¡Menuda sorpresa que les tenía preparada! El próximo día
10 de septiembre me voy una semana a San Petersburgo a participar en el
Congreso Bienal de la Organización Internacional del Urbanismo Subterráneo. Abajo
se lo cuento con más detalle, pero lo cierto es que llevo todo el mes de agosto
preparando el asunto, lo que pasa es que ya saben ustedes que este blog tiene
algunas normas que se siguen a rajatabla y una de ellas es que no se anuncia
ningún evento hasta que está confirmado al 100%. A mí me faltaba un detalle clave:
el visado para entrar en Rusia. Es un tema que se me complicó, como les contaré
en un post aparte, pero por fin esta mañana he pasado a recogerlo. En cualquier caso: mis disculpas. Esto que les
cuento despejará algunas de las incógnitas que se hacían mis seguidores más
desconfiados o despiertos: por qué hablaba tanto de Rusia últimamente, o para qué
pedir el alta laboral una semana antes de mi consulta con el doctor Gárate.
Esta consulta es el día 9, la
víspera de mi partida, y yo quiero presentarme ante el cirujano sin darle margen
para que me fastidie los planes. Este señor debe opinar en el terreno
estrictamente médico. En lo demás mando yo. Ya me han tenido 6 meses fuera de
juego, encerrado en la Comunidad de Madrid salvo salidas clandestinas, y pienso
resarcirme en lo que queda de año, como tendrán ocasión de comprobar. Es
curioso: en mis momentos de bajón, llegué a pensar en cambiar mi perfil de
blogger sustituyendo lo de corredor veterano y viajero recalcitrante, por
ex-corredor de fondo y viajero ocasional. Pues, en este momento, casi debería
replantearme lo de funcionario menguante y poner funcionario renacido como el
Guadiana. Porque mi situación en el Ayuntamiento ha cambiado, algo que me ha
costado reconocer, y que ya no me esperaba después de casi cinco años de
exilio interior.
El cambio se nota en pequeños
detalles. Por ejemplo: un día salgo de mi casa en dirección al restaurante La
Pitarra, donde pienso comer y, a medio camino, en un bar que tiene unos
barriles en la calle en torno a los que se congregan los clientes, diviso nada
menos que al concejal de Urbanismo que se está tomando una caña con un grupo de
gente. Nada extraño hasta aquí. Lo raro es que el hombre me ve venir y se
separa un instante de su grupo para saludarme con la mano extendida: –Hombre,
Emilio, qué tal tu brazo. Hablamos brevemente, le digo que voy mejor y me
explica que acaba de salir de un acto en el Caixaforum que está al lado. Me
despido y sigo mi camino, totalmente alucinado. La sorpresa es triple. UNO: el
concejal me conoce. DOS: sabe mi nombre. TRES: sabe que me rompí un brazo.
No sé si son conscientes de mi
alucine. Creo que nunca había hablado con este concejal. El día en que pasó
saludando por los despachos, yo estaba en Alemania contando el proyecto del río
en Lepzig y otros lugares. Luego nos hemos visto así como de pasada y tal vez
me ha dado la mano de forma rutinaria al saludar a un grupo. Y no olviden que a
su antecesora, la concejala inane y maruja que me marginó en
las navidades de 2011, sólo la vi en directo en una ocasión y, en concreto, de
espaldas. Alguien me dijo: –Mira, aquella que va por allí es nuestra concejala.
Y no pude evitar el comentario: –Joder, si sólo le falta la cesta de la compra…
Y ahora me pasa esto con el nuevo concejal. ¿Tanto han cambiado las cosas para
mí? Con este tipo de situaciones hay que ser cauteloso, porque hay un
sentimiento muy pernicioso que se te cuela por donde menos lo esperas: la
vanidad.
Así que, entré en La Pitarra,
pasé a los aseos, me miré en el espejo y me dije: –Emilio, calma, por favor,
eres exactamente esa imagen que te devuelve el azogue sobre el lavabo, un
abuelo de 65 años, medio calvo y canoso, que ya nunca va a ser nadie en el
Ayuntamiento. Por cierto que, unos días más tarde, le comenté el incidente a mi
nueva jefa y me dijo: –Claro, es que yo, cada vez que me aprietan las tuercas, digo que lo que me piden no se puede hacer, porque como no está Emilio… Bueno, pues ya tengo una explicación. Pero la cosa no acaba aquí. Porque, unos días más tarde,
llego a mi oficina (voy al menos una vez por semana, después de la rehab) y descubro que en mi mesa de
despacho ya no están mis cosas, sino las de otro funcionario. Con el corazón en
un puño (¿me habrán denegado al final el reenganche y no me he enterado?), le pregunto a la vecina
del chiquero de al lado. Me dice que las cosas me las han llevado al nuevo despacho.
