Qué cansino esto de hablar del prusés. No apetece nada en medio del
griterío. Además, yo llevo más de tres años alertando de la que se nos venía
encima. Empecé cuando apenas se hablaba del asunto y ahora resulta que todos
los periódicos nacionales le dedican al tema sus crónicas, reportajes y
editoriales. Ya saben que los medidores de audiencia de radio, allende las
fronteras de esa Catalonia que se han inventado, caen en picado en cuanto se anuncia
que se va a hablar del prusés. Yo ya
he dicho casi todo lo que se puede decir de este lamentable asunto y me
arriesgo a que este post no lo lea casi nadie, porque los secesionistas no
suelen consultar mi blog; había uno hace tiempo, pero ha dejado de
aportar sus comentarios, supongo que harto de su nulo efecto sobre mi línea de argumentos
al respecto.
Si quieren saber cuál es esa
línea, no tienen más que pinchar en la etiqueta “Nacionalismo” aquí a la
derecha un poco más abajo. Les saldrán mis comentarios en orden temporal
inverso. Debajo de todo, verán un link que dice “Entradas más antiguas”. Pues
pinchando allí van volviendo hacia atrás, si es que quieren empezar por las
primeras. Digo esto por si alguien entra por primera vez aquí, tal vez
despistado por el equívoco título del post. Por resumir, yo tengo muy claro que
el nacionalismo es una tendencia que va contra el sentido natural de la
historia, que es el del mestizaje y la mezcla de culturas. En ese sentido el nacionalismo se sitúa en un
rango ideológico que cabe calificar de retrógrado, conservador, de derechas,
atávico y antiguo, que hunde sus raíces en el llamado romanticismo decimonónico
del que nació y persigue la vuelta a la caverna, camuflada de arcadia
primigenia en la que todos los problemas serán resueltos.
Cuando el nacionalismo se vuelve
identitario y excluyente, se convierte en un virus, que abduce a los que se
suman a su deriva, hasta extremos próximos a los de las sectas destructivas. El
virus es alentado por políticos de perspectiva chata, que buscan sólo crearse
un ámbito de poder desde el que poder mangonear a sus pueblos sin que nadie les
estorbe. Para ello sacan del baúl de Pandora los sentimientos más racistas y xenófobos
que, una vez esparcidos, son difíciles de recoger para ponerlos otra vez a buen
recaudo. Ha sucedido ya muchas veces, no se trata de nada nuevo. Bélgica nació
de una segregación de la gran Holanda (la que derrotó a Napoleón en Waterloo,
conquistó Indonesia, Malasia y Sri Lanka y fundó Nueva York, con el nombre de
Nueva Amsterdam). Polítiquillos mediocres forzaron la fisura entre los pueblos
de la actual Holanda (protestantes) y los de la actual Bélgica (católicos).
Aquí el hecho diferencial era la religión, no la lengua, pero los argumentos
eran los mismos: Amsterdam nos roba, etc. El gran duque de Luxemburgo aprovechó
el follón para independizarse también y desde entonces son lo que son: tres
países enanos, con muy poca incidencia en el concierto de las naciones.
Lo mismo sucedió en Yugoslavia,
gran país de los tiempos de la Guerra Fría, fundador del Movimiento de los
Países No Alineados, ahora desmenuzada en seis o siete países enanos. La interminable lista
de los países que compiten en la Copa de Europa de Fútbol es altamente significativa de lo que digo. Esa
es una de las consecuencias de ese virus: el poder político está cada vez más
disgregado, al contrario del poder económico, que cada vez es más
multinacional. La empresa del SS tiene un presupuesto anual superior al de
muchos de estos estados minúsculos. Y los ciudadanos de esos estados están
mucho más desprotegidos frente al poder económico que los de los países
grandes, como se ha visto en Chipre, Eslovenia o los Países Bálticos,
continuamente acosados por los prestamistas. Yo creo en los estados poderosos,
con impuestos altos y servicios públicos eficientes. Me da igual que tengan una
estructura centralista como Francia, o federal como Alemania y USA. Creo que un
estado de estos puede defender mejor mis derechos.
