Bueno, varios seguidores me han
llamado para congratularse de encontrarme tan contento y casi eufórico, y
también para preguntarme de dónde he sacado a los Interrupters esos, que son cojonudos. Lo son ciertamente. Se trata
de un grupo formado al amparo de la casa Hellcat
Records, la discográfica que mantiene en LA el gran Tim Armstrong. Este señor,
ahora de gran barba negra, fue uno de los fundadores del grupo Rancid, un clásico del punk-rock de
segunda ola, los que no cayeron en los excesos de los pioneros y han podido
llegar a mayores con buena salud y la cabeza bien amueblada. Hellcat Records se dedica a reunir a músicos jóvenes con talento a
los que les facilita un estudio de grabación y la posibilidad de editar su música. Se ve que las nuevas generaciones tienen cultura rockera mamada desde que nacieron.
Los Interrupters ya han sacados dos álbumes y son de los más
persistentes de la galaxia Armstrong. El grupo está formado por la cantante
Aimee Allen y los hermanos Bivona, dos de ellos tocando bajo y batería y el
tercero multi-instrumentista, que lo mismo te toca la guitarra que cualquier
teclado. Pero la idea de la discográfica es reunir a varios amigos y formar grupos eventuales, a lo mejor para un solo tema. Por ejemplo, aquí les traigo al
grupo Witchita, que prácticamente sólo se han reunido para esta canción.
Reconocerán a los ubicuos hermanos Bivona y tal vez al cantante, que es Max
Schneider, conocido actor de cine y series de TV. En el post anterior les decía
que nada como el punk para los momentos de subidón. Bueno, pues el soul tampoco
se queda atrás, cuando se interpreta con talento y con la energía inagotable de
las jóvenes generaciones. La canción es un clásico: Mrs. Magoo. Para escucharlo han de pinchar AQUÍ. Merece la pena que lo pongan en pantalla grande y le suban el volumen.
Bien, pues así de contento estoy
yo, sólo me faltan tres soul-dancers
tan guapas como las que salen en el vídeo. La pregunta es: ¿por qué no habría
de estarlo? He empezado a correr y, por ahora no me duele la espalda. Ya saben
que el año pasado empecé a correr con una faja en la cintura, por consejo de mi
amigo Juanmi el Guitarrero. Lo que
pasa es que antes de Navidad me volvió a cantar la parte baja de la espalda
(algo más arriba de donde pierde su casto nombre) y dejé otra vez el deporte de
forma temporal. ¿Saben en qué momento me dejó de doler la espalda? Exactamente,
han acertado. En el segundo 1 después de romperme el brazo ya no me dolía
ninguna otra cosa.
Este verano tenía yo la ilusión
de iniciar la temporada en la fecha que más me gusta, el quince de agosto. Pero
tuve la precaución de comprarme una faja mejor. La de antes era de esas que
usan determinadas señoras para bajar barriga y estaba ya medio podrida después
de un año de uso. La nueva es elástica, potente y king-size. No vean lo bien que voy con ella por el Retiro.
Seguramente será una situación transitoria. En cuanto intensifique el
entrenamiento y estire los recorridos volveré a tener problemas. O no, que
diría el señor Rajoy. Hablando del rey de Roma, qué espectáculo el que están
dando los políticos en su conjunto. Uno pone la tele e inmediatamente cambia a
ver la Vuelta a España, aunque no le guste el ciclismo. Lo otro es insufrible.
Me temo que vamos a las terceras elecciones, cuyos resultados probablemente los
canten los niños de San Ildefonso, como sugiere mi amiga Inmaculada.
La gente pasa del tema. Esta
tarde, aprovechando que hemos suspendido el grupo de inglés, me he tomado un
par de vinos blancos con un amigo en una de las terrazas de la plaza de Santa
Ana. Nadie hablaba de política, todo el mundo estaba a lo suyo, incluido el
acordeonista rumano con su murga habitual. Y en eso hemos visto pasar a Alberto
Garzón, caminando por el centro de la plaza, con una mochila al hombro, supongo que venía del Congreso. Me ha
producido una sensación rara, como si se tratase de una aparición sobrenatural,
como si se hubiera escapado del mundo irreal que muestra la televisión, como
aquel personaje que se salía de la pantalla en La Rosa Púrpura del Cairo. La vida sigue fuera de Las Cortes, pero
estos tipos están en su mundo, no se enteran de nada. Eso sí: parece que se lo
pasan de cojones con sus absurdas esgrimas, con sus ironías y sus peleillas. Yo
creo que Garzón es bastante conocido. Pero nadie de los presentes ha reparado
en él, nadie le ha ovacionado ni abucheado.
