Alcanzada esta cifra mágica del
post #500, sin mayores quebrantos que el de mi brazo izquierdo, cuya imagen radiográfica
oportunamente subí a este blog para que pudieran apreciarla como pieza de arte conceptual
espontáneo, conseguida por intermediación de una puerta de Metro mal
alcanzada, con resultado anatómico a la altura de las mejores propuestas de la arquitectura
deconstructivista, pues digo yo que cumple hacer un pequeño homenaje al mayor
genio literario de la historia, cuyo centenario se conmemora en estos días. Cierto
es que también se celebra el de un tal William
Ke-se-espere, o como quiera que se diga, bien valorado en el mundo
anglosajón y de fama igualmente merecida, aunque dicen las malas lenguas que el
caballero Ke-se-espere era en
realidad un empresario teatral que contaba con todo un equipo de ayudantes, de
los por aquí llamados negros y en las
tierras británicas ghost writers, que le elaboraban borradores que él se limitaba a corregir y depurar con su talento innegable, mientras
que nadie duda de que Cervantes construyó su obra en solitario, muchas veces en
la penumbra de las celdas en que estuvo preso, y encima con una sola mano,
algo de mucho mérito, de lo que puedo dar fe después de haber comprobado en mis
propias carnes lo costoso que me resultaba escribir nuevos textos en los días posteriores
a mi accidente, una tarea que me supuso luchar a brazo partido, para mantener mi ritmo
habitual de producción.
He de añadir que, allá por marzo
de 2013, ya conmemoré mi post #100 con un pequeño fragmento del Quijote,
escogido por varios motivos: el corto tamaño que le permitía ajustarse a las
dimensiones máximas de mi blog, el punto escatológico que por aquellos tiempos impregnaba parte de mis textos y el toque humorístico que este foro no debe
perder jamás. Pueden consultarlo AQUÍ.
Tenía pensado ir honrando mi blog con referencias cervantinas cada vez que
alcanzara un número redondo, pero mi vida ajetreada me lo ha impedido y quiso
la diosa Fortuna que el post #200 me pillara en Bruselas, disfrutando de la
hospitalidad de mi amigo Antònio Trinidad que, por cierto, se ha venido a vivir
a unos cien metros de mi casa, por lo que ya hemos dado juntos algún que otro paseo
por el barrio. El #300 me llegó en un tren en dirección a Colonia y Hamburgo,
en el que había hecho migas en francés con una dama que no recordaba el nombre del
arquitecto autor de la estación de Lieja, que acabábamos de atravesar, un nombre que, decía, sonaba algo así como kamasutra.
Dado que suele decirse que el tal arquitecto te la clava, la analogía cobra un doble sentido un tanto chocante.
En cuanto al post #400, me pilló
en Leipzig, el día de mi intervención en una Jornada titulada Patizipation und Urban Intervention,
organizada nada menos que por la Facultät Architektur und Sozialwissenschaften.
Tal vez se inclinen vuesas mercedes a pensar que todo esto lo estoy contando a
título de excusa, pero nada más erróneo. Yo escribo los textos en formato
Word, y se numeran al subirlos al blog por un procedimiento de corta-pega,
completado con el añadido de imágenes, videos y links. Estando por ahí de
aventuras europeas, no me entero de que he alcanzado un número redondo conmemorable
hasta el momento mismo en que lo subo a la nube. Tampoco viajo, como es lógico, con el ejemplar del Quijote que atesoro con mimo. Creo que ya he comentado que
mi padre, en sus últimos años, era el único libro que leía, una y otra vez. Lo
tenía en la mesita de noche y proclamaba que ningún otro texto le divertía como
este. Le pasaba lo mismo con los huevos
fritos con patatas, la única cena que admitía. Los hijos le llevábamos a veces
a restaurantes caros, con objeto de devolverle una micra de todo lo que nos
había dado, y acabábamos enfadados con él: joder, papá, ¿para eso te traemos
aquí? ¿Para que pidas huevos fritos?
En fin. Por mor de nuevo de la diosa
Fortuna, que tuvo a bien hacerme tropezar contra el defensa lateral izquierdo del
equipo contrario que formaban los que bajaban del Metro que yo intentaba tomar,
esta vez la cifra de 500 posts me ha pillado en casa, de baja y con el Quijote
a mano. Y con tiempo tras una semana atareada. Es momento, pues, de homenajear al maestro con un texto también corto y humorístico como el anteriormente comentado. También aquí, he de
ponerles en antecedentes. Al final del capítulo XVI del segundo
tomo del libro, don Quijote se ha encontrado a otro caballero con el que ha trabado amena
conversación. Se trata de don Diego Miranda, que le sigue la corriente
diciéndole que también él se dedica a la esforzada tarea de caballero andante,
desfacedor de entuertos y defensor de doncellas amenazadas. Hasta tal punto que,
a falta de mejor nombre, don Quijote lo ha bautizado como El Caballero del Verde Gabán.
