Les
confesaré que ya he agotado todos los trucos para titular estos posts en que
hablo de un batiburrillo de temas diferentes sin un orden preestablecido, desde
las típicas expresiones como miscelánea, cajón de sastre o cabos sueltos,
pasando por todos los símiles culinarios, ensaladillas y pipirranas diversas, encurtidos y
variantes, hasta las simples enumeraciones de dos o tres conceptos
aparentemente sin relación alguna, pero que encuentran su nexo en el interior
del texto. En busca de nuevos títulos, he dado con este, que alude a los
antiguos relatos de ciegos, en versión ilustrada y unidos por una cuerda, que
se vendían en los mercadillos desde los tiempos medievales y que constituyen el
antecedente de los tebeos y los comics. Si quieren saber algo más al respecto,
pueden pinchar AQUÍ.
Porque
lo cierto es que hoy tengo en mente hablar de unos cuantos temas diferentes y
todavía no sé cómo los voy a enhebrar. Empezaré por tranquilizarles, queridos
seguidores de este blog, sobre un tema que sé que les tiene muy preocupados: puedo
garantizarles que mi nombre no va a salir en los llamados Papeles de Pandora,
igual que tampoco figuré en los de Panamá. Estas cosas conviene dejarlas
claras desde el principio, que luego se lleva uno sorpresas. Yo, por ejemplo, encontré a la mujer
de un amigo en el merdé de las tarjetas black y me quedé atónito. En este caso,
no sé ustedes, pero yo no me he llevado ninguna sorpresa con los nombres que
van saliendo. ¿Les extraña algo ver ahí a Pep Guardiola? A mí nada. ¿Les
extraña que aparezca Vargas Llosa? A mí, no sólo no me extraña, sino que me
ayuda a explicarme algunas de sus recientes opiniones y apariciones públicas. Y que se ande con ojo, que la Preysler ya le ha dado puerta a más de un marido por mucho menos.
Por
cierto, menudo ojo el del fraCasado con los invitados a la convención
itinerante del partido que le habían diseñado el campeón mundial de lanzamiento
de güitos de aceituna y sus adláteres, para relanzar definitivamente su figura de cara a las elecciones de dentro de dos años (largo me lo fiáis, amigo
Sancho). Primero se hizo la foto con Sarkozy, a quien puso de ejemplo de
gestión pública impecable. A las 24 horas lo condenan a un año de cárcel por
corrupción. Después, sale Vargas Llosa como ejemplo de escritor comprometido y
no izquierdoso. Y le sacan en los papeles de Pandora. Y, por último, el
canciller de Austria Sebastian Kurtz dimite de su cargo a los tres días
de participar en el congreso del PP, acusado igualmente de corrupción. La coña
que se traen al respecto las redes sociales es de época. Comparan esta
convención con la boda de la hija de Aznar en El Escorial, donde un buen número
de invitados acabaron procesados. Dicen que ya nadie va a querer que los invite
cualquiera de estos dos señores.
Me
dice algún lector que hay que ver qué manía le tengo al fraCasado. Es verdad,
ustedes habrán detectado que no me meto tanto con Ayuso ni con Almeida. Es que,
él es el que manda en el partido y da las directrices, los demás siguen la
línea que les marca. Ayuso va más por libre y detrás de sus acciones se ve
la mano de MAR, que es un tipo cien veces más listo que el de los güitos. Pero
es que incluso desde el punto de vista de los intereses del PP, yo creo que no
les conviene ese tipo de actuación política, sin proponer nada, sólo diciendo
que todo lo que hace Sánchez está mal y que en cuanto llegue al poder va a
derogar todas las leyes que se aprueben en este período. Su único proyecto es
negativo, derogar leyes, no propone nada en positivo. He leído en alguna parte
que esta forma de actuar, que no es exclusiva suya, tiene un nombre:
vetocracia. Es decir, actuar en positivo cuando se está en el poder y dar por
culo cuando se está en la oposición.
