viernes, 28 de agosto de 2020

970. El pepinazo y sus nuevas claves

Les debo una reseña del libro La nieta de Pushkin, de mi admirado amigo y próximo profesor Ronaldo Menéndez, escritor contrastado que me gusta mucho. Me lo terminé hace ya tiempo y creo que es oportuno que les traiga aquí una crítica sincera. En suma, decirles la verdad, como siempre hago en el blog, este no es un foro para el peloteo. El libro reúne una colección de 9 cuentos, seguidos de un epílogo. Los cuentos son todos muy personales, habla de sí mismo en primera persona, es autoficción pura y dura, algo que Ronaldo no había hecho nunca hasta ahora. Su prosa anterior era normalmente muy brutalista, suele narrar escenas a las que la fatalidad encamina a situaciones límite, que derivan en el absurdo, bordeando lo fantástico y la ciencia-ficción, con ribetes kafkianos y un componente de humor marcado, a menudo humor negro, que domina con maestría, bastará decir que su primer y premiado libro se tituló El derecho al pataleo de los ahorcados. Por eso sorprende el tono evocador, intimista, personal de este su último libro, que bebe de sus recuerdos.

Los nueve relatos forman tres grupos de tres (aunque eso no se evidencie de ninguna forma en el libro), pero, conociendo como conozco también al editor Juan Casamayor, reconozco su mano en la composición del libro. A mí los tres del centro no me han gustado especialmente, son demasiado abstractos y los dejas correr esperando que se acaben, por ver si se repiten las explosiones de brillantez que aparecen en los tres primeros y por fortuna vuelven en los tres últimos (todo esto es una valoración mía personal, por supuesto, es posible que haya lectores que prefieran los tres centrales). Y en cada uno de estos tríos inicial y final hay dos muy buenos relatos y uno extraordinario, situado en el centro del trío. Puestos a seleccionar lo que más me ha gustado del libro, yo me quedaría en primer lugar con el cuento nº 2, seguido del epílogo y el cuento nº 8. Los cuentos 1, 3, 7 y 9 son muy buenos, cariñosos, entrañables, escritos con el corazón. Y los 4, 5 y 6 más flojos en mi opinión.

El epílogo es brutal, en la línea del mejor Ronaldo. Un tipo acaba de morir, pero se ve que se disocia de su cuerpo, que queda tendido en el suelo, y echa a andar sin rumbo. Descubre pronto que hay muchos otros muertos vivientes que caminan despacio, todos en una misma dirección, como guiados por un propósito colectivo. El tipo se suma a esta especie de caravana de zombies que se dirigen a la costa norte de la isla de Cuba. Allí se van embarcando en una especie de pateras del horror en dirección a Miami. El protagonista se ha incorporado al macabro cortejo sin saber el objeto de esa diáspora. Lo que sigue es un retrato alucinado, con unos diálogos horribles y desternillantes a la vez, que transcurre en medio del mar y en plena noche. Cuando el protagonista descubre que todos van a Miami para reunirse allí con sus parientes muertos y poder por fin descansar con ellos, decide cambiarse a una barca que va en sentido contrario: sus muertos están en la isla. Un relato magnífico, cuajado de simbolismos, que casi podría ser el epílogo de toda una época creativa de este escritor.

¿Y qué tiene el relato número 2 para que yo lo sitúe incluso por encima de este epílogo extraordinario? Pues el cuento se llama Al diablo con Borges y narra la breve estancia del autor en Teherán, invitado a un congreso de escritura latinoamericana, de tintes tercermundistas, solidarios y anti-imperialistas. A Ronaldo lo han invitado en calidad de cubano y por tanto seguidor de Fidel, cuando la realidad es que lleva ya diez años fuera de la isla, primero en Perú y luego en Madrid, lo que ha dado a sus opiniones sobre el régimen un sesgo crítico irreversible. Pero aun conserva el pasaporte cubano, le invitan y acepta, porque es, como yo, un enrredica que se apunta a un bombardeo con tal de observar contextos para luego escribir sobre ello.

