Sí señor, los primeros aires fresquitos
cayeron sobre Madrid el viernes, al poco de publicar mi post anterior. Eso ha traído un fin de semana muy agradable, en el que mi terraza ha
dejado de ser una sauna apenas protegida por los toldos nuevecitos, para
convertirse en un lugar grato al aire libre, ideal para leer, escribir y
completar mis trabajos pendientes. Tenía dos temas a terminar antes de hoy lunes, en teoría mi
primer día de vacaciones, pero ya les he dicho a mi jefa y a mi
compañera M. que no los tengo listos, pero que a cambio voy a seguir en activo
toda esta semana, con el compromiso de terminarlos. Y les ha parecido
bien. No podía ser de otra manera, si tenemos en cuenta que estoy a menos de
seis meses de que me den una patada en el culo y me manden a casa (donde, por otro lado, ya
estoy, porque esto del teletrabajo no es más que una transición tranquila a la jubilación). A ver quién me dice nada.
Una de
las tareas a las que tendré que dedicarme en estos meses venideros, es
recoger mis efectos personales del despacho. Ya he hecho la parte digamos
virtual. Empecé por subir a la FNAC a comprarme un disco duro externo para copiar todos
mis archivos. Tenía ya uno de esos discos duros externos, comprado hace años, en ese momento el de
más capacidad: 500 gigas. Lo tengo medio lleno y pensé que no sería suficiente.
Ahora hay discos de un tera, de dos, de cinco y hasta de 14 teras (ahí
debe de caber todo el conocimiento mundial desde la Edad de la Piedra). Los
precios también varían: 40 euros el de un tera, 50 el de dos y
más de 300 el de 14. Pedí consejo a un empleado de la tienda y le expliqué para
qué lo necesitaba, mi próxima jubilación y bla-bla-bla. Quiso saber a qué me dedico.
Al urbanismo. ¿Y guarda usted planos? ¿Archivos de Autocad o de Arc-Gis?
Le dije que algunos sí, pero pocos, lo que más conservo son documentos de
texto. Entonces con el de un tera le sobra.
La verdad es que los planos y los documentos más pesados los guardábamos de costumbre en los archivos comunes. Con mi flamante disco externo, me acerqué un día a la oficina,
completamente vacía y desangelada. Me descargué todos mis archivos personales.
Tal como dejé mi ordenador de mesa ya lo pueden tirar o formatear para dárselo a otro. No creo que
lo vuelva a encender nunca más. Lo siguiente, para estas próximas semanas, será ir
con unas cajas de cartón para llevarme los libros y los objetos de mesa que no quiera tirar. Tengo que hacerlo en varias veces. Quizá se despejen pronto las dudas sobre si voy a volver algún día al trabajo
presencial. Si, como me temo, es que no, hablaré con mi jefa para ver si quiere
que me dé prisa y así puede darle mi despacho a algún compañero. Pero tenemos que
coordinarnos bien, no sea que se lo quiten, que hay mucho buitre al acecho.
Ya lo ven: los nuevos tiempos han llegado.
Más que llegar, nos han arrollado, con esto del virus. Yo estoy feliz en mi encierro, me
encuentro bien en mi casa, con la terraza recién arreglada. Lo del teletrabajo
me encanta y no tengo ninguna nostalgia de volver a la Isla de Alcatraz, lo
único que me tira es el bar de mis amigos y puedo ir a visitarlos cuando quiera, de
hecho ya lo hago, ahora que se aparca sin problemas por la zona. Entre ustedes
y yo, lo único que echo de menos es la posibilidad de hacer viajes por el
mundo, eso es lo que me jode. Les recuerdo que, cuando se desató esta
calamidad, yo tenía ya hasta los billetes para ir a Paris y Lille, a dar dos clases en sus universidades respectivas que ya tenía apalabradas y visitar a mis hijos, viaje
que habría completado con un encuentro en Rotterdam con mi amiga indonesia Tantri, a
la que no sé si volveré a ver algún día y con quien ya tenía hasta el restaurante elegido para cenar. Tendría, pues, motivos para estar
amargado, pero no me da la gana.
