Otra vez inmerso en la realidad
cotidiana, amarrado al duro banco de la mediocridad laboral, mientras me soplan al oído que no me queje,
que los hay que están mucho peor. Desde luego que los hay y a cientos, pero me
insultan los que tal me dicen. Me faltan al respeto. Me consideran tan tonto
como para que me consuele el mal de muchos.
El calor amaga con irse retirando
poco a poco, pero todavía abochorna y sofoca a los esforzados capitalinos que
vamos pasando la canícula como podemos, algunos como yo incluso corriendo por
el Retiro. Éstos también son multitud, tal vez porque todos corremos a la misma
hora: desde que el sol se esconde hasta que ya está tan oscuro que corre uno el
riesgo de tropezarse. A media latitud como estamos, es un período relativamente
corto; en cuanto te retrasas un poco en salir, te atrapa la noche en la última
parte del recorrido, aunque la luna llena de estos días ayuda a evitar el
tropezón.
En latitudes más altas, los
atardeceres se alargan perezosamente y es una delicia ver como el sol se va acostando
sin prisa, se va dejando caer, oculto entre los grandes edificios, porque ya les he
dicho que mi hábitat natural son las ciudades. Esos anocheceres
interminables se aprecian ya en lugares como París, mucho más en Rotterdam,
Estocolmo o Helsinki. En mi reciente estancia de unos días en Edimburgo, me
alojé en un hotel de la zona de Portobello, frente al llamado Firth of Forth, es decir, el estuario
del río Forth. En este enlace encontrarán algunas de las panorámicas que podían
verse casi de noche, desde la ventana de mi cuarto.
En cambio, cuando uno se acerca
al ecuador, el fenómeno es justo el contrario, anochece en unos segundos. El
lugar más cercano al ecuador que he visitado ha sido Sri Lanka. Allí, en
Colombo, después de un día de trabajo, con la ropa empapada por el sudor, nos
íbamos al hotel, para ponernos una camiseta limpia y salir a dar una vuelta por
los barrios centrales salpicados de checkpoints
del ejército. Llegábamos al hotel a plena luz del día, nos lavábamos brevemente
las manos, renovábamos el spray anti mosquitos y poco más. Apenas cinco
minutos. Bueno, pues al bajar otra vez a la calle, era noche cerrada.
Volviendo al Retiro, el margen desde
que el sol se empieza a ocultar hasta que ya no hay luz suficiente es, en esta
época del año, más o menos de una hora. Perfecto para mi nivel actual de
entrenamiento. El único problema es que hay multitudes de corredores. Pero es
lo que pasa en esta ciudad en cualquier actividad que sea gratis. Para la
historia quedaron aquellos meses de agosto en que Madrid se convertía en una
ciudad fantasma. Ahora se va mucha menos
gente. Algunos ejemplos. En el Museo Reina Sofía hay una exposición antológica
de Dalí que lleva abierta desde abril. Durante todo el día es de pago, hasta
las siete. Luego es gratis, de siete a nueve. Bueno, pues ayer fui a sacar mi
coche del parking de residentes que hay delante del museo, en torno a las siete
menos cuarto. La cola de visitantes que esperaban la apertura del turno
gratuito, daba dos vueltas sobre sí misma alrededor de la plaza. Seguramente
había gente que llevaba más de una hora a la solana inmisericorde de la tarde.
Hice un par de gestiones que
tenía que hacer y decidí acercarme al Ikea de Vallecas, para comprar unas
perchas para el baño que me hacían falta hace tiempo, pero no encontraba el
momento de ir a por ellas. Pues el Ikea también estaba abarrotado. Familias enteras con
niños pequeños y no tanto, con cuñados, amigos y los abuelos reglamentarios.
Todos circulaban por la tienda sin prisa, probando los sillones, mirando las telas, cotilleando lo que allí se vende,
aunque me temo que sin comprar demasiado. Este es un lugar con parking
gratuito, en donde se puede pasar la tarde entera en un ambiente fresquito que,
con la que está cayendo, es cosa de valorar. Las macrotiendas de este tipo se
han convertido en el sustitutivo del antiguo paseo del pueblo, en el que las familias
circulaban arriba y abajo, y las parejas paseaban cogidas del brazo saludando a
los conocidos.