Alucinado, entro en el cubículo,
cierro la puerta desde dentro y me siento. La pared que me separa de la pradera es de cristal, pero el
silencio es impresionante. Tras más de 30 años disfrutando de despacho propio, cuando nos desterraron al Campo de las Naciones hace más de tres
años, me tocó chiquero, con la espalda a resguardo, dos altas estanterías
separándome de sendos vecinos y el frente abierto a las conversaciones y
marujeos del personal que habita la
pradera. Ya se me había olvidado cómo era eso de tener despacho. Me cuentan
algunos compañeros que hubo hostias por este despacho, desde que se quedó
vacío. Pero yo no hice nada. Yo estaba en mi casa. Ha sido mi jefa la que ha decidido que me
instalen allí. Nuevo ataque de la vanidad, pero ya me pilla prevenido: está claro que yo ya no voy
a mandar nada en el Ayuntamiento (ni quiero: qué responsabilidad, qué estrés),
pero parece que ahora hay una gente que valora lo que yo ya hacía antes y me
tratan con el cariño y la reverencia que se deben a una vieja gloria empecinada en no retirarse.
Además de mi nueva jefa, hay otra cosa que
ha evolucionado durante mi tiempo de baja y que tal vez influya en este cambio de situación: yo ya no soy un funcionario
normal, sino un reenganchado, un chusquero. Y un chusquero se puede ir cuando quiera, en cuanto alguien le toque las pelotas, sólo
con avisar con 3 meses de antelación. En fin, en este contexto, viene el tercer
motivo de alucinación. Resulta que hay una Asociación Internacional del
Urbanismo Subterráneo. Resulta que este año prepara su congreso bienal en Piter. Resulta que alguien de dicha
asociación está al tanto de que en Madrid existe un proyecto bastante singular llamado
Madrid Río. Entonces, los organizadores del congreso le piden al Gobernador de Piter que le escriba una carta a la
señora Alcaldesa, invitándola a acudir y contar el proyecto, o bien designar a
alguien que lo haga. Y entonces, desde el propio gabinete de la señora Carmena,
le escriben un correo a mi jefa donde cuentan todo eso, dicen saber que hay una
persona que cuenta Madrid Río muy bien (con nombre y apellidos) y piden que se me pregunte si
quiero ir, dado que estoy de baja, etc…
Debería haberme hecho un selfie
cuando acababa de leer este correo. Yo creo que se me debieron de poner los
pelos de punta, como si hubiera metido dos dedos en un enchufe. El caso es que
dijimos que sí y, desde el gabinete de Alcaldía, se escribió una carta de
respuesta en la que ya daban mi nombre, teléfono y dirección de mail. Esto fue
a finales de julio. Pasaron luego dos largas semanas, en las que nadie se puso
en contacto conmigo. Aquí debo insistir en que soy zorro viejo, que sé que muchas
veces estas cosas se las lleva el viento. De pronto, lo vi claro: o me movía, o
me pasaba como al famoso camarón que se duerme. Tampoco tengo yo los nervios
templados ni la paciencia suficiente como para quedarme quieto en semejante
situación. Así que busqué en Internet y encontré la Web del congreso, donde había una dirección de mail
del manager general. Le mandé un breve correo, adjuntando la carta de la señá Alcaldesa, donde aclaraba que yo
era la persona elegida para ir, por lo que me ponía a su entera disposición. En
una hora tenía respuesta. Por supuesto que contaban conmigo. Enseguida me
contactarían diversas personas de la organización para concretar los detalles.
