponían los taxistas en el cubremaletero, esos que movían la cabeza en los baches. Y los perritos piloto que te tocaban en las tómbolas de las ferias, esos que anunciaban a gritos por los megáfonos que atruenan estos lugares: ¡¡A por otro!! ¡¡A por otro!! ¡¡A por otro perrito piloto!!