viernes, 13 de noviembre de 2015

448. El mundo de Ana Blandiana

Cuando la dictadura del tirano Ceaucescu se vino abajo a finales de 1989, la literatura rumana floreció, a partir de los escritores que habían liderado la resistencia cultural al régimen, escribiendo lo que podían, bajo una férrea censura de la que les recuerdo que, entre otros aspectos esperpénticos, prohibía publicar fotos o imágenes de la pareja Ceaucescu posteriores a sus 40 cumpleaños. Hace año y pico escribí una serie de cinco posts sobre Ceaucescu y la historia reciente de Rumanía, después de mi viaje a esa tierra, que pueden encontrar fácilmente pinchando en la etiqueta Rumanía, una de las que aparecen en el lado derecho de este blog. En el momento de la llegada de la democracia de corte occidental, emergen dos figuras descomunales entre los escritores rumanos: Mircea Cartarescu y Ana Blandiana. Como pueden comprobar abajo, los dos eran muy guapos, algo que ninguna censura puede enmascarar. 


Cartarescu nació en 1956. Tenía, pues, 33 años en el momento de la revolución y tiene ahora 59. Blandiana, es mayor. Nacida en 1942, tenía 47 cuando la revolución y tiene ahora por tanto 73. Los dos son fundamentalmente poetas, si bien hacen frecuentes incursiones en la prosa, son reputados ensayistas y escriben con asiduidad en la prensa de su país, en donde ambos son auténticas referencias éticas, culturales y vitales. No he leído nada de Cartarescu, pero sí de Blandiana. En concreto, en mi club literario Billar de Letras analizamos hace un par de martes su libro Proyectos de pasado. Centraré, pues, este texto en el libro y en la figura de Ana Blandiana, ahora mismo considerada, por edad y talla literaria, como la gran dama de la literatura rumana, en este momento presidenta del Pen Club nacional. Ana Blandiana es todavía una mujer llena de vitalidad, con una actividad incansable y una capacidad de apuntarse a cualquier asunto solidario o cultural en el que su presencia pueda resultar de ayuda. A sus 73 años, sigue siendo una mujer muy guapa, como pueden comprobar en la foto de abajo (de hace pocos años), demostración viviente de que la cara es el espejo del alma y de que las personas que continúan activas física y mentalmente, mantienen también un aura, un magnetismo, un atractivo físico claro, cualquiera que sea su edad.




















Ana Blandiana nació en Timisoara, la más occidental de las ciudades rumanas, sede de una de sus más importantes universidades y lugar también en donde se prendió la mecha de la revolución de 1989. Era hija de un pastor ortodoxo, bastante crítico con el régimen, lo que le valió para ser desterrado y enviado a los campos de trabajo ligados a la construcción del Canal del Danubio, un proyecto gallardónico-estalinista, en cuyas obras se estima que murieron más de 2.000 represaliados. Este hecho marcó toda su vida: en sus relatos se habla de gente a la que se llevan y a la que todo el mundo da enseguida por muerta. El padre de Blandiana regresó sin embargo, muchos años después, como una persona devastada física y anímicamente, que murió pronto. Con 17 años, Ana logra publicar un poema en una revista de Cluj. Inmediatamente recibe una circular del Estado en la que le comunican que tiene prohibido publicar nada más y cursar estudios universitarios, en su calidad de hija de un enemigo del pueblo.

Conseguirá sin embargo licenciarse en la Facultad de Filología de Cluj y publicar de forma clandestina algunos de sus poemas y relatos, que llegarán a conocerse en el extranjero. En 1982 gana el prestigioso premio Gottfried von Herder, de la Universidad de Viena. Su repercusión será ya imparable, a pesar del acoso del régimen en sus últimos y demenciales años, cuando el pueblo se muere de hambre a cuenta de la obsesión del tirano por pagar sus deudas con los bancos extranjeros, que habían financiado sus ineficientes planes de industrialización masiva. Años en los que Ceaucescu preparaba su Plan de Sistematización, que pretendía demoler la mitad de los 13.000 pueblos de la Rumanía rural, para realojar a sus habitantes en bloques de los nuevos complejos agro-industriales de estricto diseño soviético, a construir en los años siguientes. Tiempo en que los rumanos disponían de unas tres horas diarias de electricidad, lo que les permitía conectar el único canal de TV, que informaba en sin fin de los éxitos de la política del régimen además de contar los más mínimos detalles de la vida de la pareja Ceaucescu.

De todo esto les hablé en los posts citados. Y es también éste el ambiente en el que se desarrollan los relatos de Blandiana. Unos relatos de estilo fantástico, que demuestran que esta señora había leído a García Márquez y a Rulfo, entre otros, en lo que alguien calificó de neorrealismo mágico socialista. Dice la autora que la fantasía es una forma de enfrentarse a un contexto de censura férrea. En una entrevista reciente, Blandiana afirma que sus relatos se basan en metáforas. Y que una metáfora es una comparación de la que sólo se ofrece uno de sus componentes, de forma que el lector ha de imaginar el otro. Una forma de hablar sin hablar de lo que no se puede hablar. Proyectos de pasado es una colección de once relatos que, por su precisión estilística, recuerdan a veces a Alice Munro y en otras ocasiones traen a la memoria a Goethe y los autores románticos, cuando se embarca en descripciones fastuosas de la naturaleza desbocada, otro tema que fascina a Blandiana: las tormentas, las inundaciones o la forma en que la maleza invade los pueblos abandonados.

