Como ya he dicho, he viajado en
los últimos años en torno al mes de agosto a lugares fríos que resulta duro
visitar en otras épocas del año. Pues en ninguno de ellos había visto tal masa
de turistas como en algunas zonas de Escocia. Debe de estar de moda, supongo, y
todo el mundo quiere presumir de haber estado en el lugar que más mola. Entre
lo que más viste, parece estar la isla de Skye, que yo no he conseguido visitar
porque, no es que estuviera petada, es que en cuanto te acercabas a la costa
frente a ella empezabas a encontrarte multitudes de gentes en caravana
peregrinando a ver si encontraban un restaurante con sitio libre, o haciendo
colas monstruosas para ver unos instantes un simple crucero de piedra.
Además, si pretendías reservar un
alojamiento en cien kilómetros a la redonda del puente que constituye el
principal acceso a la isla, la Web te respondía con una advertencia: “La
capacidad hotelera de la zona está al 97%, le sugerimos seleccione otra fecha”.
Los escoceses son tipos capaces de sacar dinero de una piedra y hay mucha gente
en estas tierras dedicada al negocio turístico que, dada la climatología, viven
todo el año de lo que sacan haciendo, literalmente, el agosto. En general,
hemos procurado aprovechar que teníamos vehículo propio para huir de estas
aglomeraciones, en busca de paisajes más solitarios en los que poder hacer
rutas a pie y disfrutar de la naturaleza. Pero hemos tenido contacto esporádico
con zonas invadidas por el turismo masivo que, para una persona observadora
como yo, son un estupendo caldo de cultivo para el estudio de la conducta del ser humano, en su faceta
más gregaria.
El lugar de origen de los
turistas es fácil de determinar a partir del idioma y los acentos. Hemos
encontrado familias de sudamericanos pudientes, como argentinos, mexicanos o
brasileños. Les puedo asegurar que no hemos visto un solo griego o portugués,
estos sí que están en medio de una crisis severa. Entre los pueblos con más
tradición viajera, se distingue a los alemanes, franceses e italianos, educados,
correctos, en familias con uno o dos hijos pequeños, muy preocupados de que los
chicos no molesten y de que las mesas y sillas se queden bien colocadas cuando
terminan de comer. Los japoneses están en esa misma línea, frecuentemente son
parejas mayores, jubilados de clase media, vestidos de forma estándar,
silenciosos y respetuosos, de movimientos pausados y mirada experta.
Pero hete aquí que, en el ámbito
de los asiáticos, ha hecho irrupción un nuevo grupo bastante llamativo: los
chinos. Lo de la China actual supongo que será un fenómeno sociopolítico que se
estudiará en las universidades del mundo como algo sorprendente. Me refiero al
hecho de que una sociedad comunista, de Partido Único, como la Unión Soviética,
o la Cuba de Castro, decida de pronto que hay que implantar el modelo
capitalista, porque da mejor resultado que los experimentos de producción colectiva
y se pongan como locos a conseguirlo. Por ejemplo, ya es el segundo país del mundo
con más millonarios. Según la revista Hurun, hay 230 chinos con fortunas
superiores a los 1000 millones de dólares USA. Los planes del Partido son parar
cuando lleguen a 600. Aquí el link a la lista http://www.hurun.net/usen/HRRL.aspx.
Y estos chinos tienen que viajar y
hacer turismo por el mundo, también por decreto. Y se les nota que no saben
comportarse, que llevan sus vestidos de nuevo rico con incomodidad, que son
bruscos, autoritarios y rudos, características que los diferencian radicalmente
de los japoneses, todo delicadeza y tranquilidad. Algunas escenas al respecto. Jardines
del Palacio Hollyrude de Edimburgo. Pareja de chinos con hijo adolescente. Se
hacen cientos de fotos. Pero la madre no sale en ninguna: es la fotógrafa. El padre elige encuadres
sucesivos muy parecidos, agarra al hijo por el hombro, sonríen ambos y dicen: “aquí”.
La madre les sigue sumisa, haciendo una tras otra mil fotos idénticas.
Otra. Familia más amplia. Padre
con mando en plaza, seguramente del Partido. Su mujer y un par de cuñados en
actitud de subordinados. Varios niños. Están tomándose un desayuno de buffet,
hablan muy alto, se ponen mucho de todo y no parecen capaces de comerse todo lo
que se han servido. Uno de los niños se lleva un sonoro bofetón, probablemente no
por molestar a los demás usuarios del comedor, sino por alguna falta de respeto
al patriarca. Miradas de reprobación de las chicas que recogen las mesas. Pero
aun falta lo peor. El jefe de la familia ha terminado ya, antes que los demás, y
aprovecha el lapsus para la productiva ocupación de sacarse los mocos de la
nariz a dos manos, con ayuda de la servilleta blanca de papel, con la que se forra el meñique o hace
canutillos para facilitar la labor de prospección minera. En un momento dado, la servilleta
está ya convertida en despojo asqueroso, pero la tarea sigue sin terminar, por
lo que la esposa, solícita y sumisa, le acerca la suya propia para que pueda continuar la extracción. Todo esto mientras los demás de la mesa siguen comiendo.
