Por si no quedó claro mi mensaje
final del post anterior, lo completo. El racismo, la intolerancia y la
violencia de cualquier signo son detestables. Además, las cosas que se
solucionan de forma violenta se quedan mal resueltas y rebrotan al cabo del tiempo,
generando nueva violencia. No me parece descabellado relacionar la creación del
Estado de Israel y su praxis agresiva con la agresión a que se sometió al
pueblo judío entre 1930 y 1945. Dicho esto, yo siempre seré partidario de
tender puentes entre culturas y por eso me molestan los nacionalismos. Llamo
nacionalismos a los movimientos que crean politiquillos de tercera, instrumentalizando los sentimientos legítimos de pertenencia y amor a sus
pueblos de la gente de a pie. Todas las guerras han surgido de conflictos de
poder entre políticos que, buscando únicamente crearse su propio nicho de
poder, han destapado la caja de Pandora de los agravios identitarios, las
diferencias raciales o religiosas, las ofensas históricas.
De todo esto se ha hablado largo
y tendido en este blog, no tienen más que consultar la etiqueta
correspondiente, aquí a la derecha. Creo haber dejado claro que, para mí, el
nacionalismo es SIEMPRE una tendencia retrógrada, que va contra el sentido de
la historia, que es la mezcla de razas y culturas, el mestizaje. A veces estas
cosas desembocan en guerras más o menos largas (se ha hablado aquí de
Yugoslavia y Sri Lanka). A veces los conflictos se desactivan poco a poco,
aunque quedan los rencores (Irlanda, País Vasco). Creo que ningún sentimiento
nacionalista merece una sola muerte. En Cataluña presumen de que su procés es pacífico. Por ahora. Eso mismo
decían los intelectuales serbios que suscribieron el comunicado que prendió la
llama del incendio yugoslavo. Es un riesgo a tener en cuenta. Cierto que también hay
historias pacíficas al 100%, como la separación de Eslovaquia y la República
Checa. Veremos.
No es este, empero, el tema del
que quiero hablar hoy, sino de la violencia extrema que se desata en
determinados momentos históricos. Cuando las víctimas se producen a millares en
un solo día. Hablo, por ejemplo, de la matanza de tutsis en Ruanda. El 6 de
abril de 1994 se dio la salida a las milicias hutus Interahamwes para que
iniciaran la cacería de tutsis. En apenas tres meses fueron asesinadas a
machetazos familias enteras, en una barra libre de atrocidades difícil de
imaginar. Sobre las causas que generaron la barbarie, les recomiendo leer la
conferencia que pronunció al respecto el maestro polaco de periodistas Ryszard
Kapuscinski, recogida como un capítulo en su libro Ébano. Las cifras de muertos nunca se han precisado. Se estiman
entre el medio millón y el millón entero. Más o menos el 80% de la población
tutsi. Además de otros dos millones de desplazados que aun hoy malviven fuera
de Ruanda. Este es un primer nivel en el baremo de la maldad. Alguien prende la
mecha y se desencadena la orgía. Detrás hubo financiación, instrucción militar,
intoxicación informativa y lo que se quieran imaginar. Pero no deja de ser algo
que brota como un pequeño incendio y luego se sale de madre.
Siempre en mi opinión, hay un
paso adelante en esta escala de la maldad: la matanza planificada y en frío. Me
refiero a las ejecuciones masivas, al tiro en la nuca uno por uno sobre
colectivos a los que se decide eliminar. Aquí habría que incluir por supuesto
los paseos en uno y otro bando de nuestra guerra civil, Paracuellos y similares,
perseguidos y castigados por el Gobierno en el lado republicano, y tolerados y hasta fomentados por el propio mando en el llamado bando nacional, según lo que me contó mi padre. Pero
yo quiero hablar hoy aquí de otros dos casos. El primero, Katyn. El otro día
hablé de 8.000 oficiales polacos ejecutados por orden de Stalin. Era cierto,
pero no toda la verdad. En otros lugares de Rusia ejecutaron también a 6.000 policías
polacos y 8.000 civiles, prisioneros políticos y
personajes relevantes. Total: 22.000. La élite del país. Esos 22.000 eran los
que se homenajeaban el día en que el presidente polaco se estrelló con su
avión. Obviamente, no se alcanzan en estos casos las cifras de Ruanda, pero
para mí casi es peor. Ruanda es un medio salvaje e inculto. Lo otro sucedió en mi Europa.