Recuerdo ahora el detalle de
Pablo Iglesias (que entonces me pareció simpático) de regalarle al rey la serie
Juego de Tronos. Luego me ha
tocado ver algunos capítulos de una de las temporadas y ahora me explico muchas
cosas. La serie está bien filmada, es impactante, mis hijos la siguen con
veneración, pero en el fondo muestra un universo medieval, bárbaro, despiadado
y primitivo, que a mí no me atrae especialmente. Si al menos lo que se cuenta
fuera cierto, tendría un valor histórico pero, encima, es imaginario. Hay
detrás un equipo de guionistas que, cuando la cosa se pone fea, tiran de
dragones que sobrevuelan el ejército de los malos, les vomitan fuego y los
achicharran. Y a otra cosa, mariposa. A mí la Edad Media no me gusta, me parece
un período tenebroso, menos mal que llegaron el Renacimiento y las
revoluciones. Esto de Juego de Tronos
no lo veo muy diferente de las Crónicas
de Narnia, o los Juegos del Hambre.
Fantasía de consumo para adolescentes. Sin duda, Iglesias me caería mejor si le
hubiera regalado al rey Los Soprano
(la mejor para mí, con diferencia), o True
Detective, o The Wire (esta no la
he visto, pero todo el mundo me dice que es muy buena).
Pero estábamos en por qué estoy
tan contento. Además de la vuelta a las carreras, la situación de mi brazo
evoluciona. Tengo dolores y molestias importantes, pero me dice Juanmi El Guitarrero que lo que me duele no es
el hueso sino lo que le rodea, que esas molestias son independientes de que se
esté pegando o no, algo que no se podrá saber hasta el día 9, cuando me hagan
una nueva radiografía. Que las molestias me durarán meses y luego se me irán
quitando en función de que siga haciendo ejercicios de rehabilitación,
dirigidos o por mi cuenta. Me lo dice alguien que se ha roto tantos huesos que
dejó de contarlos a partir del número doce. Así que, en principio, vamos bien
(por si acaso no es así, ya me las he arreglado para pedir el alta laboral
antes, que no me fío ni un pelo de Gárate).
Por nada del mundo querría
perderme el viaje a Piter. No sé si
lo he contado, pero conozco Tallin y Helsinki, las dos ciudades que custodian
la entrada del Golfo de Finlandia, al fondo del cual está construida San
Petersburgo. Incluso he cruzado de una a otra en el ferry nocturno que las
comunica. San Petersburgo es la ciudad barroca perfecta, construida en el lugar
más inadecuado, unas marismas insalubres y de suelo poco firme, como resultado
del capricho y el empeño del zar Pedro el Grande, un tipo que deja chiquito al
barón Haussmann (no digamos a Gallardón). Pedro el Grande quería hacer una
ciudad europea, que fuera como una ventana a Occidente, que permitiera la
entrada de aire fresco en el mundo cerrado de la Rusia interior, cuya alma
rústica y abnegada odiaba profundamente el zar. Para ello se trajo a
ingenieros alemanes y arquitectos italianos que la diseñaron a lo grande. Se cuenta que en la corte del zar se habló francés durante mucho tiempo.
Tenía muchas ganas de visitar San
Petersburgo y ya saben que esto de los congresos me gusta como a un niño un
caramelo. No es una mala forma de reincorporarse a la vida activa, después de seis meses interrupted. Por mi
experiencia en eventos similares, sé que, hasta que tenga lugar mi
intervención, estaré tenso y concentrado, sin mirar mucho más allá de mi cabeza
y mi ordenador. Una vez liberado, me relajaré y hasta puede que pase
olímpicamente de los eventos finales del Congreso (salvo la clausura) para dedicarme a ver
un poco la ciudad. Porque no me sobra mucho tiempo para esto. Les tendré al
tanto de lo que vaya pasando.