Tremendos los movimientos de
gente hacia el llamado primer mundo, era algo que antes o después tenía que
pasar y está pasando ya de forma masiva. La situación se está desbordando en
las fronteras de Europa. Hoy 70 muertos en un camión en Austria. Ayer otros 82
en dos barcos libios. Las cifras se
repiten cada día y ya pasamos la vista por el periódico en diagonal y nos vamos
a comprobar qué tal ha dormido Messi, o si al Cretino Ronaldo le duele la
rodilla. Nos hemos acostumbrado a la rutina del horror cotidiano. En Europa
estamos jodidos, decimos, ya no podemos más con la crisis y el problema griego.
Pero no dejan de llegar avalanchas de gente que ya no emigra en busca de un
lugar donde poder llevar una vida digna de tal nombre. Ahora huyen de la
guerra, del radicalismo y la barbarie del Isis, de la brutalidad de los
atentados indiscriminados.
Hace unos días, los fanáticos
dinamitaron el templo de Baal en Palmira, y lo filmaron como suelen. Previamente
habían degollado al conservador en jefe de las hermosas ruinas romanas de esa
localidad, un prestigioso arqueólogo octogenario. 80 años dedicado a la
conservación de unos restos declarados Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO, para que lleguen unos bárbaros y lo maten. No tuvo que ver el resultado
final fallido de los desvelos de toda su vida, aunque seguramente lo imaginó.
Visité esas ruinas de la ciudad que marcaba la linde del Imperio Romano, más
allá de la cual empezaba el espacio exterior pobre e inseguro, fuera del
dominio y el control de Roma. A la caída del imperio, Palmira fue abandonada y
la invadieron las dunas. Eso permitió conservar hasta nuestros días el trazado
perfecto de esta ciudad de nueva planta, construida en torno a los dos ejes
perpendiculares, cardum y decumanum.
La gente huye de Siria
horrorizada, y también de Irak y otros países del Oriente Medio. Y de Pakistan,
y de Afganistán y de zonas africanas como ese territorio sin estado llamado Somalia. Se desplazan con sus pertenencias en hatillos y maletas, como
los judíos que deportaban de las ciudades centroeuropeas. Emigran en busca ya
no sólo de una mejora económica, sino de unas condiciones mínimas de seguridad
y protección. Acceden como pueden a Turquía, cuyas fronteras tienen puntos
permeables y esperan allí, en campos de refugiados o durmiendo donde pueden.
Pero han de seguir. En Izmir y otros puertos turcos del Mar Egeo, embarcan en
frágiles barcas, capaces de burlar a las patrulleras griegas. O cruzan por
Estambul e intentan llegar por tierra, desde la Turquía europea. Es un viaje
menos peligroso que el de los que cruzan el Mediterráneo en pateras, desde
Libia y Marruecos, pero tampoco es un viaje de final asegurado. Además es más
barato: 3.000 euros es el precio que cobran los de la patera, mientras que la
larga serie de pagos por cruzar las sucesivas fronteras desde Turquía y Grecia,
no supera los 1.800.
En Grecia se encuentran ya uno de
los cuellos de botella de su camino al paraíso. Ya les conté cómo Grecia fue
admitida en la Unión Europea sin tener las condiciones socioeconómicas
requeridas, por cuestiones geoestratégicas, en un momento en que no tenía
siquiera continuidad territorial con el resto de la Unión. Ahora sí que la
tiene, desde el derrumbe del mundo soviético, a través de Bulgaria y Rumanía.
Pero Bulgaria es un país árido y de paisaje despiadado, en donde son fácilmente
detenidos y enviados a campos de internamiento en las afueras de las ciudades.
Allí pasan meses, atendidos por la gente de las ONGs, esperando el resultado de
sus peticiones de asilo a diferentes países. Así que muchos eligen otra ruta, a
través de Macedonia, un país rural y atrasado en el centro de Europa, resultado
del estallido de Yugoslavia, que no está preparado para la avalancha de los
desheredados del mundo. Es imposible subirse de polizón en un ferri de los que
cruzan a Italia, y la posibilidad de atravesar Albania es también bastante
peligrosa y de final incierto.
Así que la gran mayoría viaja por
trenes o carreteras del interior de Grecia hasta las inmediaciones del paso
fronterizo de Idomeni, que da acceso a Macedonia. Allí acampan por donde pueden,
escondidos entre los cañaverales, para que no los encuentre la policía griega,
que cada día detiene a unos 500 y los envía de vuelta a Salónica, en donde hay
también campos de refugiados y detenidos sin papeles. Los que burlan la vigilancia,
cruzan al otro lado escondidos en trenes o camiones, pagando a los coyotes
correspondientes. Eso les lleva generalmente a Skopje, la pequeña capital de
Macedonia. Se estima que, cada año hasta éste, cruzaban Macedonia entre 15.000 y
20.000 emigrantes ilegales, sin papeles. Este año ya se han superado de largo
esas cifras, cuando aún quedan cuatro meses.