No
me gusta nada esa forma de actuar y tampoco cuando la hace la izquierda. Por
ejemplo, es el tipo de actitud que detecté en Rita Maestre en el asunto de
Madrid Central. Si le llegan a tumbar a Almeida la nueva Ordenanza de
Movilidad, el 15 de septiembre cualquier camión podría haber atravesado por mi
barrio para coger un atajo en su ruta, como defiende Vox. ¿Qué pretendía esta
señora? Pues lo dicho: dar por culo. Que todo fuera a peor para que todos los
madrileños viéramos lo malo que es Almeida y dentro de dos años la votáramos a
ella (los que tuviéramos todavía los pulmones sanos). Por eso dije hace un par de posts que esta señora era también una fracasada. Hasta pensé ponerle en
mayúscula la ce intercalada.
En
relación con esto, les hablo de una de las cosas que he aprendido recientemente
en mis clases de inglés. ¿Conocen ustedes el significado de la palabra inglesa compromise? ¿Creen que significa compromiso? Claro, es que ustedes no dan
dos horas de clase semanal con el bueno de Ed. Para que lo sepan: compromiso, en el sentido en que se usa
la palabra en castellano, se dice en inglés commitment.
En cambio, compromise significa lo siguiente:
arreglo al final de una negociación, al alcanzarse un punto de acuerdo,
diferente de las posturas iniciales de ambos negociantes, que permite
desbloquear una situación previa de conflicto. Todo eso quiere decir compromise. Es un término fuertemente
arraigado en la cultura anglosajona, que no tiene traducción directa al
castellano; suele traducirse, en función del sentido general positivo o
negativo de la frase, por arreglo o componenda. Pues ese es un concepto que
desconocen los políticos españoles, como el fraCasado Pablo y la fracasada Rita.
Para
alcanzar un compromise, ambas partes
han de sentarse a la mesa dispuestas a ceder en una parte de sus pretensiones de
inicio. Es toda una cultura, que supone que existan políticos de altura, que se
sienten a la mesa con voluntad de acuerdo y que tengan algunas premisas innegociables,
por ser fundamentales, y otras que se pueden tratar y matizar por ser
accesorias. Los políticos españoles no hacen eso. Primero, les cuesta mucho
sentarse con el contrincante. Y luego constatan que no hay nada que hablar,
porque ni uno ni otro están dispuestos a ceder ni un milímetro. En cuanto se les propone tocar una coma de un texto, se levantan de la mesa. Lo de Rita
Maestre es de libro. Se opone su grupo a la nueva ordenanza porque dicen que
van a entrar al centro 15.000 vehículos más, que ya les he contado que es
falso, como estamos notando todos los que vivimos aquí.
Encima,
cada comerciante tiene derecho a inscribir tres vehículos, con lo cual la
cuenta se aumenta a 45.000, cuando es obvio que cada día van a entrar sólo con
uno, y además este personal no suele tener muchos coches. Y, en una entrevista
reciente con Rita, esta señora habla ya de 50.000 vehículos, redondeando al
alza, otro truco dialéctico de libro. Lo de que el PSOE se haya subido a este
carro es ciertamente patético. Por el contrario, los cuatro a los
que los medios de izquierda demonizan como tránsfugas, díscolos y pedorros, en
mi opinión han actuado a la inglesa, dispuestos a llegar a un compromise y poniendo en primer lugar
los intereses de los ciudadanos que les han votado y que les pagan sus sueldos.
Mi postura al respecto está totalmente clara. Más Madrid y el PSOE han votado
en este tema alineados con Vox. Marta Higueras y mis medio amigos Calvo, Cueto y Llamas nos han salvado de tragar más humo. Chapeau para ellos.
Pero
yo no quería hablar tanto de temas de actualidad, cuanto, siguiendo los
consejos de mi amigo el Ateo Piadoso, de esas peripecias cotidianas que, al
parecer, tanto les divierten. Empezaré por decirles que continúo con el
tratamiento que me prescribió la oftalmóloga para erradicar totalmente el
orzuelo de mi ojo izquierdo, al que intuyo derrotado y en retirada, porque ya
casi no me molesta. La pomada que me tengo que dar es un poco molesta y me hace
ver un poco borroso al principio, pero ya he logrado ponérmela en el interior
del párpado sin que se me salga toda por fuera. En cuanto a lo de darme veinte
minutos de calor, el invento ese del gel que se calienta al microondas y se
aplica en una bolsa de toalla, pues es muy cómodo y uno mismo puede regular la
temperatura para no quemarse. Vean un par de selfies, que los pliegos de cordel
han de tener por fuerza imágenes.