La descripción de las sucesivas sesiones del congreso y recepciones oficiales es buenísima. Nada más llegar, les asignan unos acompañantes jóvenes de ambos sexos, estudiantes de español en la universidad de Teherán, para que estén con ellos todo el tiempo y les ayuden ante cualquier problema. Se describe también otro grupo de acompañantes omnipresentes, todos hombres, con ternos oscuros, zapatos de punta, mirada torva y gesto adusto e inquisidor, que tienen otra función muy clara. Ronaldo encuentra allí reflejadas algunas de las actitudes y rutinas que recuerda de su pasado cubano, como la forma en que los estudiantes se abalanzan sobre las bandejas de canapés en las recepciones, mirando a todas partes con disimulo, porque tienen un hambre de la hostia y no suelen tener a mano exquisiteces como las que se sirven en estas recepciones para invitados extranjeros. También cuenta las formas de conseguir que te pongan un whisky en tales saraos, en un país en el que el alcohol está prohibido. Y allí surge una historia de amor imposible con una chica local, que ha de burlar el escrutinio constante de los del zapato de punta, encargados de que eso no suceda de ninguna manera. Una delicia de cuento.

Sobre Irán hace tiempo que tenía pendiente un post en relación con un hecho insólito que tuvo lugar el 3 de enero y que no pude desarrollar (aunque amenacé varias veces) porque la actualidad del virus nos arrolló como un tsunami. Ahora hay una novedad que podría explicar el asunto, así que vuelvo sobre ello. Vayamos por partes. Los hechos. El día de autos, el poderoso general iraní Qasem Soleimani se dirige con siete acompañantes en dos coches oficiales tintados de negro hacia el aeropuerto internacional de Bagdad, parece que con intención de coger un avión de vuelta a su país. Lleva un tiempo en Irak coordinando las acciones de las milicias proiraníes, entre las que está la infiltración de provocadores en las manifestaciones callejeras que se extienden por el país, para darles un tinte más violento, además de otras actividades directamente enmarcables en el espionaje político y militar. Nunca llegará al aeropuerto. Un misil impacta sobre la comitiva y mata instantáneamente a los ocho.

El misil ha sido lanzado desde un dron y guiado por la señal del móvil del general. El gatillo lo ha apretado un soldado, seguramente sentado ante una multipantalla en una instalación militar de Nevada o Arizona, después de cumplir un amplio protocolo de autorizaciones de sus superiores. El caos es instantáneo, en Irán la noticia se extiende como pólvora prendida, todos imaginan quién está detrás y empiezan las revueltas. No han transcurrido ni 24 horas cuando el Pentágono confirma su autoría, de la que nadie dudaba. El ataque ha sido autorizado personalmente por el presidente Trump y buscaba cargarse a un grupo que proyectaba realizar atentados contra intereses USA, dicen. Es, por tanto, un ataque preventivo, cuyo objetivo último es la paz en la región. O sea, lo mismo que dijo Truman sobre las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Veamos quién era este general tan peligroso como para que lo mataran de esa forma. Aquí lo tienen en un gesto tan característico suyo como significativo.

Soleimani no era desde luego ningún angelito. Salvando las distancias y la diferencia de culturas, podríamos considerar que era una especie de comisario Villarejo en versión iraní. Adquirió notoriedad durante la larga guerra Irán-Iraq (1980-1988, un millón de muertos y dos millones de heridos y lisiados de por vida, además de la economía de ambos países devastada para siempre). En esa interminable y cruenta guerra de desgaste, en la que Sadam Hussein usó armas químicas como el gas sarín y el gas mostaza incluso sobre la población civil, Soleimani se distinguió como un joven e intrépido capitán, que no conocía la palabra miedo y mostraba una increíble capacidad de infiltrarse en territorio enemigo en misiones imposibles, casi suicidas. A partir de ahí adquirió la vitola de héroe nacional, siempre cerca del ayatollah Jomeini y, después, de su sucesor Alí Jamenei, con quien le vemos en la imagen de abajo.  