Y lo malo es que la cosa se
volvió a repetir hace sólo 20 años en Srebrenica (Bosnia). Las milicias serbias
al mando del siniestro general Mladic llegaron a la aldea, separaron a las
mujeres, los niños y los ancianos y se llevaron a los hombres adultos. En diez
días los mataron uno a uno. Más de 8.000. En un reportaje de televisión escuché la voz de uno
de los verdugos, ahora arrepentido, al que no se le veía la cara. Decía que aquello
había sido agotador, que tenían que hacer turnos y sentarse para seguir dando tiros
en la nuca, que se cansaban de hacerlo de pie. Que se cambiaban la pistola de
mano, porque se les dormía el dedo de tanto disparar. Ese problema ya lo habían
solucionado mucho antes los nazis de Auschwitz, en el siguiente escalón de la iniquidad: la sofisticación de la planificación perfecta. Además, como buenos
alemanes, lo anotaban y clasificaban todo. Por eso yo creo que hay que
visitar este campo de exterminio, en donde se muestran los detalles de esta
salvajada, única en la historia.
No es una visita agradable, pero
es algo que trasciende del debate semitismo-antisemitismo, para mostrar los abismos en los que puede caer el ser humano, la
manifestación del mal absoluto, EL HORROR ese que invocaba el coronel Kurtz,
asombrosamente interpretado por Marlon Brando en las escenas finales de
Apocalypse Now. Película, por cierto, basada en El corazón de las tinieblas, el libro clave de Joseph Conrad, que también
era polaco y se llamaba realmente Józef Teodor Konrad Korzeniowski. En una
calle de Varsovia, una placa recuerda la casa donde vivió. El horror se desliza
en nuestros corazones mientras visitamos el museo instalado por los soviéticos
en el campo Auschwitz 1. Ahora se ha convertido en una visita turística; a la
gente le gusta mucho el morbo. No es mi caso y debo decir que salí horripilado
del lugar. Las cifras no dejan lugar a dudas. Número de internados en el campo: 1.300.000. Número de muertos: 1.100.000.
Entre 1940 y 1945. El 90% (en torno a un millón), judíos.
No es fácil matar a multitudes de ese calibre,
como comprobaron años después los matones de Srebrenica. El procedimiento
ideado por los nazis, cómodo y aséptico, evitaba las situaciones de tensión más difíciles de controlar. Los judíos,
ya confinados en guetos, eran sacados de su confinamiento engañados,
diciéndoles que iban a un campo de trabajo (El trabajo os hará libres, reza el
famoso lema a la entrada de Auschwitz). Así que se llevaban en maletas todas
sus pertenencias, comida, vajillas y cubiertos, instrumentos para su trabajo,
etc. Se les trasladaba por tren, en vagones de carga sin aseos y sin darles de
comer, y llegaban así hasta el mismo campo. Allí les conminaban a dejar sus
cosas en el mismo andén, cuidando de decirles que pusieran letreros
identificatorios, para recuperarlas después. Separaban a hombres y mujeres y
les hacían pasar ante un SS que decidía su destino. Un 20% eran enviados a
talleres y campos de trabajo. El resto (niños, mayores, débiles, la mayoría de
las mujeres) iban a la cámara de gas y seis horas después estaban muertos.
Allí sufrían un segundo engaño.
Se les decía que eran unas duchas desinfectantes colectivas, por lo que se les
conminaba a desnudarse y dejar todas sus cosas separadas y bien dobladas, para
recuperarlas después. Y en vez de agua les regaban con el gas Ziclón-B. Tanto
las pertenencias de los andenes como las de las cámaras de gas eran minuciosamente
escrutadas y clasificadas, para su posible uso o reventa. Unas horas después del
asesinato era el turno de los sonderkommando,
presos a los que se había perdonado la vida a cambio de estas tareas inhumanas.
Los sonder procedían primero a cortar el pelo a los cadáveres. Este pelo se
usaba luego para hacer colchones y cojines. También se buscaban dientes de oro
y joyas ocultas en los orificios de los cuerpos. Luego se procedía a la
cremación. En toda cadena industrial se producen cuellos de botella. En
Srebrenica era el momento del tiro en la nuca por el cansancio de los verdugos.
En Auschwitz eran los hornos crematorios. No daban abasto.
En el Museo, pueden verse las
toneladas de pelo que almacenaban los nazis y que no tuvieron tiempo de
destruir. En otra nave, las joyas robadas a los reos. En otra millares de
zapatos, de hombre, de mujer y de niño. En otra las maletas con los nombres
escritos con tiza (de Hungría, de Holanda, de Polonia, de la propia Alemania). Y
los cubiertos y platos. Y las piernas y brazos ortopédicos. Hice muchas fotos,
pero no voy a tener el mal gusto de ponerles alguna. Allí te muestran el lugar
en donde fusilaban a los que se rebelaban. La nave de los condenados a muerte
con ventanas a ese lugar. El otro lado tapiado, para que los internos no
supieran de tales fusilamientos. Todo calculado, todo clasificado. Y las celdas
de castigo a las que eran obligados a entrar reptando por una trampilla. Allí
pasaban la noche de cuatro en cuatro, en un espacio en donde sólo se podía
estar de pie. Y, por la mañana, a trabajar en medio de la nieve. Auschwitz es
el testimonio del mal absoluto. Por eso conviene verlo, aunque para ello hay
que estar en buen estado de ánimo y tener estómago.