Los agostos de antes en Madrid me
encantaban. Cierto que la mayor parte de las tiendas estaban cerradas, que
había problemas para encontrar una panadería o un kiosco de prensa abiertos
(entonces todavía compraba el periódico cada día). Pero uno iba al teatro o a
ver una exposición y estaba solo. Ahora, uno tiene la sensación de que la gente
no se ha ido a la playa. Hay mucho tráfico, las tiendas están abiertas todo el
día y el personal pulula por todos los sitios a pesar del calor (al que le quedan
dos días). Pero acabo de llegar de Escocia y allí también había zonas
abarrotadas de gente con fuerte presencia de españoles, como ya he contado.
Un amigo uruguayo, que acaba de
regresar de pasar las vacaciones en su tierra, me dice que lo que más le gusta
de Uruguay es que puede coger un coche, irse a una playa o una zona rural del
interior y estar solo, sin una sola persona en kilómetros a la redonda. Que en
Europa eso es imposible. Sin embargo, les pongo aquí el enlace con un artículo
muy interesante de José Ignacio Torreblanca en El País, en el que dice que uno
de nuestros principales problemas estructurales deriva del hecho de que la
Unión Europea se creó en un momento en que en Europa vivía el 20% de la
población mundial, porcentaje que ahora es del 7%. Se nos están comiendo los
chinos y otros. Y sin embargo, uno va a cualquier sitio y tiene la sensación de
que todo está lleno de gente.
Paradojas del mundo este tan raro
que nos toca vivir. Este blog se abrió hace ya casi un año. En aquellos
entonces, estábamos todos acojonados con la subida de la prima de riesgo, que
estaba en 600 y pico. Si bucean en mis primeros posts recobrarán ese ambiente
de miedo. El señor Draghi y otros, nos intentaban convencer de que eso era
malísimo, que ese nivel disparatado de la prima preludiaba una catástrofe económica
sin precedentes para nuestro país. Y ahora está la cosa en torno a los 250
puntos. O sea que estamos de puta madre.
El problema es que uno sale a la
calle y no ve más que parados, negocios que cierran, empresas que cesan sus actividad (hace unos días Marca TV),
chavales que se tienen que ir al extranjero y todo los demás. O sea que estamos
bastante mal, aunque la prima de riesgo esté tan baja. Y digo yo. Si la prima
dice que estamos muy bien y es falso, ¿no sería igualmente falso el gran
peligro con el que nos asustaban hace un año? Hoy hemos sabido que nuestras
exportaciones han crecido a cifras nunca vistas, un dato que también es
buenísimo. Como nuestros costes
laborales se han reducido mucho, resulta que ahora conseguimos una oferta mucho
más barata a la hora de colocar nuestros productos en el exterior.
El equipo de Rajoy parece estar
enderezando una serie de indicadores, al parecer muy importantes a medio y
largo plazo. Pero, al fin y al cabo, unos números. ¿Merecía la pena llegar a seis millones de parados, a cambio de mejorar esos indicadores? ¿Acaso era ése
el único camino que nos dejaba nuestro anterior despilfarro colectivo? Si es
así, ¿por qué no nos lo ha explicado El de la Barba? ¿Tan inútiles nos
considera que cree que es suficiente que nos diga que está haciendo lo que hay
que hacer y que la culpa de todo la tiene Zapatero? ¿O es que, tal vez, si nos
contara la verdad se le caería la barba de vergüenza?
Nuevos tiempos, nuevo curso que
empieza, pero los mismos interrogantes. Que duerman bien.
Seis millones de parados, seis. Y, según un amigo mío, el crecimiento de las exportaciones es un signo más de la crisis: las empresas venden fuera lo que nadie les compra dentro.
ResponderEliminarTienes razón, ya lo he corregido. Ya sabes que los optimistas como yo siempre tratamos de endulzar los temas. Sobre una cifra de cinco y pico de una magnitud que encierra una valoración muy negativa, como la cifra de parados, los optimistas decimos cinco y los pesimistas seis. Pero es cierto que estamos mucho más cerca de los seis y por eso lo he corregido. Otra cosa es la economía sumergida y todo eso, pero no es este el lugar de comentarlo
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