La verdad es que no me puedo
quejar. He sobrevivido a la primera andanada de la epidemia sin grandes daños y
me sigo cuidando para aguantar las sucesivas. Y sólo añoro la posibilidad de pillar un
avión y largarme a dar una vuelta por el mundo adelante. Algún día eso se podrá volver a hacer. Una de mis ilusiones es combinar alguno de esos viajes con la
posibilidad de ver un concierto de Samantha Fish en vivo. Ahora mismo no me
movería por ningún otro artista. Entre los lugares en que actúa fijo esta mujer, está el Cigar Box Guitar de Nueva Orleans, que es cada mes de enero, como saben, y para el que recibí una oferta de un pack-VIP. Y también el Blues and Brews Fest, el festival de la cerveza y el blues de Telluride (Colorado), que suele ser en septiembre y que este año se ha suspendido.
Telluride es un lugar de montaña con una estación de esquí. Y los artistas que se prestan a ello, pueden tocar una canción en acústico en una de las cabinas del teleférico que te sube a los remontes de la pista. Los vídeos los usan luego para propaganda de la estación de esquí y del pueblo. Como se pueden imaginar, Samantha aceptó el reto y cantó a pelo una de las canciones que suele interpretar con la cigar box. Este es el resultado. Ella misma se presenta con su impagable acento sureño y, como no tiene batería, lleva el ritmo con los golpes de su tacón izquierdo, como lo hacía Neil Young en el vídeo que les traje el otro día. Primerísimos planos de nuestra diva preferida.
Esta mujer lleva la música en la
sangre. A diferencia de muchos artistas del rock, que están publicando vídeos
grabados en Zoom con multipantalla o produciendo otros con técnicas de
animación, como Sheryl Crow, Samantha permanece callada, seguramente descansando,
reflexionando y componiendo nuevas canciones. Está en su querida ciudad de
Kansas y prepara su vuelta a los conciertos, si el Covid lo permite, para el
próximo día 8 de octubre en la sala Knuckleheads (cabezas huecas) de Kansas City. Como no mejoren las cosas, tendrá que retrasarlo otra vez y dejarlo ya para
después de las elecciones. Pero de momento, este es el cartel anunciador del
evento, que ya está a la vista en todos los colmados y centros comerciales de
la ciudad.
Telluride es un lugar de montaña con una estación de esquí. Y los artistas que se prestan a ello, pueden tocar una canción en acústico en una de las cabinas del teleférico que te sube a los remontes de la pista. Los vídeos los usan luego para propaganda de la estación de esquí y del pueblo. Como se pueden imaginar, Samantha aceptó el reto y cantó a pelo una de las canciones que suele interpretar con la cigar box. Este es el resultado. Ella misma se presenta con su impagable acento sureño y, como no tiene batería, lleva el ritmo con los golpes de su tacón izquierdo, como lo hacía Neil Young en el vídeo que les traje el otro día. Primerísimos planos de nuestra diva preferida.
Los americanos llevan cinco meses
confinados (nosotros, seis) y no ven la salida cerca. En una interesante
entrevista (por Zoom) que se publica en El País, el escritor negro Colson
Whitehead (curioso esto de que un negro se apellide cabeza blanca), ganador de
dos Pulitzer seguidos por sus dos últimas novelas, reflexiona sobre esto del
encierro. Él lo está pasando en Nueva York y lo lleva bien, es una fase más de la vida, dice, que se puede aprovechar
para cosas como escribir una novela, o hacer la tesis, trabajos que serían más difíciles
de afrontar en otras circunstancias. No pierde de vista la importancia de las
próximas elecciones, dice que cuatro años más de Trump serían una verdadera
catástrofe para su país. Pero lo que más me interesa: preguntado sobre cómo
hacer para no desanimarse en esta situación tan anómala, viene a decir que no
podemos perder tiempo con lamentos ni caer en la autocompasión.
Que ahora mismo hay mucho trabajo para conseguir que la gente no tenga impedimentos para votar libremente (ya saben
los intentos de Trump de evitar el voto por correo). Que, una vez que se
consiga (en su caso) elegir un presidente mejor que Trump, habrá que ocuparse del virus,
la devastación económica, la atención a
las vidas destrozadas, la lucha contra el racismo. Y, suponiendo que avancemos en eso, habrá que volver a
pensar en el medio ambiente. Así que, concluye, estamos jodidos. Pero hay que
seguir en la lucha. Como dice Arundhati Roy:
somos hormigas cruzando una autopista y tenemos que seguir adelante como
podamos, es nuestra obligación.
