Buenas
y lluviosas tardes en este último finde de octubre en el que los que mandan
tienen a bien devolvernos la hora que nos birlaron allá por el mes de abril,
por mor de una optimización de la productividad mal entendida, que cada año es
recibida con los consabidos artículos de prensa en los que queda claro que el
cambio de horario no sirve para nada, además de afectar a los seres más sensibles,
como los niños, los ancianos, los deprimidos, las embarazadas y, ya sé que no
se lo creen, pero también los gatos: yo tuve un gato que, cada vez que cambiaban la hora, se entristecía y ya no volvía a limpiarse la cara ni atusarse los
bigotes hasta que su organismo se acomodaba a los nuevos ritmos circadianos. Yo les agradezco
que me devuelvan la hora sustraída, pero tengo que decir que a mí me
gusta más el horario de verano, con esos atardeceres interminables en los que
uno sale a cenar a una terracita y disfruta del aire templado mientras el sol
cae por detrás de las torres de ladrillo.
Con
la perspectiva de tres días festivos por delante, es momento para
entretenimientos caseros y me parece que es mi deber de blogger escribirles
algo que les sirva de pasatiempo para aderezar esas horas de vacío en torno a
una mesa camilla, o tumbados en un sofá bajo una manta de lana, con la calefacción
recién recuperada y el disfrute hogareño de sentirse a buen recaudo, protegido de los fríos vientos
de la noche en la ciudad. Este blog es una forma de narración continua, en la
que los temas se desarrollan más allá del límite de los posts, como en las
viejas novelas por entregas. Y yo tengo varios asuntos que apuntan a una
continuación. Por ejemplo, el otro día les mostré el anuncio del concierto de
Samantha Fish el pasado día 23 de octubre en un viejo teatro de Lorain (Ohio), en donde compartía cartel con King Solomon Hicks, el bluesman de nueva
hornada que tiene esa cara de bueno tan característica.
Pues
ya está colgado el vídeo de la canción que ambos dieron de propina tras un
concierto fabuloso. Es el clásico Shake’em
on down, en el que Sam manda como de costumbre y reparte los turnos de
lucimiento después de cantar las estrofas de inicio, sobre el acompañamiento de su cigar box guitar, instrumento en el que les recuerdo que está considerada la mejor intérprete mundial. Primero le deja brillar al
teclista pequeñito Matt Wade, pide un aplauso para él y le da la venia al Rey
Salomón que se bandea como pez en el agua por las escalas pentatónicas con la facilidad que le vimos en el
último post. Sam aprovecha entonces para presentar a sus músicos, canta un poco
más y a continuación reta a Solomon a un duelo de guitarras espectacular, en el que se contrapone el sonido más rudo de la cigar box (que sólo tiene cuatro cuerdas), con la delicadeza del fraseo de Hicks. El dueto de Salomón con la reina de Saba merece la pena
verse y los espectadores de Ohio supieron apreciarlo. Es un vídeo bien filmado
y perfecto para abrir boca en este viernes desapacible.
Espectacular.
Dice un cronista local que Samantha Fish supone la irrupción más fulgurante en
la escena del rock/blues desde Stevie Ray Vaughan que, como les conté, se
estrelló con su helicóptero camino de un concierto, cuando Sam tenía seis meses
de edad. Stevie Ray Vaughan era el heredero directo de Jimmy Hendrix y nadie ha
recuperado la antorcha desde su muerte (con permiso de Tab Benoit), hasta la
llegada de Sam. Pero, después de este aperitivo, seguimos con los temas en
curso. Ha recibido muy buenas críticas mi post sobre el Brexit, incluso el
preciso retrato que de Boris Johnson hace John Carlin para la Vanguardia. Yo
creo que las personas son fundamentales en el devenir de los países y los
acontecimientos. Nada bueno se podía esperar de este sujeto, que fue capaz de
abrir la caja de Pandora de los sentimientos más deplorables del pueblo
británico, ese etnocentrismo de las zonas rurales que les ha hecho estar
incómodos en Europa desde el primer día.
