Bueno, pues aquí me tienen de nuevo en Madrid, pasando un calor de la hostia, un calor asfixiante, insufrible, insoportable, un calor-que-te-cagas. Esta mañana en mi clase de inglés se ha dicho it’s too hot, extremely hot, scorching hot, boiling hot o torrid hot. Pues todo eso sufro yo en mi ático del Barrio de las Letras y más tras haber pasado una semana en La Coruña a 21 grados de máxima bajo una brisa mariñeira deliciosa. El lunes 7 me levanté en casa, hice el equipaje estrenando la maleta que me regalaron los compañeros del curre por mi jubilación, y bajé al coche. Le pedí al portero que me hiciera una foto de turista accidental y aquí tienen el resultado.
No voy a hacer un relato exhaustivo de mi semana, ya les conté algunos detalles, hice todas las gestiones que tenía que hacer y me quedó un margen para pasear por la ciudad, especialmente al anochecer, cuando me quedaba solo en el hotel. Lo mejor de todo fueron los dos días en que mi amigo Berto me llevó de excursión a dos zonas muy queridas que me retrotrajeron a mi infancia coruñesa: un tramo de la llamada Costa de la Muerte y otro del litoral entre Coruña y Ferrol. En la primera (Ponteceso, Corme, Laxe) pasé un par de veranos en casa de un amigo cuyo nombre ni siquiera recuerdo y del que años después supe que se había metido a cura, las vueltas que da la vida. Por la segunda (Pontedeume, Puente del Pedrido, Caveiro), solíamos ir de excursión con mis padres en el seiscientos, a disfrutar de las playas y el campo. Lo mejor es que les ponga algunas de las fotos que tomamos por allí.
Aunque viajé con bañador y toalla, no me bañé ningún día. Lo que sí hice fue salir a correr por el paseo marítimo, el miércoles en dirección al Monolito del Milenio y el sábado hacia la Torre de Hércules. Ambos días hice unos 60 minutos de carrera efectiva. Como les dije, tuve que encontrar una melodía más rápida que el Slow Down de los Beatles para llevar en mi cabeza, porque alguien que entrena en altura, al llegar a la costa vuela. Tal vez no se lo crean, pero ambos días fui tarareando el tema Ça plan pour moi, cuya historia ya les he contado en el blog, aunque supongo que no la recuerdan. Y las paseantes coruñesas me miraban como a un autentico friki, cuando me cruzaba con ellas cantando eso de muá-muá muá-muá. Escúchenlo.
Referencias de un viaje a los tiempos de la perdida normalidad. En Galicia el nivel de contagios está bajo y la gente empieza a despertar de la pesadilla. En la calle todo el mundo lleva mascarilla, pero las terrazas de los bares están a reventar, aprovechando el aire fresco y soleado. Este sábado pasado se hizo en todas las ciudades gallegas un experimento, tutelado por la Xunta, consistente en abrir una discoteca por ciudad, con aforo reducido y exigencia de prueba negativa de covid. En Coruña, la disco que se abrió fue la sala Pelícano, con capacidad para 3.000 personas. Se vendieron sólo 1.000 entradas, que se agotaron en unas horas. Aún están pendientes de evaluar si se han producido brotes como consecuencia de esa reapertura puntual. Pueden encontrar una información a posteriori del evento en La Opinión Coruña, para lo que han de pinchar AQUÍ.
En los días anteriores, encontré en la prensa local una entrevista con el propietario de la discoteca. Le preguntaron si no temía que se organizara un desmadre y contestó con mucha seguridad. Para él la gente joven es muy cumplidora de las normas, cuando las hay; son mucho peores los adultos (y los viejos teenagers como yo, que no hacemos caso de nadie). Lo que pasa es que en la calle no hay normas y por eso se desmadran tanto en los botellones callejeros. Nunca había oído algo así, pero puede que tenga razón. Mis hijos, cuando iban a una fiesta fuera de Madrid, siempre se quedaba uno de ellos sin beber para conducir el coche de vuelta. Mis amigos y yo no hemos hecho eso en la vida: conducíamos de vuelta con el pedo bien puesto, despacito y con mucha prudencia, únicamente preocupados de los controles anti-doping.