Soleimani era un antiyanqui furibundo, desde los tiempos en que tanto USA como Rusia apoyaron a Sadam contra Irán. Supongo que saben que la población iraní es mayoritariamente chiita, igual que una parte de la irakí. A Sadam le apoyaba Rusia por ser un régimen laico homónimo del sirio, y también los USA para tratar de cargarse al hostil régimen de los ayatollahs sin derramar sangre americana. La guerra fue parada por la ONU por la fuerza y Jomeini dijo que firmar el acuerdo de paz había sido para él como tomarse un veneno. Antes del alto el fuego se supo que el gobierno Reagan, mientras apoyaba a Sadam, le estaba vendiendo armas a Jomeini por detrás, en lo que se llamó el Irangate. Ya en tiempo de paz, Soleimani reaparece al frente de la fuerza llamada Quds, una especie de paramilitares que operaban en el extranjero, reclutados entre los cuerpos de élite de la Guardia Islámica Revolucionaria. Tuvieron importancia clave en la derrota del Estado Islámico en Siria e Iraq, apoyaron al régimen sirio y aparecían por medio en todos los conflictos regionales.

El pepinazo contra Soleimani fue el punto álgido de una escalada de actos violentos en la zona. En junio, hace poco más de un año, las defensas antiaéreas iraníes derribaron un dron espía americano no tripulado sobre su espacio aéreo. En respuesta al derribo, se preparó un ataque masivo contra Irán que hubiera desencadenado una guerra terrible. Pero Trump no dio al final su autorización. Días después declaró que las armas americanas estaban cargadas y apuntando a objetivos clave de Irán. Sólo faltaba que él lo autorizara. Pero no lo hizo porque pensó que la respuesta no era proporcional al ataque sufrido. Trump me cae fatal, como es notorio, pero reconozco que, en esta ocasión, estuvo a la altura, tanto en su actuación como a la hora de explicarlo. Pero en el otoño se empezó a agitar el cotarro de nuevo.

En Irak empezó una ola de movilizaciones masivas contra su corrupto gobierno y el desastre de administración que sufren desde la agresión yanqui promovida por Bush y Blair y apoyada por Aznar. Se generalizó la violencia callejera y, al hilo del mogollón, las milicias proiraníes empezaron a atacar la embajada norteamericana y otros objetivos occidentales. Desde una plataforma medio artesanal, se lanzaron 30 cohetes Katiusha contra una base americana. Estos cohetes son una porquería, poco más que pirotecnia, y seguramente no buscaban causar bajas, pero la mala suerte quiso que matasen a un contratista civil norteamericano que andaba por allí despistado. Sucedió esto el 27 de diciembre. Al otro día, Estados Unidos contraatacó bombardeando 5 instalaciones militares vinculadas a las milicias Quds en Irak y Siria, con el resultado de 25 milicianos muertos.

La escalada continuó con el asalto a la embajada yanqui en Bagdad el día de Nochevieja, que fue repelido a duras penas. Y ese fue el momento en que se produjo el pepinazo, el 3 de enero de este año, como ya se ha dicho. Hasta aquí todo entra dentro de lo explicable. Hasta el propio pepinazo, discúlpenme la barbaridad que estoy diciendo. De acuerdo, una cosa como esa no se puede hacer en un mundo civilizado, la ONU no aprueba este tipo de acciones que, seguramente, tampoco contribuyen a solucionar los conflictos, sino al contrario. Lo que quiero decir es que, hasta aquí, todo tiene una lógica acción-reacción. Lo raro es lo que viene después. Veámoslo. En Irán se organizan grandes muestras de dolor, se declaran tres días de luto nacional y un entierro multitudinario en el que despiden a Soleimani como un mártir de la revolución. Aquí una imagen tomada durante ese entierro.