Y nos queda confiar en la
ciencia. Hoy las ciencias (verdaderamente) adelantan, que es una barbaridad.
Les pongo unos ejemplos. Me cuenta un amigo que están probando una nueva
quimioterapia experimental contra algunos tipos de cáncer, como el de pulmón. El producto, que se ingiere por boca, potencia de forma increíble a los leucocitos. Los leucocitos ya son
de por sí unos hijos de puta, que devoran elementos patógenos, células
cancerígenas o lo que les pongan por delante. Pero este producto los hace
todavía más malvados: ya ni siquiera tienen que devorar a las células
cancerígenas, sencillamente, las convencen de que se suiciden. Algo así como
cuando a Woody Allen le pisaban las gafas cada vez que metía la pata (en Toma
el dinero y corre) y en la última escena de la película, directamente se da
cuenta de que la ha vuelto a cagar y él mismo tira las gafas al suelo y se las
pisa. Parece que el tratamiento está resultando muy efectivo, sólo hay que
vigilarlo de cerca para que los leucocitos no extiendan su poder de convicción a las
células sanas.
Otro caso. Como saben, tengo una
jungla en mi terraza, en la que hay abundante fauna: mariposas, mosquitos
(espero que no del Nilo), abejas, avispas, moscas y dípteros diversos. Las
salamanquesas están eufóricas, todo el día de fiesta, después de las privaciones que han sufrido
durante años. Pues entre los organismos que han aparecido por ahí, ya les conté
que estaban unos bichos repulsivos, con pinta de mini tartaletas de nata y fresa
con merengue. Les he dado duro con diversos insecticidas, y nada. Busco información
en Internet y me aclaran que se trata de la cochinilla acanalada. Es una
plaga muy difícil de erradicar con insecticidas. Lo único que acaba con ella es
un depredador natural que se llama el rodolia cardinalis, una especie de
mariquita, que se las come una a una. A veces aparece espontáneamente, si no,
se puede comprar. Por ahora no he visto ninguna en mi jungla terracera, pero no
desespero. Y no hay que perder la esperanza de que, por medio de la manipulación genética, se consiga crear un bicho que las
convenza de suicidarse.
Con esto del encierro hemos
descubierto cosas que desconocíamos, ya ven que en mi propia terraza se está librando una guerra biológica de la hostia. En Galicia hace años que se lucha a brazo
partido contra la vespa velutina, esa avispa asiática asesina que se come a las abejas y que
construye unos nidos gigantes, hasta de 90 centímetros, duros
como de piedra y con un solo agujero de acceso. La Xunta tiene un servicio de
lucha contra la velutina, al que se puede avisar cuando se descubre uno de esos nidos. Acuden siempre de noche,
porque las avispas se recogen a la caída del sol para dormir. Les enchufan por el agujero un gas
tóxico (espero que no sea gas mostaza) y lo tapan fuertemente con arcilla. No
queda ni una. Es una guerra sin cuartel, que de momento vamos perdiendo. También aquí habría
que encontrar algún insecto que las convenciera de suicidarse. Vean al paisano sosteniendo un nido desmontado y con la superficie seccionada con un machete para mostrar la estructura interior.
Acojonante. Y, ya que estamos por mi tierra,
pues creo que algo tendré que decir del Dépor, que ha dado con sus huesos en la
Segunda B, antiguamente llamada Tercera División. Durante más de un mes el club
se ha embarcado en una guerra temeraria, para recuperar en los despachos lo que
perdió en el campo. A cuatro jornadas del final estaba prácticamente a salvo
del descenso. Pero a los jugadores y entrenador les entró la cagalera, jugaron
fatal y perdieron los tres partidos penúltimos. En la última jornada no pudieron
jugar, porque el Fuenlabrada, su contrincante, se presentó en La Coruña con 28
positivos por Covid. El presidente de la Liga Javier Tebas decidió que se
jugaran todos los partidos menos ese, alterando la norma de que todos los encuentros de la última jornada se jueguen a la vez. Un asunto lamentable.