Este domingo, cogí el coche de vuelta a Madrid. A la ida, había hecho como tres paradas, a poner gasolina, descansar, comer algo. Para la vuelta tenía pensado hacer lo mismo pero, cuando llevaba 200 kms, me encontré fuerte y descansado para seguir, y lo mismo a los 250 y a los 300, mitad de trayecto. Fueron decisiones sucesivamente improvisadas, porque tampoco necesitaba gasolina. Entonces, a poco de pasar los 300 kms de conducción continua, la pantalla del salpicadero de mi coche eliminó todas las cifras, gráficos e informaciones de ruta, para mostrarme únicamente el icono de una gran taza de café humeante con un letrero debajo: ¿No cree usted que debe hacer un pequeño descanso? Intenté quitarlo tocando todos los botones, pero no pude. Así que paré a echar gasolina. En cuanto encendí el coche de nuevo, la pantalla habitual se había restablecido.
Ya saben que hay gente muy paranoica con que nos están vigilando todo el rato con cámaras de seguridad en las esquinas de las calles y en las tiendas. Con este coche nunca había conducido más de 300 kms sin pararme, pero me quedó claro que estamos continuamente vigilados, empezando por nuestros propios coches que son muy listos. Por lo demás, con esa única parada tardé cinco horas y media de puerta a puerta, una marca que nunca había conseguido. Tenía prisa por volver al scorching heat, por una serie de urgencias pendientes. La primera, tenía que escribir antes de hoy un texto de 800 palabras sobre el programa que desmanteló las chabolas de Palomeras y demás asentamientos en torno a Madrid, sobre la que di un par de clases en la ETSAM. Una de las profesoras que me invitó, me ofrecía la posibilidad de incluir ese extracto en el E-book de la asignatura para este curso.
Lo terminé ayer, se lo mandé y entonces empecé a ocuparme de la declaración de la renta, que este año me voy a tener que hacer yo solito, porque, como saben, el vecino que me ayudaba a cambio de 50€, falleció por covid en marzo de 2020. En el verano pasado, una amiga se ofreció a ayudarme y me fue de muchísima utilidad, pero este año dice que no quiere repetir, porque aquello le causó muchísima ansiedad, hasta el punto de que ni dormía. Me ha sonado a excusa femenina, con perdón, pero nada más lejos de mis intenciones que causar ansiedades a nadie con mis problemas domésticos. Mi declaración de este año es sencilla y ya estoy en ello. El año que viene valoraré si me compensa el coñazo o encuentro a alguien que me quiera ayudar sin pedirme mucho dinero.
Con motivo de todo esto, estoy ralentizando el ritmo de publicación de posts, pero por lo que veo en las estadísticas de visitas al blog, tampoco ustedes parecen demasiado interesados, igual que sucede cada verano o cuando llegan las Navidades. Si yo fuera malpensado, imaginaría que mis seguidores no me leen en vacaciones porque usan mi blog para escaquearse un rato del curro. La verdad es que más bien tiendo a ligar este bajón al hecho de que la gente no viaja con el ordenador y aprovecha para descansar también del coñazo de estar siempre conectado a las redes. Por hache o por be, lo cierto es que mi anterior post ha tenido muy pocas visitas y ningún comentario. También puede ser que se hayan quedado ustedes anonadados ante el calvo con el que me sumé a la manifa facha de Colón. Miren, creo que ese evento no se merece por mi parte más que un calvo (de Carmen Calvo). Les confesaré que el autoselfie me salió a la segunda: en el primer intento se me veían los huevos, algo bastante antiestético, así que lo repetí apretando el culo para que quedara más aparente.
Estos días en La Coruña he tenido tiempo de pensar al respecto. Y he llegado a una visión clara: estas manifestaciones en Colón contra una decisión (la que sea) que adopta el gobierno en el ejercicio de sus competencias, son primas hermanas de las que montan los islamistas en países deprimidos del tercer mundo cuando alguien extiende el rumor de que en Occidente han insultado a Mahoma o algo similar. La gente se ofende y acude como borregos sin saber exactamente de qué protestan. Como aquí somos más civilizados, no hay grandes disturbios, ni heridos ni destrozos, pero la esencia es la misma. No he leído a ningún periodista diciendo algo como esto (tampoco dedicándoles un calvo, de Carmen Calvo).