Generalmente, los movimientos
secesionistas prenden en las regiones más ricas de un país. Pero hay
excepciones que demuestran el carácter vírico del fenómeno. Eslovaquia era la parte más
pobre de Checoslovaquia. Pero se empeñaron en separarse, contra la opinión
mayoritaria de los checos. Ahora presumen de un crecimiento del PIB mayor que
el de sus antiguos compatriotas. Su objetivo es adelantarles un día, aunque eso queda aún bastante lejos. ¿Saben por qué Eslovaquia tiene hoy una de las tasas más
altas de crecimiento del PIB en Europa? Pues porque eran un país rural y
atrasado, en el que el mercado laboral tenía menos garantías que en ninguna
parte. Eso hizo que muchas empresas, por ejemplo, del sector del automóvil, se deslocalizaran para trasladarse allí. En
ningún lugar de Europa se pueden construir coches con menos costes laborales. Y
un ejemplo aun más delirante que el catalán o el eslovaco es el de Chechenia.
Un rincón de Rusia habitado por musulmanes concibe la locura de independizarse
y se pone a la tarea a sangre y fuego. Cuánto dolor causado para nada.
Cataluña es en estos momentos un
pueblo fracturado en dos mitades (me da igual que haya unas décimas de mayoría
en un sentido o en otro). Esas dos mitades tienen objetivos irrenunciables que
no son compatibles. De modo que el futuro le deparará una gran desilusión a la
mitad que pierda. Ese es el gran logro del delincuente Pujol (auténtico lladre y artífice de la gran enganyifa) y su acólito Maese Artur. Para
eso, tres años de prusés descuidando
todo lo demás, no gobernando, empobreciendo a su tierra en una deriva que les
tiene ahora sin poder ni pagar los medicamentos a las farmacias. Pero una de
las características del virus es que, para lograr los objetivos, es lícito
subvertir todos los valores; todo lo que sume vale, aunque sea éticamente
impresentable. Adiós a la ética, a la moral, al sentido deportivo. La lista de
trampas, mentiras, felonías y deslealtades de Maese Artur es interminable. Casi
tan extensa como la de los millones robados por su mentor, el unurabla, ahora devenido en innumbrabla.
El punto clave sobre el que
bascula la gran falacia montada es el hecho diferencial forzado, de hacer incompatible
ser catalán y ser español. El resto de los mortales nos sentimos varias cosas a
la vez sin mayores problemas: en mi caso, yo me siento a la vez coruñés,
gallego, español, europeo, occidental y blanco. Muchos catalanes se sienten
catalanes (obvio), pero también españoles. Pero eso ahora no mola, hay que
buscar el enfrentamiento. Por eso cuando Maese Mas acude al Estadio y la gente
se pone a pitar el himno español, sonríe con su risa del perro pulgoso: muy,
bien, muy bien, vamos a la lucha, a las barricadas. Además del sentido ético,
otra de las cosas que se pierden es el sentido del ridículo. Es difícil que los
catalanes con un poco de sentido común (el proverbial seny) no se sientan concernidos por la coña que desprenden artículos
como el de Enric González del pasado 17 de octubre, que pueden leer AQUÍ, a cuenta del proyecto político de las CUP, consistente en (sic) montar un pollo de la hostia.
O el grandioso chiste de El Roto que les pongo abajo.
Hace tres años, cuando yo empecé
a pronosticar lo que venía, muchos pensaron que deliraba. Pero el choque de
trenes ha llegado. Como bien dictaminó Fernando Savater, sólo uno de los
trenes circula en la dirección correcta. El otro es un tren que va a
contramano, como los conductores suicidas de las autopistas. No creo que Rajoy sea capaz de frenar el asunto y tampoco veo mucho más capacitados a los
demás. Esto sólo lo pueden arreglar los propios catalanes con sus votos. De ahí
el título de este post. Vale, reconozcámosles el derecho a decidir. Y el
derecho a equivocarse. Si no lo remedian, pueden cometer un error de
dimensiones históricas. Pero, además del derecho a equivocarse, también tienen aún la oportunidad de acertar. No la desaprovechen, amigos catalanes. Les están engañando, entre
otras cosas con el carácter pacífico y cívico del prusés. A este respecto,
abajo les pongo el vídeo de una de las escenas más tremendas de la película Cabaret: Tomorrow belongs to me, el
mañana me pertenece. A los alemanes también intentaban seducirlos en los
primeros treinta con un movimiento pacífico y cívico. Cada vez que veo cualquiera de
las escenografías que se montan cada dos por tres en los pollos
independentistas, no puedo evitar acordarme de esta escena. Bona nit.
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