Bien, en las condiciones en las
que me voy moviendo por Birmania, no puedo mantener una actividad bloguera como
la que había imaginado para este viaje, por lo que les pido disculpas. Les diré
que el viaje está saliendo fenomenal, por ahora; que me lo estoy pasando en
grande y que voy tomando nota de todo para cuando tenga un mayor margen de
utilizar un Internet medianamente pasable y un poco de privacidad para
escribir. Me gustaría hacer en el futuro más viajes con este grupo, con el que
me siento muy integrado, pero ya he decidido que será con una condición
innegociable: no compartir habitación. Mi compañero es una persona llevadera,
con sus cosas como cualquiera, pero yo necesito disponer de algún momento de
soledad a lo largo del día por puro descanso mental.
Lo último que les conté hablaba
sobre todo de Yangón, 8 millones de habitantes, la capital económica del estado
de Myanmar. Allí pasamos el primer día de estancia en este país, en un ambiente
urbano y asiático bastante atractivo y con monumentos un tanto impactantes. Al
día siguiente, cogimos un minibús al aeropuerto de Yangón y nos plantamos en la
terminal de vuelos nacionales, tan enmoquetada como su hermana internacional.
Allí nos subimos a un avioncito de dos hélices de las líneas aéreas de Myanmar,
similar a los antiguos Fokker que volaban de La Coruña a Madrid. Estos, sin
embargo, están nuevecitos, recién estrenados, como lo revela el hecho de que no
tengan ceniceros ni señales de prohibido fumar. Además tienen unas azafatas
guapísimas y muy amables y profesionales. Abajo la imagen de nuestro avión.
Entre los pasajeros que llenamos
el avioncito, destacaba el angelito cuya imagen pueden ver abajo, y cuya oronda
humanidad rebosaba ampliamente de la capacidad de su asiento, algo que
compensaba la delgadez de su pareja.
Tras un vuelo de unas dos horas,
el avión aterrizó como un mosquito en el minúsculo aeropuerto de Heho, puerta
de acceso a la zona del lago Inle. Si les ha venido a la mente lo mismo que a
mí cuando vi el nombre del aeropuerto, pinchen AQUÍ y rememoren
aquello de ¡He, Ho, Let’s go! El aeropuerto está, digamos, en medio de la nada
y muy pronto nos dimos cuenta de la realidad birmana. Saliendo por la puerta de
la terminal, accedimos a una carreterita, en donde había una serie de
personajes así como sin hacer nada, además de algunos vehículos: taxis y
microbuses. Todos los conductores estaban a las órdenes de una especie de gangster
local que fijaba unos precios abusivos. Le dijimos a nuestro guía (Khine o
Jaime) que regateara, pero el tipo se mantuvo en sus trece: era precio fijo.
Los turistas llegan a esta zona anunciada en todas las guías y han de sufrir un
primer desplume.
Decidimos llamar al hotel. Allí
nos dijeron que nos podían enviar un par de taxis, casi a mitad de precio, pero
que tardaban una hora. Aceptamos y caminamos hacia un lado, en donde había un
chiringuito hecho con caña de bambú y techumbre de hierba y tierra, en el cual
nos amenizamos la hora de espera con unas cervezas Myanmar de medio litro bien
fresquitas. Llegaron los taxis y nos llevaron al pueblo de Nyaung Shwe, en
donde estaba nuestro hotel, que se llamaba nada menos que Remember Inn. La zona
del lago Inle sufre ya la presión del turismo y aquí la gente está bastante
resabiada. La gracia del lugar consiste en alquilar una o dos canoas fuera
borda, que salen de un embarcadero súper cutre y te trasladan a través del lago
a diferentes lugares de interés: un mercado tradicional, un restaurante
flotante, las ruinas de un antiguo templo budista.
En el lago, los lugareños pescan
en barcas minúsculas, con unas redes cónicas que manejan con ambas manos
mientras mueven el remo con el pié, en una postura que sale en todas las postales.
Algunos han encontrado ahora una ocupación más lucrativa fingiendo que pescan
delante de las canoas de los turistas. La barca se para un instante y ellos
hacen su payasada antes de pasar la gorra. Uno de ellos, incluso tenía un pez
de plástico que mostraba como si lo acabara de pescar. Todo esto es bastante
patético, aunque les diré que, una vez sorteada la barrera de estos listillos
del progreso, divisamos bastantes lanchas en las que se pescaba de verdad.
Después del lago Inle hemos
visitado otras zonas del interior, en concreto los pueblos de Kalaw y Pindaya,
en donde hemos tomado contacto con la Birmania profunda y más auténtica. Estos
lugares tienen el atractivo para el turista de la práctica de senderismo, una
característica que acota bastante el tipo de visitantes, desanimando al turismo
más invasivo. Pero sobre esto ya les hablaré otro día. En Nyaung Shwe visitamos
también un lugar curioso: unas bodegas en donde se fabrica un vino que no está
nada malo, tanto tinto como blanco. Es un mercado que están empezando a
explotar en este país, pobre pero no mísero como Bangla Desh o ciertas zonas de
la India. En Birmania todo el mundo tiene comida suficiente, hay recursos
naturales y sólo necesitan consolidar el tiempo de la paz y crecer en todos los
sectores. Los militares siguen ostentando el poder real, pero han abierto la
mano a la democracia formal.
No es poco avance en un lugar en
donde conviven numerosas etnias que siempre se han estado peleando. En
realidad, los birmanos son sólo una de esas etnias, que dominó a las demás tras
una cruenta época de luchas civiles. Por cierto, los birmanos consiguieron
derrotar a los demás con ayuda de los ingleses que establecieron una especie de
protectorado y crearon el reino de Birmania a mediados del siglo XIX. Por suerte
para el pueblo, sólo hubo dos reyes, padre e hijo, y no tuvieron tiempo de
esquilmarles demasiado. El hijo fue a su vez derrotado por el ejército inglés y
acabó sus días preso en una cárcel india. El general Aung San liberó a su país
del yugo inglés y estableció las bases del nuevo Myanmar, nombre elegido
precisamente para subrayar la integración de todas las etnias del país. De este
paraguas protector siempre se han quedado fuera los pueblos no budistas, como
los rohingya, musulmanes que viven junto a la frontera de Bangla Desh.
No me da para escribir mucho más.
Hoy estoy en Mandalay, la segunda ciudad birmana y antigua capital real, adonde
llegamos ayer desde Pindaya. Mañana nos trasladaremos a Hsipaw, en donde nos
espera otro recorrido senderista. Ya les contaré más cosas.
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