Vaya, anteayer fue el último día de obligatoriedad de la mascarilla por la calle. Y ayer sábado me levanté y me preparé para salir a correr. Mientras me vestía me tomé mis habituales café solo y medio litro de agua de la nevera a traguitos. Al mismo tiempo le eché un ojo al ordenador y vi en portada de los diarios las escenas de la noche antes, a las doce en punto, cuando la gente joven que andaban de farra hicieron una cuenta atrás: tres, dos, uno, CERO y se quitaron todas las mascarillas levantando sus manos al cielo con la uve de la victoria. Así que salí a correr esperando ver a un personal desenmascarado y feliz por el Retiro. Nada más lejos de la realidad. Entre los corredores y ciclistas la inmensa mayoría iba sin mascarilla, igual que antes. Pero entre los peatones yo le calculo tres cuartos de enmascarados y como mucho un cuarto de gente a cara descubierta. Lo mismo he observado en mis siguientes salidas a la calle.
Es algo un poco raro, ¿no creen? ¿No estaba todo el mundo hasta la coronilla (por no citar otras partes menos nobles de la anatomía personal) de ir embozados? ¿No decía la gente que se ahogaba con este calor, que les sudaba el bigote y se les empañaban las gafas? Entonces, ¿cómo es que ahora que se puede ir sin mascarilla la mayoría de la gente la sigue llevando? Hay una explicación, digamos, políticamente correcta: el personal tiene miedo, hay rebrotes graves en Gran Bretaña y en Portugal, la variante india es más contagiosa que la otra, no responde tan bien a las vacunas y hay que ir poco a poco, no se puede quitar todo el mundo el cubrebocas así de pronto. A esto se une una cuestión práctica: si la tienes que llevar en el bolsillo y andártela poniendo cada vez que se te echa la gente encima o entras en un local cerrado, pues casi es más cómodo llevarla puesta y así te quitas de coñazos.
Pero yo tengo una explicación más ajustada a los términos habituales del blog, es decir, absurda, humorística y a la vez arrimando el ascua a mi particular sardina (por cierto, es ahora el mejor momento de comprar sardinas frescas: por San Xoán, a sardiña molla o pan). Quiero decir que, aquí en Madrid, no debemos olvidar que en las recientes elecciones autonómicas, se registraron 3.644.577 papeletas, 1.620.213 de las cuales fueron para la señora Ayuso, es decir, cerca del 45%, o lo que es lo mismo, casi una de cada dos. Es decir que uno de cada dos madrileños se tragó el discurso, o el relato de esta señora.
¿Y cuál era ese relato? Pues también se lo recuerdo. El grito de LIBERTAD-LIBERTAD-LIBERTAD partió de las manifestaciones de Núñez de Balboa, en las que los pitongos, polloperas y niñatos del Barrio de Salamanca se quejaban de que no podían tomarse el vermú en José Luis. La señora Ayuso hizo suyo ese grito y lo convirtió en su mensaje central. Miren, yo no suelo leer la propaganda electoral de ningún partido, los sobres que me meten en el buzón van directamente a la papelera sin abrir. Pero me dicen mis amigos que los del PP no contenían nada escrito, ningún programa electoral, como los de los demás partidos. Sólo una foto de la candidata más la palabra Libertad. Ya les he dicho que MAR es un genio de la comunicación. Aquí ven lo que les digo.
Este mensaje se complementa con el latiguillo del fraCasado, según el cual, todo lo que decide Sánchez esta MAAAAAL, está muy MAAAAAL, está fatal, qué mal está. Ya conocen el mensaje: Sánchez lo que quiere es acabar con la democracia y crear un régimen leninista, bolchevique y bolivariano, en el que no podamos ganar dinero, vayamos todos vestidos de gris y nos requisen nuestras viviendas para uso y disfrute de sus milicianos con coleta. Ese es su plan secreto y para lograrlo tiene que seguir en el poder, aunque se apoye en terroristas y separatistas. Muy bien, pues si todo lo que hace Sánchez está mal, la decisión de permitir que nos quitemos las mascarillas, también. Lo que quiere Sánchez es que vuelvan a subir los contagios para volvernos a confinar, que no podamos ejercer nuestra libertad-libertad-libertad tomando cañas en las terrazas y seguir con su plan de cambiarnos de régimen.
Por lo tanto, casi uno de cada dos madrileños probablemente no se quite la mascarilla porque lo ha dicho Sánchez. Esperarán a que lo diga Ayuso y entonces se la quitarán todos. Mientras tanto, esta señora se va a Ibiza a pasear por el malecón sin mascarillas y darse morreos con su novio contraviniendo las medidas de aislamiento. Lo clásico de la derecha: disfrutan ellos de lo que prohíben a los demás. Ellos se han opuesto históricamente al divorcio, al aborto, al matrimonio gay y ahora también a la eutanasia. Pero, cuando le toca a un familiar, pues tiran de contactos y hacen lo que quieren, incluso yéndose al extranjero si hace falta.