A pesar de su trama fantástica, los relatos de este libro contienen críticas feroces al contexto, en el que se adivinan los perfiles sombríos de la represión omnipresente. Les cuento algunos ejemplos. En el primero de los cuentos, el narrador es un delfín que se acaba de morir y flota a la deriva, encantado de haberse liberado del esfuerzo de tener que nadar continuamente. Blandiana es capaz de describir el placer de este ser que se deja llevar mansamente por las olas. Unas olas que le acercan a una orilla, en donde hay un grupo de gente que le observa llegar. Este grupo se cree que es un delfín de plástico y empiezan a despotricar contra los tiempos modernos en los que todo es falso, todo está mixtificado y hasta nos quieren hacer creer que hay peces de verdad, cuando se trata de burdas imitaciones. Es un niño pequeño el que se da cuenta de que el delfín es auténtico, al descubrir una herida en su costado. Lo señala con su dedito y grita: es de verdad, papá, es de verdad, pero nadie le cree (tal vez un homenaje a ese otro niño que denunció que el rey estaba desnudo). Pero el delfín ya se aleja de nuevo, mecido por la marea que lo balancea de aquí para allá.

Díganme si han leído nunca algo tan original. En otro de los relatos, una profesora de filosofía, que ha escrito ensayos sobre las ventajas del ateísmo sobre las religiones clásicas, acosada por la miseria y el racionamiento, decide alquilar una gallina clueca, que instala en la terraza de su vivienda urbana. Compra luego una docena de huevos a un extraño personaje. Pero, después de una incubación llena de extraños presagios, de los huevos nacen doce angelotes, como los de los cuadros de Murillo. Sigue una descripción precisa de cómo estos doce seres traviesos juegan, se revuelcan y revolotean por todo el edificio, poniendo en un serio problema a esta señora, cuyas convicciones se tambalean. Supongo que reconocen aquí la sombra de Kafka. En otro cuento más, los campesinos de una aldea deciden trasladar entera una iglesia de madera que les vende otra aldea vecina. Usando grandes serruchos, la desprenden de su cimentación y empiezan a trasladarla arrastrándola con bueyes. Han de esperar a que se congele un río para poderlo cruzar pero, con el peso, se les hunde y se queda encajada en el cauce todo el invierno. Cuando llega la primavera, los habitantes llevan ya un tiempo usando la iglesia para sus cultos, pero entonces llega en tromba el agua del deshielo y se la lleva río abajo. Años después, en la desembocadura del Danubio, cuentan que todavía se ve a veces a lo lejos la silueta de la iglesia flotante y se escuchan los cánticos de los hombres que se fueron con ella.

Con todo, mi relato favorito es el que da título al libro. Sólo por ese cuento merece la pena comprarse este libro, altamente recomendable. Curiosamente, es el más realista de todos, pero describe una situación tan surrealista que se convierte en una historia de alto contenido simbólico y de estirpe kafkiana legítima. La cosa arranca en medio de una boda campesina. En plena celebración, llegan unos camiones que frenan ruidosamente. Se bajan unos soldados y les dicen a todos los presentes que están detenidos, que se los van a llevar a otro lugar y que tienen unos minutos para recoger sus enseres más necesarios. Improvisan fardos y maletas con un revoltijo de objetos heterogéneos y embarcan en los camiones, todavía vestidos de boda. Unos días después los dejan en medio del Baragan, una estepa semidesierta del Este de Rumanía. Allí se encuentran de pronto nueve personas que han de valerse por sí mismas, como nuevos robinsones, en una isla rodeada de tierra pero de la que tampoco se puede salir. Forman el grupo, entre otros, los novios de la boda, el cura, una pareja de profesores de filosofía, el guardagujas de la estación y una abuela muy vieja que sabe mucho de hierbas. Se supone que a los demás invitados a la boda los han dejado en otros lugares similares.

Esta banda tan heterogénea se las arregla para sobrevivir, se construyen casas de madera, aprenden a cazar con cepos, siembran en la tierra antes yerma y aguantan allí doce años. Al final, cuando llega un camión y les dicen que son libres, que pueden volver a su pueblo, algunos lo viven casi como una faena. El relato tiene escenas geniales. Como cuando una noche escuchan afuera a un jabalí y, sin decir una palabra, se abalanzan todos a una sobre el pobre animal, clavándole toda clase de objetos hasta que lo matan y se aprovisionan de comida para una temporada. O un día en que llega un gran rebaño trashumante y se queda varios días. Cuando se van, los residentes han negociado con los pastores la compra de varios corderos y ovejas, a cambio de sus últimas joyas. Con eso inaugurarán un nuevo sector productivo: el ganadero. La abuela mantiene siempre planchado el traje de la boda, que nunca se pone, porque quiere que lo entierren con él. El relato es narrado muchos años después por el tío Emil, que no puede disimular un sentimiento de nostalgia por aquellos doce años, los más peculiares e interesantes de su vida.

Como les digo, un libro muy recomendable. Esta publicado por la editorial Periférica y traducido por Viorica Patea, una rumana radicada en Salamanca, donde ejerce de profesora de Literatura. En el club de lectura se planteó la idoneidad de la literatura fantástica como medio de lucha contra un régimen injusto, en contraposición con otras formas literarias más militantes. Ronaldo, el jefe del club, nos dio una explicación consistente. El uso de este género menos realista convierte los relatos en universales y eternos. Es decir, que dentro de cien años serán perfectamente válidos, de modo que alguien que los encuentre y los lea, podrá valorarlos igual que ahora. Por entonces (si es que todavía se lee) probablemente nadie sepa ya quien era Ceaucescu. Que pasen un buen fin de semana. Salgo en un rato para la Siberia extremeña. Aprovechen el veranillo, que pronto llegará el frío.       

No hay comentarios:

Publicar un comentario