La siguiente estación del
via-crucis es Serbia. Y para muchos, la historia se acaba allí. Porque resulta casi
una misión imposible acceder a Hungría, que es espacio Schengen y, por tanto,
el paraíso. El gobierno filofascista de Hungría se plantea blindar su frontera
sur con un muro, como el de Berlín, el de USA con parte de México y otros. Esto
es como poner puertas al campo. Han visto estos días las fotos de los sirios
cruzando bajo las alambradas que preceden a ese proyectado muro de la vergüenza
y la insolidaridad. Meses después del inicio de su éxodo, cientos de sin
papeles duermen al raso en los parques de Belgrado y las otras grandes ciudades
serbias. Los que consiguen conectar con ONGs como ACNUR, que ayudan a los
refugiados, reciben apoyo para tramitar sus solicitudes de asilo. En 2015, el país
más solicitado es Alemania, con cerca de 100.000. Le siguen la propia Hungría
con 40.000 y Francia e Italia con cerca de 20.000 cada una.
Merkel ha tratado de conseguir un
acuerdo para una distribución lógica de la gente que llega a esta Europa
envejecida y con bajísimas tasas de natalidad. Pero se ha encontrado con que
todo el mundo escurre el bulto. Eslovaquia, en su aislamiento mágico entre
montañas, ha proclamado que sólo admitirá cristianos. Cuando todos sus vecinos
se han vuelto a reír de los eslovacos como de costumbre, han sacado la excusa
de que allí no hay ninguna mezquita, con lo que las carcajadas se han oído hasta
en Berlín. Habría que ver la reacción de una Catalonia independiente ante un
problema como este. ¿Les exigirían hablar catalán? ¿O también venir bien lavados
y peinados? Con brillantina Artur, por supuesto. Ya retomaré el tema de la
deriva catalana, pero me permito un inciso. ¿Recuerdan que les conté que para
montar un sindicato como Solidaridad hacía falta mucho dinero? Pues para montar
el procés, también. Ya vamos viendo cómo
se obtenía.
Es bastante antiestético este mohín
de doncella ruborosa que ha aquejado a los países europeos cuando se les ha
requerido una ayuda solidaria ante este grave problema. Si Etiopía ha sido
capaz de acoger en su territorio a más de 200.000 desplazados por la guerra de
Sudan del Sur, pues parece que las excusas de los países ricos de Europa no son
de recibo. Podríamos deducir que, cuanto más rico llega a ser un país, más
insolidario se vuelve. Es una conclusión que no me gusta nada, que va contra mi
visión positiva del mundo y el progreso de la Humanidad. Pero no tengo más
remedio que denunciar el tema. ¿La solución? Pues no es un secreto que, a medio
y largo plazo, pasa por ayudar al desarrollo de los países de origen de estos
emigrantes. De forma que no se vayan. Ya saben que, además, los que optan por
largarse de su tierra, suelen ser los tipos más activos, decididos y
emprendedores. La masa más pasiva suele quedarse y aguantar hasta donde puede.
Pues organicemos desde la ONU o como sea una política de apoyo al desarrollo de
los países más pobres. Y por supuestos intentemos acabar con las guerras
locales que expulsan de su tierra a estas grandes masas que amenazan nuestra
estabilidad. Es uno de los retos más inmediatos que tenemos.
Por lo que he leído, las cifras de lo que les cuesta a estas pobres gentes llegar al paraíso son más altas de lo que tú dices. por lo demás, de acuerdo en lo que nos transmites.
ResponderEliminarSupongo que tienes razón. Las cifras que yo doy no me las he inventado, sino que las he sacado de algún reportaje que he leído. Pero está claro que no hay unas tarifas fijas. Imagino que la gente que viaja por sus medios, de estación ferroviaria en estación ferroviaria, se gasta en torno a esas cifras, entre billetes, sobornos y ayudas para cruzar fronteras. Otros pueden pagar a un intermediario que se ocupa de todo y que generalmente los engaña. Tal vez no debería de haber dado cifras, lo que yo quería destacar era el drama y, además, desde que colgué este post, las noticias al respecto han pasado a convertirse en tema de portadas. Seguro que encuentras artículos mejor fundamentados que el mío.
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