¿Alguien ha pedido en nuestro país que la señora Ayuso dimita por darse un lote con su nuevo novio? No. Sin embargo, en Gran Bretaña, el Ministro de Sanidad ha tenido que dimitir después de que los tabloides (me encanta el nombre) publicaran sus fotos achuchándose con su consejera más próxima, estando ambos casados y, lo peor de todo: ¡tocándole el culo! ¿No han visto las fotos? Ya las han eliminado de Internet, pero les pongo abajo una imagen de lo que queda de ellas en redes. Las captó una cámara de seguridad del Ministerio y el vigilante que se las filtró al Sun se ha debido de forrar. Se me ocurre un refrán apócrifo: cuando las ganas de follar aprietan, ni las distancias covid se respetan.
En fin, que estamos en 2021, pero muchas cosas siguen igual que antes de la Guerra. Por eso está de plena vigencia la obra de teatro que fui a ver el viernes al Teatro Español. Se llama Una noche sin luna y es un monólogo extraordinario del actor Juan Diego Botto, centrado en la figura de Federico García Lorca. El propio actor la ha escrito y creo que es una de las mejores obras de teatro que he presenciado en mi vida, de verdad, no recuerdo una emoción igual desde la primera vez que vi a la compañía de Lindsay Kemp, allá por los 80. El público se puso en pie como un solo hombre y le dedicó al actor una ovación como recuerdo pocas. ¿A qué se debe tanto entusiasmo? Pues precisamente a que el tema sigue estando de actualidad.
En la obra se va contando la preocupación de Federico de acercar el teatro a la gente humilde, con su compañía ambulante La Barraca, con la que va por todos los pueblos de la geografía española representando las obras del teatro clásico, desde Cervantes, Lope de Rueda, Tirso de Molina y Lope de Vega hasta Calderón. Y se ve también cómo le putea la censura, por rojo y por maricón, y como le prohíben hasta los teatrillos de guiñol con los que empezó. Botto interpreta tanto a Lorca como a los que le insultan y durante un trecho bastante largo de la obra se transfigura en un facha prototípico (para lo que se pone una chaqueta), con un discurso acojonante, es que es como si estuviéramos viendo a Abascal.
Si no han visto este acontecimiento magnífico les recomiendo vivamente que lo hagan. Han hecho ya una gira por toda España en condiciones covid y están en Madrid hasta el 11 de julio, tras de lo cual, probablemente repitan la gira. De verdad, merece la pena verlo. Lorca iba por los pueblos y cosechaba bastante éxito, porque la gente de las clases sociales más desfavorecidas agradece mucho que se les acerque la cultura, siempre que se les explique y se les ponga en contexto adecuadamente. Mi experiencia de muchos años trabajando en el Ayuntamiento en tareas de participación, me demostró que los vecinos de los barrios son los que mejor saben cuáles son sus problemas y son muy abiertos a que se les expliquen las cosas, siempre que te pongas a su nivel y no los avergüences con terminología técnica abstrusa. La gente que acude a estos eventos es muy proactiva, tiene mucha curiosidad y le gusta aprender.
Lorca fue un adelantado a su tiempo en este sentido, pero hay mucha gente que se dedica a acercar la cultura al pueblo, hoy en nuestros días. El sábado acudí al barrio de Palomeras a ver el concierto que daba allí la big band que dirige mi profesor de blues Enrique, a quien aprovecho para saludar en este post, y darle la bienvenida al blog, puesto que el amigo común que me puso en contacto con él, tuvo a bien hace unos días darle la dirección y lo primero que se encontró al abrirlo fue el ya archifamoso calvo del que tanto se ha comentado. Como muchos de los habituales de este foro tienen un apodo o seudónimo (El Coronel Groucho, el Amigo X, Alfred, o el Ateo Piadoso), mi nuevo lector va a ser Henry Guitar, homenaje a la maravillosa película Johnny Guitar y su inolvidable requerimiento a su adorada Vienna: Miénteme, Vienna, miénteme, por favor, dime que me quieres.
El concierto era a la una de la tarde, bajo un sol de justicia. Habían habilitado unos toldillos para el público, porque el sol pegaba bien, pero los músicos hubieron de venir provistos de sombreros de paja para protegerse. La banda tiene un batería, una percusionista, un bajo, un guitarra, un pianista y unos doce o catorce saxofonistas, trompetas y metales diversos, todos de los barrios del sur y alumnos de la escuela a la que yo voy. Y el bueno de Henry Guitar los dirige en piezas de Duke Ellington, Benny Goodman, Gershwin y similares, entre las que les coló el Milestones de Miles Davies y el Valery de Amy Winehouse, cantado por una vocalista muy aparente que salió a cantar varios temas.
