En el post #254 “Políticas de movilidad/movilidad de las políticas”, que
pueden consultar AQUÍ, encontrarán la documentada
historia del problema del tráfico en nuestras ciudades, desde la tranquila
convivencia de los peatones con los primeros medios de locomoción en los albores
del siglo XX, pasando por la explosión del automóvil privado, símbolo de
modernidad que transforma el paisaje de nuestras ciudades desde la Segunda
Guerra Mundial hasta mediados de los setenta, y cómo la hipertrofia del sistema
invierte la valoración pasando el automóvil a ser el origen de todos nuestros actuales males urbanos.
En esa larga batalla, el tranvía
tiene un papel protagonista. A lo largo del XIX, fueron surgiendo tranvías en
las ciudades europeas y americanas tirados por reatas de caballos percherones,
que alcanzaron gran popularidad. La circulación de las ruedas planas por
carriles fijos era muy útil para evitar la irregularidad del suelo y permitía llevar grandes cargas con poco esfuerzo. De ahí se pasó a transportar pasajeros con rapidez y comodidad. Cuando llega la máquina de vapor se piensa
en usarla para los tranvías de las ciudades, pero la idea se descarta porque atufaba al personal con sus
humos. Así que alguien piensa en la electricidad como sistema de tracción
rápida y barata. La explosión del tranvía electrificado, como red de transporte
urbano de pasajeros, coincide con el arranque del siglo XX.
Los tranvías de la época dorada
tenían sus carriles trazados por la calzada sin diferenciación con el espacio
para los coches, y la velocidad resultante de la electrificación hizo que se
produjeran numerosos atropellos, porque los peatones que cruzaban se veían a
menudo sorprendidos por aquellas nuevas máquinas, potentes, silenciosas y con
unas ruedas que cortaban como cuchillas. He de decir que mi abuelo materno
falleció arrollado por un tranvía en Alicante a finales de los veinte. Lo mismo
le sucedió en Barcelona al arquitecto Antonio Gaudí. En Zaragoza, Cesar, el
entrañable pianista del bar El Avión (ver post #120), fue también atropellado
pero, según la leyenda, salvó la vida aunque perdió una pierna.
Los tranvías fueron el medio de
transporte colectivo más popular en las ciudades españolas hasta que, en torno
a los setenta, fueron objeto de extinción colectiva, en beneficio del metro y
el autobús, en un fenómeno nunca visto desde la desaparición de los
dinosaurios. ¿Por qué? Bueno, pues el origen del asunto hay que buscarlo en
Estados Unidos. Allí se empieza a extender la idea de que a las ciudades les
interesa más el autobús que no necesita raíles y puede beneficiarse de las
calzadas dispuestas para la circulación del automóvil. El tranvía, que ha de
repercutir en sus billetes el coste de ejecución y mantenimiento de su
infraestructura exclusiva, no puede competir con el bus, que aprovecha las
calzadas renovadas continuamente por las ciudades ante la generalización del
tráfico privado.
Más adelante se descubrirá que
ese ataque al tranvía era intencionado, que detrás de él estaba la potente
industria yanqui del automóvil, que la empresa National City Lines, que compró
las líneas de las principales ciudades americanas para liquidarlas y cerrarlas,
era en realidad un consorcio de General Motors, Firestone, Standar Oil y otras,
en lo que se dio en llamar el Gran Escándalo del Tranvía de los Estados Unidos
(véanlo AQUÍ).
Pero el daño ya estaba hecho. Y a la moda americana se sumaron rápidamente
España, Francia y Gran Bretaña, además de algunas ciudades de otros países. Sin
embargo, el tranvía se mantuvo en Portugal, en Italia, en Holanda y Bélgica, en Suiza y Austria, en
toda la Europa del Este y en casi todas las ciudades alemanas.
