Tras hablar con mis amigos
polacos, descubro que existe unanimidad en considerar al régimen que gobernó en
Polonia después de 1945 como el menos radical de los implantados en los países
del Pacto de Varsovia, el que más se vio influido por los movimientos y las
opiniones del pueblo y ese componente fue decisivo a la hora de la transición a
la democracia en 1990, en la que la sociedad estaba sólidamente estructurada y
en cierta forma iba por delante de las transformaciones políticas (algo similar
a la transición española), hasta el punto que el último presidente socialista, el
general Wojciech Jaruzelsky, fue también el primero de la democracia recién
estrenada. Si comparan estos hechos con los que les conté el año pasado sobre
la revolución rumana, las diferencias son abismales.
Hay factores que explican esta
diferencia. Si los rumanos son
vitalistas, apasionados, incultos y en cierta forma violentos, los polacos son
tranquilos, estoicos, resistentes y muy educados. Si los rumanos son en su
mayoría agricultores y campesinos que ansían construirse su casita y tener un
pequeño terreno con un cerdo y unas cuantas gallinas, los polacos son
trabajadores de la industria, estibadores y mineros (los mejores del mundo), lo
que les confiere una tradición muy arraigada de asociacionismo y capacidad de
montar sindicatos. No es casualidad que Solidaridad surgiera aquí, en los
astilleros de Gdansk y las minas de Lublin. La sociedad polaca es culta y
urbana, acostumbrada a sufrir y a defenderse colectivamente, fuertemente
estructurada en torno a dos pilares: el sindicato y la iglesia católica, el
otro factor clave que explica la evolución de Polonia en los últimos años.
Hablando con mi amigo Maciej, le
conté algo sobre la Rumanía posterior a Ceaucescu, que le llamó mucho la
atención. El año pasado tenía esta anécdota para incorporarla a un post
Ceaucescu VI, que nunca escribí, porque valoré el cansancio de mis lectores
sobre el tema y no quise aburrirles más. La cuento ahora. Tras la revolución
rumana y la muerte del dictador, se generó en el país un cierto vacío de poder.
Dos grupos pugnaban por ocupar ese vacío. Por un lado los intelectuales de
Bucarest y de Timisoara, estructurados en torno a las figuras del exilio que
estaban regresando al país. Por otro, los medios obreros y sindicales agrupados
en torno a disidentes de Ceaucescu que habían ayudado desde dentro a su caída.
Un año después, estos dos grupos pactaron una solución civilizada en la que
ambos fueron el germen de dos partidos políticos que, desde entonces, se van
turnando en el poder (sistema bipartidista).
Pero en ese año de locura, la
situación tuvo momentos de mucha tensión, con continuas revueltas callejeras y
algunas víctimas. En uno de esos momentos álgidos, cuando los exilados e
intelectuales parecían a punto de llevarse el gato al agua, el otro grupo
convocó a todos los obreros del país a una macromanifestación en Bucarest. Allí
marcharon con paso marcial los diferentes gremios con sus martillos, azadas y
herramientas diversas, amenazadoramente alzadas. Y el grito más coreado fue el
siguiente: NOSOTROS NO PENSAMOS, NOSOTROS TRABAJAMOS. Impresionante, ¿verdad? Eso es lo que le
conté a Maciej. Sorprendido aun, me confesó lo siguiente: en Polonia, nunca
podría pasar esto. En Polonia los intelectuales siempre han sido de izquierdas
y muy vinculados a los medios obreros. Recíprocamente, los obreros son cívicos
y respetan a sus intelectuales. No
olvides que Rosa Luxemburgo era polaca.
Sirva esto de prólogo a la
historia que les cuento. En 1945, Polonia era un país arrasado, que había
sufrido seis millones de muertos y que no estaba para bromas. Los judíos habían
sido aniquilados, y las fronteras habían sido redibujadas, lo que conllevaba
diversos procesos de limpieza étnica. Los rusos extendieron su frontera más
allá de Lituania, quedándose con la Pomerania oriental (actual oblast de
Kaliningrado, ciudad a la que los alemanes llamaban Köningsberg. A su vez, en
el otro lado, la región minera de Silesia y las zonas costeras del Báltico
fueron incorporadas a Polonia, echando a los alemanes al oeste y colonizándolas
con polacos. Desde 1939 funcionaba un gobierno polaco en el exilio (que existió
hasta 1990) pero, en los tiempos de dominio de Stalin, el poder interno recayó
pronto en el PZPR, el partido comunista polaco que pronto se quedó sin
adversarios interiores.