Henry intercaló también algunos temas propios y les explicó a los presentes lo que iba tocando. Los presentes no éramos más de cuarenta, casi tantos como músicos, pero fue un evento muy emotivo, porque la banda tocaba por primera vez después de la pandemia, un tiempo en el que apenas habían podido ni verse, mucho menos ensayar y algunos habían estado malos. Hice algunas fotos del evento, que les pongo a continuación.
Al final, me quedé a tomar un botellín de Mahou con ellos y con algunos del público. Como han visto, el concierto tuvo lugar en un pequeño espacio libre delante de la Asociación de Vecinos Nuevas Palomeras. En un lado, alguien de la asociación ponía a secar las camisetas de colores que se habían utilizado antes en un evento infantil. En un momento dado, se empezó a levantar un aire fresquito bastante insistente, una bendición para el público, pero una putada para los músicos, cuyas partituras empezaron a salir volando.
Pero allí estaban los vecinos para hacer de la necesidad virtud, utilizando las pinzas de colores del tendedero improvisado para sujetar las partituras. De todas formas, los músicos no pararon de tocar a pesar de las partituras volanderas, lo que me trajo a la memoria la intervención del anciano Buster Keaton en la escena final de Candilejas, cuando trata de acompañar al Chaplín violinista con un piano y un atril un tanto particulares. No hay mejor colofón para este post veraniego. Que sigan disfrutando del buen tiempo y de la posibilidad de circular por ahí sin mascarilla. Buena semana.
Tio Milu yo creo que la gente tarda tiempo en enterarse. Lo de mantener la distancia aún no lo entendieron y llevamos ya año y medio de pandemia. Con lo de las mascarillas, pues igual ni se enteran y no se la quitan ya más porque, entre otras cosas, oculta la papada. Todo tiene su aquel.
ResponderEliminarSí, querido Mariano, que la gente siga llevando la mascarilla es el resultado de todos esos factores: miedo a un bicho que todavía no ha sido vencido y está por todas partes, carácter práctico (se lleva más cómodamente puesta que en la mano, como los sombreros), la posibilidad de ocultar esa papada que nos va colgando a todos y, además, una ventaja añadida: este invierno no nos hemos cogido ningún constipado fuerte ni nos hemos pillado la gripe, gracias a la bendita mascarilla. Un abrazo.
EliminarEn este país, en el que todos somos más papistas que el Papa, basta con que la autoridad nos conceda algo para que renazca el espíritu indómito del Duque de Alba (del tatarabuelo; claro) y reaccionemos con un "-¿con que ahora me autorizas? ¿A quién vas a autorizarme tú; tío mindundi? Pues yo ahora hago lo que quiero, ¡pa que tenteres!-" y que se joda el capitán, que yo no como el rancho.
ResponderEliminarEsa es mi opinión en este sentido. Se trata, simplemente, de la chulería barata del que escupe al pie y después se marca un "-¿yo? Yo... ¡yo he escupío al suelo!-.
Muy típico del celtíbero.
En cuanto a la ilustración cinematográfica con la que que cierras este capítulo,he que reconocer que tengo debilidad por el inmortal e insuficientemente valorado Buster Keaton, pero no me negarás que aquí tiene una actuación auténticamente magistral.
(Bueno... como todas las suyas).
Pues era un matiz en el que no había caído: el gusto por llevar la contraria, característico de la gente de este país. ¿Que es obligatorio llevar mascarilla? Pues a quejarnos todo el rato y procurar quitárnosla en cuanto podamos. ¿Que ya no nos obligan a llevarla? Pues ahora nos la ponemos.
EliminarBuster Keaton era un genio y su intervención en Candilejas es lo mejor de una película en la que un Chaplin ya mayor abusaba del melodrama y mostraba su mala adaptación al cine sonoro.
La astucia de MAR va más lejos: En los impresos de propaganda dirigidos a votantes jóvenes, efectivamente,la imagen de IDA, con una vistosa chaqueta de cuero negro, resaltaba el lema "Libertad". Pero probablemente en el tuyo ponía "Seguridad". Y en el panfleto, la dama aparecía ataviada con una chaqueta de corte más conservador azul pepero. Una pena que no te fijaras. A Boni y a los muchachos intentó conquistarlos con la libertad. A mí, con la seguridad. No picamos ninguno de los cuatro.
ResponderEliminarPues es cierto que toda la propaganda electoral que me llega al buzón de correos va directamente al cesto de los papeles, así que no puedo juzgar. Incluso recuerdo mi cabreo cuando Ciudadanos hizo esa misma propaganda en unos sobres de plástico anaranjados, en tiempos de desastre climático ya evidente.
EliminarMAR es un tipo bastante peligroso, porque es muy listo, no tiene vergüenza y es valiente. Además, no tiene nada que perder.