En día de tristes aniversarios,
cuento por primera vez con un rato para escribir, en mi habitación del Hotel
Merchant Art Residence, en el centro de Yangón (Birmania). Con la memoria
presente del compañero del alma que se fue justo hace tres años, y a quien
recordamos no sólo hoy sino cada día del año, vamos con una apresurada reseña
de lo que es mi viaje hasta ahora. El desplazamiento desde Madrid es una
secuencia interminable, en la que se suceden las etapas viajando hacia atrás en
el tiempo, como los protagonistas de aquellas viejas películas de ciencia
ficción de serie Z, en las que los tipos en blanco y negro mostraban su ingenua
perplejidad ante hechos que no comprendían del todo.
Me encontré con mis colegas en el
reino de las tortugas en la estación de Atocha, a las 9 de la mañana del día 2
de febrero. De allí salimos en el cercanías hasta la T4, en donde nos subimos a
un bus gratuito, de vuelta a la T2. Podríamos haber ido directamente en el bus
amarillo, pero era un momento de hora punta y con lluvia en Madrid, con lo que
era seguro que el bus se habría atascado en el marasmo de conductores
atocinados en que se convierte el tráfico de la capital en esas circunstancias.
Además, de la otra forma el desplazamiento nos salía gratis a todos (ellos con
el billete del AVE y yo con mi pase), mientras que el bus amarillo cuesta 5
euros a todo el mundo. En Barajas facturamos y nos deshicimos del maletón
mayor, para estar en punto a la hora de salida, las 13.20.
Dos horas y medio después
aterrizamos en el aeropuerto de Frankfurt, en donde nos esperaba una escala de
tres horas. Estábamos todavía, como quien dice, de este lado, por lo que aprovechamos
para poner whatsapps y hacer alguna llamadita a horas cristianas. Porque lo
siguiente era un viaje de nueve horas hasta Pekín, en donde el desfase horario
es de siete horas con Madrid. Es decir, que a la hora que marca el reloj de
pulsera hay que sumarle siete horas. Y allí nos esperaba una escala de nada
menos que siete horas más. El aeropuerto de Pekín es desmesurado, faraónico,
gallardónico. El diseño y los materiales tienen un aire a la T4, pero es más
feo y los inmensos espacios resultan desangelados y excesivos para el número
normal de usuarios, sensación subrayada por el frío que hace, pues es imposible
calefactar unos espacios tan sobredimensionados, tanto en superficie como en
altura.
Los pasajeros en tránsito
deambulan por allí sobrecogidos por las dimensiones de unos habitáculos
diseñados más para impresionar y mostrar la pujanza del régimen del nuevo
capitalismo de estado, que por unos requerimientos de confort. La vista que se
puede percibir a través de las inmensas cristaleras, nos muestra a lo lejos una
ciudad embozada bajo la manta de contaminación, que es algo que, hasta que no
se ve no se puede comprender en su magnitud. Abajo les pongo un par de
imágenes. Entre unas cosas y otras, uno pierde las nociones más primarias, así
que no les extrañará que en medio de ese tiempo suspendido, punteado por
esporádicas cabezadas en unos asientos incomodísimos, yo suscitase la hilaridad
del grupo cuando pregunté: “Pero, ahora mismo, ¿Estamos a 2 o a 3 de febrero?”
Todos se rieron, pero, cuando les insistí, me dieron respuestas dispares.
En algún momento de este no-tiempo, alguien dijo que ya estaban abriendo el embarque y caminamos hasta la puerta correspondiente. El vuelo Pekín Yangón dura cerca de cinco horas más y por suerte iba medio vació, por lo que pudimos estirarnos un poco. Habíamos dormido unas cuantas horas en el vuelo desde Frankfurt, lo que en términos de ritmo circadiano podía corresponder a la noche del día 2. Y ahora lo intentamos de nuevo, con éxito desigual. Lo cierto es que salimos de Pekín ya de noche, así que seguramente estábamos cerrando ya el día 3 de febrero. El problema es que en Birmania hay que volver a cambiar la hora, porque retrocedemos en el ritmo de los husos horarios. De las siete horas que habíamos añadido, ahora había que restarle hora y medio. Los birmanos son tan cachondos que se han puesto media hora a su medida. Así que, ahora que son las 9.30 del día 5 de febrero, en España son ls 4 de la madrugada anterior. Ustedes están cómodamente durmiendo la noche del sábado.
En algún momento de este no-tiempo, alguien dijo que ya estaban abriendo el embarque y caminamos hasta la puerta correspondiente. El vuelo Pekín Yangón dura cerca de cinco horas más y por suerte iba medio vació, por lo que pudimos estirarnos un poco. Habíamos dormido unas cuantas horas en el vuelo desde Frankfurt, lo que en términos de ritmo circadiano podía corresponder a la noche del día 2. Y ahora lo intentamos de nuevo, con éxito desigual. Lo cierto es que salimos de Pekín ya de noche, así que seguramente estábamos cerrando ya el día 3 de febrero. El problema es que en Birmania hay que volver a cambiar la hora, porque retrocedemos en el ritmo de los husos horarios. De las siete horas que habíamos añadido, ahora había que restarle hora y medio. Los birmanos son tan cachondos que se han puesto media hora a su medida. Así que, ahora que son las 9.30 del día 5 de febrero, en España son ls 4 de la madrugada anterior. Ustedes están cómodamente durmiendo la noche del sábado.
Por lo demás, el aeropuerto de
Yangón es pequeño, hay que bajar a la pista a coger un bus a la terminal, lo
que ya te permite captar el cálido y húmedo ambiente del trópico. Colas
interminables para pasar la frontera, en donde hay que mostrar el visado
obtenido on line y los tres impresos que te dan en el avión, donde has de
contestar las habituales preguntas absurdas: ¿ha estado usted en contacto en
los últimos tiempos con rubber garbage?
Para quien no sepa lo que es rubber
garbage, en castellano lo llamaríamos estiércol, pero en gallego hay una
palabra más precisa: estrume. Sólo
entonces llegas a la cinta de los equipajes y allí, de forma milagrosa, aparece
tu maleta intacta, esa misma que dejaste en Madrid. Siempre me ha resultado
algo asombroso que, después de tres viajes, las maletas lleguen al destino
fijado.
Afuera nos esperaba el guía que
hemos contratado, un chaval de poco menos de 25 años, cuyo nombre es Khine. Sí,
nosotros le llamábamos exactamente como ustedes lo acaban de imaginar, pero nos
ha aclarado que la pronunciación correcta es Jain. Nos monta en un microbús con capacidad como para unas treinta
personas, en donde hay un aire acondicionado gélido, así que agradecemos la
ropa de invierno. Tengo que cortar, que me reclaman para continuar viaje. Sean
buenos.
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