Esto
del Brexit, como les digo siempre, es un fenómeno en sintonía con la elección
de Trump o la de Bolsonaro. Es como la revancha de los garrulos de las zonas
rurales (Arkansas, el Matto Grosso o la Inglaterra interior) frente a las élites urbanas (en las que me incluyo), que comprendo que
somos bastante insufribles también. Pero la solución es atarnos corto y
exigirnos un mínimo nivel político. En ningún caso la solución es regresar a la
caverna y separarnos del entorno. Pero, veamos una cosa. El Brexit es también el resultado
de la aplicación de la democracia. Mal entendida, pero democracia al fin. Digo
mal entendida, porque una decisión de ese calado no se puede dejar al albur de
un resultado 51/49 como el que se dio en el Brexit. Ahí está el fallo. Llegados
a este punto, si las reglas eran esas, tenemos que aceptar el resultado. Lo
contrario es muy peligroso, lo contrario es lo que hace el fraCasado, que no
acepta haber perdido frente a Sánchez dos veces, y eso es dudar del concepto mismo de la democracia.
El
gran Borges, que todos sabemos que era un tipo con una mente privilegiada y muy
peculiar, dejo algunas perlas al respecto. Por ejemplo, cuatro meses después
del establecimiento de la dictadura de Videla, Borges publicó un libro de
poemas, cuyo prólogo finalizaba con un par de renglones geniales que les
transcribo: Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez
me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la
estadística. Era una especie de mensaje de bienvenida a los militares, tras el
funesto período de Isabelita Perón en la presidencia, de la que Borges fue un
crítico furibundo. Pero justo es decir que luego criticó con igual dureza a los militares, se
opuso públicamente a la invasión de las Malvinas y se implicó en profundidad en la denuncia de
los desaparecidos. Borges era un espíritu libre. Sería bueno saber qué opinaría
sobre estas historias penosas de nuestro presente.
Los
británicos están ahora pagando su peaje en forma de desabastecimiento y crisis
económica. Yo no tengo duda de que estarían mejor en Europa, pero allá ellos. Sé
que muchos de los que votaron sí al Brexit están desolados y arrepentidos, pero
hay otros muchos que están encantados, que han recuperado la vieja idiosincrasia
imperial y que incluso no verían mal (lo han dicho) que se establecieran medidas de racionamiento, que a
algunos vejestorios les retrotraen a la gloriosa época de la Segunda Guerra
Mundial. ¡Qué divertido!, mientras nos podamos tomar un té con una nube de leche, no tenemos de qué preocuparnos. Otros reaccionan con resignación y con el típico humor británico. Vean,
por ejemplo unas imágenes de la estantería de un supermercado londinense.
Los espárragos se han acabado por el desabastecimiento, pero no pasa nada: se sustituyen por una foto, a
guisa de trampantojo, y a vivir. Incluso, en uno de los estantes, se han
equivocado y han pegado la imagen al revés, como se observa en detalle en la segunda
foto.
En
fin, que se va haciendo de noche y yo quiero ponerles al día de mis afanes
cotidianos, que tanto les interesan. Les dejé con que estaba pendiente de tres
llamadas, por las reparaciones del tocadiscos Dual, mi primera guitarra
eléctrica heredada de mi hijo Kike y el cristal frontal del móvil que se me
astilló cuando me caí por irlo consultando de noche y sin poner suficiente
atención al suelo. Bien, del tocata aún no sé nada. La guitarra me la dio ayer
reparada Juanmi el Guitarrero, que me había prometido que lo haríamos a medias
para que yo aprendiera como se debe calibrar una guitarra eléctrica. Pero luego
se le fue la olla, se le olvidó y me llamó cuando ya la tenía terminada. He de
añadir que no me cobró nada, por lo que habré de invitarlo a comer o al menos a
unas cañas. Ya ven que me está saliendo todo a precio de ganga. Y queda lo del
móvil. También lo tengo reparado. Pero esto da pie a un pequeño relato, muy en
la línea del blog y demostrativo de ese pequeño pronto que tengo a veces.