¡Guerra al orzuelo traicionero! ¡Fuera de mi ojo bichos invasores! Por lo demás, mi
vida insignificante sigue sin mayores sobresaltos. Estamos ahora en medio de un
puente, de esos que me resultaban tan apetecibles cuando era un ciudadano activo. Ahora apenas
siento la diferencia con los demás días. Y además me muevo entre gente que
tampoco hace mucho caso del calendario. Por ejemplo, Elena, mi profesora de
yoga no hace puente y hoy tengo clase normal con ella. Tampoco descansa Ed, el
profesor de inglés, que mañana seguirá contándome cosas interesantes como cada
martes, aunque sea fiesta nacional. Ya les he dicho que incluso salgo más en
los días de diario. El viernes pasado, por ejemplo, pasó por Madrid mi amigo
Alfred, comimos juntos en la terraza de las Bodegas Rosell y luego tomamos un
café en el Botánico. Si llega a ser un día festivo, no hubiéramos podido
hacerlo, porque en este Madrid post-covid, todos los espacios libres están
petaos. Vean la foto conmemorativa de nuestro encuentro.
Bien,
ya que quieren anécdotas de las minucias de mi vida diaria, les contaré una,
pero primero tengo que ponerles en contexto. Hace como diez años o más, empecé
a tener alto el colesterol. Mis médicos de la privada me recetaron Crestor de
10 mgs. Empecé a tomarlo y, a los quince días me hice una analítica de control.
Resultado: se me habían disparado las transaminasas. Entonces decidimos reducir
la dosis a 5 mgs (una muestra de compromise,
que los ciudadanos de a pie solemos aplicar; son los políticos los únicos que funcionan
a base de líneas rojas y cordones sanitarios innegociables). El principio del
Crestor es la rosuvastatina. Recuerdo que, por aquellos tiempos no existía la
pastilla de 5 mgs, así que yo debía partir cada una de 10 con un cutter. Luego empezaron a comercializar el de 5.
Hace
dos años, en la revisión que me hice antes de mi viaje a Madagascar, resultó
que mi colesterol estaba controlado, pero se me habían disparado los
triglicéridos (se consignó en el blog). Y me recetaron Ezetimiba de
10 mgs. Desde entonces tomo religiosamente cada noche mis dos pastillas. En el
chequeo que me acabo de hacer, la analítica me salió niquelada, tengo todo bien
y, tanto el colesterol como los triglicéridos y lo demás, en cifras de
quinceañero con buenos hábitos. Esto no es sólo por la medicación. Es que, desde el cerrojazo de la pandemia en marzo de 2020, estoy haciendo deporte
con regularidad y comiendo básicamente en casa y eso se nota. También tengo
menos estrés desde que me jubilé y me dedico a hacer las cosas que más me gustan.
Pero la jubilación tiene también otros efectos. En la cuenta de mi banco entra ahora mensualmente una cantidad que es más o menos la mitad de la que entraba cuando era activo. Y el Crestor y la Ezetimiba son medicamentos caros, que pago cada vez en la farmacia. Estoy haciendo una política de reducir gastos de donde se pueda y este es un gasto absurdo que podría eliminar si me pautan los medicamentos en mi tarjeta sanitaria. Por otro lado, ahora tengo más tiempo para hacer determinadas gestiones, para las que antes no encontraba hueco. Le consulté a mi doctora de cabecera en lo privado y me dijo que tenía que pedir hora en lo público y llevarle mis últimos informes. Es un trámite sencillo ꟷañadióꟷ, pero a algunos médicos de lo público les da por poner pegas, así que procura ser educado y cordial.
Me acerqué, pues, al Centro de Salud que me toca, primera vez que piso ese lugar
salvo para que me activaran la tarjeta sanitaria virtual. Llego y digo que
quiero ver a la doctora de cabecera que me corresponda. Respuesta: le toca la
doctora Menganita, que está de baja prolongada y no va a volver en un tiempo.
Pero si lo que quiere usted es sencillo, le puedo dar una cita con la
sustituta, la doctora Shin Hwang. Cojonudo, pienso. Tengo muchas cosas que
contar de Corea del Sur en mi ánimo de ser empático, mi hijo Kike hizo un curso
en Seúl, tomo té de ginseng rojo coreano, tengo varias amigas que trabajan como
intérpretes y que me han traído grupos de visitantes de su tierra y hasta sé
decir hola en coreano.