Debo decir que el descenso se lo han ganado en
el césped a pulso. Los jugadores de que se disponía eran todos muy malos,
auténticos fichajes del feirón. Hace unos años pasó por el club el peor jugador
de fútbol que he visto nunca en un campo. Era brasileño y se llamaba Evaldo. Yo
me divertía en los partidos observando lo mal que se posicionaba en el campo,
su nulo sentido táctico, lo absurdo de sus evoluciones con y sin balón. Pues este año, el equipo salía cada domingo al campo
con 11 evaldos. Tienen que echarlos a todos, yo creo que no sirven ni siquiera
para Segunda B. La lucha por evitar el descenso en los despachos seguirá ahora
en los tribunales ordinarios, pero estos ya se sabe que no resuelven antes de
tres o cuatro años. El Dépor sostiene que el Fuenlabrada se merece el descenso
administrativo por haberse desplazado a Coruña sabiendo que portaban un brote y poniendo en peligro la salud de toda una ciudad. Y
que la Liga autorizó el viaje porque el hijo de Tebas es el consejero jurídico
del Fuenlabrote, como le llaman ya por allí.
Tebas es un gángster de estirpe
velutina, que está devorando a las abejas de nuestro fútbol. Ha logrado salvar
económicamente la competición, con el sistema de que sólo se juegue un partido
a la vez y las televisiones no den ningún encuentro en abierto. Pero eso es pan para hoy y
hambre para mañana. Yo no estoy dispuesto a pagar por ver un partido por la
tele, es una cuestión cultural y generacional. Y conozco a mucha gente que está en la misma posición. Al fútbol hay que sostenerlo
como competición y como espectáculo en el campo, como hacen en Alemania e
Inglaterra. Si no hay espectadores, el fútbol irá languideciendo, como los
toros, porque la gente joven ya no se interesa mucho por el tema. El Dépor se
ha arrogado el papel de depredador natural de gangsters velutinos y creo que lo
lleva crudo, a menos que encuentre la fórmula de convencerlos para que se
suiciden. De momento, sus esfuerzos con los organismos de la justicia deportiva han sido un fracaso. Pero lo que no tenemos que hacer es caer en el victimismo, como suele hacer el Barcelona.
Si dentro de cuatro años se gana
el juicio, lo único que lograremos será, en el mejor de los casos, una indemnización
económica. O sea que nos toca pasar el purgatorio de la Segunda b, al menos un
año, y mejor que nos vayamos haciendo a la idea. Hay que formar un equipo con
gente de la cantera y futbolistas que sirvan para esa categoría. Yo tengo confianza plena en que volveremos. El club se sostiene sobre dos pilares
sólidos. Una afición superior en número a la de muchos clubes de primera. Y el apoyo económico de la entidad Abanca, que es el accionista mayoritario. Sólo
hay que despedir a todos los evaldos, hacer un buen equipo y tener paciencia. En
base a esa confianza, ya les anuncio que he procedido a duplicar mi paquete de acciones
del club, posibilidad que tenía abierta hasta el 4 de septiembre, dentro del
proceso de ampliación de capital en curso, que tutela Abanca.
Yo voy a seguir siendo del Dépor,
porque eso es algo que se lleva en la sangre, como Samantha el blues. Y estoy
dispuesto a seguir apoyando y peleando. Vale, lo primero es que se vaya Trump,
después hay que seguir con la guerra biológica hasta que consigamos cagarnos en
el virus. Y entonces ocuparnos de levantar la situación
económica, ayudar a las familias rotas o depauperadas por el virus y la crisis, acabar con el racismo, trabajar contra las diversas desigualdades del mundo y finalmente cuidar el medio ambiente. Un trabajo ingente. Pero no por eso debemos olvidar al Dépor (o al equipo de
cada uno). Estamos bien jodidos, dice Colson Whitehead. Somos hormigas cruzando una autopista, añade Arundhati Roy. Así que mucho ánimo y a por
ellos-oé-oé-oé. A los del Dépor nos toca ahora sentir el blues. Y para salir de esa morriña, la mejor receta es la que nos proporcionan el gran Jon Cleary y su banda de caballeros absolutamente monstruosos. Cuídense.