Hay una película del mejor
director de cine polaco de todos los tiempos, Andrzej Wajda, que cuenta el final
de este campo. Se llama Paisaje después de
la Batalla (1970). La película sigue a varios presos tras su liberación, mostrando diferentes grados de inadaptación al mundo de la libertad. El film es
espeso, prolijo, agobiante, como muchos de la Europa del Este. Pero su
secuencia inicial es extraordinaria. Vi esta película a poco de su estreno, en
la Filmoteca del viejo cine California, en Argüelles. El resto del film me
resultó (entonces) un poco coñazo, no sé si ahora mantendría esa opinión. Pero la
secuencia inicial es una de las escenas que más me han impactado en un cine.
Iba a describírsela, pero he descubierto alborozado que ¡está en Youtube! La
calidad de la imagen no es de primera, pero aquí la tienen. Nadie ha expresado
mejor el gozo casi eucarístico de la libertad recobrada. Y nada mejor para subrayar esa catarsis que la música de Vivaldi.
El Museo está en Auschwitz 1, el
primer campo, construido aprovechando unos viejos cuarteles. Los presos de
Auschwitz-Birkenau, el más grande, que también se visita aunque está medio derruido, se referían al campo 1 como el Hilton. Así que imaginen cómo sería el otro. La visita ha de hacerse en grupos máximos de 30 personas
y con un guía del Museo. A nosotros nos tocó una señora mayor, de gesto grave
subrayado por unas ojeras dignas de John Huston, que hablaba en polaco.
Dorota nos traducía. Fuimos temprano, para evitar aglomeraciones. Y allí
sucedió la anécdota que quiero contarles para terminar. En un lugar en el que se sube y baja
por unas escaleras muy estrechas en que apenas se pueden cruzar dos personas, donde
todo el mundo circula sobrecogido en silencio, irrumpió de pronto un grupo diferente, ruidoso y molesto.
Eran militares de uniforme azul claro, con su gorro en la mano. La molestia que
producían a los demás visitantes se derivaba en primer lugar de su tamaño. Todos
eran gigantes, auténticos cabos de gastadores que cabían con dificultad por los
estrechos pasos del Museo. Además, hablaban alto, se removían con sus
correajes, daban codazos sin disculparse, eran faltones y maleducados.
Hasta el punto que nuestra guía
puso su gesto más severo y les soltó: ¡SEÑORES, POR FAVOR! Luego nos explicó
quiénes eran: soldados del ejército de Israel haciendo el curso de oficial. La visita al
campo de Auschwitz es una actividad lectiva obligatoria de su aprendizaje. No me cabe duda
de que su mala educación se debía en buena parte a la irritación derivada del
coñazo de tener que venir desde Israel para estar allí media hora (abreviaron y
se fueron enseguida). Pero sus mandos entienden que este es un paso ineludible
en el aprendizaje del odio. En mi Post #71,
donde contaba mi visita a Siria, relaté una anécdota simétrica a esta. En los
Altos del Golán, los sirios mantenían un pueblo destruido, tal como lo habían
dejado los judíos al retirarse tras la Guerra de los Seis Días, cuarenta años antes. Y
mientras lo visitábamos llegaron por allí dos autobuses de escolares, que
eran paseados por aquel horror como parte de su formación. Otro semillero
de odio.
Les pido disculpas. No es este el
tono habitual de este foro, en el que predominan el humor y los sentimientos
positivos. Pero he estado en Auschwitz y tenía que consignar aquí mis sentimientos. Porque el mundo
está en estos momentos muy convulso y conviene poner las ideas en claro. No se
dejen engañar: cualquier forma de violencia sobre el ser humano es deleznable y las ideas que la provocan son tan
tóxicas como el gas Ziclón-B. Sus consecuencias se prolongan en el tiempo,
permanecen latentes y brotan después. No hay diferencias entre Gaza, el Este de
Ucrania, Libia o Siria. Tal vez la única diferencia (de grado) sea entre éstas
y Auschwitz. Intenten dormir. Su casa, como la mía no está bajo la amenaza de la
violencia. No sabemos cómo será mañana. Los sexagenarios, como yo, tenemos una
probabilidad más alta de que no nos alcance nunca.
Wajda el mejor director de cine polaco de todos los tiempos... con permiso del señor Polansky.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Mi lapsus tal vez se basa en que Roman Polansky es una figura que trasciende del universo polaco. Películas como Chinatown, La semilla del diablo, El escritor o El Pianista, nos lo sitúan entre los mejores directores de todos los tiempos, pero no polacos, sino del mundo. Wajda es la figura local venerable y respetada por todos, sobre todo por su talante y postura personal, aunque su cine sea tan insufrible a veces como el de Manoel de Oliveira.
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