Llego
el día de la cita. La chica es muy joven, delgada, nerviosa, pelo negro largo y
liso, guapísima. Me habla en un español correcto con acento como sudamericano.
Le pregunto si es coreana y me dice que sí de origen, pero nacida en Tenerife.
Su rapidez y su desenvoltura me avisan de una forma de ser muy concreta y por
prudencia me guardo todas mis referencias coreanas que llevaba listas para
halagarla. Recurro al plan B. Le digo que soy un partidario incondicional de la
sanidad pública (esto es cierto), pero que durante muchos años he tenido buena salud y un
sueldo alto y para las pequeñas cosas he tirado de la privada no porque la prefiera, sino precisamente
por dejar que haya más medios a disposición de la gente más humilde. Si hubiera tenido alguna dolencia grave, habría recurrido a la
pública. Pero ahora soy un pensionista y ya no me puedo gastar tanto dinero en
medicinas.
Veo
que ha cogido el informe y lo está copiando en el ordenador con movimientos
ágiles de sus diez dedos sobre el teclado y sin hacer ni puto caso de lo que le
voy diciendo, así que opto por callarme. La chica ha debido de copiar el
informe entero por lo que ha tardado, todo eso sin mirarme a los ojos. Cuando
veo que para, le comento: ꟷEntiendo que esto debe de ser algo sencillo. Respuesta.
ꟷNo tanto. ¡Ay madre! ꟷpiensoꟷ, qué será lo que pasa. Me
explica que ella no es partidaria de la rosuvastatina, sino de la sinvastatina.
Le digo que eso es un problema de marcas. No, es un producto diferente, más
suave. Pero entonces no me vale con una pastilla
de cinco. No, yo le recetaría una de 20. Pero yo no quiero tomar tanto
medicamento. Es que las dosis no son iguales, usted sabe que un ibuprofeno de
600 es equivalente a un paracetamol de uno. Pues esto es igual.
Le cuento que cuando probé el Crestor de 10 con la Ezetimiba, se me dispararon las transaminasas. Es que ꟷme diceꟷ, con esto que yo le recetaría, ya no tendría que tomar Ezetimiba. Le digo que tengo muchas dudas, que con esa combinación de fármacos que tomo he logrado un punto de equilibrio que, junto con el deporte, me permite unas cifras de control excelentes. Que me da miedo cambiarlo. Que no entiendo por qué me niega un favor que es sencillo y respaldado por un informe muy extenso de una compañera suya que me trata hace tiempo. Me contesta que entiende mi punto de vista, pero yo tengo que entender también que ella no es una simple secretaria para hacer un acto administrativo a mi capricho, sino una doctora en medicina con su propio criterio médico.
Sigo
dudando y entonces me dice que, si acepto su propuesta, ahora mismo me pone los
medicamentos en la tarjeta. En caso contrario, tendré que seguir pagándolos. Me
está empezando a irritar. Creo que es una chica muy mona, marisabidilla y
mandona, con la carrera recién acabada, que sólo busca imponer su criterio por
encima de todo. Le digo que lo siento mucho pero tengo que consultar con mi
doctora, antes de acceder a un cambio de medicación que no veo justificado con
los resultados de mi analítica en la mano. Y, en ese momento, entra en la
consulta un enfermero colombiano alto y guapísimo y los dos se ponen a
coquetear abiertamente. Esto ya es el colmo. Primero, no tendría que haberle
dejado pasar hasta haber terminado conmigo. El tipo disimula como que viene a
coger unos informes de una estantería al fondo, pero la chica se pone de pie a
ayudarle y pasa de mí. Así que opto por recoger mis papeles y salir. Ni
siquiera me ha dicho adiós.
El
estrambote de esta historia es que llamé a mi amiga la doctora S. quien dictaminó
que, además de marisabidilla y mandona, la china es una ignorante, porque la sinvastatina
en ningún caso puede sustituir a la Ezetimiba, que tiene por finalidad controlar los
triglicéridos. En fin, ahora estoy en trámite de encontrar un doctor amiguete
que me quiera pautar las medicinas en mi tarjeta, como un favor de amigo.
Parece que no es muy complicado. Por supuesto, el apellido de la china es
imaginario, ella se llamaba de otra manera y no quiero causarle ningún problema ni buscarme líos. Pero creo que la moraleja de esta
historia viene a incidir en lo mismo que les decía a principio de este post:
que a los 70, uno sabe reconocer a las personas a partir de su físico.
