No sé si es porque el sábado
anduve por el desfile del Orgullo Gay, o tal vez sea cosa de los calores del
verano, pero aquí les dejo una conversación telefónica del otro día. El que me
llama es un chaval de voz aterciopelada y sugerente, a quien conozco de
conversaciones anteriores, por lo que ya tenemos confianza. Y yo suelo responderle de la misma forma untuosa y equívoca.
−Dígame.
−Don Emilio XX
XX.
−Sí, soy yo.
−Aquí el
centro de atención informática del Ayuntamiento de Madrid. Usted ha solicitado
que le desinstalemos el Acrobat Profesional.
−No
exactamente. En realidad, lo que he pedido es que mi colaboradora África XX
pueda disponer de una herramienta que le permita copiar párrafos completos de
archivos pdf, sin tener que volver a teclearlos letra a letra.
−Aquí consta
que ha pedido que le desinstalemos el Acrobat Profesional.
−Es que no me
ha dejado usted terminar. A esa solicitud se nos contestó que el programa que
permite esa función es precisamente el Acrobat Profesional. Entonces pedí que
se lo instalaran a ella y, después de varios meses dándome largas, me
confesaron que ya no hay presupuesto para nuevas licencias de programas. Los
recortes, la crisis y todo eso. Como yo sí puedo copiar y pegar trozos de
archivos pdf, pues ahora hemos pedido que la licencia que yo tengo se la
trasladen a ella. Yo soy el jefe, y no me pagan un sueldo de jefe para que
escriba a máquina, sino para mandar a otros que lo hagan.
−En
definitiva, lo que usted ha solicitado es un proceso que consta de dos pasos:
dejarle a usted sin herramienta e instalársela a su secretaria.
−Eso de la
herramienta ¿no irá con doble sentido?
−Ja, ja. Usted
es el que ha sacado la palabreja. Yo suelo llamarles programas.
−Está bien.
Por cierto, no es mi secretaria, es mi mano derecha. Pero vamos a ello. ¿Cómo
me desinstalo la herramienta?
−Usted no
puede. Ha de autorizarme a mí para que me meta en su ordenador, y se lo
desinstale desde dentro. Inicio-Panel de control-Sistema.
−Calma, calma,
que va usted demasiado rápido. Un poco de delicadeza que soy una persona mayor.
Vale, ya estoy en Sistema.
−Ahora,
pestañas superiores.
−No tengo
rimmel a mano, ¿qué quiere que haga con ellas?
−Sólo que me
diga su nombre de equipo. Adelante.
−XXXXXXXXXXXXX.
−Muy bien. Un
segundo… Ya estoy dentro.
−Pues yo no
noto nada
−Eso es lo que
dicen todos la primera vez, ja, ja, ja…
−Sí, por
ejemplo la primera vez que te fumas un canuto…
−Ja, ja, ja,
yo no noto nada, yo no noto nada y de pronto tienes un amarillo que te caes
redondo… Pero yo me refería a otra cosa.
−Sí, ya sé a
qué se refería… Por cierto, ahora le veo en pantalla. Ya está usted moviéndome
la flecha: arriba y abajo, arriba y abajo.
−Me alegra que
lo note. Si no, no le puedo instalar o desinstalar ningún accesorio.
−Oiga, que yo no
quiero que me inserte ningún accesorio
−Era una forma
de hablar. ¡¡Anda!! Esto sí que es una sorpresa. Ahora resulta que el Acrobat
que tiene usted instalado no es el profesional.
−¿Y cuál es
entonces? ¿El amateur?
−No, el
sencillo. Así que no puedo desinstalarle algo que no tiene.
−¿Y cómo es
que yo puedo copiar pdfs?
−Tendrá una
herramienta diferente. Aquí está. El Pdf Creator. Lo tiene en el
Escritorio. A la mano derecha.
−La mano
derecha, como herramienta, es bastante útil.
−La izquierda
también, salvo que sea usted musulmán.
−En
definitiva: que tenía una segunda herramienta. Y yo sin saberlo. Muy bien, pues
entonces desinstálemela y póngasela a mi compañera.
−No hace
falta. Es una aplicación gratuita. De las que se baja uno de Internet. Ella sabrá
cómo bajárselas.
−Las aplicaciones.
−Por supuesto.
−Muy bien.
Pues muchas gracias. Y, ya que le tengo a mano, le voy a pedir un favor. Es que
el ordenador que tengo va fatal. Sobre todo a primera hora, hasta que se
despereza.
−A lo mejor es
que lo tiene usted agotado, de la tralla que le da.
−No sé. Pero,
ya que está usted dentro, tal vez pueda averiguar qué le pasa.
−Si me permite
usted explorar por ahí…
−Siempre que
lo haga con delicadeza…
−Vamos a ver.
¡Ah! Ya veo. El problema es que tiene usted muy poca capacidad.
−Sin insultar,
¿eh?
−Disculpe,
pero sólo tiene 24 gigas y las tiene repletas. Los ordenadores más sencillos ya
no bajan de 200. Sólo los programas que tiene instalados, seguro que ya le
ocupan más de 20. En cuanto se guarda usted cuatro datos lo abarrota como
ahora. No le cabe ni un alfiler.
−O sea, que mi
ordenador está hasta las gigas.
−Si lo quiere
expresar así… De todas formas, si quiere tener espacio para trabajar, yo le
aconsejo extraer sus datos del disco duro y guardárselos en otro sitio. Por
ejemplo…
−No, no, por favor, no hace falta que me detalle dónde me puedo meter los datos.
−Como quiera.
Y en cuanto a la Memoria RAM… ¡¡Cero noventa y nueve!! Una miseria. No me
extraña que no le funcione. La tiene usted muy pequeña.
−Bueno, eso
tiene remedio. Me han dicho que hay por ahí unos programas de alargamiento de
memoria RAM bastante eficaces. ¿No podrían aplicarme uno?
−Le va a dar
igual. Con esa capacidad, le va a dar lo mismo alargarse la memoria RAM. Lo que
tiene que hacer es renovar el hardware. Es antediluviano.
−Sí, sólo lo
he pedido ochocientas cincuenta y cuatro veces. Me dicen que aún no han
terminado de renovar los de la generación anterior. Que los de mi quinta
todavía cumplimos.
−Con 24 de
capacidad y 0,99 de RAM, es imposible estar a la altura.
−Lo estoy
comprobando. En cualquier caso le agradezco la ayuda. Buenos días.
−A mandar. Si
tiene cualquier problema, no dude en llamarnos.
Uffff. Menos mal que tenía a mano
un abanico, de mis tiempos de fan de Loco Mía.
Eso sí que es una odisea, y no el regreso del rey de Ítaca a su isla de cabras.
ResponderEliminarTodo lo relacionado con la informática es una Odisea, con mayúscula. Pero yo lo que quería era jugar con los dobles sentidos, de manera liviana, que aquí pueden entrar niños. A lo mejor es que he sido demasiado cuidadoso.
EliminarUn diálogo de comedia, altamente equívoco, no sabe uno si estamos ante un problema técnico o ante una colonoscopia... Aunque el autor lo toma por el lado erótico, no es extraño que acabe necesitando un abanico, tal vez sería recomendable una ducha fría...
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