Dos figuras lideraban el PZPR.
Gomulka, el héroe local de la resistencia antinazi y Bierut, el estalinista más
afín al poder de Moscú. Gomulka fue nombrado primer secretario del partido en
1945, pero muy pronto empezó a manifestar opiniones reformistas y aperturistas,
llegando a oponerse a las propuestas rusas de colectivizar la agricultura. Fue
cesado en 1948 y hasta encarcelado en 1951, lo que acrecentó su popularidad.
Los tiempos de mando de Bierut corresponden a la construcción de la ciudad de
Nova Huta, junto a Cracovia, de la que les pongo abajo una imagen y, por
supuesto, la iniciativa de reconstruir la plaza mayor de Varsovia con un Lenin
gigante sobre el edificio más alto. Pero Stalin muere en 1953 y Kruschev
impulsa la desestalinización de su país y los demás. Gomulka sale de la cárcel
en el 54 y es rehabilitado como miembro del partido. En 1956 se inicia una
serie de revueltas y protestas obreras y, entre las reivindicaciones que se
reclaman, destaca la sustitución de Bierut por Gomulka. Kuschev acepta y
Gomulka es nombrado otra vez secretario general, puesto que mantendrá hasta
1970. Y, por cierto, el tema de la colectivización agraria, no vuelve nunca a considerarse.
En esos años, Polonia crece y el
pueblo mejora mucho sus condiciones económicas y sociales (piensen en el
paralelismo con la España de Franco). Para ello, Gomulka echa mano de créditos
de los bancos occidentales, que se apresuran a concedérselos. A finales de los
sesenta, la economía empieza a entrar en crisis, los prestamistas quieren su
dinero y el ejercicio del poder ha desgastado notablemente a Gomulka, que ya no
es tan popular ni querido. En 1970, Gomulka recibe la histórica visita de Willy
Brandt, para firmar un tratado de cooperación con Alemania Occidental, pero su
figura esta ya tocada de forma irreversible. La represión de una nueva protesta
en la que la policía dispara y causa unas cuantas víctimas, precipita su cese
en diciembre de ese mismo año. Aparece entonces la figura de Gierek.
Edward Gierek es hijo de un
minero muerto en accidente cuando él era un niño. Su madre emigró con él a
Francia y Bélgica, y allí le sorprendió la Guerra Mundial. Miembro heroico de
la resistencia belga, fundador del partido comunista de ese país y casado con
una belga, había regresado a Polonia después de la guerra. Los polacos
descubren a un líder cosmopolita y viajado, al que acompaña siempre su mujer,
fina y elegante, que viaja de vez en cuando a París a renovar su vestuario (a
la señora de Gomulka nadie la había visto nunca). Eso inicia un período de
cierta modernidad y apertura, con mayor libertad de prensa, llegada de turismo
occidental y progreso general. Pero la situación real de la economía se agrava
por la crisis del petróleo. La deuda externa no deja de aumentar. Y aquí hay
que decir: con la Iglesia hemos topado. Se lo cuento en la segunda entrega. Les
dejo con una imagen actual del barrio de Nova Huta.
Impresionante la foto. Supongo que es un lugar muy agradable para vivir.
ResponderEliminarNo te puedo decir. En los tiempos soviéticos vivían allí 100.000 personas, ahora son 250.000. En aquellos tiempos era una ciudad dormitorio (con sus equipamientos y servicios), asociada a la mayor planta siderúrgica de Polonia. Llegada la democracia, la fábrica redujo su volumen productivo y su personal. Como te puedes imaginar, se privatizó, pasó por sucesivas manos y nombres y acabó vendida al gigante Arcelormittal. Esta multinacional tiene ahora una cadena de producción no centralizada, que emplea a mucha gente en Polonia. De modo que la población que vive en Nova Huta, trabaja en su mayoría en otros empleos del sector terciario, muchos de ellos en Cracovia, cuyo centro está a 10 kms de Nova Huta. Si se han trasladado a vivir allí es porque los precios de la vivienda son más baratos. La vida misma. No sé si son felices o no, mis amigos no me comentaron nada al respecto. Al menos a mí, el orden urbanístico es algo que me tranquiliza. Lo prefiero al caos. Pero ésta es una apreciación personal y, desde luego, no es el único factor a tener en cuenta a la hora de puntuar la calidad de vida urbana de un barrio determinado..
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