Y
voy a concluir con un ejemplo muy claro de esto. Hace un par de semanas, los
diarios se hicieron eco de las declaraciones del nuevo Ministro de Prisiones de
Afganistán, que dice que las ejecuciones y amputaciones son necesarias para el
mantenimiento del orden en el país, de acuerdo con el credo islámico radical.
Como ya les he contado, al tipo al que pillan robando cualquier cosa, unas
patatas, una docena de huevos, se le amputa la mano izquierda. Y si, tiempo más
tarde, sigue robando con la mano que le queda, se le amputa el pie del lado
contrario. Lo único que dudaba el ministro era si esas amputaciones (y
las ejecuciones) debían hacerse o no con público, en la plaza mayor. Las
declaraciones son terroríficas. Pero lo que verdaderamente da miedo es el
retrato del tipo que las ha hecho. Con su imagen les dejo. Es una cara que encajaría plenamente en cualquier pliego de cordel de la Edad Media. Que tengan una buena semana.
Muy bueno lo de compromiso en inglés y español. Ya llamamos fashion victims a los currutacos.
ResponderEliminarGracias. Lo segundo no lo pillo.
Eliminar¿Ministro de Prisiones? ¿De verdad tienen un ministerio exclusivo para aterrorizar a la gente que está en la cárcel y a la que podría ir a parar allí por cualquier futilidad? ¿Y han puesto al frente a ese señor feudal que mira con un solo ojo medio enrojecido, como Millán Astray? Pero, ¿en qué mundo vive el resto del mundo?
ResponderEliminarTal cual. Como lo oyes (o lo lees). Ese señor que sólo necesita un ojo para fulminarte con esa mirada patibularia, es el encargado de la política penitenciaria de los talibanes. Y el mundo mira para otro lado.
EliminarTal como sucede en otros ámbitos de la Administración (e incluso de la empresa privada), la cuestión no está en el procedimiento, sino en las personas. Yo vengo yendo (curiosa expresión idiomática, casi incompatible en sí misma) al médico de familia (antiguo "de cabecera") de la Seguridad Social desde hace años, sin perjuicio de acudir a determinados especialistas, cada vez más numerosos por mor de mi edad, de la privada, pero me he convertido, gracias a la capacidad mental de todos ellos, en el "correíllo" entre unos y otros, de forma que me chivo al de "cabecera" de cuanto me recetan y comentan los de la privada, y viceversa, hasta el punto de que no ha faltado ocasión en la que, con toda corrección, alguno de estos últimos me ha pedido que transmita al médico funcionario alguna sugerencia, e igualmente ha ocurrido en el sentido opuesto. De este modo se ha establecido una colaboración médica a distancia, cuyo beneficiario he sido yo. Y, por supuesto que tengo colgados de mi tarjeta cuantos medicamentos me recetan los de la privada.
ResponderEliminarLo dicho: En el fondo, todo depende de las personas y de su catadura mental, que da idea de su auténtica valía. Por eso precisamente, cuando he ejercido mi profesión, he atendido antes a la calidad de mis colaboradores (subalternos o no) que a su grado de conocimientos, pues éstos pueden adquirirse con cierta facilidad si así se desea, cosa que es harto difícil, imposible diría yo, en el caso de la auténtica valía personal. Nunca me he arrepentido de ese criterio.
Por cierto, no sé por qué, pero no me gustaría ni siquiera conocer a ese ministro (aunque, la verdad, tampoco a otros muchos que yo me se.)
Querido ateo piadoso, poco que añadir a tu comentario, ponderado y oportuno como de costumbre. Sí te digo que en mi texto he dejado a la doctora oriental de mala de esta película y creo que le debo una disculpa, por algo que averigüé después. Pero las rectificaciones es justo que se hagan en el mismo formato que lo rectificado, así que corregiré mi exceso en un nuevo post, y no en una réplica como esta, que lee mucha menos gente. Quedo comprometido a ello.
ResponderEliminarYo también busqué siempre colaboradores en el trabajo que fueran buenas personas. A mí un cabrón no me servía para nada, porque no podía fiarme de él. Pero no todo el mundo pensaba como tu y yo.
Al ministro ese, yo, si lo veo a diez metros, echo a correr. Me da mucho miedo.