Dice Manuel Jabois, periodista y escritor gallego heterodoxo, que los grandes beneficiados de estas manis de Colón, son dos: Abascal y Pedro Sánchez, que puede luego agitar el espantajo de la foto de los dirigentes posando juntos. Por eso los de PP y Ciudadanos han sido muy cuidadosos de ni cruzarse con Abascal. Yo vine oyendo la radio en el coche, donde retransmitían a ratos en directo. Y escuché cómo ovacionaban a Ayuso y, en cambio, a Casado le cantaban con música de Guantanamera: ¿dónde está el máster? ¿Casado, dónde está el máster? ¿Dónde está el maaaaaaster? ¿Casado dónde está el máster? Arrimadas parece que se quedó remoloneando por la zona de la Biblioteca Nacional, sin entrar a la plaza, hasta que se cubrió el aforo y luego ya no le dejaban pasar.
¿Qué pienso yo de los indultos? Pues lo tengo bien claro. Yo los habría indultado ya hace mucho tiempo, me parece un despelote que llevemos tres años y medio con esta gente en la cárcel, en un régimen ciertamente amable, pero sin libertad, y encima que les estemos pagando la manutención entre todos. Yo, como digo, les hubiera sacado de la cárcel hace mucho. Ahora, eso sí, la inhabilitación para cualquier actividad política se la mantendría de por vida; que se dediquen a otra cosa. Dicho esto, entiendo que Sánchez, que es un maniobrero contrastado, haya esperado para poderlo utilizar a su conveniencia, a ver si con esto del indulto consigue reconducir el conflict. Es que si lograra eso, que es lo que quiere la mayoría del pueblo catalán (por eso ganó Illa las elecciones), hasta podría optar a la reelección cuando se acabe la legislatura, que es su sueño.
Lo que pasa es que, como no lo consiga (que es muy probable), la señora Ayuso se lo va a comer con patatas, después de haberse zampado al fraCasado de aperitivo. Es que lo del fraCasado es muy fuerte, yo tengo muy claro que no da la talla para dirigir al principal partido de la derecha española, a mí me caen mejor Ayuso, Almeida o Feijoo. Buscando en mi maravilloso Gran Libro de los Insultos, de Pancracio Celdrán, he encontrado el adjetivo que más le cuadra a este señor: pitongo, un vocablo bastante en desuso que Celdrán define con precisión casi quirúrgica: Pollopera, niñato; joven redicho y remilgado de familia bien, hijo de papá, presuntuoso y un tanto gilipollas. Es que lo clava.
Ya sé que muchos piensan que le tengo manía, pero veamos. Encontré en Youtube el discurso de este señor al Grupo Popular del Parlamento Europeo, un vídeo de casi media hora. Y me lo escuché entero, con atención, hay que ver lo que argumenta el enemigo. Y he de confesarles que al principio no estaba mal; hacía alguna crítica de la política exterior de Sánchez, proponiendo alternativas y manejando cifras y datos bastante demoledores. Hablaba de la relación con USA, de Marruecos (antes del asalto de niños a Ceuta), de Latinoamérica. Todo lo declama con ese tonillo como de estar diciendo algo gracioso o muy ingenioso, esa media sonrisa estúpida que usa continuamente (sólo se puso serio cuando atacó a Abascal en el Congreso y ahí estuvo bien, a pesar de que le salieron algunos inoportunos gallos, seguramente por la falta de costumbre de hablar en ese tono).
Pero es que, a medida que va avanzando el vídeo, cualquiera se da cuenta de un detalle: Sánchez lo hace todo rematadamente mal, según él, y no por torpe, sino por malvado. Y uno piensa: joder, qué casualidad que este señor no haga ni una cosa bien, ni por error. Ese detalle, sumado a la media sonrisa, desvela que eso de que Sánchez la ha pifiado es un latiguillo, una especie de tic. Haga lo que haga Sánchez, este pollo va a decir que menuda cagada. Y esas cosas las capta la gente. Que la gente es muy lista. A este niño pitongo, Ayuso se lo va a quitar de en medio con el revés del dedo meñique, como se echa a un insecto aterrizado en la mesa de comedor. En cuanto le estorbe.