En los discursos y los comunicados oficiales se amenazaba con una respuesta terrible, se decía que los yanquis serían atacados en cualquier país del mundo y sus cuerpos destrozados se podrían contemplar a lo largo y ancho del universo. Los medios de comunicación occidentales contenían el aliento. Si las hostilidades habían estado a un tris de saltar en junio, por un triste dron no tripulado, ¿qué era lo que estaba por venir? La respuesta se supo rápido. El 8 de enero, baterías antiaéreas iraníes lanzan una lluvia de misiles sobre dos bases americanas en Irak: Irbil y Al-Asad. La televisión iraní informa detalladamente del ataque y habla de 80 muertos, cifra que contenta el malestar y deseo de venganza de la población. Pero tanto USA como Irak contradicen esta información: el número de víctimas es cero. Trump, cerca de la media noche, no puede reprimirse y tuitea: tranquilos, estamos bien. ¿No les va pareciendo todo esto muy extraño?

La explicación se filtra poco después: Irán avisó mediante su contraespionaje de dónde iban a caer los misiles y a qué hora. El aviso se hizo con tiempo, para que los soldados se pudieran guarecer en los refugios subterráneos. Esto parece creíble, lo que aún no sabemos es por qué. Pero se han pasado en la teatralización del ataque, en el hacer-como-si. La cosa es tan descarada, que a los dos días, las bases americanas lanzan un comunicado desmintiendo que no haya habido víctimas y hablan de 17 heridos, la mayoría con problemas auditivos por las bombas y uno que se resbaló al correr al bunker (esto último ya es coña mía, lo de los sordos no, lo dijeron así, con lo que fue peor el remedio que la enfermedad, como suele decirse). La respuesta de Estados Unidos a este último ataque fueron unas sanciones económicas suplementarias de las que ya llevan aplicando al país desde que llegó Trump. Y la tensión se desinfló como un suflé malogrado.

En enero yo pensaba escribir algo sobre este asunto tan turbio. Si a Jomeini firmar un tratado de paz que ponía fin a ocho años de cruel guerra le había resultado difícil y doloroso, cómo explicar que sus herederos se traguen un atentado a un personaje como Soleimani sin perpetrar una respuesta proporcionada, por seguir con la terminología de Trump. Pensaba yo por entonces aventurar una explicación sencilla: Irán está lo suficientemente depauperado y con la población muy revuelta y crítica con el régimen, como para meterse en una guerra desigual con Estados Unidos. Por eso había cantado la gallina (no otra cosa es lanzar un montón de misiles con preaviso para dar tiempo a que los atacados se protejan). El ataque era exclusivamente para consumo interno y no querían cabrear más al gigante yanqui que, con Trump a la cabeza, ya había dado muestras de hasta dónde podía llegar. No escribí entonces sobre esto y ahora, siete meses después, nos llega una noticia que puede aportar nuevas claves a lo sucedido.

Resulta que Irán y China llevan casi cuatro años negociando en secreto un acuerdo de colaboración económica, política y militar sin precedentes, que puede dar un vuelco a la situación geoestratégica mundial. Como saben, Irán tenía un acuerdo con Obama, para renunciar a su programa de armas nucleares, supervisado por la ONU y apoyado también por Rusia y por la Unión Europea. Llegó Trump a la presidencia y se salió de dicho acuerdo, que aún mantienen los demás pero que no sirve ya para nada, porque el propio Irán ha declarado que retoma su programa nuclear. Y Estados Unidos rescató las sanciones económicas anteriores a tal acuerdo. Pero Irán no se ha quedado quieto y estaba preparando el tratado con los chinos, al que podría sumarse también Rusia, con lo cual dejarían a USA fuera de juego en la zona. Parece que la CIA ni se ha enterado. Estaban tan entretenidos con el acuerdo de Israel con los Emiratos, cocinado por el yerno de Trump, que no se han dado cuenta de que se la estaban metiendo cuadrada.

