Escribo ahora desde Kalaw, unos
60 kms al oeste del extremo norte del lago Inle, en donde estamos descansando
un rato, para guardar fuerzas para el día de mañana, en que afrontaremos una
marcha senderista de seis horas efectivas que, sumando las paradas en las sucesivas
aldeas que visitaremos, nos ocupará seguramente todo el día. Todo va
perfectamente hoy, al final del sexto día de viaje, salvo las habituales
cagaleras que algunos del grupo han debido sufrir, como peaje habitual y
esperado cuando uno visita esta parte de Asia, por lo demás, súper interesante.
He de aclarar dos cosas. UNO, el Internet de los hoteles en los que nos vamos
hospedando va como el culo. DOS, en dichos hoteles no suele haber habitaciones
individuales, sorpresa que nos llevamos nada más llegar a Yangón.
Ambas circunstancias van a
incidir en mi producción bloguera de estos días, porque ya saben que no me
gusta ponerme a escribir cuando viajo acompañado. Si tengo un cuarto para mí
solo al final del día, puedo plantearme elaborar unas líneas. Escribir es para
mí una actividad de solitario. No va a ser el caso de este viaje en que me está
tocando compartir habitación con mi amigo M.A. de quien ya les hablé el otro
día. Tomelloso al poder. Estamos meditando inscribirnos a nuestro regreso en el
registro de parejas de hecho. Yo creí que iba a tener habitaciones individuales
y con esa idea me traje el portátil nuevo, que aproveché para comprarme. Pero
me he encontrado con un grupo incansable, que apura las jornadas al límite y
con el que me lo estoy pasando muy bien. Y cuando llego al cuarto, no estoy
solo.
Aclarado este punto, les diré que
Birmania es un lugar grato, con una cultura específica y a la vez muy típica de
esta zona de Asia. Es un país en vías de desarrollo, a partir de una situación
de mucha pobreza, agudizada por los años de dictadura militar severa, de la que
poco a poco van emergiendo. Un detalle. Se conduce por la derecha, pero casi el
cien por cien de los vehículos lleva el volante al lado contrario. Durante
mucho tiempo se condujo por la izquierda, hasta que la dictadura decretó el
cambio. Pilló a todo el mundo con coches japoneses y se acostumbraron a seguir
con ellos. Y hasta ahora. Los camioneros, autobuseros y furgonetas llevan un
ayudante del conductor, sentado en el asiento de la izquierda, para ayudar en
los adelantamientos. Las carreteras son malas pero las están arreglando y
ancheando.
El aeropuerto al que llegamos
tiene todo el suelo cubierto con una gruesa moqueta, algo que no he visto en
ningún lugar del mundo y que no me parece demasiado práctico en una zona con un
clima como este. Yangón, que en castellano suele denominarse Rangún, es una
ciudad de 8 millones de habitantes, según nuestro guía Khine (al que M.A. llama
Jaime), dato contradictorio con el de 5 millones que dicen las wikipedias. Creo
que la diferencia se debe a que posiblemente haya 5 millones censados y otros 3
ilegales o irregulares. Es una ciudad portuaria, con un strand todo a lo largo del río Yangón, que separa la ciudad del
puerto. El strand está formado por dos carreteras paralelas, entre las que hay
una larga franja de apenas diez metros de ancha con una hilera de chiringuitos
muy concurridos por las noches, donde los birmanos se toman sus cervezas y sus
pescaitos entre el ruido y el humo de los coches y camiones que los rodean por
ambos lados.
Yangón es una urbe importante,
dentro del área del sureste asiático, con un bullicio y una actividad comercial
continuos y un tráfico caótico y siempre congestionado. Los peatones han de
cruzar por donde puedan, porque no hay pasos de peatones. Uno se sitúa al borde
del río de coches y motos y amaga con salir. Pero nadie se detiene para cederte
el paso. Entonces hay que lanzarse a la aventura. Los conductores se desvían
para no atropellarte, tocando todo el rato las bocinas y pasándote a
milímetros. Pero nadie se enfada y no hemos visto un solo accidente. Una regla
de oro: no debes nunca dar un paso atrás. En cada instante has de elegir entre
quedarte parado o avanzar, pero nunca retroceder. Si retrocedes, te juegas la
vida, porque nadie lo espera. Yo ya conocía esta forma de cruzar, de mis viajes
a Sri Lanka y es algo a lo que uno se acostumbra enseguida. La ciudad es tan
caótica, que el gobierno se ha trasladado a otra nueva, como se ha hecho en
Corea del Sur, Sri Lanka, Nigeria y tantos otros países (Brasil fue uno de los
primeros). Birmania tiene ahora una capital económica (Yangón) y una capital
administrativa (Naipyidó).
Como sabrán, la persona más destacada
en este momento de su historia es la señora Aun Sang Suu Kyi, premio Nobel de
la Paz e hija del general Aun Sang, el héroe nacional que liberó Birmania del
dominio inglés. Tras mantenerla muchos años marginada y detenida (la mayor
parte del tiempo en arresto domiciliario), los militares propiciaron una transición
a la democracia, tutelada por ellos y con algunas condiciones. Por ejemplo, en
el nuevo Parlamento, los militares se reservan un 25% de los escaños, que se
asignan por designación directa (algo que recuerda a los 40 de Ayete). Otra
más: la señora Kyi está vetada para ser candidata a la presidencia del país.
Algo que le da igual, porque su partido ha ganado las dos elecciones que se han
celebrado por mayoría abrumadora. Y esperan a tener un poder aun mayor para
hacer el cambio constitucional que les lleve a una democracia plena.
Mientras tanto, la sociedad ha
iniciado el camino a una prosperidad que ya resulta imparable. El PIB crece en
tasas superiores al 13%, el capital extranjero entra por todas partes y el
turismo empieza a mostrar atención por este país tan hermoso y con una gente
tan acogedora. Después de dos días de viaje interminable, vía Pekín, iniciamos
nuestro viaje en Yangón. En una ciudad tan grande, hay varios lugares de visita
obligada, como el barrio chino, el barrio indio y el mercado Scott, una
cuadrícula de puestos de venta de toda clase de productos bajo una gran cúpula
traslúcida. Y, por supuesto, algunas de las innumerables pagodas cuyas cúpulas
doradas sobresalen sobre los tejados de la ciudad. Entre ellas destaca una en
especial: la gran pagoda Shwedagon, al lado de nuestro hotel.
Mis colegas conocen Thailandia,
Camboya y Vietnam, pero coinciden en afirmar que nunca han visto una nada
semejante a esta monumental pagoda con sus más de mil esbeltas estupas (así se
llaman sus pequeñas construcciones auxiliares), por entre las que circula un
montón de gente de todas las edades y condiciones que vienen a honrar al Buda,
a meditar y a hacer sus peticiones para una vida mejor. Lo que menos hay aquí
es turistas (se les cobran 8 dólares USA por entrar). Voy a intentar subirles
unas imágenes de esta monumental pagoda, mientras mi compañero de cuarto duerme
a pierna suelta. Se las dejo como despedida, para que se hagan una idea de lo
que es esta maravilla del arte budista.
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