Es
un pronto que no puedo evitar, cuando pienso que alguien me está chuleando con
disimulo, pero que se desvanece en cuanto la situación se aclara. Es una ira
instantánea y evanescente. Les recuerdo una historia a título de ejemplo.
Cuando llegué a San Diego en mi viaje más bloguero, me subí a un taxi conducido
por un negro que era un auténtico borrico y dio pie a un post que se llamó
precisamente así: un auténtico borrico. Por si quieren repasarlo, se trata del Post #747.
Si no les apetece leerlo, les resumo la parte más interesante. El taxista se
porta conmigo como un mastuerzo, aunque no era mala persona, pero me lleva
finalmente a la puerta del hotel. Le pago lo que dice el taxímetro y me
pregunta: ¿Qué hay de la propina? Le explico que no me ha gustado su servicio y
por eso no le doy propina, pero puedo añadir un dólar más al pago. Me dice que
es poco. Le anuncio que no le voy a dar más y, entonces, activa una palanca para
abrir el maletero trasero y me dice que me baje yo solo las maletas.
Bajo
el equipaje, lo coloco en la acera con parsimonia y le digo al tipo que baje la
ventanilla. Entonces le espeto desde fuera que, si quiere cerrar el maletero, tendrá que bajarse y hacerlo él mismo, porque yo no tengo intención. Al tipo le entra la risa floja,
a mí también y entonces añado: vale, tranqui, ya le cierro yo el maletero. Como
ven, un pronto instantáneo y evanescente que acaba de forma amable. Pues algo parecido me sucedió, más o menos, en el servicio técnico de Huawei, al que acudí atravesando
el Retiro por segunda vez, cuando me avisaron por Whatsapp de que ya tenían el
cristal de repuesto. El local, muy iluminado y primorosamente decorado con fotos de paisajes,
pretende mantener el orden de atención a los clientes con un expendedor de
tickets a la entrada, en el que has de teclear el tipo de servicio que quieres (entrega, reparación,
recogida de aparato reparado, etc.).
Yo
escogí el botón adecuado y obtuve el número 74. Pero había mucha gente y, a
pesar del sistema de tickets, en la tienda reinaba un cierto caos. Al fondo
había dos mostradores, con mamparas de cristal anti-covid, atendidos por un
chico y una chica muy jóvenes. Pero allí entraba gente después de mí a la que
atendían antes, con o sin número, debido, imaginé, a que les habían mandado a dar una
vuelta por una reparación rápida. Decidí
calmarme, pasar de ese caos y entretenerme con las noticias que podía consultar
en mi móvil roto. Como digo, siguieron atendiendo a gente que llegaba detrás de
mí, pero yo estaba decidido a no darle importancia. En esas entró un chaval
tirando a modernito de clase alta, flequillo empinado, ropa de marca y cargado con
un montón de apuntes desordenados, que sujetaba con dificultad para que no se le cayeran al
suelo. El tipo se sentó a mi lado y se puso a enredar con su móvil.
En
un momento dado, el chico del mostrador de la izquierda se quedó libre y empezó a dar voces: ꟷEl 73, quién tiene el 73. Era el
número anterior al mío. Nadie se daba por enterado. Como en una intuición, pensé que a
lo mejor mi vecino de asiento era el interpelado y no se enteraba porque estaba
enfrascado en su móvil. Así que le dije: ꟷOye, ¿no tendrás tú el 73? A mi pregunta respondió con
un respingo y enseguida dijo atropelladamente: ꟷ¡Ah! Sí, sí, sí, yo tengo el 73. Y para reforzar su
afirmación, añadió: ꟷ¡Claro! Y se dirigió al mostrador. Me pareció muy rara
su actitud, le vi que ponía su montaña de apuntes a un lado y hacía ademán de
hacer entrega de su móvil al empleado, con el que empezaba a hablar. Me puse de
pie como un rayo y les interrumpí con cara de poca broma: ꟷPerdonad un momento, ¿estás
seguro de que tienes el número 73? ꟷSí, sí, ese es mi número. ꟷ¿Y dónde tienes el ticket?