Mientras conversan ambos hidalgos, Sancho aprovecha para acercarse hasta unos
pastores que andan cerca, por ver si le dan un poco de leche o algo que sacie su
habitual glotonería. En esas don Quijote ve a lo lejos un carro con banderas
reales y, presintiendo que se avecina una nueva aventura, llama a Sancho a
grandes voces, apremiándole a que le traiga la celada, que el otro carga en su
borrico. Es así como Cervantes pone en suerte al lector para abordar el
Capítulo XVII, cuyo inicio aquí se transcribe.
Cuenta la historia que cuando don Quijote
daba voces a Sancho que le trujese el yelmo, estaba él comprando unos
requesones que los pastores le vendían; y, acosado de la mucha priesa de su amo,
no supo qué hacer dellos, ni en qué traerlos, y, por no perderlos, que ya los
tenía pagados, acordó de echarlos en la celada de su señor, y con este buen
recado volvió a ver lo que le quería; el cual, le dijo:
–Dame, amigo, esa celada; que yo
sé poco de aventuras, o lo que allí descubro es alguna que me ha de necesitar,
y me necesita, a tomar mis armas.
El del Verde Gabán, que esto oyó,
tendió la vista por todas partes, y no descubrió otra cosa que un carro que
hacia ellos venía, con dos o tres banderas pequeñas, que le dieron a entender
que el tal carro debía de traer moneda de Su Majestad, y así se lo dijo a don
Quijote, pero él no le dio crédito, siempre creyendo y pensando que todo lo que
le sucediese habían de ser aventuras y más aventuras, y así respondió al
hidalgo:
–Hombre apercebido, medio
combatido: no se pierde nada en que yo me aperciba, que sé por experiencia que
tengo enemigos visibles e invisibles, y no sé cuándo, ni adónde, ni en qué
tiempo, ni en qué figuras me han de acometer.
Y, volviéndose a Sancho, le
pidió la celada; el cual, como no tuvo lugar de sacar los requesones, le fue forzoso
dársela como estaba. Tomóla don Quijote, y, sin que echase de ver lo que dentro
venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza; y, como los requesones se
apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas
de don Quijote, de lo que recibió tal susto, que dijo a Sancho:
–¿Qué será esto, Sancho, que
parece que se me ablandan los cascos, o se me derriten los sesos, o que sudo de
los pies a la cabeza? Y si es que sudo, en verdad que no es de miedo, sin duda
creo que es terrible la aventura que agora quiere sucederme. Dame, si tienes,
con qué me limpie, que el copioso sudor me ciega los ojos.
Calló Sancho y diole un paño, y
dio gracias a Dios de que su señor no hubiera caído en el caso. Limpióse don
Quijote y quitóse la celada por ver qué cosa era la que, a su parecer, le
enfriaba la cabeza, y, viendo aquellas gachas blancas dentro de la celada, las
llegó a las narices, y en oliéndolas dijo:
–Por vida de mi señora Dulcinea
del Toboso, que son requesones los que aquí me has puesto, traidor, bergante y
mal mirado escudero.
A lo que, con gran
flema y disimulación, respondió Sancho:
–Si son requesones, démelos vuesa merced, que yo me los comeré…Pero
cómalos el diablo, que debió de ser el que ahí los puso. ¿Yo habría de tener
atrevimiento de ensuciar el yelmo de vuesa merced? ¡Hallado le habéis el
atrevido! A la fe, señor, a lo que Dios me da a entender, también debo yo de
tener encantadores que me persiguen como a hechura y miembro de vuesa merced, y
habrán puesto ahí esa inmundicia para mover a cólera su paciencia y hacer que
me muela, como suele, las costillas. Pues en verdad que esta vez han dado salto
de vago, que yo confío en el buen discurso de mi señor, que habrá considerado
que ni yo tengo requesones, ni leche, ni otra cosa que lo valga, y que si la
tuviera, antes la pusiera en mi estómago que en la celada.
–Todo puede ser –dijo
don Quijote.
Nada puede comportar mayor honor y privilegio para este foro, que reproducir un fragmento del Quijote. Que disfruten ustedes de este maravilloso puente de
mayo