Para llevar adelante un acuerdo como ese de forma civilizada y ajustada al derecho internacional, se requiere que el texto del tratado sea ratificado por los parlamentos de ambos países. En China hasta ahora no se ha sabido nada al respecto, pero en Irán se ha filtrado un borrador que estaba empezando a estudiar el Congreso de la Revolución. Según lo filtrado, China invertiría en Irán 400.000 millones de dólares (lo nunca visto). A cambio, Irán proporcionaría a China una salida al Golfo Pérsico y autorizaría la presencia de 5.000 soldados chinos en su territorio. El tratado incluye la construcción de numerosas carreteras por todo el país y la entrada de productos comerciales chinos. Y los acuerdos comerciales se harían en las dos monedas nacionales, y no en dólares.

El tratado, de firmarse, supondría un golpe mortal a entidades como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, en el fondo títeres de las finanzas yanquis. Los chinos quieren mostrar al mundo una nueva forma de cooperación (que ya han ensayado en África) y su voluntad de no entrar en conflictos armados. Y evidenciar que empiezan ya a ser los gallos del cotarro geoestratégico. Así que, a lo mejor por eso se achantaron los ayatollahs y no entraron a la gresca con un estado agresor que se había cargado de un pepinazo a todo un número dos en la sombra del régimen. Irán calló, porque tenía esta negociación en marcha. En fin, no es más que una hipótesis mía, pero parece posible. Y, como sé que les gusta comprobar las cosas que les cuento y verificar que no les he metido una bola, pueden comprobar los detalles del acuerdo en ciernes, pinchando AQUÍ.

Respecto a esto de las bolas, les vuelvo a recordar lo que dijo el gran Truman Capote cuando le preguntaron si lo que contaba en A sangre fría era cierto: Hay que saber distinguir entre lo que es verdad y lo que es rigurosamente cierto. Tiene razón. Yo digo la verdad siempre en mi blog. Lo rigurosamente cierto, queda para los periodistas. El 25 de agosto, hace tres días, se cumplieron 36 años de la muerte de este genial escritor, una de mis referencias literarias y vitales, parece que fue ayer. Les voy a dejar con una foto suya, en la que está muy guapo. Pero antes, un último comentario. A la ciudadanía china no le ha llegado una sola noticia del acuerdo con Irán que prepara su gobierno, ya saben que es un país hermético. Y el gobierno chino, como de costumbre, no tiene prisa. Se dice en los mentideros políticos que es muy posible que esperen un par de meses más, hasta saber quién gana las elecciones USA y así ya sabrán a qué atenerse. Otra característica de este blog: que todos los temas están interrelacionados, que en realidad yo siempre escribo sobre lo mismo. Cuídense.





2 comentarios:

  1. Terrorífico todo y, por tanto, perfectamente creíble. ¿Alguien ha tenido en cuenta el bienestar o la libertad del pueblo iraní? ¿O del pueblo irakí? Por no hablar del "hermético" régimen chino. Los poderosos juegan a la geoestrategia, en este monopoly cósmico y la población son solo los peones de ese juego maldito. No es de extrañar que aparezca un virus y se vaya todo al carajo. Ahora, otros temas como el medio ambiente o la desigualdad social quedan aparcados, para luchar contra el virus. Pero los grandes poderes siguen a lo suyo. ¿Hay algún tipo de esperanza?

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    1. Pues la esperanza viene de la posibilidad de trabajar para avanzar en una dirección determinada, la de conseguir regímenes más y más democráticos en favor de la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Y ahora tenemos una herramienta muy poderosa, en las redes y la posibilidad de que una barbaridad como la muerte de George Floyd la filme cualquier peatón y al instante lo estén viendo en todo el mundo. Todos estamos viendo ahora las manifestaciones en Bielorrusia y los disturbios en Portland. Esas imágenes convierten en patéticos los mensajes de Lukashenko (es algo orquestado por Occidente y la OTAN) y de la misma forma los de Trump (es todo obra de comunistas y revoltosos que quieren hundir América). Las elecciones americanas van a ser un test decisivo. ¿Es posible que la mitad de la población yanqui se crea que Biden es un comunista? ¿Puede haber algún negro que vote a Trump? ¿Alguna mujer? ¡¡¡Por Dios!!!

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