El
chaval empezó a tantearse los bolsillos de la camisa, el trasero del pantalón (en
algún sitio lo debo de tener ꟷdecía), luego rebuscó entre los apuntes, sacó la cartera y la abrió sin resultado. El
empleado, mientras el otro hacía todo ese teatro, empezó a sacar de su funda el
móvil que le acababan de entregar para ir adelantando, pero, con la misma cara de mala leche, le
señalé con el dedo y dije: ꟷNo empieces a trastear con ese móvil, porque si este
caballero no encuentra su ticket, me vas a atender a mí primero que tengo el 74 (se lo mostré); si quieres luego lo atiendes a él. El chaval, muy colorado, seguía rebuscándose el
ticket por todos lados, el empleado se quedó helado en
mitad del gesto y la tensión se palpaba en toda la tienda, con los demás
clientes pendientes del asunto como si un imán atrajera sus miradas.
En
ese momento, la dependienta que atendía el mostrador de al lado, con voz dulce
y como un poco asustada, terció para decir: ꟷSeñor, yo ya estoy acabando, sólo me falta darle las
vueltas a esta señora y les vamos a atender enseguida a ustedes dos, no hay por qué
hacer un problema. Tenía razón. Respiré hondo y dije: ꟷVale, está bien, atiéndele a él, que yo me
voy al otro mostrador. La tensión se desactivó de forma
instantánea. La chica me atendió, le dejé mi móvil y me dijo que necesitaba una
hora para la reparación, que me fuera a dar una vuelta y que, al regreso, no tenía
que coger ticket ni nada. Como ya me habían avisado que esa era la dinámica,
llevaba mi ordenador colgado al hombro. Me fui al cercano Starbucks Coffee, me
pedí un café y un croissant y terminé allí mi post que no sabía cómo titular y
que finalmente se llamó What the fuck are
we just talking about, una frase que saqué del estribillo de un rap que sonaba en el café a todo volumen.
Así que ya se lo saben todo. Ahora les agradecería que opinen sobre esta historieta, sobre mis prontos y cómo la ira instantánea se me evapora en un segundo. Yo creo que esto se debe a mi capacidad de salirme de mí mismo y mirar las situaciones como desde fuera. Cuando hago eso, a veces veo con toda claridad que el asunto se ha terminado, que no hay por qué seguir porfiando. Pero admito otras teorías. Por cierto, yo tengo la rutina de contestar a sus comentarios con un desfase de dos posts, por responder más en frío. Si no lo saben, a lo mejor se pierden algunos cruces de comentarios bastante sabrosos. Por ejemplo, les recomiendo que vuelvan al post sobre el zurullo primigenio. Los comentarios y réplicas del final yo creo que superan el contenido del propio post. Hala, ya no les pongo más deberes, que pasen ustedes un puente delicioso bajo la lluvia, vayan con Dios.
Por apuntar una explicación a tu comportamiento con ese pronto iracundo que se disuelve a la misma velocidad, tal vez sea otra muestra de la lucha entre los dos Emilios, el personaje autoinventado para el blog, esa especie de superego que se va comiendo el mundo, y el Emilio real, más prudente y veterano que, desde dentro de tu cabeza, te susurra: para el carro, te estás pasando y estás montando un número excesivo.
ResponderEliminarEn cualquier caso, a mí me dan también mucha rabia las viejecitas que se me intentan colar en el mercado haciéndose las ingenuas.
Gracias, amigo, quien quiera que sea usted. Eso es muy literario y va en el sentido de lo que yo digo a veces sobre mi alter ego bloguero. Pero creo que la explicación es más sencilla: mi ira es algo instantáneo que se desvanece en cuanto el oponente se muestra tranquilo y sin ánimo de pelear. Es una cuestión de carácter, igual que otros siguen y siguen con la bronca hasta que la montan. Tal vez esos están resentidos y lo que buscan es precisamente la bronca. Yo creo que hay mucha gente que sale de su casa por las mañanas muy alerta, a ver si alguien les falta, para montar un pollo. Puro Freud.
Eliminar