Y entonces vino el cambio en la
valoración del automóvil privado. Este cambio no es caprichoso ni responde a
una moda sin fundamento. En los tiempos presentes, la industria más
contaminante ha desaparecido de las zonas urbanas. También se han eliminado la
mayoría de las calderas de carbón. Y, sin embargo, las ciudades tienen una
contaminación altísima, sobre todo las grandes urbes del tercer mundo. Eso se
debe al coche. En estos momentos, las emisiones del automóvil privado llenan el
aire que respiramos de tres componentes muy peligrosos para la salud: las
partículas en suspensión, el NO2 y el CO. También expulsan CO2, pero este no es
un agente peligroso para la salud (sí para el calentamiento global). Sería
fácil iniciar una campaña contra el uso innecesario del automóvil, como la que
se ha desarrollado contra el tabaco. Pero ahí están la industria automovilista
y los productores de petróleo para obstaculizar todo lo que se pueda esta nueva
tendencia.
Las ciudades que están con los
tiempos, están lanzando políticas de fomento del transporte público, la
bicicleta y los recorridos peatonales. Además de poner los máximos obstáculos a
la entrada del automóvil en los centros urbanos: parquímetros, reducción de
aparcamientos de rotación y plazas de parking en las calles, reducción de
carriles rodados, zonas peatonales, exclusivas para coches de residentes o con templado
de tráfico, reducción de la velocidad máxima, etc. La creciente sensibilidad
por el medio ambiente urbano ha llevado a la industria del automóvil a
promocionar por fin los coches eléctricos o híbridos como el mío.
En Europa, el tranvía ha
recuperado el viejo prestigio. En Francia, se ha promovido desde el Estado la
construcción de nuevas líneas de tranvía en todas las ciudades grandes y
medianas del país. El tranvía es más ecológico, es fiable, seguro, regular,
eficiente, y su implantación es mucho más barata que la del Metro. La
posibilidad de contar con una plataforma reservada, mejora su funcionalidad y
resta espacio para el coche. Las ciudades suizas e italianas del norte han
renovado su red de tranvías y su flota. Lo mismo ha sucedido en Alemania, en
donde actualmente la única gran aglomeración urbana sin tranvía es Hamburgo,
ciudad que cuenta con un potente sistema de Metro y Suburbano.
Friburgo, como sus vecinas
ciudades suizas, tiene el tranvía incorporado a la imagen tradicional más
querida por sus alegres y combativos habitantes. Al terminar la Segunda Guerra
Mundial, los ciudadanos votaron por reconstruir la ciudad tal como era, con su
estructura de enrevesadas calles medievales. Sus autoridades aceptaron, pero
introdujeron una ligera corrección en las alineaciones: la anchura de las dos
vías principales del casco histórico se incrementó unos pocos metros. Lo
suficiente como para que dos líneas de tranvía se cruzaran en su plaza central.
En los 70 la ciudad resistió la moda del momento, rehusó construir el Metro y
mantuvo el tranvía en combinación con el autobús. Ahora tiene una política
integrada de movilidad que es admirada en todo el mundo, y que les detallaré en
algún próximo post. Vean de momento algunas imágenes de tranvías tomadas por mí en el último viaje. Corresponden a Friburgo (las tres primeras), Basilea (la cuarta) y Estrasburgo la inferior. Que duerman bien.
Aquí no prospera el tranvía, ¿has visto cómo están todas las calles del centro en hora punta? Entre la doble y triple fila y las sexagenarias rubias y mandonas que estacionan "un momento" para sacar unos eurillos del cajero, los tranviarios acabarían en el frenopático.
ResponderEliminarSería cosa de irlo metiendo poco a poco. No te olvides de que los comerciantes de Preciados pusieron el grito en el cielo cuando la peatonalización. Que se iban a arruinar, decían. Y que el cortar el tráfico por el Paseo de Coches del Retiro iba a colapsar la ciudad. Lo que necesitamos son políticos valientes y con algo más que serrín en la cabeza.
Eliminar