Al final, todos se levantan para
irse, menos el patriarca que se queda unos minutos para cumplir una tarea
adicional. Sobre el cuenco con restos del yogur con frutas, va volcando minuciosamente
todas las sobras de los otros platos, supongo que por ayudar. Cuando ya no queda nada,
coge su tazón mediado de café con leche y lo vuelca por encima. Examina
someramente el resultado de sus esfuerzos, una sopa hedionda, y, satisfecho, se
levanta y se va. Las chicas recogen poco después el cuenco con asco evidente,
risas, etcétera. Como lo vi, se lo he contado. Hablaré ahora de los españoles.
Dejemos a un lado los grupos de catalanes, que hablan alto por el mero placer
de que por ahí fuera se sepa que Catalonya
is not Spain.
Me centraré en la familia extensa,
prototípica del sur peninsular, formada por cuñados, primos y socios del trabajo,
que se desplazan en bloque y, en cuanto entran en una sala amplia, hacen que
parezca enana. Hablan muy alto, contando sus intimidades de forma desinhibida, como
si estuvieran en su casa, confiados en que nadie les entiende. Sobresalen en
esta tipología algunos especímenes. Uno que no suele faltar: el chaval de unos
doce o trece años que sabe un poquito de inglés y se dedica a traducir a voces todos
los letreros, con el soniquete del que recita una lección aprendida y completando
lo que no entiende con recursos propios. Eso lleva a declamaciones tan
pintorescas como esta: “Durante el reinado de Jaime IV, los nosecuantos atacaron el noloentiendo y el pueblo escocés se defendió
con su característica nosequé”.
Pero el elemento más carismático de
este modelo, es el padre de familia cabreado porque lo han traído a rastras,
con lo bien que se está en Cai,
hombre, y no aquí malcomiendo y pasándolas canutas, con frío y lluvia a toda
hora. No me diréis ustedes-vosotros que no se está mejor en la Playa de
Matalascañas, hombre, con tu sombrilla, tus aceitunas sevillanas y tu finito, un
manzanilla bien fresquito, joé. Y no
poderse tomar un triste gazpacho, coño, un ajoblanco. ¡Una pipirrana, hombre!
Pero, nada: como tu amiga la Consuelo estuvo en Escocia y vino encantada, pues
todos a Escocia, a pasar frío y hambre. Por no gustarme, ni la cerveza me gusta.
Tanto rollo con la cerveza Caledonia, hombre, que parece que va a ser la maravilla
de las maravillas. Pues, para mi gusto, no es mejor que la lager del Carrefú.
La escena continúa en un
restaurante. El cabeza de familia (o más bien de ganado), está inquieto por su
madre, a la que han tenido que ingresar de urgencias para operarla de una salmorragia, y él allí en el fin del
mundo, donde Cristo dio las tres voces, pasando frío y sin poder atenderla,
hombre. Menos mal que está con ella la tía Charo, que les ha contado que eso no
es nada, que a ella la operaron de lo mismo y en dos días tenía el culo niquelao. Y en medio de esos refunfuños,
suena el móvil y el hombre se pone histérico: ¡¡¡Shhhhh. Callarsus to’er mundo
que es la tía!!! ¿Charito? Charito, dime: ¿cómo está la madre? ¿Que me vas a
poner con ella? ¡¡Espera!! Espera que pongo el manos limpias, para que pueda oír a los nietos.
Del aparato sale una voz aguardentosa y
metálica de señora de rompe y rasga, que resuena en todo el restaurante: ¿Mariano?¿Eres tú, mi arma?/Sí, madre, yo mismo en persona. Dime: ¿cómo te encuentras?/¿Que
cómo me encuentro? Te lo voy a decir. Con la estampita de la Macarena que la
tengo aquí bien apretá en la mano,
que no la he zoltao en to’er rato; y con er Orfidá, er Buprofé, el
culo que lo tengo asín un poco en
pompa, y un bombón de licor que me estoy comiendo, de los que me ha traído tu hermana que ya voy por
el segundo, pues qué quieres te diga, m’hijo:
en la gloria bendita estoy. Asín que ustedes-vosotros a zeguir de viaje, que yo no
les necesito pa ná.
Ahora díganme: si yo tuviera la
imaginación suficiente como para inventarme historias como esta, ¿no creen que
ya sería un escritor consagrado? Lo cierto es que sólo soy una persona que
observa y registra por escrito lo que ve. Que pasen un buen día.
Al co-chino ese me gustaría a mí pillarlo por medio. Le iba yo a enseñar modales rápido. En cuanto a la familia española que retrata, realmente la clava. El sello cani sin complejos. Tal vez ese estereotipo se ve más por la zona de Granada (el malafollá).
ResponderEliminarSiga contándonos cosas tan divertidas. Se ríe uno las tripas con sus historias.
Gracias por sus elogios. El malafollá se suele decir que es de Graná, pero yo los he visto, en Cadiz, en Extremadura...en tantos sitios.
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