Y no olvidemos que este señor llegó a su puesto cuando el PP fingió ser el partido moderno que no es y organizó por primera vez en su historia unas primarias para elegir a su secretario general. Y que, en primera vuelta, esas primarias las ganó Soraya, pero hubo que ir a una segunda vuelta, en la que la presunta delincuente Cospedal, que había quedado la tercera, volcó su apoyo a Casado, por puro rencor a Soraya. O sea que llegó de carambola y ni siquiera tenía en orden los papeles del máster ese que parece que le regalaron sin haber ido ni a clase, como a Cifuentes. Por todo eso, su discurso es de piñón fijo: Sánchez lo hace todo mal. Y si va a promover los indultos no es para reconducir el conflict sino por puro aferrarse al cargo. Es tan tonto que no se da cuenta de que ese argumento se le puede aplicar también a él: todo lo que hace es para quitar a Sánchez del puesto, no porque le importen otras cosas.
En fin, ya ven que aunque me vaya a La Coruña una semana, yo sigo también con mis leit motivs: el fraCasado es uno de los más recurrentes. Y por supuesto, Samantha Fish. Este sábado, horas después de que se cerrara la discoteca Pelícano, por el desfase horario, Sam tocó dos horas seguidas en el festival Stomp the Blues Out of Homelessness, organizado en Springfield (Missouri) para recaudar fondos para la gente sin hogar del estado. Les voy a poner el enlace del concierto completo, a falta de la última media hora, obviamente no para que se lo traguen entero, sino algunos trozos si quieren, sólo para que vean el aspecto actual de la diva. En el frontal del escenario un mensaje: bueno, dices que estás triste, tienes agujeros en los dos zapatos, te sientes solo y confuso, pero tienes que seguir sonriendo.
Sam empieza con Bitch on the run, con un sonido bastante malo (luego mejora). Le acompañan su bajo habitual después del confinamiento Ron Johnson, un batería blanco que no es manco y una novedad: un teclista que le da cuerpo al grupo, porque además hace coros. Este teclista se parece bastante al Nowhere Man que salía en la película Yellow Submarine, pero es un buen músico. A media canción, a Sam se le suelta la bandolera que sujeta su pesada Gibson SG y ha de hacer malabarismos para seguir tocando sin que se le caiga. Parece que se hace un poco de daño en los dedos porque acaba la canción y ha de hacer unos cuantos estiramientos de dedos de la mano izquierda, clave en su desempeño. Abajo tienen el vídeo, pero quiero reproducir aquí lo que dijo una asistente al concierto en Facebook al día siguiente:
¡Gran show Samantha Fish! Gracias por
regresar a Springfield, Missouri, para ayudar a acabar con la falta de vivienda.
Hay muchas razones por las que me gusta
Samantha. Su música es de verdad. Puedo relacionarme con ella como una mujer
del Medio Oeste. Es trabajadora, genuina y valiente. Algunas de sus canciones
hablan de superar obstáculos y de malas relaciones, PERO no tienen las letras duras
y obscenas que puedes escuchar en otras músicas.
¡Y ella es simplemente una buena persona! Un
chico estaba fuera con una guitarra de caja de puros esperando a ver si ella se
la firmaba después del show.
Ella no salió a hacer el Meet and Greets (¿se la puede culpar? La imagino cansada, iba vestida de cuero negro y se estaría cociendo). Sin embargo, uno de los miembros de la banda llevó la guitarra a su tráiler y ¡la firmó! Le arregló la noche al chaval.
¡Mis mejores deseos para Samantha! ¡Ella es una estrella en ascenso!
La cenacha es una impresentable, presuntuosa, inculta, etc. Morirá con fuego amigo, al tiempo.
ResponderEliminarQuerido, cada uno tiene sus fijaciones, la tuya es la cenacha y no te faltan motivos para tenerla entre ceja y ceja. La mía es más el fraCasado, porque, en general, me ponen más nervioso los tontos que los malos.
EliminarBuenas fotos y razonamientos. ¿Podrías concretar eso de la excusa femenina? Es que nos has dejado un poco intrigadas a algunas...
ResponderEliminarDaría para mucho el tema. Hablo de una cierta femineidad tóxica. Tal vez en un próximo post entre a este trapo. Simplemente te hago una pregunta: ¿Te imaginas a un varón escaqueándose de ayudar a un paseante caído en la calle con la excusa de que eso le genera ansiedad? A cosas como esa me refiero.
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