Estoy convencido de que, si no llego a moverme, la cosa no hubiera salido. Esa misma tarde me escribieron tres señoras,
por nombres: Olga Borisova, Svetlana Bukreeva e Irina Dimnina. Cada una tenía
su papel. Contesté a Svetlana y le planteé la cuestión básica. Le dije que soy
un congresista veterano, que en mi larga carrera me ha sucedido que la
organización pague todos mis gastos de viaje y estancia, o que me paguen una
parte, o que no me paguen nada. En el tercer caso, yo puedo revertir mis gastos
al Ayuntamiento, que en ocasiones me paga todo, otras veces una parte y otras
veces nada (me callé que, en los años de la concejala inane, no sólo no me
pagaban, sino que me descontaban los días de mis vacaciones). Le
puntualicé que le planteaba esta cuestión previa, únicamente para saber a qué
atenerme, porque mi experiencia en todos los casos había sido positiva y
fructífera. Al otro día me contestó: la organización me pagaba los vuelos y
tres noches en el hotel en cuyo salón de actos se celebra el congreso (que por
cierto, dura cuatro días).
Ante eso, le pedí que me sacara los billetes de sábado a sábado, para aprovechar el resto del tiempo para
visitar San Petersburgo, ciudad que no conozco. No había inconveniente, siempre
que pagara por adelantado las demás noches de hotel. Así lo hice, unos
15.000 rublos, que parece una enormidad, pero son unos 280 €. Debe de ser el
precio especial para congresistas, porque son cuatro noches en un hotel de cuatro estrellas. La señora Borisova, por su parte, se ocupa de la organización técnica del congreso. A ésta he debido mandarle una foto reciente, un curriculum,
las imágenes de mi presentación y un breve resumen. A la vista de todo ello han
decidido hacerme un hueco como keynote
speaker, es decir, orador de prestigio, lo que me da media hora para hablar
en el salón principal, el día 13. Por comparar, cuando acudí a Nueva York a un
evento similar, me colocaron en uno de los llamados panels, especie de mesas
redondas paralelas a los plenarios, donde apenas te dejan veinte minutos y
la audiencia es menor, porque los congresistas pueden elegir entre varios actos
simultáneos.
En cuanto a Irina, es la persona que se ocupó de
sacarme los billetes, la reserva de hotel, etc. Se ofreció también a enviarme
una carta oficial de invitación para facilitarme la obtención del visado. Pero
le dije que ya tenía una, que me había enviado la propia Svetlana. Estábamos ya
a mediados de agosto y nunca pensé que el tema del visado fuera tan complejo. La
historia del visado se merece un post específico. Por ahora, conténtense con
saber que el congreso incluye una Cena de Gala, nada menos que en el Salón de
Banquetes del Picadero de la Primera Compañía del Cuerpo de Cadetes. Este acto,
para el que se especifica que no es preceptivo el esmoquin, debe pagarse aparte.
No me lo pienso perder, por supuesto. En fin, para los momentos de subidón, no
hay música mejor que el punk. Así que
les dejo con un temazo de los Interrupters,
uno de los grupos de ska-punk que
parten la pana en estos momentos en LA. La letra es bien explícita: ¿Cuál es tu plan para mañana? ¿Eres un
líder, o un pringao? ¿Un luchador, o un acojonao? ES NUESTRO TIEMPO DE
RECUPERAR EL PODER.
Para escucharlo han de pinchar AQUÍ. Y póngansenlo en pantalla grande.
Querido amigo Emilio.
ResponderEliminar¿El congreso es bianual o bienal?
Me alegro de que tengas la actividad que te corresponde y que te satisface.
Un abrazo.
Pues tienes toda la razón. Es bienal. Desconocía la diferencia. Y además tiene un fundamento etimológico, como bimensual y bimestral. Aquí me surge la duda de siempre: ¿lo dejo así, dejando constancia en esta respuesta de mi error? ¿O lo corrijo y dejo el post nikelao? De momento lo voy a dejar, para que conste en acta que estaba herrado con hache, aunque no descarto arreglarlo más adelante.
EliminarQuerido Paco, un fuerte abrazo y gracias por la corrección.
Bueno, dos meses después, cuando ya nadie entra en este post, voy a corregirlo para dejar el texto niquelao para el futuro.
EliminarMujeres al poder. No se si te has fijado, pero tienes una jefa, por encima una Alcaldesa, tres señoras rusas que te atienden y hasta la jefa del grupo de punk, que por cierto es muy bueno.
ResponderEliminarYa lo he dicho en algún texto. En cualquier cosa de interés a la que te apuntes hay mayoría absoluta de féminas. Los tíos están en el fútbol o en el bar.
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